jueves, 25 de junio de 2020

"Desecho, Compuesto"






desCONCIERTO EN Mi memoria






Toni Martínez
Girona. 1961



Archivo personal TM
















"Desecho, Compuesto"




          Las fotografías son tanta verdad, que parecen mentira. Nacen cargadas de la inútil intención de atrapar la realidad, aunque al final son tan sólo una representación, un recorte selectivo de una porción de fluido y mudo mundo, y se convierten rápidamente en silenciosas estratificaciones de la vida.
          Las fotografías descubren su verdadera peculiaridad en su capacidad multiplicadora. Su reproductibilidad característica desembocó en la democratización de la figuración: de lo artesanal en la imaginería se llegó a la industrialización artística.
          Los operadores anónimos de la fotografía, con su trabajo inconsciente, dan significado al medio. Toni Martínez, consciente de la gran producción, y el consecuente desecho, se aleja en su obra de lo que parece ser lo valioso en la obra fotográfica: la intención del dedo disparador. Desde la manipulación hay otra oportunidad. Mediante el reciclado de imágenes desechadas por los aficionados, Martínez elabora lo que parece que no cabe en una fotografía: construcciones no figurativas, abstractas.
          Así consigue extrañar a la conciencia y llega a un uso de la reproductibilidad que se había pasado por alto. Deconstruyendo fotografías edifica un nuevo mundo, más ideático, pero lleno de vida.





lazos

in pubis

inercia



Fotografías de Toni Martínez.
Texto de enriqueponce.




"LA FOTOGRAFÍA.actual"
Nº75, Octubre/Noviembre '99




Gironés (1961), se inició en la fotografía a los 12 años , con una cámara Kodak Instamtic. Su primer reto es un reportaje fotográfico en Roma. A partir de entonces, emprende cursos de formación, se especializa en el laboratorio B/N y acude regularmente a Arles , donde participa en la soirées y presenta portfolios.
A partir de 1988, se dedica profesionalmente a la fotografía, primero como ayudante, luego, como responsable técnico en laboratorios de color. Compagina esta labor con la enseñanza y la elaboración de reportajes por todo el mundo. Actualmente, regenta su propio estudio en Girona y continúa experimentando con su obra.
De la serie que publicamos, Tiempos Compuestos, él mismo ha dicho: “nace de varias tomas de un mismo motivo […] La creación de esos nuevos mundos provoca el sueño de ser un pequeño Dios, con dominio sobre la naturaleza.”



lunes, 15 de junio de 2020

"Javier Marquerie"






BLOg DE NOTAS




Javier Marquerie Bueno
Madrid 1969




Fotografía bajada de la red.














"madrid qué bien resistes"




          La muerte de tanta gente ya no tiene que ver con el asesinato. Para eso hace falta que el asesino conozca a la víctima, la odie o la desprecie. Hay una rutina de muerte que es más grave. Aunque no está del todo exenta de pasión: los que se enfrentan con las armas a los fascistas les odian de una manera genérica, porque son los camaradas de quienes han fusilado a dos mil defensores de Badajoz y arrasan todo lo que se encuentran a su paso, los que intentan que la revolución se estanque, los que se han levantado contra la República, los que apoyaron la gigantesca represión del 34. Y ahora son los que bombardean la ciudad y matan por igual a niños y a combatientes. Eso debe de ser la guerra: un momento en que se puede matar al que está enfrente sin necesidad de personalizar el odio.
          Para los sitiadores, el sentimiento es parejo. Los hombres que caen en las trincheras, en los asaltos, los que se abrasan dentro de los carros de combate, son rojos asesinos sobre cuyos cadáveres se podría bailar. Quienes no tienen familia o amigos en la ciudad pueden llegar a disfrutar con la purificación que el fuego provoca en ella.
          Matar a un hombre en el frente no significa nada más que matar a un enemigo. No hay ninguna necesidad de recrear sus gestos en una situación cotidiana. De imaginárselo, por ejemplo, riendo o llorando, cogiendo un niño entre los brazos.
          Los madrileños están ya hechos a convivir con la muerte, que se encuentran por igual a la salida de los cines, en las colas del pan o en la trinchera.
          Y se saben protagonistas de un acontecimiento histórico. Los ecos de la prensa de todo el mundo llegan a los periódicos y las radios. Hay extranjeros vestidos de uniforme que vienen a dar la cara con ellos en la Ciudad Universitaria o en la Casa de Campo. En Italia o en Alemania no han podido parar a los fascistas. Y en Madrid sí. Lo dicen todos los medios. Durruti a venido a morir aquí porque aquí estaba la trinchera donde debían pararlos, donde había que conseguir que no pasaran.
          Eso tiene un alto precio. Hay muchos que no vuelven del frente. Otros miles lo hacen, destrozados, marcados para siempre con mutilaciones espantosas.
          Y en las casas de los que se niegan a ser evacuados se pasa hambre, se pasa frío, se pasa miedo. El hambre, el frío y el miedo no disminuyen en intensidad por mucho que se hagan cotidianos. A esas tres cosas no se puede acostumbrar nadie. Sólo cabe apretar los dientes.
          A Franco le ha fallado su suerte, y le ha fallado la de Varela. Ya sabe que, por mucho que porfíe y eche más y más combatientes al asalto, no puede hacer que el enemigo doble la rodilla. Los que salen de los parapetos para dar golpes de mano, para avanzar unos metros, sirven a una idea que tiene mucho de rutina militar, la de fijar al enemigo en sus posiciones, evitar que se desplace o otro lugar más ventajoso. Los hombres mueren para que los de la trinchera de enfrente no se vayan. Franco ha renunciado a la conquista, pero quiere que se mantenga viva la guerra. Es una cuestión de economía bélica.
          Queipo de Llano y Mola siguen insistiendo en sus locas prédicas: la quinta columna está aguardando su momento. Los que deciden dentro de Madrid sobre la vida y la muerte reciben los mensajes con agrado: se puede matar a los miembros de la quinta columna. Hay que descubrirlos y darles un tiro en la nuca.
         Hay en las filas franquistas una sensación de perplejidad. Los rojos resisten, no retroceden, pelean con fiereza y, a veces, con frialdad e inteligencia. ¿Qué ha sucedido con esa montonera que volvía grupas al primer desbordamiento y actúa ahora como si fuera un ejército?
          La ciudad que era indefendible se defiende. No cede. Hay muchos hombres, de toda España, que lo hacen. Antes corrían y ahora no.
           La gente les ha dado la fuerza. Los niños, las mujeres, que pasan frío, hambre y miedo, no les dejan desfallecer.
          Los madrileños están en la calle, aplaudiendo los combates aéreos, haciendo barricadas con picos, palas y manos desnudas. Van a los mítines, pero también al cine a ver películas de Chaplin y Laurel y Hardy. Muchas veces tienen que salir corriendo de las salas porque hay alarma aérea; otras, cada vez más frecuentes, porque los obuses que lanzan desde Garabitas o el Cerro de los Ángeles revientan en las calles. Van a los cafés y a algunos cabarets que se empeñan en abrir sus puertas. Por la noche se encierran en un sueño inquieto en la ciudad oscurecida.
          Muchos madrileños han decidido que no pasen.
          Madrid se convierte en la ciudad traidora.
          Madrid se convierte en la ciudad heroica.
          Una ciudad en la que una gran parte de los habitantes no quiere sobrevivir, sino vencer.
          Eso exige un castigo. Franco va a dárselo. Va a mantener los bombardeos, el asedio. Durante el tiempo que sea necesario para quebrar su resistencia.















Título, fotografías y gif de Javier Marquerie.
Texto, extraído de "La batalla de Madrid", de Jorge M. Reverte.




viernes, 5 de junio de 2020

"los Alfonso"






LOS CAZADORES deMENTES




Proclamación de la II República,
Puerta del Sol, Madrid,
14 de Abril de 1931



          En la Carrera de San Jerónimo, el río engrosaba, pero sin embravecerse; y siguiéndole yo agua abajo, di en la Puerta del Sol, donde las corrientes se detenían formando ancho golfo; y también me detuve yo, junto a la farola del centro, enfrente del Ministerio de la Gobernación.
          ¿Qué pasaba allí? Creo que nadie lo sabía. Notábase un oscilar de cabezas y un ruido sordo, como de resaca, de mar de fondo. Alguna voz más alta que otra, o un grito aislado, casi siempre de mujer: graznido de gaviota augurando tempestades sobre una mar preñada de misterios. Quizá no había en toda aquella masa bullente una sola persona con propósito bien determinado. Los huracanes populares se forman casi siempre de la manera más extraña: gentes inofensivas que caminaban por la calle más deprisa que lo acostumbrado; rostros pálidos y miradas en las cuales se pintaba el temor y la curiosidad, el afán de lo desconocido; noticias extraordinarias, absurdas tal vez, que parecen circular por sí solas en las ondas del aire, de barrio en barrio, de grupo en grupo, de oído en oído; diez curiosos detenidos delante de un edificio, porque en él hay algo de lo que estorba al común anhelo; otros diez que se detienen después por la misma causa; y luego otros tantos, y enseguida ciento, y mil, y más, hasta que ya no se cabe; y empiezan, con el roce y el tufillo de las muchedumbres, el escozor de la curiosidad no satisfecha y la inquietud nerviosa en cada burbujita, que luego engendra el lento bamboleo de toda la masa; y el bamboleo, la hinchazón de las olas; las olas, el choque, el estruendo, y la espuma, y al fin, el desastre.
          Como ya estaba encaramado en el pedestal de la farola y ésta alumbraba bien, dominaba en mi rededor una buena parte de la multitud. Observé que abundaban las mujeres de rompe y rasga, y que no escaseaban los hombres de mala catadura; casta que parecen nacidas para esas cosas, porque nunca se las ve más que en los motines: légamo que sale a la superficie cuando las corrientes embravecidas revuelven el fondo de los cauces. De estos hombres, algunos iban armados; pero casi todos estaban muy mal vestidos. Pude observar también que las puertas del Principal estaban cerradas; y por los rumores que hasta mí llegaron, entendí que la guardia se resistía a abrirlas aunque se le intimaba a ello, fraternal y pacíficamente; pues es de advertir que ni los de adentro tenían una orden a que ajustar su conducta enfrente de aquel tan serio como inesperado trance, ni los de afuera plan ni concierto ni dirección. Por lo visto, todos éramos curiosos más o menos interesados en que se diera el placer de quitar aquel estorbo a unos cuantos aficionados de la primera fila que lo pretendieron. Y en estas finas y corteses embajadas se anduvo larguísimo rato por la ventana baja, próxima a la calle de Carretas.
          Pero es cosa probada que las muchedumbres, ni en serio ni en broma pueden estarse quietas y de pie mucho tiempo. Yo mismo comencé a impacientarme por la falta de un desenlace cualquiera; porque aun cuando los rumores crecían y los gritos se acentuaban y el bamboleo iba convirtiéndose en serio oleaje, aquello no tenía fin.
          ¿Y por qué no lo tenía?
          Entonces, de repente, me acordé yo de que era Pedro Sánchez; no el hijo del pobre hidalgo montañés don Juan Sánchez; no el inofensivo Pedro Sánchez que estaba allí como un curioso más; sino el Pedro Sánchez redactor de El Clarín de la Patria; el Pedro Sánchez «perseguido por la causa de la libertad»; el popular autor de un escrito incendiario; el Pedro Sánchez que acababa de salir del escondrijo donde burló la vigilancia de los esbirros del poder, que le buscaban porque su nombre era bandera de batalla en manos de la revolución; y aquella que fermentaba en derredor mío, era, en gran parte, obra de mi ingenio, chispa de mi pluma fulminante... ¡Oh!, ¡qué grande volví a verme en aquel momento! ¡Qué borracho de ideas tumultuosas y revolucionarias! ¡Qué odio se encarné en mi corazón hacia los «hombres funestos que habían arrastrado al país hasta el borde del precipicio» ¡Cómo execré a los «nefandos conculcadores de las leyes, expoliadores del erario público, escándalo de la moral y ludibrio de gobernantes» en la patria de Riego y de Padilla! (Estaban muy de moda entonces estos dos personajes.) ¡Con qué facilidad podría yo inflamar aquel reguero de pólvora y convertir en mar embravecido lo que ni siquiera había llegado a lago turbulento! Desde lo alto del pedestal de la farola, lanzar mi nombre por encima de todos los ecos y rumores de la multitud; después, cuatro arranques tribunicios bien empapados en el espíritu revoltoso que palpitaba en aquellas gentes inflamables, y, al fin, arrastrarlas en mi seguimiento, cual desbordado torrente, por donde a mí me diera la gana. ¡Dios mío, qué cosquilleo sentí entonces en la garganta! ¡Cómo forcejeaba en ella todo el aire de mis pulmones para formar un nombre, y lanzarle al espacio, sonoro y penetrante, como toque de clarín de guerra! ¡Cómo se estremecían todas las fibras de mi cuerpo! ¡Qué temblar el de mis brazos! ¡Qué gallardía la de los apóstrofes que me asaltaban las mientes, caldeados al fuego del entusiasmo que me devoraba! No podía más: alcé el brazo que no necesitaba para agarrarme al pedestal; arranqué el sombrero de mi cabeza; moví los labios trémulos...
          En esto crecieron los gritos y la agitación de las primeras filas; y el resplandor de una hoguera, arrimada a las puertas del Principal, iluminó aquella parte del sombrío cuadro. El inesperado acontecimiento me contuvo. Momentos después, entre aplausos y patriótica bullanga, ardían los portones. ¿De quién fue la idea? ¿Quién trajo la leña, y de dónde? ¡Vaya usted a saberlo!
          Abierta la brecha, se lanzó por ella, con la impetuosidad de un torrente, lo que del mar de afuera cupo dentro del edificio. Esta evolución removió toda la masa sobrante; y por los huecos que iban resultando avancé yo, a fuerza de puños, hasta la acera misma del Principal. El tumulto había atropellado la guardia; y como no halló resistencia, apoderóse, entre abrazos a los soldados y vivas a todo lo de costumbre, de las armas y municiones de éstos.
          La cosa hasta entonces iba arreglándose tal cual: ni un tiro, ni una herida, ni un insulto entre los dos tradicionales enemigos. Harto más alborotaban las furias ociosas de la Puerta del Sol, que habían dado en la gracia de pedir las cabezas de determinados personajes. En medio de estos gritos salieron del Principal a la calle muchos hombres, armados con sables y fusiles que habían adquirido adentro; otros, que ya estaban afuera con armas, se unieron a ellos. No sé si fue por contagio de los gritos de las mujeres, o porque les hizo más feroces el verse tan unidos y bien pertrechados; pero es la verdad que apenas estuvieron agrupados en la calle, comenzaron a rugir amenazas de muerte y exterminio. ¡A casa de Fulano! ¡A casa de Mengano...! Y el coro, la gran masa, lo repetía con voz formidable y ademán aterrador. Y noté que en este vocerío tremebundo se nombraban con preferencia un palacio de la calle de las Rejas, muy aborrecido entonces, y la casa de Valenzuela. Y sin duda por ser ésta la más cercana, los forajidos aquéllos enderezaron el rumbo hacia allá. Me estremecí. Luego, movido de una resolución súbita, avancé, apartando la gente a empellones, hasta ponerme delante de los primeros.
          -¡Alto! -grité como un energúmeno, alzando los brazos mucho más arriba de la cabeza.
          ¡Suerte loca la mía! En la vanguardia del pelotón armado iban Bujes y tres de sus camaradas, que, como él, me habían conocido en la redacción.
          -¡Pedro Sánchez!... ¡Viva Pedro Sánchez! -gritaron, abrazándome Bujes y alzando los otros los fusiles al aire- ¡El defensor de los hijos del pueblo! ¡El perseguido por los enemigos de la libertad!
          Cientos y cientos, y creo que miles de bocas repetían mi nombre, cuya resonancia, no cabiendo en los ámbitos de la Puerta del Sol, fue a perderse en rugidos en todas las calles que desembocaban allí. Manos sin número estrecharon las mías, y brazos sin cuento me estrujaron, me oprimieron y aun me levantaron en vilo.




El patio del cuartel de la Montaña,
tras la toma por las fuerzas leales a la República,
20 de Julio de 1936

El Comité Revolucionario Republicano en la cárcel Modelo, 10 de Marzo de 1931
(De Izquierda a derecha: Garzón Baz, Ángel García, Justo Aedo, Jesús del Río, Ángel Galarza, Luís Hernández Alfonso, Antonio Sánchez Fuster, Carlos Castillo, Niceto Alcalá Zamora, Francisco Largo Caballero, Fernando Buriel, Fernando de los Ríos, Miguel Maura, Emilio Palomo y Francisco Casares Quiroga).


El gobierno de la Generalitat de Cataluña en la cárcel Modelo,
tras los sucesos del 6 de Octubre de 1934
(De izquierda a derecha: Pedro Mestres, Martí Esteve, Luís Companys, Joan Lluhí, Joan Comorera, 
Martí Barrera y Ventura Gassol).





Alfonso Sánchez García
Ciudad Real. 1880-1953



Alfonso Sánchez Portela (Alfonsito)
Madrid. 1902-1990





"Mi mujer" 1904

S. M. la Reina Victoria Eugenia y la Emperatriz Eugenia de Montijo
en los Jardines del Palacio de Dueñas de Sevilla,
 el 8 de marzo de 1920

Antonio Machado y Rosario del Olmo
en El Cafe de Las Salesas, 1933

 Don Ramón María del Valle Inclán
en su casa de General Oráa,
agosto de 1930

Retrato de Federico García Lorca, 1930



Fiesta Popular, 1932

Vendedora de pavos en la Plaza de Santa Cruz, 1925

Fotógrafo minutero en la Plaza de Oriente, 1925 (ca)

Sufragistas en la calle de Alcalá, 1932

"El billete de tope"1934

Bombardeo del aeródromo de Cuatro Vientos, 1930

Monte de piedad, 1925

Pianista con niña, 1926 (ca)


Fotografías de ALFONSO.
Diseño logotipo de Manuel Tovar.
Texto, extraído de "Pedro Sánchez" de José María de Pereda.


Cadáver de Calvo Sotelo, 1936

Clase de disección de Ramón y Cajal. 1915

El cadáver del presidente José Canalejas
en los salones de la Presidencia del Gobierno. 1912