sábado, 25 de marzo de 2023

"Philippe Halsman"

LOS CAZADORES deMENTES

Philippe Halsman
Riga, Letonia. 1906-1979


Philippe Halsman y Marilyn Monroe.


Carta de Antoine de Saint-Exúpery a su esposa Consuelo, mayo de 1944.

"No se dan las gracias a un jardín. Yo siempre he dividido la humanidad en dos partes. Hay seres-jardín y seres-patio. Estos pasean su patio consigo, lo sofocan a uno entre sus cuatro muros, y uno se ve obligado a hablar con ellos para hacer ruido. Es penoso, el silencio, en un patio. Pero por los jardines uno se pasea. Uno puede callarse y respirar. Se está a gusto. Y las sorpresas agradables aparecen solas. No hay nada que buscar. Una mariposa, un escarabajo, una luciérnaga se nos muestran. No sabemos nada sobre la civilización de la luciérnaga. Uno sueña. El escarabajo parece saber a dónde va. Tiene mucha prisa. Es asombroso, y seguimos soñando. Luego la mariposa. Cuando se posa sobre una flor espléndida, uno se dice: para ella es como si se posara en una terraza de Babilonia, un jardín colgante que se balancea... Luego uno se calla al ver tres o cuatro estrellas. Pero no le doy las gracias por todo esto. Usted es como es. Simplemente tengo ganas de pasearme todavía en su jardín. También pensé otra cosa. Hay gente carretera-nacional y hay gente-senderos. La gente carretera-nacional me aburre. Me aburre el granito de los mojones. Van hacia algo preciso, una ganancia, una ambición. A lo largo de los senderos, por el contrario, hay avellanos, y se puede pasear entre ellos para mordisquear sus frutos. A cada paso, uno está allí para estar allí, no en otro lugar. Pero no hay absolutamente nada que aprender de los mojones".


Marilyn Monroe.



Audrey Hepburn.

Harold Lloyd (?).

Shirley McLaine.

Weegee.

Ava Gardner (?).


Dean Martin y Jerry Lewis.

El duque y la duquesa de Windsor.


Eva Marie Saint.

Groucho Marx.

Anthony Perkins.

Robert Oppenheimer.

Edward Steichen.




Grace Kelly.

Philippe Halsman y Grace Kelly.




Fotografías de la serie "Jumpology" de Philippe Halsman.






viernes, 10 de marzo de 2023

"La fotografía explicada a los atunes"

LA C(r)ÓNICA LUZ
EL CAJÓN deSASTRE


Kelly Bundy
"Matrimonio con hijos".


Paso la tarde en los jardines de Mirabel. Distraigo el tiempo fotografiando la hojarasca muerta del suelo, alguna nube renqueante y mi propia sombra inútil dibujada sobre el murete del parque.

     Últimamente disparo mi cámara en un gesto de estupor, el ceño fruncido y arrugados los labios. Es un rictus como de asco y extrañamiento puro frente al cadáver de un mundo al que el linternazo de mi cámara hubiera expuesto a la luz en todo su horror. La verdad es que no sé qué pensará la gente viéndome tomar fotografías como un animal espantado, pero lo cierto es que ya no soy capaz de fotografiar sin un punto de desasosiego. Y es que el reportero Dávila ha dejado de utilizar la cámara como un instrumento de plácida contemplación: más bien al contrario, vengo esgrimiendo últimamente el aparato como un arma de defensa personal frente a la realidad inclemente de ahí fuera. Reflexionando sobre mi breve evolución creativa (<<como microbio aturdido por el cosmos>>, apunto en mi libreta en un arrebato confesional), creo distinguir tres etapas fotográficas claramente diferenciadas que he decidido denominar reparadora, explicativa y contraventora.

     Y ahora voy a intentar explicarme. La primera, la etapa reparadora, estaría marcada por el periodismo sanitario y fariseo de los primeros años, anclado en la presunción de ofrecer al mundo con mi trabajo un servicio de reparación universal a todos sus descalabros. Pasado un tiempo, aceptada la ineficacia auxiliadora de la fotografía, pasaríamos, sin solución de continuidad, a la segunda fase, la que llamaríamos la etapa explicativa, en la que me veo utilizando la cámara como llave para una interpretación de ese carnaval planetario nuestro -fase que habría terminado, igualmente, en la ofuscación y el estregamiento más absolutos-; pasaríamos, entonces, a la tercera fase, la etapa contraventora, en la que me encuentro actualmente, nihilista en esencia, supongo, y que tendría como eje la protesta y objeción frente al absurdo vital, y que explicaría este gesto de asquete con el que paseo por Salzburgo, despachando la realidad a disparos, como un operario desinfectando a manguerazos las calles de la ciudad.

    Leyendo estos días a Karl Kraus, creo haber anticipado la que será la cuarta etapa en mi escalada de alimaña ciega por esta covachuela de Platón -en cuyo extremo final, por cierto, no atisbo luz alguna-. Se trataría de la fase, o etapa, que podríamos llamar de sometimiento a una realidad blindada a todo intento elucidador. El escritor vienés ilustra la futilidad de la fotografía recurriendo a una imagen publicada en la prensa que muestra la rey de Sajonia en su visita a una fábrica de agua carbonatada. <<¿Cómo anda el rey?>>, se pregunta el cronista. <<Gracias al registro fotográfico -se responde-, podemos saber que con un pie delante del otro.>> La marcha del monarca, sin embargo, continúa explicando Kraus, se convierte por efecto de la congelación de la instantánea en un patético titubeo, un <<intento de andar>>, tutelado, además, por el ayudante del rey, que, concentrada la mirada en los pies del mandatario, <<parece contar los pasos para que no se salte ninguno: un, dos, un, dos…>>. Así sabremos, al menos, gracias a la fotografía, <<cómo es la suela del zapato del rey de Sajonia>>, concluye, sarcástico, el escritor.

      Pienso en este mundo que, además de irreparable, se muestra inexplicable y que, además de inexplicable, se antoja irreductible; y pienso en la imagen del monarca de este relato, en el vuelo poético de la fotografía alcanzando la mareante cima de la suela del zapato del rey de Sajonia, epítome de la rendición y el sometimiento del hombre, y de su invento fotográfico, a la realidad soberana del mundo.

     Con estos y otros devaneos, y con el compás de la gravilla crujiendo bajo mis pies, he llegado a la escalinata del parque, flanqueada por dos unicornios con barbas de chivo y sonrisa de sátiro. Uno de ellos tiene el cemento del cuerno sajado y el otro soporta en sus lomos a tres turistas orientales sonriendo a la cámara de un compañero. Y recuerdo a una periodista del llamado <<mundo del corazón>> que aseguraba hace unos días en loa televisión, del modo más decidido, que el unicornio se halla en la actualidad en serio peligro de extinción, así dijo, serio peligro de extinción. Interpelada en un siguiente programa por el fundamento de su información, la reportera optó por el más feroz de los ataques en defensa de su <<contrastada credibilidad>>, que veía ahora cuestionada por el presentador: en su descargo matizó que, habiéndose documentado debidamente, <<el unicornio, de hecho, se había ya extinguido>>.

     <<Estamos, pues, entregados sin remedio a las fuerzas desatadas del periodismo>>, apuntaba, lúcido, Karl Kraus.




"Matrimonio con hijos".



(…) Todo este capítulo nuestro sobre la fotografía y el conocimiento verdadero del mundo me ha recordado al vecino de vuelo que le tocó una vez a Pablo Picasso. Cuenta la anécdota que este compañero intempestivo se dedicó a criticar sin empacho durante todo el viaje la falta de tino del artista para dibujar retratos correctamente porque <<los ojos, señor Picasso -le espetaba admonitorio-, van uno al lado del otro y no se ponen de cualquier manera, donde a uno le venga en gana. Eso es faltar a la verdad, señor Picasso, ¡faltar a la verdad!>>. Pero las protestas no se quedaron ahí y el osado atún, ni corto ni perezoso, sacando una foto de la cartera, mostró al pintor una fotografía de su mujer, rematando su lección en tono profesoral: <<Vea usted, señor Picasso, vea usted, ESTO es un retrato de verdad>>. A lo que el pintor, dicen, respondió lacónico: <<Caramba, amigo, no me había dicho usted que su mujer mide cinco centímetros>>. 







"Los amigos de Peter"


Atiende el conspicuo y paciente Gambetti los desahogos de Murau, que reparte sus dispersiones y extraños de iluminado bizantino a lo largo de las páginas insobornables de Extinción. La fotografía asoma en el relato como objeto repetido de las invectivas del narrador: <<Con la invención de la fotografía, o sea, con la iniciación de este proceso de embrutecimiento hace más de cien años, el nivel intelectual de la población mundial desciende continuamente. Las imágenes fotográficas, le dije a Gambetti, han puesto en movimiento el proceso de embrutecimiento universal>>…

     Lo cierto es que las frecuentes lecturas de Extinción, a las que vuelvo por prescripción propia desde hace años, bien podrían estar en el origen, pienso ahora, de la aversión, un punto enfermiza, que vengo incubando hacia la fotografía utilizada como crónica espuria y atolondrada de la realidad. Llevo un tiempo hipersensible y perplejo ante la persistencia con que la especie perpetúa en los medios de comunicación, fotografía a fotografía, noticiero a noticiero, cartel a cartel, los mismos clichés periodísticos, fósiles y centenarios, los mismos patrones de belleza inadmisibles, dictados por las mismas casas de cosméticos y los mismos diseñadores antediluvianos, amortajados en trajes funerarios y momificados por la química cancerígena aplicada sin descanso a sus mejillas. Pienso en la decidida perversión con la que las grandes corporaciones invaden la sesera del espectador que, embrutecido, digiere con una ceguera inusitada todas esas fabricaciones fotográficas infamantes. Esto es lo bello, nos anuncian, mostrando el mismo rostro una y otra vez, repitiendo hasta la asfixia las mismas imágenes, fotografías que se publican y exhiben obscenamente como el certificado incontestable de una realidad ingeniada, sin embargo, en los laboratorios de sus promotores y abogados. Seguirán, entretanto, banqueros y marchantes de armas decidiendo el mapa de las guerras, enviando en sus aviones a políticos salvapatrias y audaces fotoperiodistas, que exhibirán con orgullo la embajada de sus palabras gastadas y de sus imágenes de siempre… Y seguirán las revistas trasvistiendo de falso documento el contenido de sus páginas promocionales: la casa que nunca tendrás, el cuerpo que nunca poseerás, el destino edénico -la dichosa playa con palmeral- al que nunca escaparás, y el postre rebrillante y de sospechosa turgencia que, por supuesto, nunca saldrá de tu puñetero horno.

     <<Pero basta de esta cháchara pseudosociológica… ¡Gambetti!>>, me digo a mí mismo, escapando a mi extravío. El verdadero problema de este rechazo mío (irracional en sustancia, lo reconozco) hacia la fotografía utilizada como instrumento promocional de una realidad, si no lamentable en todo su horror cuando menos cuestionable, es la extensión de la misma a la pandemia universal de los selfis: el gigantesco carnaval planetario poblado de guiñoles autofotografiados con el que estamos anegando redes y galaxias desde la ventana de nuestras cámaras, exhibiendo y multiplicando hasta el infinito nuestro careto contraído por el rictus mortífero de la falsa-sonrisa-ultracongelada. Sonriamos todos al pajarito.

     <<¿Qué hace pensar a los hombres que se dejan fotografiar -insiste Murau- que han de aparecer felices en las fotografías que nos muestran? […] Todo el mundo quiere ser representado como un hombre feliz, siempre como totalmente falsificado, nunca como es en realidad, es decir, siempre como el más infeliz de todos […] Se refugian en la fotografía, se encogen deliberadamente en la fotografía que, con una falsificación total, los muestra felices y hermosos o, por lo menos, como menos feos e infelices de lo que son […]. En sus pisos cuelgan las fotografías que se han dejado hacer como un mundo hermoso y feliz, que en verdad es el más feo e infeliz y más mentiroso. Durante toda su vida miran fijamente sus imágenes hermosas y sus imágenes felices en las paredes y se sienten contentos cuando, sin embargo, sólo tendrían que sentir aversión…>>

     Bien es cierto que nada se aproxima más a la idea de eternidad que el parpadeo de un instante (despojados ambos de la carga inamovible del pasado y de los espejismos ilusorios del futuro), y que el juego fotográfico se presta del mejor modo a la falsa promesa de intemporalidad y al artificio fabricado de nuestra felicidad. Archivamos, así, con nuestras instantáneas fotográficas, el inventario de los mejores momentos, en la asunción descabellada y alucinatoria de hurtar al viento nuestra existencia efímera y espectral, evocando un pasado inexistente que, si acaso, fue, pero que en ningún caso es, y acumulando pruebas y certificados que den constancia del espejismo de nuestras alegrías, al tiempo que eliminamos de nuestra luminosa memoria (visual) desvelos, sombras y melancolías. <<Generador de alegría, archivo de la felicidad>>, rezaba un promisorio eslogan de la casa Kodak el pasado siglo.

     Para colmo de males, esta reinvención visual de nuestra propia existencia mediante la fotografía, que quedaba confinada, hasta hace poco, al álbum doméstico (álbum, por cierto, remite al latín albus, blanco: la hoja sin huella sobre la que nos es dado reescribir nuestra historia) y al recreo íntimo de cada familia en su hogar, ha saltado en la actualidad, vencidos los pudores, a la parrilla internáutica; aventamos, así, al exterior nuestro día a día en miles y redes sociales, en un frenesí publicitario en el que nos hemos convertido en satisfecha mercancía de nosotros mismos.

     Me pregunto si este mundo descalabrado y en esencia mortal, esta esfera ingrávida que imaginamos suspendida del modo más absurdo en la penumbra sideral o rodando a lomos del tiempo, si este mundo, insisto, se merece un solo gramo de nuestra nostalgia y evocación, no digamos ya de toda esta propaganda fotográfica celebratoria.

     <<Vivimos en dos mundos, le dije a Gambetti, en el real, que es triste e innoble y, en definitiva, mortal, y en el fotografiado, que es por completo mentiroso…>>




"La loca historia del mundo"




Texto, extraído de “Tractatus Logico-Photographicus. La fotografía explicada a los atunes.”, de Ricky Dávila.

Imágenes de la serie y películas reseñadas al pie.