lunes, 25 de diciembre de 2023

"Ken Kitano"

BLOg DE NOTAS




Ken Kitano
Tokio, Japón. 1968.







"Esta mañana, al levantarme, vi los árboles desnudos y negros bajo el cielo gris. Mi despertar fue brusco, como ocurre cuando se tiene un sueño ansioso. Y, sin embargo, no había soñado nada. ¿Qué significa nuestra vida? Está en manos de los dioses, y nosotros no conocemos nada, salvo el miedo."















         "En casa de mi madre no se sentía ni sombra de la influencia de los extranjeros. A veces, es verdad, algunas sirvientas contaban animadamente cosas acerca de extranjeros apenas entrevistos en la calle, cuando iban a la compra; eran interminables conversaciones a propósito de su piel lívida, de sus ojos claros. Yo prestaba oído a aquellas conversaciones con la misma curiosidad insana que escuchaba los cuentos de fantasma y diablos, en lo que la fantasía de Wang-Da-Ma era fertilísima. ¿No había yo, en efecto, oído referir a la servidumbre cosas de la extraña magia de los blancos, de su poder de raptar el alma de las personas con una pequeña máquina encerrada en una cajita negra a la que aplicaban el ojo? La cajita hacía ¡tac! Se oía saltar un resorte. Inmediatamente, una extraña debilidad sentíase en el pecho, y poco tiempo después uno moría de enfermedad o accidente."








Fotografías de Ken Kitano.
Texto, extraído de "Viento del este, viento del oeste", de Pearl S. Buck.

viernes, 15 de diciembre de 2023

"Una curiosa manera de mostrar los cuadros"

EL CAJÓN deSASTRE




"Una curiosa manera de mostrar los cuadros"



Fotografía de Val del Omar.



Luis Cernuda cuenta una anécdota sucedida en el tiempo de las Misiones, cuando él y Ramón Gaya acompañaban al Museo Ambulante por todo el territorio nacional. Su cometido era mostrar las copias de algunas obras escogidas del Museo del Prado, pintadas por Juan Bonafé, Eduardo Vicente y Ramón Gaya. En un pueblo de Segovia se encontraron que la sala donde debían mostrar los cuadros era demasiado pequeña.
«El local elegido en Pedraza era tan bajo de techo que algunos lienzos fue imposible apoyarlos contra la pared. Por ello no hubo otra manera de mostrarlos al público que desde el balcón».
En la imagen (una fotografía de Val del Omar), vemos al poeta explicando "Los fusilamientos", una copia de Ramón Gaya del mítico cuadro de Francisco de Goya.
Casi siempre recibió el Museo una cálida acogida. Siguiendo con Cernuda: «nuestra presencia, como de ordinario, suscitaba la curiosidad del vecindario; los chicos nos daban escolta de un lado y a otro. Siempre nos sorprendía [...] la limpieza de los ojos infantiles. Tenían tan brillo y vivacidad que me apenaba pensar cómo al transcurrir el tiempo, la inercia, la falta de estímulo y sordidez de ambiente, ahogarían las posibilidades humanas que en aquellas miradas amanecían».



Texto de Luis Cernuda en "Soledades de España. Con el Museo del Pueblo", 1933
(Extraído de un post de Facebook).



martes, 5 de diciembre de 2023

sábado, 25 de noviembre de 2023

"IA"

EL CAJÓN deSASTRE






           Pero ahora Texas era invisible, y hasta resultaba difícil ver los Estados Unidos. Aunque el inductor de bajo impulso de plasma había sido cortado, la Discovery se hallaba aún navegando, con su grácil cuerpo semejante a una flecha apuntando fuera de la Tierra, y orientado todo su dispositivo óptico de alta potencia hacia los planetas exteriores, donde se encontraba su destino.
          Sin embargo había un telescopio que apuntaba permanentemente a la Tierra. Estaba montado como la mira de un arma de fuego en el borde de la antena de largo alcance de la nave, y comprobaba que el gran rulo parabólico estuviese rígidamente fijado sobre su distante blanco. Mientras la Tierra permanecía centrada en la retícula del anteojo, el vital enlace de comunicación estaba intacto, y podían provenir y expandirse mensajes a lo largo del invisible haz que se extendía más de tres millones de millas cada día que pasaba.
          Por lo menos una vez en cada periodo de guardia, Bowman miraba a la Tierra a través del telescopio de alineación de la antena. Pero como aquella estaba ahora muy lejos, atrás, del lado del Sol, presentaba a la Discovery su oscurecido hemisferio, y en la pantalla central aparecía el planeta como un centelleante creciente de plata, semejante a otro Venus.
          Era raro que en aquel arco de luz siempre menguante pudieran ser identificados cualesquiera rasgos geográficos, pues las nubes y la cabina los ocultaban, pero hasta la obscurecida porción del disco era infinitamente fascinadora. Estaba sembrada de reluciente ciudades; algunas de ellas brillaban con invariable luz, titilando a veces como luciérnagas cuando pasaban sobre ellas variaciones atmosféricas.
          Había también periodos en que, cuando la Luna pasaba en su órbita, resplandecía como una gran lámpara sobre los oscurecidos mares y continentes de la Tierra. Luego, con un temblor de agradecimiento, Bowman podía vislumbrar a menudo líneas costeras, brillando en aquella espectral luz lunar. Y a veces, cuando el Pacífico estaba en calma, podía hasta ver el fulgir lunar brillando en su cara; y recordaba noches bajo las palmeras de las lagunas tropicales.
          Sin embargo no lamentaba en absoluto aquellas perdidas bellezas. Las había disfrutado todas, en sus treinta y cinco años de vida; y estaba decidido a volverlas a disfrutar, cuando volviese rico y famoso. En el ínterin, la distancia las hacía a todas tanto más preciosas.
          Al sexto miembro de la tripulación no le importaban nada todas esas cosas, pues no era humano. Era el sumamente perfeccionado computador HAL 9.000, cerebro y sistema nervioso de la nave.


Jesús y sus doce apóstoles.


William Shakespeare.



          HAL (sigla de Computador ALgorítmico Heurísticamente programado, nada menos) era una obra maestra de la tercera generación de computadores. Ello parecía ocurrir en intervalos de viente años, y mucha gente pensaba ya que otra nueva creación era inminente.
          La primera había acontecido en 1940 y pico, cuando la válvula de vacío hacía tiempo anticuada, había hecho posible tan toscos cachivaches de alta velocidad como la ENIAC y sus sucesores. Luego en los años sesenta habían sido perfeccionados sólidos ingenios microelectrónicos. Con su advenimiento, resultaba claro que inteligencias artificiales cuando menos tan poderosas como la del hombre, no necesitaban ser mayores que mesas de despacho... caso de que se supiera cómo construirlas.
          Probablemente nadie lo sabría nunca; más ello no importaba. En los años ochenta, Minsky y Good habían mostrado cómo podían ser generadas automáticamente redes nerviosas autorreplicadas, de acuerdo con cualquier arbitrario programa de enseñanza. Podían construirse cerebros artificiales mediante un proceso asombrosamente análogo al desarrollo de un cerebro humano. En cualquier caso dado, jamás se sabrían los detalles precisos, y hasta si lo fueran, serían millones de veces demasiado complejos para la compresión humana.
          Sea como fuere, el resultado final fue una máquina-inteligencia que podía reproducir -algunos filósofos preferían la palabra "remedar"- la mayoría de las actividades del cerebro humano, y con mucha mayor velocidad y seguridad. Era sumamente costosa y sólo habían sido construidas hasta la fecha unas cuantas unidades de HAL 9.000; pero estaba comenzando a sonar un tanto a hueca la vieja chanza de que siempre sería más fácil hacer cerebros orgánicos mediante un inhábil trabajo.












          Hal había sido entrenado para aquella misión tan esmeradamente como sus colegas humanos... y a un grado de potencia mucho mayor, pues además de su velocidad intrínseca, no dormía nunca. Su primera tarea era mantener en su punto los sistemas de subsistencia, comprobando continuamente la presión del oxígeno, la temperatura, el ajuste del casco, la radiación y todos los demás factores inherentes de los que dependían las vidas del frágil cargamento humano. Podía efectuar las intrincadas correcciones de navegación y ejecutar las necesarias maniobras de vuelo cuando era el momento de cambiar de rumbo. Y podía atender a los hibernadores, verificando cualquier ajuste necesario a su ambiente, y distribuyendo las minúsculas cantidades de fluidos intravenosos que los mantenían con vida.
          Las primeras generaciones de computadores habían recibido la información necesaria a través de teclados de máquinas de escribir aumentados, y habían replicado a través de impresoras de alta velocidad y despliegues visuales. Hal podía hacerlo también así, de ser necesario, pero la mayoría de sus comunicaciones con sus camaradas de navegación se hacía mediante la palabra hablada. Poole y Bowman podían hablar a Hal como si fuese un humano, y él replicaría en el más puro y perfecto inglés que había aprendido durante las fugaces semanas de su electrónica infancia.
          Sobre si Hal pudiera realmente pensar, era una cuestión que había sido establecida por el matemático inglés Alan Turing en los años cuarenta. Turing había señalado que, si se podía llevar a cabo una prolongada conversación con una máquina -indistintamente mediante máquina de escribir o micrófono- sin ser capaz de distinguir entre sus respuestas y las que podría dar un hombre, en tal caso la máquina estaba pensando, por cualquier sensible definición de la palabra. Hal podía pasar con facilidad el test de Turing.
          Y hasta podía llegar el día en que Hal tomase el mando de la nave, en caso de emergencia, si nadie respondía a sus señales, intentaría despertar a los durmientes miembros de la tripulación, mediante una estimulación eléctrica y química. Y si no respondían, pediría nuevas órdenes por radio a la Tierra.
          Y entonces, si tampoco la Tierra respondiese, adoptaría las medidas que juzgara necesarias para salvaguardia de la nave y la continuación de la misión... cuyo real propósito sólo él conocía, y que sus colegas humanos jamás habrían sospechado.
          Poole y Bowman se había referido a menudo humorísticamente a sí mismos como celadores o conserjes a bordo de una nave que podía realmente andar por sí misma. Se hubieran asombrado mucho, y su indignación hubiera sido más que regular, al descubrir cuánta verdad contenía su chanza.





Imágenes IA de Jyo John Mulloor y @everythingartificial.
Texto, extraído de "2001", de Arthur C. Clarke.


miércoles, 15 de noviembre de 2023

"la duda del artista"

EL CAJÓN deSASTRE






"la duda del artista"




         (…) Nos interesa, como veis, esa riqueza que la obra no encierra, la duda del artista. Y nos es indiferente si éste tiene nombre y apellido, legados por las crónicas, o si lo consideramos anónimo, pero, más responsable todavía de las creaciones que aquellos que dejaron estampada su firma para la posteridad.

          Entre estos últimos, entre los anónimos, también se considera feliz, como Sófocles, el Maestro de las Sombras. Otros han poseído muchas cosas. Él sólo una: las sombras. No recuerdo quien lo inició en el aprendizaje. ¿Su padre?, ¿su abuelo? Tal vez nadie, tal vez lo aprendió una tarde ante la sombra de un árbol o persiguiendo su propia sombra. Su pasión fue creciendo. La luz tenía todo el prestigio, pero la sombra era la auténtica vida de la luz. Cada sombra contenía una luz distinta. Se hizo coleccionista de sombras y, con el tiempo, también escultor de sombras. Las sombras podían esculpirse en la intimidad. Prosperó, aunque únicamente ante sus propios ojos. Y es feliz porque nadie sabe que es tan rico, por consiguiente, nadie le envidia.






(…)


          ¡Si en ese tiempo que le resta supiera lo que verdaderamente le contó la extraña desconocida a Sócrates! No lo que Platón dijo que Sócrates había dicho, sino lo que salió de la boca de aquella. Nunca lo sabremos, Ni Goethe ni nosotros. Sin embargo, en esta estancia del museo discurren una voces colgadas en el tiempo que se refieren a aquella mágica noche en que Sócrates se encontró con la sabia desconocida. Ésta le cuenta al filósofo en qué consiste la belleza de los cuerpos y por qué es más importante la de las conductas y mucho más todavía la de las ideas. Sócrates está conmovido porque la voz de la mujer es maravillosa. Pero todas esas cosas, más o menos, ya las sabe. La sacerdotisa va a explicarle en qué consiste la Belleza en Sí. Sócrates se emociona, pues ningún hombre con anterioridad ha tenido tal honor. De pronto sopla un fuerte viento que se lleva las palabras. Sócrates, ensordecido, no puede oírlas pese a que ve moverse los labios de la mujer. Desesperado, Sócrates exclama <<¡Repíteme qué es la Belleza en Sí, pues el sonido del viento me ha impedido oírlo!>>. Ella sonríe encantadoramente, y desparece.





(…)


          No obstante, un museo como el nuestro, al que no se exigen obras sino espectros es de continuo una paradoja y muy pronto nos enteramos de que los condenados pueden tener asimismo dulces sueños. El Maestro de la Luz es uno de ellos. Cuando era aprendiz de pintor en Amberes mató a un comerciante que le había provocado en la calle y como castigo le encerraron en una mazmorra para siempre. La familia del comerciante exigió que la celda no tuviera luz alguna para que le aprendiz no pudiera pintar. Como era una familia poderosa de la ciudad, los deseos fueron cumplidos. Pero el Maestro de la Luz continuó pintando en su mente. Con los años un carcelero compasivo le entregó papel para dibujar y pasado más años obtuvo lienzos, pinceles y colores. Aunque pintaba en plena oscuridad, su dominio de la luz era portentoso. Sus telas, llenas de una mágica luminosidad, llegaron a manos de un rico coleccionista que, sobornando a algunos consejeros del tribunal, consiguió la liberación del Maestro de la Luz. Mañana será excarcelado. El Maestro de la Luz hurga en su bolsillo. Allí tiene la navaja con que esta tarde se arrancará los ojos, pues, una vez fuera de prisión, quiere seguir investigando la esencia de la luz.





Texto, extraído de “Visión desde el fondo del mar”, de Rafael Argullol.

Obras, “El imperio de las luces”, de René Magritte.