lunes, 25 de enero de 2021

"red de redes"

CronoCromos


"yo sigo viendo vivir a los demás"




 "red de redes"
























Capturas de pantalla y edición de enriqueponce dosmil20.







Cita de Gonzalo Torrente Ballester.


viernes, 15 de enero de 2021

"Tom Brenner"

BLOg DE NOTAS



Tom Brenner

New Jersey, EEUU



Fotografía bajada de la red.










"Presidencial"




De la reelección del presidente

Cuando el jefe del poder ejecutivo es reelegido, es el propio estado el que intriga y corrompe. -El deseo de ser reelegido domina todos los pensamientos del presidente de los Estados Unidos. -Inconveniente de la reelección, especialmente en Norteamérica. -El vicio de las democracias es la sumisión gradual de todos los poderes a los deseos de la mayoría. -La reelección del presidente favorece este vicio.




Los legisladores en Estados Unidos ¿han hecho bien o mal en permitir la reelección del presidente?

          Impedir que el jefe del poder ejecutivo pueda se reelegido parece, a primera vista, contrario a la razón. Es sabida la influencia que las dotes o el carácter de un solo hombre ejercen sobre el destino de todo un pueblo, tanto más en circunstancias difíciles y en épocas de crisis. Unas leyes que prohibieran a los ciudadanos reelegir a un primer magistrado les privaría del mejor medio de hacer prosperar al Estado o de salvarle. Además, se podría llegar así al extravagante resultado de que un hombre fuera excluido del gobierno precisamente en el momento en que acabara de probar que era capaz de gobernar bien.

          Estas razones son poderosas, indudablemente, pero ¿acaso no pueden oponérselas otras más fuertes aún?

          La intriga y la corrupción son vicio naturales de los gobiernos electivos. Pero cuando el jefe del Estado puede ser reelegido, estos vicio se extienden indefinidamente y comprometen la existencia misma del país. Cuando un simple candidato pretende medrar mediante la intriga, tiene un espacio limitado para sus maniobras. Pero si es el jefe del Estado el que entra en liza, emplea en provecho propio la fuerza del gobierno.

          En el primer caso, se trata sólo de un hombre con débiles medios; en el segundo, es el Estado mismo, con sus inmensos recursos, el que intriga y corrompe.

          El ciudadano corriente que emplea maniobras culpables para llegar al poder sólo de manera indirecta puede perjudicar a la prosperidad pública; pero si el representante del poder ejecutivo desciende a la lid, los intereses del gobierno se convierten para él en algo secundario; lo principal es su elección. Las negociaciones, como las leyes, no son para él sino combinaciones electorales; los puestos se convierten en otras tantas recompensas por servicios prestados, no a la nación, sino a su jefe. Aunque haya casos en que la acción del gobierno no sea contraria al interés del país, tampoco sirve ya a éste, a pesar de que debe ser su único fin.

          Es imposible contemplar la marcha ordinaria de los asuntos públicos en los Estados Unidos sin percibir que el deseo de ser reelegido domina los pensamientos del presidente, que toda la política de su administración se dirige hacia ese punto; y, sobre todo, que a medida que la crisis se aproxima, el interés individual sustituye en su espíritu al interés general.

          Así, pues, el principio de la reelección hace más extensa y peligrosa la influencia corruptora de los gobiernos electivos. Tiende a degradar la moral política del pueblo y a reemplazar el patriotismo por la habilidad.

          En América, dicho principio ataca aún más de cerca las fuentes de la existencia nacional.





          Cada gobierno lleva en sí un vicio natural que parece inherente al principio mismo de su vida; el genio del legislador consiste en discernirlo bien. Un Estado puede triunfar de muchas leyes malas, y a menudo se exagera el mal que éstas causan. Pero toda ley cuyo efecto es el de desarrollar ese germen de muerte no puede dejar, a la larga, de ser fatal, aunque sus malos efectos no se perciban inmediatamente.

          El principio de ruina en las monarquías absolutas es la extensión ilimitada e irrazonable del poder real. Cualquier medida que hiciera desaparecer el contrapeso puesto por la Constitución a dicho poder sería, pues, radicalmente mala, aunque sus efectos no se dejaran sentir en mucho tiempo.

          De la misma manera, en los países donde impera la democracia y donde el pueblo es el centro de todo, las leyes que hacen su acción cada vez más rápida e irresistible atacan de una manera directa la existencia del gobierno.

          El mayor mérito de los legisladores americanos es de haber percibido claramente esta verdad y haber tenido el valor de ponerla en práctica.



          Juzgaron que era preciso que, además del pueblo, hubiera un cierto número de poderes que, sin ser completamente independientes de él, gozasen, dentro de su esfera, de un grado de libertad bastante amplio, de tal suerte que, obligados a someterse a la dirección permanente de la mayoría, pudieran sin embargo luchar contra sus caprichos y negarse a sus peligrosas exigencias.

          A tal efecto, concentrando todo el poder ejecutivo de la nación en una sola mano, dieron al presidente amplias prerrogativas y le armaron del veto para resistir los atropellos de la legislatura.

          Pero al introducir el principio de la reelección, destruyeron en parte su obra. Han concedido al presidente un gran poder, pero le han quitado el deseo de hacer uso de él.

          Si el presidente no fuera reelegible, no por eso sería independiente del pueblo, ya que seguiría siendo responsable ante él, pero el favor de los ciudadanos no le sería tan necesario como para plegarse en todos a sus deseos.

          Siendo reelegible (y esto es verdad, sobre todo en nuestros días, en que la moral política se relaja y los grandes caracteres desaparecen), el presidente de los Estados Unidos sólo es un instrumento dócil en manos de la mayoría. Ama lo que ésta ama, odia lo que ella odia, se anticipa a su voluntad, previene sus quejas, se doblega a sus menores deseos; los legisladores pretendieron que él la guiara, y es él quien la sigue.

          Así, para no privar al Estado del talento de un hombre, han hecho casi inútil ese talento, y para poder contar con un recurso en circunstancias extraordinarias, han expuesto al país a un peligro constante.



tombrenner.net




Fotografías y título de Tom Brenner.

Texto, extraído de "La democracia en América", de Alexis de Tocqueville.



martes, 5 de enero de 2021

"Roland Barthes-II"






LA C(r)ÓNICA LUZ





Roland Barthes
Cherburgo-Octeville, Francia. 1915-1980




Fotografía de Jacques Livet, 1938.










"The photograph", 1981
Luis Camnitzer


          Lo que había observado al principio, de forma separada, a guisa de método, y que consistía en que toda foto es de algún modo connatural con su referente, lo descubrí ahora de nuevo, como algo nuevo, debería decirlo así, arrebatado por la verdad de la imagen. Así pues, desde aquel momento debía consentir la mezcla de dos voces: la de la trivialidad (decir lo que todo el mundo ve y sabe) y la de la singularidad (hacer emerger dicha trivialidad del ímpetu de una emoción que sólo me pertenece a mí). Era como si indagase la naturaleza de un verbo que no tuviese infinitivo y que sólo se pudiese encontrar provisto de un tiempo y de un modo.
          Era preciso ante todo concebir, y por consiguiente, si fuera posible, decir (incluso si se trataba de una cosa sencilla) en qué se diferenciaba el Referente de la Fotografía del de los otros sistemas de representación. Llamo <<referente fotográfico>> no a la cosa facultativamente real a que remite una imagen o un signo, sino a la cosa necesariamente real que ha sido colocada ante el objetivo y sin la cual no habría fotografía. La pintura, por su parte, puede fingir la realidad sin haberla visto. El discurso combina unos signos que tienen desde luego unos referentes, pero dichos referentes pueden ser y son a menudo <<quimeras>>. Contrariamente a estas imitaciones, nunca puedo negar en la Fotografía que la cosa haya estado allí. Hay una doble posición conjunta: de realidad y de pasado. Y puesto que tal imperativo sólo existe por sí mismo, debemos considerarlo por reducción como la esencia misma, el noema de la Fotografía. Lo que intencionalizo en una foto (no hablemos todavía del cine) no es ni el Arte, ni la Comunicación, es la Referencia, que es el orden fundador de la Fotografía.
          El nombre del noema de la Fotografía será pues: <<Esto ha sido>>, o también lo Intratable. En latín (pedantería necesaria ya que aclara ciertos matices), esto se expresaría sin duda así: <<interfuit>>; lo que veo se ha encontrado allí, en ese lugar que se extiende entre el infinito y el sujeto (operator o spectator); ha estado allí, y sin embargo ha sido inmediatamente separado, ha estado absoluta, irrecusablemente presente, y sin embargo diferido ya. Todo esto es lo que quiere decir el verbo intersum.
          Puede que en la marejada cotidiana de las fotos, las mil formas de interés que parecen suscitar, el  noema <<Esto ha sido>> no sea reprimido (un noema nunca puede serlo), pero sí vivido con indiferencia, como un rasgo que cae de su peso. La Foto del Invernadero acababa de despertarme de dicha indiferencia. Siguiendo un orden paradójico, puesto que normalmente nos aseguramos de las cosas antes de declararlas <<verdaderas>>, bajo el efecto de una experiencia nueva, la de la intensidad, yo había inducido de la verdad de la imagen la realidad de su origen, había confundido verdad y realidad en una emoción única, y en ello situaba yo de ahora en adelante la naturaleza -el genio- de la Fotografía, puesto que ningún retrato pintado, aun suponiendo que me pareciese <<verdadero>> podía demostrarme que su referente había existido realmente.



"A failed attempt to photograh reality", 1976
Duane Michals




Texto, extraído de "La cámara lúcida", de Roland Barthes.
Obras de los autores citados.