sábado, 25 de noviembre de 2023

"IA"

EL CAJÓN deSASTRE






           Pero ahora Texas era invisible, y hasta resultaba difícil ver los Estados Unidos. Aunque el inductor de bajo impulso de plasma había sido cortado, la Discovery se hallaba aún navegando, con su grácil cuerpo semejante a una flecha apuntando fuera de la Tierra, y orientado todo su dispositivo óptico de alta potencia hacia los planetas exteriores, donde se encontraba su destino.
          Sin embargo había un telescopio que apuntaba permanentemente a la Tierra. Estaba montado como la mira de un arma de fuego en el borde de la antena de largo alcance de la nave, y comprobaba que el gran rulo parabólico estuviese rígidamente fijado sobre su distante blanco. Mientras la Tierra permanecía centrada en la retícula del anteojo, el vital enlace de comunicación estaba intacto, y podían provenir y expandirse mensajes a lo largo del invisible haz que se extendía más de tres millones de millas cada día que pasaba.
          Por lo menos una vez en cada periodo de guardia, Bowman miraba a la Tierra a través del telescopio de alineación de la antena. Pero como aquella estaba ahora muy lejos, atrás, del lado del Sol, presentaba a la Discovery su oscurecido hemisferio, y en la pantalla central aparecía el planeta como un centelleante creciente de plata, semejante a otro Venus.
          Era raro que en aquel arco de luz siempre menguante pudieran ser identificados cualesquiera rasgos geográficos, pues las nubes y la cabina los ocultaban, pero hasta la obscurecida porción del disco era infinitamente fascinadora. Estaba sembrada de reluciente ciudades; algunas de ellas brillaban con invariable luz, titilando a veces como luciérnagas cuando pasaban sobre ellas variaciones atmosféricas.
          Había también periodos en que, cuando la Luna pasaba en su órbita, resplandecía como una gran lámpara sobre los oscurecidos mares y continentes de la Tierra. Luego, con un temblor de agradecimiento, Bowman podía vislumbrar a menudo líneas costeras, brillando en aquella espectral luz lunar. Y a veces, cuando el Pacífico estaba en calma, podía hasta ver el fulgir lunar brillando en su cara; y recordaba noches bajo las palmeras de las lagunas tropicales.
          Sin embargo no lamentaba en absoluto aquellas perdidas bellezas. Las había disfrutado todas, en sus treinta y cinco años de vida; y estaba decidido a volverlas a disfrutar, cuando volviese rico y famoso. En el ínterin, la distancia las hacía a todas tanto más preciosas.
          Al sexto miembro de la tripulación no le importaban nada todas esas cosas, pues no era humano. Era el sumamente perfeccionado computador HAL 9.000, cerebro y sistema nervioso de la nave.


Jesús y sus doce apóstoles.


William Shakespeare.



          HAL (sigla de Computador ALgorítmico Heurísticamente programado, nada menos) era una obra maestra de la tercera generación de computadores. Ello parecía ocurrir en intervalos de viente años, y mucha gente pensaba ya que otra nueva creación era inminente.
          La primera había acontecido en 1940 y pico, cuando la válvula de vacío hacía tiempo anticuada, había hecho posible tan toscos cachivaches de alta velocidad como la ENIAC y sus sucesores. Luego en los años sesenta habían sido perfeccionados sólidos ingenios microelectrónicos. Con su advenimiento, resultaba claro que inteligencias artificiales cuando menos tan poderosas como la del hombre, no necesitaban ser mayores que mesas de despacho... caso de que se supiera cómo construirlas.
          Probablemente nadie lo sabría nunca; más ello no importaba. En los años ochenta, Minsky y Good habían mostrado cómo podían ser generadas automáticamente redes nerviosas autorreplicadas, de acuerdo con cualquier arbitrario programa de enseñanza. Podían construirse cerebros artificiales mediante un proceso asombrosamente análogo al desarrollo de un cerebro humano. En cualquier caso dado, jamás se sabrían los detalles precisos, y hasta si lo fueran, serían millones de veces demasiado complejos para la compresión humana.
          Sea como fuere, el resultado final fue una máquina-inteligencia que podía reproducir -algunos filósofos preferían la palabra "remedar"- la mayoría de las actividades del cerebro humano, y con mucha mayor velocidad y seguridad. Era sumamente costosa y sólo habían sido construidas hasta la fecha unas cuantas unidades de HAL 9.000; pero estaba comenzando a sonar un tanto a hueca la vieja chanza de que siempre sería más fácil hacer cerebros orgánicos mediante un inhábil trabajo.












          Hal había sido entrenado para aquella misión tan esmeradamente como sus colegas humanos... y a un grado de potencia mucho mayor, pues además de su velocidad intrínseca, no dormía nunca. Su primera tarea era mantener en su punto los sistemas de subsistencia, comprobando continuamente la presión del oxígeno, la temperatura, el ajuste del casco, la radiación y todos los demás factores inherentes de los que dependían las vidas del frágil cargamento humano. Podía efectuar las intrincadas correcciones de navegación y ejecutar las necesarias maniobras de vuelo cuando era el momento de cambiar de rumbo. Y podía atender a los hibernadores, verificando cualquier ajuste necesario a su ambiente, y distribuyendo las minúsculas cantidades de fluidos intravenosos que los mantenían con vida.
          Las primeras generaciones de computadores habían recibido la información necesaria a través de teclados de máquinas de escribir aumentados, y habían replicado a través de impresoras de alta velocidad y despliegues visuales. Hal podía hacerlo también así, de ser necesario, pero la mayoría de sus comunicaciones con sus camaradas de navegación se hacía mediante la palabra hablada. Poole y Bowman podían hablar a Hal como si fuese un humano, y él replicaría en el más puro y perfecto inglés que había aprendido durante las fugaces semanas de su electrónica infancia.
          Sobre si Hal pudiera realmente pensar, era una cuestión que había sido establecida por el matemático inglés Alan Turing en los años cuarenta. Turing había señalado que, si se podía llevar a cabo una prolongada conversación con una máquina -indistintamente mediante máquina de escribir o micrófono- sin ser capaz de distinguir entre sus respuestas y las que podría dar un hombre, en tal caso la máquina estaba pensando, por cualquier sensible definición de la palabra. Hal podía pasar con facilidad el test de Turing.
          Y hasta podía llegar el día en que Hal tomase el mando de la nave, en caso de emergencia, si nadie respondía a sus señales, intentaría despertar a los durmientes miembros de la tripulación, mediante una estimulación eléctrica y química. Y si no respondían, pediría nuevas órdenes por radio a la Tierra.
          Y entonces, si tampoco la Tierra respondiese, adoptaría las medidas que juzgara necesarias para salvaguardia de la nave y la continuación de la misión... cuyo real propósito sólo él conocía, y que sus colegas humanos jamás habrían sospechado.
          Poole y Bowman se había referido a menudo humorísticamente a sí mismos como celadores o conserjes a bordo de una nave que podía realmente andar por sí misma. Se hubieran asombrado mucho, y su indignación hubiera sido más que regular, al descubrir cuánta verdad contenía su chanza.





Imágenes IA de Jyo John Mulloor y @everythingartificial.
Texto, extraído de "2001", de Arthur C. Clarke.


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