viernes, 25 de julio de 2014

"Edward Weston"






LOS CAZADORES deMENTES






Edward Weston
EEUU, 1886-1958




Fotografía de Brett Weston, 1929.



















"Cocinando desnudos"







          A un célebre diseñador de modas le oí decir, mientras ajustaba un insignificante trapo semitransparente de siete mil dólares sobre los huesos de una modelo bulímica, que el mejor atavío de una mujer es su sonrisa radiante. A veces es todo lo que se necesita, pero por desgracia yo lo he descubierto algo tarde, después de malgastar mucha vida rabiando frente a mi closet y a una edad en la que no resulta gracioso andar en cueros.
          Todo lo que se cocina para un amante es sensual, pero mucho más lo es si ambos participan en la preparación y aprovechan para ir quitándose la ropa con picardía, mientras pelan cebollas y deshojan alcachofas. Lástima, mi marido es buen cocinero, pero no es coqueto. Sería divertido verlo afanado con sus cacerolas mientras lanza piezas de su vestuario por los aires... Le he contado de los adamitas, una secta cristiana del siglo II, cuyos miembros se desplazaban desnudos con la idea de recuperar la inocencia de Adán anterior al pecado original, pero no es un hombre que capte indirectas y hasta ahora no he logrado que se quite los bluyines grasientos con que ejerce su incuestionable autoridad en la cocina. Pocas virtudes más eróticas puede poseer un hombre que la sabiduría culinaria. Lo primero que me atrajo de él fue la increíble historia de su vida -que no tuvo inconveniente en contarme en nuestro primer encuentro (...)- pero realmente me enamoré varias horas más tarde, al verlo preparar una cena para mí. Al día siguiente de conocernos me invitó a su casa. En aquél tiempo él vivía con unos monstruos que, después supe, eran sus hijos, y una colección de mascotas detestables, desde unas ratas neuróticas, que pasaban sus míseras existencias enjauladas mordiéndose las colas unas a otras, hasta un perro sin control de esfíteres y un estanque donde flotaban tristes peces agonizantes. Aquél espectáculo habría espantado a cualquier mujer normal, pero yo sólo tuve ojos para ese hombre moviéndose con soltura entre sus cacerolas. Muy pocas mujeres latinoamericanas han tenido una experiencia semejante, porque en general los machos de nuestro continente consideran toda actividad doméstica como un peligro para su siempre amenazada virilidad. Admito: mientras él cocinaba yo lo despojaba mentalmente de sus ropas. Cuando mi anfitrión encendió las brasas de la parrilla y de un cruel hachazo partió un cadáver de pollo por la mitad, sentí una mezcla de pavor vegetariano y primitiva fascinación. Después arrancó del jardín hierbas frescas y seleccionó de un armario varios frascos de especias, entonces comprendí que me encontraba ante un posible candidato con excelente materia prima, a quien unos cuantos años conmigo convertiría en una joya. Y cuando descolgó de la pared una especie de cimitarra y con cuatro pases de samurai transformó una insignificante lechuga en robusta ensalada, me flaquearon las rodillas y se me llenó la cabeza de imágenes obscenas. Todavía me ocurre a menudo. Eso ha mantenido nuestra relación a punto de caramelo.












          Entre los humanos la atracción comienza de lejos por la vista -los otros sentidos, como el olfato, entran en juego a menor distancia-, por eso recurrimos al maquillaje, peinados, joyas, tatuajes y hasta cicatrices decorativas. La teoría de las almas gemelas, la afinidad intelectual y el haber sido amantes hipotéticos en previas encarnaciones, es tejido posterior, salvo honrosas excepciones, como mi amigo poeta, aquel que salió huyendo del columpio erótico, quien es capaz de enamorarse por carta de una mujer jamás vislumbrada, pero cuyos poemas toca su alma. Por lo general las mujeres se engalanan más, pero los hombres no son menos vanidoso; ninguna mujer se atrevería a ostentar las capas imperiales, los penachos y medallas que suelen lucir los militares. En Níger, en la tribu de los wodaabe, cada año se lleva a cabo un concurso de belleza masculina. Los hombres jóvenes se acicalan y bailan ante un jurado femenino que selecciona a los más atractivos. Los guerreros se ponen bizcos e inventan morisquetas para mostrar hasta la última muela, porque el blanco de los ojos y de los dientes se considera el más preciado atributo de hermosura. En este lado del mundo tenemos un equivalente, pero son muchachas en bañador, ante un jurado de hombres, quienes ponen en evidencia senos y muslos, en vez de dientes y ojos. La ganadora se lleva una corona de piedras falsas y el título de la más bella del universo.
          La comida también entra por los ojos. La frescura de los ingredientes naturales debiera ser suficiente, pero la incansable inventiva humana cocina, mezcla, transforma y decora los alimentos con la misma pasión empleada en el arreglo personal. La asociación entre las formas y los colores de los alimentos y los del cuerpo es inevitable. A comienzos de siglo, un afiche francés, que solía decorar los baños de hombres, mostraba muchachas chupando espárragos con tal sensualidad, que sólo un inocente habría dejado de percibir la alusión directa. Panchita, quien pone en el aspecto de su mesa tanta coquetería como en su propio vestuario, sostiene que el color de la cena es importante: no debe servirse una sopa de arvejas si el segundo plato también es verde, a menos que se busque un efecto determinado.










          La glotonería es un camino recto hacia la lujuria y si se avanza un poco más, a la perdición del alma. Por eso luteranos, calvinistas y otros aspirantes a la perfección cristiana, comen mal. Los católicos, en cambio, que nacen resignados al pecado original y las debilidades humanas, y a quienes el sacramento de la confesión deja purificados y listos para volver a pecar, son mucho más flexibles respecto a la buena mesa, tanto que han acuñado la expresión "bocado de cardenal" para definir algo delicioso. Menos mal que a mi me criaron entre los segundos y puedo devorar cuantas golosinas desee sin pensar en el infierno, sólo en mis caderas, pero no ha sido igualmente fácil sacudirme de tabúes respecto al erotismo. Pertenezco a la generación de mujeres que se casaban con el primero que hubiera "llegado hasta el final", porque una vez perdida la virginidad quedaban desvalorizadas en el mercado matrimonial, a pesar de que por lo general sus compañeros eran tan inexpertos como ellas y rara vez podían distinguir entre virginidad y remilgos. Si no fuera por la píldora anticonceptiva, los hippies y la liberación femenina, muchas de nosotras estaríamos todavía presas en la monogamia compulsiva. En la cultura judeocristiana, que divide al individuo en cuerpo y alma, y al amor en profano y divino, todo lo referente a la sexualidad, excepto la reproducción, es abominable. Se llegó al extremo de que las parejas virtuosas hacían el amor a través de un hueco en forma de cruz bordado en la camisa de dormir. ¡Sólo el Vaticano podía imaginar algo tan pornográfico! En el resto del mundo la sexualidad es un componente de la buena salud, inspira la creación y es parte del camino del alma; no se asocia con culpas o secretos, porque el amor sagrado y el profano provienen de la misma fuente y se supone que los dioses celebran el placer humano. Por desgracia, me demoré treinta años en descubrirlo. En sánscrito existe una palabra para definir el goce del principio de la creación, que es similar al goce sensual. En el Tíbet la copulación se practicaba como ejercicio espiritual y en el tantrismo es una forma de meditación. El hombre, sentado en la posición del loto, recibe a la mujer acaballada sobre sus piernas, ambos cuentan sus respiraciones con la mente en blanco y elevan las almas hacia lo divino, mientras los cuerpos se conectan entre sí con tranquila elegancia. Así da gusto meditar.










Fotografías de Edward Weston.
Título y textos, extraídos de "Afrodita", de Isabel Allende.





viernes, 18 de julio de 2014

"Bernard Plossu"






LOSCAZADORESdeMENTES
ARTEsana




Bernard Plossu
Dà Lat, Vietnam ("Francia"). 1945



Autorretrato.






"Un ser exacto a ti"















Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
                                                               entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese 
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
                                         Oigo
constelaciones: existes.
                                                   Creo en ti.
                                                                             Eres.
                                                                                                      Me basta.)

































ARTEsana

Ángel González
Oviedo, 1925-2008.

Ángel González por Mingote.




Fotografías de Bernard Plossu.
Título y poema "Me basta así"
extraído de "La promoción poética de los 50" 
editado por Luis García Gambrina, 
de Ángel González 
("Palabra sobre palabra", 1965).











viernes, 11 de julio de 2014

"El cielo protector"






UN bAZAR DE OBRAS






"El cielo protector"




     "...un lugar para Rosa."




"El cielo aquí es muy extraño.
A veces, cuando lo miro, 
tengo la sensación de que es algo sólido,
allá arriba,
que nos protege de lo que hay detrás."









          -La puesta de sol es una hora tan triste -dijo ella de pronto.
          -Cuando considero el final de un día, de cualquier día, siempre tengo la impresión de que es el final de toda una época. ¡Y el otoño! Podría ser el final de todo -dijo Port-. Por eso detesto los países fríos y me gustan los cálidos, donde no hay invierno, y cuando llega la noche sientes que la vida comienza en lugar de terminar. ¿No te parece?
          -Sí. Pero no estoy segura de preferir los países cálidos. No sé. No estoy segura de que no sea un error escapar a la noche y al invierno y de que si lo haces no tengas que pagarlo de alguna manera.
          -¡Oh, Kit! Estás loca.
          No contestó. La entristecía comprobar que, a pesar de tener tan a menudo las mismas reacciones, las mismas sensaciones, nunca llegaban a las mismas conclusiones, porque sus respectivas metas en la vida eran casi diametralmente opuestas.

          -Sabes -dijo Port, y su voz sonó irreal, como ocurre después de una larga pausa en un lugar perfectamente silencioso-, el cielo aquí es muy extraño. A veces, cuando lo miro, tengo la sensación de que es algo sólido, allá arriba, que nos protege de lo que hay detrás.
          Kit se estremeció ligeramente.
          -¿De lo que hay detrás?
          -Sí.
          -¿Pero que hay detrás? -preguntó Kit con un hilo de voz.
          -Nada, supongo. Solamente oscuridad. La noche absoluta.
















Bajo un cielo, sin protección, 2014.




Fotografías de enriqueponce.
Título, cita y texto, extraídos de "El cielo protector", de Paul Bowles.





domingo, 6 de julio de 2014

"Cielo líquido"






UN bAZAR DE OBRAS





"Cielo líquido"







I

          Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
          cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor.


II

          Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
          No se engañe nadie, no,
pensar que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.


III

          Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir,
allí van los señoríos
desechos a se acabar
y consumir;
          allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
















V

          Este  mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
          Partimos cuando nacemos
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.


X

          Los estados y riqueza,
que nos dejen a deshora
¿quién lo duda?
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
          Que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una 
ni estar estable ni queda
en una cosa.


XII

          Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
          No mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
















¡Oh, mundo! Pues
que nos matas..

I

          ¡Oh mundo! Pues que nos matas,
fuera la vida que diste
toda vida;
más según acá nos tratas,
lo mejor y menos triste
es la partida
          de tu vida, tan cubierta
de tristezas, y dolores
muy poblada;
de los bienes tan desierta,
de placeres y dulzores
despojada.


II

          Es tu comienzo lloroso,
tu salida siempre amarga
y nunca buena,
lo de en medio trabajoso,
y a quien das vida más larga
le das pena.
          Así los bienes -muriendo
y con sudor- se procuran
y los das;
los males vienen corriendo;
después de venidos, duran
mucho más.




En el envés del espejo, 2014.






Texto, extracto de "Coplas por la muerte de su padre", de Jorge Manrique.
Fotografías de enriqueponce.