jueves, 6 de noviembre de 2014

"Elliot Erwitt"






LOS CAZADORES deMENTES





Elliot Erwitt
París, 1928



Autorretrato.


















"Mi familia y otros animales"








          Dodo pertenecía a una raza llamada dandy dinmont. Estos perros son algo así como largos y obesos globos cubiertos de pelo, con diminutas patitas torcidas, ojos enormes y protuberantes y largas orejas caídas. Lo curioso es que fue Mamá quien introdujo en la casa esta raza estrafalaria y contrahecha. Un amigo nuestro poseía una pareja de dichos animales que, tras varios años de esterilidad, engendró una camada de seis cachorros. El pobre hombre estaba desesperado intentando buscarles buenas casas a todas aquellas crías, y Mamá, llevada de su carácter bondadoso e impulsivo, se ofreció a quedarse con uno. Una tarde fue a elegir su cachorro y, sin pararse a pensarlo, escogió una hembra. En aquel momento no consideró lo imprudente que sería meter una perra en una casa poblada exclusivamente por canes viriles. Agarrando debajo del brazo aquella especie de salchicha semiconsciente, Mamá subió al coche y regresó triunfalmente a la villa para presentarnos al nuevo inquilino. El cachorro, decidido a hacer de la ocasión una fecha memorable, padeció un mareo violento e ininterrumpido desde el momento de entrar en el coche hasta el momento de salir. La familia, congregada en la terraza, contempló cómo el trofeo de Mamá se arrastraba sendero arriba, con los ojos desorbitados, las orejas pendulando al desgaire, las diminutas patas luchando con denuedo por mantener en movimiento el cuerpo informe, y parándose de trecho en trecho para vomitar sobre las flores.
         -Oh, ¿no es encantador?- exclamó Margo.
        -¡Santo Dios! ¿Qué horror!- dijo Larry, contemplando a Dodo con repugnancia-. ¿De dónde has sacado ese Frankenstein canino?
         -Pero si es un perrito encantador- repitió Margo-. ¿Qué le encuentras de malo?
        -No es perrito, es perrita- dijo Mamá, contemplando con orgullo su adquisición-; se llama Dodo.
      - Pues peor todavía me lo pones- dijo Larry-. Es un nombre detestable para un animal, y meter una perra en una casa con esos tres libidinosos por en medio son ganas de buscarse complicaciones. Pero además, ¡qué espanto! ¡Qué cosa tan informe! ¿Y cómo es que es así? ¿Ha sufrido un accidente, o le viene de nacimiento?
         -No seas bobo, querido, es la raza. Tienen que ser así.
         -Tonterías, madre, eso es un monstruo. ¿Quién puede haber criado deliberadamente una cosa de esa forma?
          Yo señalé que los dachshunds tenían una forma muy semejante, obtenida con el fin de que se pudieran meter en las madrigueras de los tejones. Probablemente el dandy dinmont había sido criado para algo similar.
          -Lo habrán criado para meterse por las cloacas- dijo Larry.
          -No seas asqueroso, hijo. Son unos perritos muy simpáticos, y muy leales, según dicen.
       -Naturalmente que tendrán que ser leales a cualquiera que se interese por ellos; no creo que puedan contar con muchos admiradores en el mundo.
         -No tienes por qué denigrarla de ese modo, y además tú no eres quien para hablar de belleza; al fin y al cabo no es el exterior lo que importa, y antes de tirar piedras contra el tejado ajeno deberías ver la viga en el tuyo- dijo Margo triunfante.
          Larry se quedó perplejo.
          -¿Es eso un refrán o una cita de la Gaceta del Constructor?- preguntó.
          -Creo que se refiere a que en boca cerrada, cuchillo de palo- dijo Leslie.
          -Me dais náuseas- dijo Margo con aires de reina ofendida.
          -Pues ahí tienes las flores para aliviarte como la pequeña Dodo.
          -Vamos, vamos- dijo Mamá-, no os pongáis a discutir. Es mi perrita y a mí me gusta, y no hay más que hablar.






          De modo que Dodo se instaló en casa, mostrando casi de inmediato una serie de defectos en su constitución que nos daría más trabajo que los de todos los demás perros juntos. Para empezar, le fallaba una de las patas traseras, y a cualquier hora del día o de la noche se le salía la articulación de la cadera, sin motivo aparente. Dodo, que no era ninguna estoica, acogía la catástrofe con una serie de taladrantes alaridos que subían en crescendo hasta intensidad tal que no había oído que lo aguantara. Lo extraño era que la pata no parecía molestarle nunca cuando salía de paseo, o cuando en la terraza retozaba con elefantino entusiasmo detrás de una pelota. Pero por la tarde, cuando toda la familia estaba pacíficamente sentada y absorta en sus tareas de escribir, leer o hacer punto, la pata de Dodo se salía de repente de su sitio, ella se revolcaba tripa arriba y exhalaba un berrido que hacía a todo el mundo saltar hasta el techo y perder el control de lo que estuviera haciendo. Cuando a fuerza de masajes le reintegrábamos la pata a su posición, Dodo ya estaba exhausta de berrear y se sumía inmediatamente en un sueño dulce y apacible, dejándonos a los demás con los nervios tan desechos que no podíamos concentrarnos en nada durante el resto del día.
          Pronto descubrimos que Dodo tenía una inteligencia muy limitada. En el cerebro no le cabía más que una idea cada vez, idea que Dodo retenía tenazmente contra viento y marea. En un momento muy temprano de su carrera decidió que Mamá le pertenecía, pero no extremó su afán de posesión hasta el día en que Mamá se fue al pueblo de compras y la dejó en casa. Convencida de que no volvería a verla, Dodo se abandonó al dolor y se dedicó a renquear por toda la casa entre aullidos lastimeros, sufriendo a veces tales accesos de congoja que la pata se salía de su sitio. Acogió el regreso de Mamá con incrédulo alborozo, pero se prometió a sí misma que a partir de aquel momento no la perdería de vista, no fuera a ser que volviese a escaparse. Para ello se le pegó con la tenacidad de una lapa, sin apartarse de ella más allá de medio metro como mucho. Si Mamá se sentaba, Dodo se echaba a sus pies; si Mamá tenía que levantarse y cruzar la habitación en busca de un libro o un cigarrillo, Dodo la acompañaba, y luego regresaban juntas y se volvían a sentar, Dodo dando un hondo suspiro de satisfacción porque una vez más había frustrado los intentos de evasión de Mamá. Insistía, incluso, en estar presente en sus baños, y sentada melancólicamente junto a la bañera la contemplaba con incómoda fijeza. Todo intento de dejarla afuera tenía por resultado que se pusiera a aullar como loca y a arrojarse contra la puerta, con lo cual casi indefectiblemente se le salía la pata de su sitio. Parecía estar persuadida de que no era prudente permitir que Mamá entrara sola en el cuarto de baño, ni siquiera montando guardia a la puerta. Debía de pensar que siempre había la posibilidad de que Mamá le diese esquinazo deslizándose por el sumidero.






          Al principio, Roger, Widdle y Puke la trataron con despectiva condescendencia; no podía tenerla en mucha estima, porque era demasiado gorda y paticorta para acompañarles en sus caminatas, y si intentaban jugar con ella parecía darle un ataque de manía persecutoria y salía galopando para casa, aullando en busca de protección. En general se inclinaban a considerarla como una mera adicción aburrida y superflua para la familia, hasta que descubrieron que tenía una característica superlativa y absolutamente deliciosa: la de ponerse en celo con monótona regularidad. La propia Dodo manifestaba una inocencia un tanto patética de las cosas de la vida. Se la veía no ya perpleja, sino verdaderamente asustada ante sus repentinos estallidos de popularidad, cuando sus admiradores acudían en tal número que Mamá tenía que ir con ella armada de un garrote. Fue esta inocencia victoriana lo que hizo que Dodo sucumbiera fácilmente al encanto de las magníficas cejas rubias de Puke, encontrándose con un destino cien veces peor que la muerte la tarde en que Mamá tuvo el descuido de dejarlos a ambos encerrados en el cuarto de estar mientras supervisaba la preparación del té. La llegada imprevista del cura inglés y su esposa, su paso a la habitación donde la feliz pareja daba rienda suelta a sus ímpetus y los esfuerzos consiguientes por mantener una conversación normal bastaron para dejar a Mamá desmadejada y con un espantoso dolor de cabeza.
          Para sorpresa de todo el mundo (Dodo incluida) nació un cachorro de aquella unión, una extraña y lloriqueante plasta de criatura con la figura de su madre y el curioso pelaje marrón y blanco de su padre. Para Dodo, convertirse en madre de la noche a la mañana fue una experiencia traumática que casi le costó una crisis de nervios, porque se veía desgarrada entre el deseo de permanecer en un sitio con su cachorro y la urgencia de mantenerse pegada a Mamá. Pero nosotros no nos dábamos cuenta de su conflicto interior. Al fin optó por una solución de compromiso, y seguía a Mamá a todas partes con el cachorro en la boca. Llevaba toda una mañana así cuando descubrimos sus pretensiones; el desgraciado perrillo iba colgando de su boca por el cuello, con el cuerpo oscilando de aquí para allá mientras Dodo trotaba detrás de su ama. Visto que ni regaños ni súplicas surtían efecto, Mamá tuvo que recluirse en su alcoba con madre e hijo, y nosotros llevarles la comida de los tres en una bandeja. Pero ni eso eliminó el problema, porque si Mamá se levantaba de su asiento, Dodo, siempre alerta, agarraba a su cachorro y se sentaba a vigilarla ojo avizor, dispuesta a salir andando si fuera preciso.
          -Si esto sigue así por mucho tiempo, ese cachorro acabará convirtiéndose en jirafa- observó Leslie.
          -Ya lo sé, pobrecito mío- dijo Mamá-; ¿pero qué quieres que haga? No puedo ni encender un cigarrillo sin que lo coja.
          -Lo más sencillo sería ahogarlo- dijo Larry-. De todos modos, si llega a adulto va a ser un animal horripilante. No hay más que ver a sus padres.
          -¡Ay de ti como lo intentes!- exclamó Mamá indignada.
          -No seas horrible- dijo Marga-; pobre criaturita.
     -Como queráis, pero esto de dejarse encadenar a una silla por un perro es una situación absolutamente ridícula.
          -El perro es mío, y si me apetece estar aquí sentada lo estaré- dijo Mamá con firmeza.
          -¿Pero hasta cuándo? La cosa puede prolongarse durante meses enteros.
          -Ya se me ocurrirá algo- dijo Mamá muy digna.
          Y al fin se le ocurrió una solución sencilla: contratar los servicios de la hija menor de la criada para llevarle el cachorro a la perra. Este arreglo le pareció muy bien a Dodo, y de nuevo pudo Mamá moverse por la casa. Deambulaba de una habitación a otra como un potentado oriental, con Dodo pisándole los talones y la joven Sofía al final del cortejo, con la lengua afuera y ojos desorbitados del esfuerzo, llevando en sus brazos un enorme almohadón sobre el que reposaba el extraño vástago de Dodo. Cuando Mamá iba a permanecer un ratito en algún sitio, Sofía depositaba reverentemente el almohadón en el suelo, y Dodo trepaba encima y daba un hondo suspiro. En cuanto Mamá se disponía a trasladarse a otra parte de la casa, Dodo se tiraba al suelo, se sacudía y ocupaba su puesto en el desfile, mientras Sofía alzaba el almohadón con tanto cuidado como si de una corona se tratase. Mamá oteaba por encima de sus gafas para comprobar si la columna estaba a punto, y a un gesto suyo todos se ponían en marcha hasta la parada siguiente.
          Todas las tardes Mamá salía de paseo con los perros, y la familia se divertía muchísimo viendo su partida monte abajo. Abría el desfile Roger, como perro de más edad, seguido por Widdle y Puke. Luego iba Mamá, tocada con un inmenso sombrero de paja que le confería el aspecto de una seta andante y armada con un desplantador con el que arrancar cualquier planta silvestre interesante que encontrase. Tras ella renqueaba Dodo, con los ojos saliéndose de las órbitas y la lengua colgante, y Sofía cerraba la marcha a paso solemne, portadora del cachorro imperial en su almohadón. Larry lo llamaba el Circo de Mamá, y le tomaba el pelo vociferando desde la ventana:
          -¡Ohé! Señora, ¡a qué hora empieza la función?












*     *     *









Fotografías de Elliot Erwitt.
Título y texto, extraído de "Mi familia y otros animales", de Gerald Durrell.





2 comentarios:

  1. Jeje, unas fotos muy divertidas, Enrique.

    Buen finde.

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    1. cierto, aunque debajo de la trivialidad se esconde un gran fotógrafo.

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