Alberto García Alix
León, 1956
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Los coches pasan y hay hombres bien trajeados que no sudan y parecen que siempre hablan por teléfono.
También hay señoritas muy guapas que hacen régimen y piensan que no tienen nada que ponerse,
y gente que va para un lado y gente que va para el lado contrario que se cruzan sin rozarse.
Parecen que van con la mirada perdida, mirando sin ver nada.
El Pájaro Negro
En la plaza de San Ildefonso, Mariano se sacó la aguja de la vena y abrió y cerró la mano. Esperaba sentir un calor muy grande recorriéndole el cuerpo y se apoyó en la pared, justo en el rincón de la plaza, para que el gusto del caballo le empapara bien. Pero no sintió eso y le extrañó, sintió calor, mucho calor, como agua caliente, agua hirviendo que le quemaba. Miró en dirección a la tienda de ultramarinos La Ideal por si seguía por allí el Antonio, pero Antonio se había marchado y en la puerta de la tienda no había nadie.
<<Seguro que ese cabrón de Antonio me ha vendido mierda pura -pensó-, lo voy a matar>>.
Aguardó a que le pasara algo más, pero no pasó nada, lo que le quemaba las entrañas seguía allí, aunque lo podía soportar. Se apoyó en la pared y comenzó a respirar con fuerza, como si faltara el aire de la plaza. El corazón le aporreaba las paredes del pecho.
<<Tengo que pincharme otra vez, -pensó-. Si me doy otro buco se me va a quitar todo esto que me está pasando>>.
<<¡Antonio!>> -gritó, por si el Antonio le podía escuchar, pero se dio cuenta de que no podía hablar.
Entonces, dejó de pensar en matarle, ni en hacerle daño, sino en buscarle para que le diera otra vez caballo del bueno y no esa porquería que le había vendido un rato antes.
Intentó levantar una pierna, después la otra y ponerse a andar, pero no sucedió nada y abrió la boca para que entrara más aire en sus pulmones. El corazón le saltó primero en el pecho, después en el cuello y le resonaba dentro de la cabeza.
<<¿Que es esto? -pensó-. ¿Por qué no puedo caminar?>>.
Entonces vio que tenía un enorme Pájaro Negro sobre el pecho y empezó a desasosegarse, a temblar, la boca seca. Le entró frío, un frío muy grande, una sensación parecida a como si tuviera el cuerpo lleno de agujeros por donde se colara aire helado. La nariz se le llenó de mocos, castañeó los dientes y le llegó el sudor que le cubrió de una capa de humedad que olía a rancio.
Y el enorme Pájaro Negro no se movía de su pecho.
<<Tengo que espantarlo, decirle que se vaya porque no me está dejando respirar>>, pensó y apretó los brazos al cuerpo y se deslizó hasta el suelo, rechinando los dientes. Los temblores eran tan grandes que pensó que se iba a desencuadernar. El Pájaro Negro continuaba sobre su pecho.
<<¡Vete! -gritó, aunque sabía que no podía gritar-. ¡Vete de una vez!>>.
Volvió a abrir la boca para chillar e intentó, otra vez, ponerse en pie, pero su cerebro no lanzaba las órdenes precisas para que sus piernas le pusieran en pie. Estaba en los jardincillos de la plaza y veía los grupos de gente caminar hacia los bares de los alrededores y las luces de los faroles que parecían gotas de leche en un barreño de agua sucia. Pensó que el jodido Pájaro Negro le iba a picar.
<<¡Madre, madre!>>.
La cabeza se le torció y vio el suelo terroso que se le acercaba hasta chocar contra su cara. Tenía que levantarse, caminar, acudir a la otra esquina de la plaza y comprarle a Antonio otra dosis. Todavía le quedaban dos billetes de mil pesetas, con ese dinero aún podía comprar una guinda de caballo. Pero no podía moverse, la tierra del suelo se le metió en la boca y algo se le clavó en las mejillas.
¿Estaba gritando en realidad? Él creía que sí, porque, al menos, abría y cerraba la boca y la saliva, mezclada con tierra sucia, le mojaba la barbilla. Pero, ¡era en realidad saliva o sangre?
De pronto los porrazos del corazón cesaron y abrió la boca para volver a gritar, pero no pudo mover la lengua, lo único que pudo mover fueron los ojos. Veía un banco de piedra y la tierra del suelo. <<Madre, -pensó-, madre>> y algo extraño le vino a la cabeza.
Él era pequeño y jugaba con su hermano Tomás a las bolas. Los dos estaban agachados y lanzaban las bolas hacia el hoyo del agua. Las bolitas de colores iban entrando en el hoyo y su hermano se reía.
Podía escuchar la risa de su hermano y ver el trayecto de las bolitas hasta que se metían en el hoyo. Parecían puntos de luz que aparecían y desaparecían como fogonazos de color blanco.
<<¿Y esas luces?>>, se le ocurrió pensar a Mariano, <<¿Quién me ha puesta ahí esas luces?>>.
Entonces vio el baile y a su madre bailando con su padre durante la boda de la prima Luisa. Su madre se reía y su padre también porque estaba borracho. Había visto muy pocas veces reír a su madre o a su padre. Pero ahí en el baile no paraban de reírse.
-No lo toques -dijo una voz-
-¿Está muerto? -preguntó otra voz
-Sí, la ha palmado. Está muy blanco y no se mueve.
Mariano quiso contestarles a esas voces que estaba vivo y que le quitaran de encima el Pájaro negro, pero no pudo decirles nada.
-Le sale algo por la boca -dijo de nuevo la voz.
-Qué asco, tío, ¿nos las piramos?
-Oye, tenemos que llamar a alguien, ¿no? Vamos, digo yo.
<<¡Ayudadme!>>, gritó Mariano desde el suelo. <<¡Por favor, ayudadme!>>.
-Podíamos llamar al 091 o al 092 me parece ¿no?
-A lo mejor está borracho, tú. Dale un poco con el pie a ver si se despierta.
-No jodas, éste la ha palmado, te lo digo yo.
-Lo que tiene es una borrachera de cojones.
-Bueno, puede ser.
Entonces, el Pájaro Negro se desacomodó del hueco del pecho y echó a volar.
Las fotografías son autorretratos de Alberto García Alix.
Título, cita y textos extraídos de "Crónicas del Madrid oscuro" de Juan Madrid.
www.albertogarcíaalix.com
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