sábado, 25 de mayo de 2024

"Empréstito de trabajadores"

CronoCromos




Empréstito de trabajadores”

o “Malos tiempos para la lírica” (Golpes Bajos).






No es indicio de salud estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.”

Jiddu Krishnamurti


La vida no es un espectáculo o un banquete ; es una situación.”

George Santayana





          Que el mundo anda regido de por siempre por la ambición es bien sabido, ni monarquismos, dictaduras, democracias, socialismos ni emperadores ni nacionalismos han conseguido nunca doblegar ese instinto ancestral del individuo para acomodo de la convivencia comunal frente a lo personal. Ni leyes ni violencia, ni razón ni terror han sido obstáculo para los hombres en su ciego afán de supervivencia. Demasiadas -cracias y demasiados -ismos no han evitado que el mundo fuera, es y será una porquería cual rezaba aquel tango, el resto, eso que llamamos política-ideología, es sólo el terno donde acomodar nuestras quejas. 

          Aunque mi atención se encontraba distraída por la prosaica tarea de elegir frutas y verduras ello no fue obstáculo para que escuchara el susurro de un misántropo con unas pocas bananas en sus manos rezando un obsceno “mecago en la inflación”. Otra más, no importa cuál, ni los motivos, siempre la maldita crisis dejando atrás a los mismos. Compro, vivo, visto, como como un trabajador, desde siempre, y además suelo pasear por los periféricos barrios donde habitan -eludo el centro urbano por demasiado burgués- aunque no evita que me pregunte a veces por mi innata preferencia a ellos, pues suelen oler mal a causa de sus defectuosas localizaciones demasiado cerca de industrias y mal urbanizados con rezumos de sus alcantarillas; y además se encuentran atestados de bares de dudosa fritanga y alcohólicos exhaustos de sus sueños machacados por realidades cuanto menos ingratas; y decorados del mal gusto de pintadas grafiteras en cada esquina que las nuevas tropas de hormonas confunden con un arte propio y/o rebelión; o socavones físicos en las aceras y morales en sus vecinos tan insalvables los unos como los otros -donde yo nací las mujeres tienen los pechos exhaustos, las caderas exuberantes y los maridos pasean ornados con aroma de sudor-grasa de trabajo-; y sin embargo aún ese mi prurito pequeñoburgués son mi refugio y acomodo. Cuando de siempre se ha laborado mano a mano, hombro con hombro con esta gente, esta clase de gente, cuando se ha sufrido y compartido ese agraz aroma que produce ganarse el pan como el poco benevolente Dios nos predijo y maldijo, cuando entre banales palabras de compañerismo de aliento y abnegación se ha sentido la dura realidad bíblica en los propios huesos, se halla una paz entre esa informe masa de cotidianidad, y luego resulta imposible renegarlos por unos falaces mendrugos de luisbuiton aromatizados con chaneles5 para un paseo sobre unos manolos en los alrededores de la plaza lossitios del centro urbano de cualquier ciudad.




Captura de pantalla de la página de la BBC en Facebook.



          El absurdo no lo inventaron los dadaístas, como ellos reivindicaron, el absurdo está instalado en nuestro genes como sociedad. Somos seres terriblemente contradictorios, egoístas a la par que solidarios -“mitad víctimas, mitad cómplices, como todo el mundo” como dice Jean-Paul Sartre-, ciegos a la vez que ingeniosos, capaces a la vez que transitorios. Es un lugar de difícil acomodo la vida, pero aún lo es más la comunal Humanidad. Vivimos en un planeta capaz de proporcionarnos un refugio grato a todos, pero por una irrazonable razón cada uno de los más de siete mil millones de seres que lo habitan están extrañamente empeñados en demostrarse a sí mismos que el resto de los demás son sólo un espejismo inverosímil. Y si alguna vez existe algún tipo de complicidad entre nos será en la causa más egoísta e interesada donde nos pondremos de acuerdo: “Vivimos en un mundo completamente corrupto donde cada gobierno es solo un grupo de empresarios que trabajan para un grupo de empresarios más grande y que a ninguno de ellos les importa una mierda la gente.” (Woody Harrelson). Y tal vez sea porque la prensa despierta en nos ese común acuerdo de altruismo que su secuestro nos indigna hasta la médula, y por ello la arrogancia incierta de titulares tan surrealistas como el de la BBC: “La mayoría de los economistas creen que habrá una recesión este año o el próximo, mientras algunos aún sostienen que puede que no ocurra” nos roba la poca e incierta credibilidad que nos restaba aún. No sé que lamentar más, el cinismo en cotas tan altas o por los que quedan atrás que ahora se cuentan como simples daños colaterales.


          Desafortunadamente el vaticinio de Joseph Pulitzer “Con el tiempo, una prensa mercenaria, demagógica, corrupta y cínica, crea un público vil como ella misma”, va aún más allá de la cíclica consecuencia de la insolidaria y eterna lucha por la vida. El capitalismo del presente milenio es un collage kitsch-pop donde toda activismo deviene ideología líquida, una extraña neo-ideología de extremo centro. Básicamente la política neo-capitalista o neo-liberal consiste en crear las condiciones necesarias para que unos pocos ejerzan sus particulares intereses sin control del Estado, a la par que se le extrae sus recursos colectivos sin el equitativo retorno para un enriquecimiento único y personal, han conseguido que subterfugiamente el poder haya pasado de las manos de gobiernos con ideologías concretas al de las corporaciones de los mercados, mientras tanto e indefectibles los ciudadanos con declaración de derechos vacuos hemos sido desplazados al estatuto de activos consumidores desechables. Hay que reconocerles que han sabido dar forma a un sistema donde las ganancias son exclusivamente privadas mientras instauran el acuerdo tácito de todos en la nacionalización de los costes. Según se esté de un lado u otro del telón ideológico -que separa física pero no diferencia a la mente de los hombres- que ejercen ese poder político se les denomina hoy oligarcas o empresarios. Estas maneras antes tuvieron otras formas, según Mel Books en su histriónica comedia “La loca historia del mundo”: “El senado romano es la mejor legislatura que puede comprarse con dinero”. Para ser honestos hay que reconocer que la sociedad te da a elegir ser un inadaptado o unirte a la estupidez colectiva, y aunque además de la sátira podemos encontrar al mundo lleno de activistas que continuamente denuncian su crueldad, injusticias o corrupción, con este sistema estamos abocados a morir de éxito tal es su capacidad asimilativa, tal es su poder absorbente que acoge en su seno hasta a sus más acérrimos opositores, fagocita tanto políticas, como ideas o personas, y con complicidades tan arraigadas como la multimedia -de la cual si no eres acólito estas desinformado, pero si te conviertes en su seguidor te verás mal informado [ya en la década de los 70 del pasado siglo Pier Paolo Pasolini señaló que “La televisión no es tan solo el espacio a través del cual pasan los mensajes, sino un centro de elaboración de mensajes”]-, o la del público, la gente, la ciudadanía, tus vecinos los míos, que creyéndose libres, comprometidos y responsables viven la peor de las dictaduras posibles, la consentida. Porque continuamente nos compran y nos vendemos, con consentimiento y dicha, por las migajas que sacien un hedonismo inmediato y efímero aunque dejando una deuda económica y ecológica de magnitudes imprevisibles. Ya José Saramago puntualizó: “Los pueblos no eligieron a sus gobiernos para que los llevasen al “mercado”, (sino) que es el mercado quien condiciona por todos los medios a los gobiernos para que le “lleven” los pueblos”, aún así no cejamos en el empeño de creer que lo que vivimos es voluntad del pueblo, libremente determinada por unas urnas representativas, y que el malo es el otro, algo ajeno a nuestros actos, nuestra voluntad, ni tan siquiera perteneciente a nuestras intenciones, pero olvidamos interesadamente que “La libertad no está hecha de privilegios, sino que está hecha sobre todo de deberes” (Albert Camus) y así delegamos con suma lasitud nuestras responsabilidades en ese minoritario grupo de energúmenos que construyen la Historia de las ambiciones, las pirámides o/y las guerras, mientras que el resto sufre condescendiente porque ignora que realmente otro mundo era posible. Aunque no, consumiendo no cambiaremos jamás este planeta.



Era un país curioso, la mayoría de la gente inteligente dependía de un grupo de idiotas, era asombroso observar cómo este grupo de idiotas supervisaba a suerte de los talentosos. 

Lo increíble es que el sector de los inteligentes, para contentar a los idiotas, comenzaron a empobrecer sus ideas y comprendieron que la única manera de progresar en esa comarca era tratar de contentar a los idiotas transformándose poco a poco en idiotas. 

La idiotización de la comarca llegó lenta e inexorablemente. Lo curioso es que este proceso no fue percibido por los talentosos. Las ideas cada vez más idiotas de los talentosos producían una enorme aceptación por parte de los idiotas, 

que premiaban a los talentosos idiotizados con cargos cada vez más prestigiosos”.

Eduardo Tato Pavlovsky



          Y no es el país de nuncajamás el descrito por el dramaturgo argentino, es el mundo después de la globalización, aquí, allá y en la conchinchina. No hace aún medio siglo que en Pekín intentaban resolver el problema de los miles de timbres de bicicleta resonando en sus calles, y a día de hoy cuenta con uno de los mayores índices de contaminación en su acelerada puesta al día desde aquel neo-régimen de política comunista combinado a nuestra economía de libre mercado. Porque varios son los tantras que expande el capitalismo allá por donde pasa y tras los que deja de crecer la hierba, como que no existe alternativa posible o su peripatética autorregulación de los mercados, son dos de ellos. Que sea el único sistema que ha sido capaz de dar más y mejor bienestar a la ciudadanía durante toda la historia es un argumento interesado, falaz y obsceno -empréstito sobre empréstito que tan sólo sirven para endeudar más al común y enriquecer a la élite prestamista, es una paga eterna de intereses que nunca se amortizan-, ha habido civilizaciones anteriores o coetáneas que han demostrado su eficacia igual o mejor -también peor-, aunque ahora su omnipresencia nos veta el justo juicio de otros valores alternativos, sociedades pretéritas que han prosperado hasta lugares más acomodados con el planeta u alternativas coetáneas con la solidaridad que se hallan en la historia si la miramos con ecuanimidad. La exacerbada oposición del liberalismo por el comunismo realmente es el odio al semejante incrustado en el ADN propio de su ideología, clasismo sobre el distinto, aporofobia expresado en términos políticos que no empáticos, o, en su caso leve, altanería como defensa del propio miedo frente al otro, aunque resuelto en egoísmo ciego. Aunque nos neguemos a admitirlo explícitamente este sistema basa su incuestionable acervo en que para que alguien esté acomodado en él ha de haber en algún otro lugar alguien explotado -o como expresó Victor Hugo: “El paraíso de los ricos está hecho del infierno de los pobres”-, es en suma algo irracional, contrario a cualquier estamento teológico e indefendible desde ningún acervo humanista. Tal vez fuera entonces aquella misma idiotización colectiva que llevó a aquella Europa a sus sucesivas tormentosas guerras la que resolvió también en su tesitura entre bloques -entre la paranoia soviética o el cinismo del importado “the way of life” estadounidense- la que le llevó a decidirse por sobrevivir entre estos lodos de pseudo-algodones. 



"Hoy vivimos en una sociedad en la que las realidades espurias son fabricadas por los medios de comunicación, los gobiernos, las grandes corporaciones, los grupos religiosos, los grupos políticos... 

Entonces, en mi escritura, pregunto: ¿Qué es real? 

Porque incesantemente somos bombardeados con pseudo-realidades fabricadas por personas muy sofisticadas que utilizan mecanismos electrónicos muy sofisticados.

No desconfío de sus motivos. Desconfío de su poder. Ellos tienen mucho de eso. Y es un poder asombroso: el de crear universos enteros. universos de la mente. Debería saberlo. Yo hago lo mismo".

Philip K. Dick





Fotografía: Jimmy Sime.



         Todo está atado y bien atado, la defensa de los derechos a través del sistema legal tan sólo lleva a postergar indefinidamente la derrota, mientras que a través de la violencia se deslegitima su razón. Resulta un callejón sin salida, una baraja amañada. Es el Sistema, donde las opciones oscilan presas entre Guatemala y guatepeor, sin posibilidad de otra opción, blanco y negro, azul y rojo, demócratas y republicanos, conservadores o progres, derecha e izquierda, y al fin ni siquiera ello, pues todas son el mismo color. No pude dejar de asombrarme en una conferencia que dieron a la par los dos ex-Presidentes del Gobierno de España, Felipe González del centro-izquierdista PSOE y José María Aznar del centro-derecha PP, cuando a la palabras del primero de ellos más extrovertido, estentóreo y exuberante el segundo asentía complaciente siempre, y viceversa, cuando el segundo argumentaba con su simplona prosopopeya el dicharachero argumentador correspondía con su campechanía de agostado sabio senador romano, mientras que en aquellos entonces en que ocupaban el enfrentamiento parlamentario no cejaban de difundir sus falaces argumentarios políticos con una férrea violencia verbal que posicionaba al populacho… y ahora tan amigos en acuerdos e ideas. Debe ser que la política trata de asuntos que el común no entiende. Aunque en pos de la verdad hay que reconocerles que el vulgo suele creer que es el otro color del bipartidismo reinante el que va a solucionar todos sus problemas, y que cuando se está en la oposición se poseen los argumentos para mejorarlos, paliarlos o/y solucionarlos, y en cambio cuando se está al mando sin embargo se tiene derecho a todas excusas por lo ardua de la labor, pero lo cierto es que nadie por sí solo y mágicamente puede solucionar el problema de la inmigración, ni el del trabajo, o el derecho al hogar, a la educación, o la sanidad, pues éstos no son asuntos que se resuelvan con una acción acotada en una legislatura, ni varias, es y son problemas constantes y su paliativo exige una continua atención, un ineludible compromiso, una siempre exigente labor día a día, pues es ni más ni menos que la lucha por la vida, aunque nosotros más que reconocerlo estemos más cómodos creyendo solamente lo queremos creer -lo que nos dicen que debemos creer-, que la culpa es del otro.


          Resulta difícil creer en la bondad de cualquier gobierno, al fin los más sinceros han sido aquellos que han mostrado desnuda su máscara, o sea las dictaduras más aférrimas, mientras que sin embargos esotros que se vanaglorian de las banderas de la libertad al fin son los que ocultan mayor hipocresía, véase si no a la Europa “civilizada” que cuenta en la historia de su propia formación con el más cruento despliegue de víctimas en su haber, ella fue la creadora del colonialismo, la mas defensora del expolio de los recursos ajenos, la impositora del idealismo nacionalista, y todo siempre en “defensa” de una patria-bandera-ley cuanto menos partidista. Los grandes hombres dirigentes de nuestra historia, hayan vestido el terno que hayan vestido -aristocracia, imperio, república o democracia- han sido, son serán los mayores energúmenos del momento, que gracias a las artimañas según época han sabido sobresalir en las artes de la villanía para imponer sus intereses frente a los comunes. Resulta harto difícil justificar que en pos de los recursos o bien de una determinada forma de cultura, cualquiera, se hayan producido tal cúmulo de expansiones, invasiones, esclavitudes y guerras que al fin tuvieron tan sólo un motivo: la ambición. Es el fanatismo quien mueve el mundo, no la razón ni la ética ni el pensamiento, sólo la acción indiscriminada de la ambición es quien hace la Historia, lo demás son notas a pie de pagina, y ello es la cínica razón de la suprema potestad que guarda para sí todo gobierno del ejercicio de la violencia -supuestamente en pos de la defensa comunal-, que puesta en manos de gente peligrosa es cuanto menos demencial, y cuanto más poder más medios se suman a su entorno en pos de las migajas que proporciona la ilusión de su ejercicio. Pero tal como sentencia León Tolstoi “Un estado que no procura la justicia no es más que una banda de malhechores”. Otro escritor del otro lado del muro era igualmente afín a este desconcierto, decía John Steinbeck: “Siempre me ha parecido extraño, las cosas que admiramos en los hombres, ternura, generosidad, franqueza, honestidad, comprensión y sentimiento, son concomitantes con el fracaso de nuestro sistema. Y aquellos rasgos que detestamos: dureza, codicia, materialismo, mezquindad, egotismo e interés propio, son los rasgos del éxito. Y mientras los hombres admiran la calidad de las primeras, aman el resultado de los segundos.”


          El capitalismo es un gran productor, está en la esencia de sus genes, y entre algunos de ellos se encuentra el veneno de crecer día a día, cada día, irremisiblemente por siempre, y cala tan hondo que hasta la propia clase trabajadora desea emular las maneras y capacidades al alcance solo de una minoría -siempre “Estamos mucho más dispuestos a identificarnos con los de arriba que con los de abajo”, ya advirtió el mismo Carl Marx o tal Zaratustra: “…Es la cobardía de los pueblos Gentiles, que se arrastran ante la fuerza, que no tienen piedad para con la debilidad, ni misericordia para las faltas ligeras, pero sí indulgencia para el crimen; que no quisieran tolerar las contradicciones de la libertad, pero son sufridos hasta el martirio, ante la violencia de un audaz déspota…”-. Y para ello el capital se sirve de todos los recursos, incluso expolio. Los impuestos es el exponente más crematístico de la solidaridad comunal para elaborar un entorno igualitario, puesto que revierten en esos servicios necesarios en pos de un bienestar común, mientras que la desidia de los cómplices gobiernos sobre ellos hacen -ya no en su obligada recaudación sino en su interesada repartición- que los ciudadanos pierdan no sus derechos sino además sus deberes para con el común. Desafortunadamente el expolio en el que las clase privilegiadas han convertido el potencial acumulado en ellos los han convertido en recursos sospechosos, y a la par resulta paradójico el recelo de las clase burguesa sobre ellos puesto que es la primera beneficiada por ellos y en la que sustentan el desarrollo de una sociedad eminentemente empresarial subvencionada hasta la médula. Impúdicamente son esos mismos a quienes se les llena la boca con la insolidaridad los que se enorgullecen de no militar en la comunal responsabilidad de los impuestos los mayores beneficiados de la misma. También lo predijo Zaratustra: “…no debemos detenernos como espantados delante de la corrupción, del engaño, de la traición, siempre que ellos sean medios para llegar a nuestros fines. En Política se necesita saber echarse sin vacilaciones sobre la propiedad ajena, si por estos medios podemos obtener la sumisión de los pueblos y el poder.”



          Así cuanto menos es triste ver que en las urnas los trabajadores -autónomos y pequeños emprendedores también- eligen alegremente opciones liberales que ofrecen una rebaja directa de impuestos instantánea, y a la par dan apoyo a la privatización de la sanidad o/y la educación -y demás servicios públicos, igualizantes-, y luego han de costearse opciones privadas -incluso hasta las becas sobre los más aptos son elitistas, discriminatorias e injustas para con el resto, quienes no tendrán luego las mismas oportunidades, son la limosna versus solidaridad, a cada uno según sus posibilidades y claro que la excelencia y el esfuerzo se deben recompensar pero no al precio de ser excluyente con quien no posea las adecuadas cualidades-. En esta sociedad burguesa-calvinista el éxito tiene un extraño tufo a sudor -trabajo-, permítaseme que prefiera la arcaizante “laicidad de la ética católica” pues no creo que el fin de esta vida sea laborar y consumir.“Tomemos por ejemplo a un hombre impulsado al trabajo incesante por una sensación de profunda inseguridad y soledad; u otro impulsado por la ambición o la codicia por el dinero. En todos estos casos la persona es esclava de una pasión, y su actividad es en realidad una "pasividad porque es impulsada; él es el que sufre, no el <<actor>>. Por otro lado un hombre sentado callado y contemplando, sin propósito ni objetivo excepto el de experimentar a sí mismo y su unidad con el mundo, es considerado <<pasivo>> porque no está <<haciendo>> nada. En realidad, esta actitud de meditación concentrada es la actividad más alta que existe, una actividad del alma, que sólo es posible bajo la condición de libertad interior e independencia”. Esta exposición de Erich Fromm se adentra en lo más sagrado y reivindicado por el hombre de todo tiempo y sociedad, la libertad de pensamiento y acción, pero esta exige mentes formadas en el debate, la crítica, la moral, la filosofía, en las humanidades en general y donde no caben ni la ignorancia ni la arrogancia. Se da por hecho que nuestra democracia procede de la griega y que aquí como allí en sus polis la filosofía corre por nuestra calles -o su sucedáneo: el debate-, pero olvidamos que quien ejercía allí la potestad de su palabra eran sólo los propietarios, ni mujeres ni esclavos ni extranjeros tenían voz en aquel foro público, e igualmente aquí, las cartas están marcadas y las mejores bazas se hallan en unas pocas manos mientras muchos se engañan creyendo contar para el juego, porque realmente “El mayor pecado contemporáneo [es] la indiferencia” (Pier Paolo Pasolini) y ese es el resultado inevitable del estilo de vida que nos imponemos. Mientras que los nuevos ricos de esta época adquieren más rápidamente el ansia por el cultivo del hedonismo -bienes materiales, gimnasios, ostentación, lujos, vacaciones- que el de su mente como en la otrora aristocracia, la otra clase inferior producto de sus necesidades resultan personas extenuadas que no tienen ni tiempo ni energía para dedicarla al cultivo de su mente, o aquellos con la dicha de ocio restante lo dedican a emular los modos y maneras de aquella otra puesto que “Vivimos una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad” (Óscar Wilde) dando pie a una insatisfacción social que son el producto de la ocultación de un modo de vida en el que no creemos, y así “…lo más característico de la vida moderna no es su crueldad ni su inseguridad, sino sencillamente su vaciedad, su absoluta falta de contenido” (George Orwell). Mientras sea el hombre quien trabaje en pro de la economía y no ésta para el hombre seguiremos viviendo en la distopía que describe Jesús Quintero: “Nunca hasta ahora la gente había presumido de no haberse leído un libro en su vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija un mínimo de inteligencia. Los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer escribir, pero no ejercen. Cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos. Los medios de comunicación compiten en ofrecer contenidos pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura, que quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los más sucios chismes. El mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría, amigos. Todo es superficial, frívolo, elemental, primario… para que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Ellos son la nueva clase dominante, aunque siempre será la clase dominada, precisamente por su incultura. Y así nos va a los que no nos conformamos con tan poco, a los que aspiramos a un poco más de profundidad.” Toda esa vulgar sociedad de masa que se ha creído elevar en protagonista de su propia vida no se apercibe que para salirse de la vacuidad en que ha convertido ese espectáculo líquido que cree que es su libertad ha de tomar conciencia de que “No se modifica la vida sin modificarse uno mismo” (Simone de Beauvoir). 




El rey Jorge V, centro, con Enrique, duque de Gloucester, viajando en carruaje en las carreras de Epsom, 

recibe una solicitud no deseada de un gitano que pide dinero, mientras corre junto a él ofreciendo su gorra, 1925.

Foto: Haynes Archive.

          



          ¿El progreso está acorde con el sentido de la vida, o ésta consiste en dar una posible secuencia a la próxima generación?. Según Pier Paolo Pasolini: “Todas las obras que han llevado a cabo todos estos años los distintos gobiernos -escuelas, carreteras, viviendas, trenes, hospitales, aeropuertos- no nos han hecho mejores ciudadanos, sólo más ricos, es en suma un <<desarrollo sin progreso>>” . Los nuevos españolitos desde que entramos en democracia sufrimos de bienestar y con él de aporofobia crónica. Mientras, la burguesía nacional de alcurnia conserva el rasgo caciquil y retrógrado de siempre, acostumbrada a mandar sin más no se actualiza en una modernidad más compleja donde una sociedad avanzada supone y está obligada a sustentarse en una ciudadanía de alta cualificación que a la par les de acceso a un estatuto de acomodado consumidor, y no cejar en el ancestral modelo contrapuesto de una clase elitista enfrentada a otra de laborantes pobres e incultos a quien explotar. Un país se reforma con toda su gente y no dejando a algunos detrás, para valorarlo en su imperio hay que observar en cómo trata a su peor ciudadano y no al mejor, quien ya posee suficientes recursos como para explotar todo su potencial. Pero desafortunadamente a ésta actual política no sólo la pone en práctica la derecha de rango, sino que también la izquierda progre la practica aunque revestida de nueva oratoria y formas. Además el ascenso de la nueva burguesía producto de esta últimos cincuenta años de europeísmo y liberalismo está llevando a otro tipo de selección elitista social, que heredera de los valores morales de igualdad, justicia y equidad en realidad es más pragmática, y los nuevos empresarios y técnicos surgidos desde el acceso a las diversas oportunidades alentadas por los organismos públicos -universidades, emprendedurías, subvenciones- está conformando una nueva clase media-alta de la que excluye a la clase trabajadora de ella, y se están apropiando de un espacio que les da acceso a los bienes comunes, materiales y formativos, e incluso denigrando y relegando al mismo concepto de trabajador como un estigma al que nadie desea reconocer su pertenencia -mismamente la visión ancestral del agricultor o ganadero quedó obsoleta, no ejercen ya como mano de obra sino de empresarios autónomos-. Aunque hoy este nuevo corpus de liberales-autónomos para la invisibilización de sus trabajadores ya no usen el sistema de la eficacia de las máquinas sino la externalización de la globalización. Mientras tanto las demandas de la clase trabajadora están cada día más relegada de la vida pública y política -aunque realmente tampoco nunca fueran prioridad-, mientras que el nuevo pequeño empresariado se mueve entre las turbulentas aguas de las subvenciones con extremada eficacia, y no tan solo para el desarrollo de sus negocios sino que ademas para el asentamiento de ese exclusivismo, léase esto como las concesiones a los concertados educativos o sanitarios, extraídos de un erario público y común, e incluso como beneficiarios de un particularísimo ocio pues los nuevos patroncitos-esclavistas-adláteres del capitalismo cuentan con privilegios anodinos como campos de golf municipales en sustitución de otras políticas de solidaridad -asistenciales, pensiones u acogidas- que quedan relegadas o desatendidas al albur de la individual capacidad o la caridad. Un rico es un pobre hombre que no lo sabe, como tampoco llegan a reconocer el certero aforismo de Francis Scott Fitzgerald: “Los ricos necesitan a los pobres, aunque sólo sea para comprobar lo ricos que son”, y en su empeño en un primer momento de aburguesamiento el efecto de la aporofovia es la invisibilidad, para después caer en la discriminación elitista y finalmente abocar en una liberal criminalización del pobre. Esta sociedad burguesa que asienta sus pilares sobre el dinero es un gigante con pies de barro, fundamenta sus valores en el prestigio de tenerlo o no tenerlo y exhorta a que las personas estrechen su visión de la vida en el puro afán de su búsqueda, fueron los calvinistas quienes tuvieron que luchar contra la visión deocentrista de los católicos que habían fijado su paradigma en la agonía del hijo de unotro dios y su trágico existencialismo, pero en esta lucha deísta las palabras y las acciones han viajado conjunta aunque en perpetua contradicción, y mientras la teología contiene suficientes decálogos de solidaridad, humildades y perdones en lo pragmático hemos continuado imperturbables enclaustrados entre la codicia, la hipocresía y el perpetuo egoísmo. Para el mercado el único dios de verdad es el Vellocino de Oro, su única creencia es en el calvario del dinero el paraíso y el goce instantáneo, para así instalar subrepticiamente en nuestras mentes de pequeños o grandes burgueses que siendo las oportunidades iguales para todos, que el esfuerzo colectivo no cubica en la cuenta particular, o/y que los placeres se encuentran en la breve-vida-material, por lo que se deduce que ser pobre es una elección. Pero querer no resulta indefectiblemente en poder, para que concurran las cosas hay que propiciar las condiciones, los deseos por sí mismos no establecen lo real. Tal como expone el filósofo Carlos Javier González Serrano “Nos venden que salir de la zona de confort es el éxito del emprendimiento. Quizá para hacernos olvidar qué significa vivir en ella y tener que habituarnos a un panorama permanentemente hostil. Lo difícil no es salir del confort, sino contar con las oportunidades para crearlo”.



“Desde el punto de vista moral, no está claro por qué quienes tiene talento merecen las desproporcionada recompensas que las sociedades de mercado reservan a las personas de éxito… La idea de que el sistema premia el talento y el trabajo anima a los ganadores a considerar que su éxito ha sido obra suya, un indicador de su virtud, y a mirar con condescendencia a quienes no han sido tan afortunados como ellos. La soberbia meritocrática refleja la tendencia de los ganadores a dejar que su éxito se les suba a la cabeza, a olvidar lo mucho que les ha ayudado afortuna y la buena suerte. Representa la petulante convicción de los de arriba de que se merecen el destino que les ha tocado en suerte y de que los de abajo se merecen también el suyo.” 

Michael J. Sander 



          El régimen burgués ha establecido como imperativo una dictadura de la felicidad, vendida como otro producto más de la estantería de nuestro bienestar, cuando por contra el malestar está instalado en el ánimo consumista con la eficacia de lo dependiente y nocivo de cualquier psicotrópico, una sumisión al dolor aunque sin posibilidad de su real cuestionamiento ni el desvelamiento de sus causas. Aunque cuestionar los hábitos burgueses -esa suerte de autocrítica que practicamos todos los ciudadanos demócratas- permite practicarlos sin mala conciencia, como antes ser cristiano era requisito suficiente para pecar con redención. De hecho el saber es curiosidad, y la ciencia está continuamente queriendo saber, oponer la ciencia a las humanidades es contradecir este saber mercantilistamente porque no sólo tienen utilidad sino además valor, sin humanidades sólo se prepara a los individuos para servir, por ello se hace cada vez más perentorio la reivindicación del mirar con tedio, pasear sin rumbo o simplemente perder nuestro propio tiempo, en pos de un desarrollo personal. Sin embargo es imperativo para este sistema el control del sistema educativo con la mira puesta en dos objetivos, la creación de un corpus de futuros emprendedores que posean una resiliencia capaz de adaptarse al continuo desvarío del mercado laboral, producto de una política de uso y tira, y por otro lado la creación de una clase inferior analfabruta y barata para sí ejercer sobre ella un manejo fácil en pos de sus intereses mercantilistas. Michel Foucault pone el punto sobre la i cuando clarifica la función de la educación general para cualquier élite: “Las escuelas cumplen las mismas funciones sociales que las prisiones y las instituciones mentales: definir, clasificar, controlar y regular a las personas”, pero el abandono sistemático del humanismo frente a la preparación exclusiva para un mercado laboral esclavizante conlleva además la desidia de la formación de la ciudadanía, como personas, como votantes, como seres humanos, más allá de como mano de obra consumidora. Así a base de control imponen lemas y sensaciones que generan culpa y desasosiego entre quien no alcanza o no puede seguir las pautas de la automercantilización, y como el negocio de hoy día se centra en el control de la atención del posible consumidor -por eso manipulan nuestra atención para estimular nuestras falsas necesidades- no podrás alcanzar la felicidad si no eres, según ellos, productor o consumidor. Por eso si no tienes éxito es porque no lo visualizas lo suficiente, o si pretendes desligarte de los continuos estímulos para el consumo no estás “conectado”. Que hayan pasado más de dos mil años desde que Aristóteles propusiera que “la felicidad es actividad, no una posesión, si algo es la felicidad es un bien actuar” no tiene ninguna relevancia para esta nueva manera de pisar el mundo, que igual que desprecia el pensamiento lo hace además al hombre. De hecho hay una corriente del neoliberalismo que aboga por ser el único sistema que ha proporcionado bienestar a la clase media, falaz, desde sus inicio ha necesitado de la mano de obra pero jamás la ha contemplado como parte suya, cómplice, compañera, ya en sus inicios fomentó en toda su magnitud el esclavismo, y para cuando estuvo mal visto y abolido su mayor fuerza trabajó en que no pudieran evolucionar desde su pauperismo para su sometimiento. Con el tiempo contó con ellos como diana de su consumismo, no por motivos altruistas, y en la época actual presiona para que vuelva al estatus de trabajador-pobre como lo fue en los inicios del sistema. Si a alguien se deben las mejoras y el respeto a unos derechos básicos ha sido a los movimientos de trabajadores, sindicalismo e ideologías humanistas, no a las élites gobernantes ni mercantiles de la burguesía reinantes en el capitalismo. Desafortunadamente cuentan con la cómplice inercia de la gente, de la mayoría, la pasiva desidia que impregna lo cotidiano en el pueblo, tal como Johann Wolfgang Goethe deja entrever: “La raza humana es harto uniforme. La inmensa mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir, la poca libertad que les queda asusta tanto, que hacen cuanto pueden por perderla”. Sin embargo si mentamos la libertad es Erich Fromm su paladín y él cree que “El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no hace que estos vicios sean virtudes, el hecho de que compartan tantos errores no hace que los errores sean verdades, y el hecho de que millones de personas compartan la misma forma de patología mental no hace de estos gente cuerda”.





Fotografía: Nino Migliori.




          Los jefes pertenecen a una clase nomadista, vienen, pululan un tiempo, y se van. Cada vez que recaba uno nuevo se propone como primer (a)cometido dejar su impronta tal chucho en la esquina orinada y oreada antes mil veces por sus predecesores -luego, su segundo plan es cambiarlo todo para no cambiar nada-. En una ocasión en que arribó uno a nuestra empresa cual toro bravío embistiendo desde chiqueros, recuerdo advertir a algunos de mis compañeros sobre ciertas actitudes que aunque fuera de norma eran costumbres permitidas, uno de ellos me miró con esa expresión que te hace sentir no ya extraño, ni extranjero, sino extraterrestre, y queriendo conciliar las cosas le apunté que leer el diario no se contaba entre nuestros cometidos por lo que sería mejor aplicar la discreción durante un tiempo prudencial, pero su respuesta continuó impertérritamente tajante: “Tengo derecho a estar informado”. Y aunque me sobrepuse rápidamente a su ignorancia de nada me valió tratar de sacarle de su error explicándole las diferencias entre derechos y privilegios, que mientras a los primeros se les contemplan en los convenios a los segundos no se los halla en ningún contrato.

          Pero ya viene de tiempo que se me inculpe de no desear para los trabajadores un estatus de riqueza, y no me canso de repetir que mi reivindicación para la clase obrera es que pueda ser libre -hasta donde ello se alcanza-, y para ello son exigibles frente a todo poder político, económico o ideológico, que gracias a su esfuerzo llegue a conseguir cubrir todas sus necesidades básicas: comida, casa y educación. El resto de exigencias son demagogias esgrimidas espureamente por intereses partidistas o ignorantes sin el menor grado de empatía para cualquier convivencia social. El reivindicar el anhelo de bienes de lujo como forma de activismo del progresismo es una flaca manera de hacer socialismo dentro del régimen capitalista, formas que utilizan los partidos de izquierda para acaparar el voto de la clase baja ignorante -la media es simple e interesadamente egoísta-, es sencillamente una expresión pragmática de lo que Simón Bolívar expresó tan elocuentemente: “Por la ignorancia nos han dominado más que por la fuerza”, el acaparamiento de un sector de votantes por parte de otra clase dirigente, con mejores ternos aunque igual de elitistas.

          El dicho popular refiere que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, y lo paradójico de esta sociedad hiper-informada es que la mayoría de la gente ni sabe ni quiere saber. Es tal la vorágine consumista contemporánea que nadie está exento de ser de alguna manera trabajador -excepto aquella minoritaria minoría que siempre existirá-, y aunque algunos con un solo gesto pueda ganar lo que otros jamás alcancen con demasiado sudor durante toda su vida, lo cierto es que en nada ha cambiado del respeto indebido de todos los tiempos por el colectivo que dedica su vida a los trabajos esenciales, en cambio la supremacía del elitismo sobre los trabajos superfluos, la gobernanza y una cierta arrogancia intelectual aumentan su prestigio a la par del progreso de la civilización que les sustenta. Si hubo un sistema que idealizó al colectivo trabajador ya nadie lo recuerda, su inconclusa tentativa se vio truncada en el tránsito de la teoría a su práctica, y aunque durante un tiempo fue el contrapeso de su opuesto capitalista, hoy apenas quedan rescoldo ni entre sus propios feligreses, entre el colectivo de trabajadores en la sociedad del bienestar nadie quiere ser ya identificado como tal. Poca fe queda en ninguna utopía o ideal después de ver como los propios trabajadores son los primeros en comulgar liberalismo, y propagarlo ciegamente a cambio de un poco de bienestar u ocio, un derecho inalienable -uno-, mientras que el lujo sin embargo no tiene cabida en el juego de la solidaridad. Un trabajador explotado posee un motivo para enfrentarse al sistema, pero cuando se deja atrapar entre trampas financieras en pos de una riqueza que jamás le será permitida se convierte en cómplice del sistema contra sí mismo, en transmisor interesado de una estructura inmutable. “Es preciso haber nacido en una sociedad civilizada para tener la paciencia de vivir en ella toda la vida y no sentir nunca el deseo de alejarse de esa esfera de convenciones penosas, de venenosas mentiras consagradas por el uso, de ambiciones enfermizas, de estrecho sectarismo de diversas formas, de falta de sinceridad, en una palabra, de toda la vanidad de vanidades que hiela el corazón, corrompe la inteligencia, y con tan poca razón se llama vida civilizada.” (Máximo Gorki). 



          El estatus de trabajador no ha sido indiferente a este maremagno que supone la historia, mayor y menor relevancia o mejores y peores tiempos, así durante la transición española interesó potenciar una clase media de un poder adquisitivo adecuado para crear un mercado interior que crease una dinámica adecuada para la inclusión del país entre el resto de países -y más en concreto en Europa- y su necesario desarrollo, lo que permitió que a su vera los trabajadores accedieran a un estatus de clase de vida acomodada a pesar de las grandes reconversiones-regulaciones que sufrió el tejido industrial -sobre todo-, pero con el tiempo los grandes capitales dejaron de depender de esta clase a causa de la ampliación de los mercados por la globalización y el engrandecimiento de las grandes corporaciones frente aquel mercado interior y se comenzó a demandar una-otra nueva clase que llamaron emprendedores, y se volvió al antiguo lugar de invisibilidad. Por eso en España el socialismo jugó un papel durante la transición, la abundancia de pobres procedentes de la dictadura hizo viable una clase mentalmente afín a esta propuesta socialdemocrática, aunque los rojos habían sido exterminados durante la guerra incivil y después durante toda la represión, así cuando la nueva clase media accedió a una poltrona acomodada olvidó rápidamente su veleidades comunales y arraigó en su propia ideología producto de una férrea extorsión vertical e individualista. La “vox-populi” española, la del pueblo, la de los bares, suele decir que Franco hizo una cosa bien: los pantanos. Falso, era un proyecto que asienta sus raíces en la República y él -su gobernanza- no hizo más que continuarlo perentoriamente en un país arruinado y aislado, mayoritariamente agrícola y con un casi nula industrialización ni planes de desarrollo. Si embargo lo que sí habría que reconocerle como resultado de su sistemática, cruel y obstinada labor de aniquilación fue la total extinción de aquellos individuos teñidos de algún matiz de “rojo”. Comunistas, socialistas, republicanos, anarquistas y hasta ciertos liberales fueron metódicamente perseguidos, encarcelados, exiliados o fusilados en aquella posguerra. Exterminados. Luego la herencia democrática maquilló con la legalización de aquellos partidos que enarbolaban las banderas socialista y  comunista lo desaparecido, pero los votantes del interior que se adhirieron a ellos en la transición los hicieron más por su penuria económica que por propia convicción ideológica, y así el mundo obrero, paupérrimo entonces anheló/exigió una solidaridad que rápidamente fue olvidada con el progreso, su progreso, su acceso a una clase media consumista, y cuando la red económica se asentó a través del liberalismo recalcitrante las urna han vuelto a reflejar con prístina desvergüenza la verdadera mentalidad del españolito heredero del franquismo. No queda pues desfasada aquella frase: “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, puesto que la izquierda acá fue aniquilada en la GC, lo que queda y lo parece es una burguesía progresista que no comparte los básicos acervos de aquella es una clase media enriquecida y ambiciosa que anhela el bienestar material moral pero que usa y reniega de la clase baja-trabajadora en pos de sus beneficios, así todos los especialista, emprendedores, o autónomos que hoy día hacen en España edificios, carreteras o coches fueron educados en la enseñanza pública, y financiados con el esfuerzo del padre minero, pescador o agricultor, pero ahora hartos y ahítos de consumo y cultura pop, ebrios con los i-phones de turno, instragams o lúdicos tiktokero olvidan desvergonzadamente nuestro humilde orígen, porque en la época de la vanidad selfie da vergüenza ser pobre/trabajador, tan sólo caben los orgullosos influencias, los triunfadores o los mega-ricos. Sufrimos la peor de las discriminaciones, la neo-aporofobia.



          Ser pobre no te hace ser mejor persona, ser de izquierdas -o rojo como señalan despectivamente e infructuosamente los fachas- tampoco, y de hecho esta sociedad está llena de seres que creen ser ideológicamente progresistas y diariamente practican sin sonrojo los usos y costumbres más liberales que aquellos otros. El liberalismo o el progresismo son definiciones tan volubles que hoy ya no reflejan el mismo sentido que tiempo atrás, la ideología es tan sólo idealización de una sociedad mejor, luego la realidad se encarga por sí sola de desencantarnos. Por eso habría que recordar el frío y la soledad que aquejó a Goya después de defender el afrancesamiento frente a una retrógrada España fernandina al darse cuenta que el liberalismo napoleónico se basaba en la premisa “la letra con sangra entra”, o lo que les ocurrió a la mayoría del los intelectuales de la Europa del S.XX en su obstinada defensa de un proyecto progresista que en su paso de la teoría a la práctica había devenido en un injustificable estalinismo. Frente a los comunistas de aquel entonces nos queda por un lado admiración por arriesgarse ante tan magno proyecto y a la vez un deje de resentimiento por no haber sido capaces de llevar a un fin la utopía de aquel paraíso, pero sobre todo por abandonarnos a manos de estos neo-liberales ensoberbecidos desde la caída del muro, frente a su preeminencia y derramado hedonismo y vanidad globalizada y haciendo del planeta un lugar más incómodo e incierto sin ideal que lo equilibre. Frente a la decadencia del proyecto comunista nos queda tan sólo un porvenir que se tambalea, uno que se hunde sin esperanza, y tan aciago lo ven los acólitos de la utopía marxista que al no existir alternativa viable se obstinan en negar la evidencia de un fracaso. De un lado está la realidad y del otro quedó la nada. Los partidos de izquierda tenían un vinculo ideológico con un futuro esperanzador, la emancipación de las personas, la solidaridad comunal, la igualdad de oportunidades, un-otro sentido de la vida menos pragmática y más lúdico, pero cuando esta perspectiva se esfumó -tras la  Perestroika y la caída del muro de Berlín- se terminó su destino, así como tampoco pueden apelar a un pasado glorioso que jamás existió, se han quedado sin argumentos, ningún argumentario ideológico que esgrimir, para luego cuando cuando el paso del tiempo les mostró que aquellas ideas no merecieron estos resultados, quedandon tan sólo en el rescoldo de la obstinación. La razón no ha sido nunca la arquitecta de ninguna sociedad, ni siquiera la justicia, aquella se construye con la iniciativa interesada de unos pocos y del egoísmo, indiferencia y complicidad del resto, pero el mismo amparo que dan las leyes para poseer un arma en ciertas sociedades respalda igualmente al derecho de frustración de quien preferiría destinar el presupuesto del ejército a una sanidad universal, las subvenciones a las corporaciones financieras a la formación y educación de las gentes, o la inmensidad de los desfalcos debidos a la ineficacia o directamente a la corrupción para que nadie viva sin techo o con hambre. Pero asentamos nuestros pasos en una democracia burguesa donde el derecho inalienable es el de la propiedad y “todo tiene dueño…  (pero) a la empresa no la conmueven las necesidades de la sociedad” como bien observó Koprotkin-, mientras que el derecho al bienestar no procede en este sistema, se trata de una democracia secuestrada por un neoliberalismo acérrimo, volcada en la conservación de sus intereses de clase privilegiada más que en ningún tipo de altruismo humanista.


“El gran error de algunos empleados es tratar a sus patrones como si fueran personas”. Pero me resisto a esa tentación. Son personas. No lo parecen, pero son. 

Y personas dignas de una odiosa piedad, de la más infamante de las piedades, porque la verdad es que se forman una cáscara de orgullo, un repugnante empaque, 

una sólida hipocresía, pero en el fondo son huecos. 

Y padecen la más horrible variante de la soledad: la del que ni siquiera se tiene a sí mismo.

Mario Benedetti






          La manera más eficaz de desactivar el activismo es jugándole a la ofensiva, acusar de inactivo al crítico es la manera más mendaz de pretender desarbolar cualquier argumento, y más aún ejercida entre las murallas de una democracia. La ciudadanía establece unos contratos que, aunque vengan dados de manera unilateral, no permiten sus obsolescencias circunstanciales, puesto que resulta imposible de abstraerse de la condición de súbdito y como tal se asumen los ámbitos de derecho y deberes por igual desde el momento en que se va adquiriendo los distintos estatutos jurídico dependientes de cada circunstancia particular. Pero sobre todo es falaz la intención desacreditadora porque el mismo hecho de ejercer presión con argumentos sobre las acciones que el sistema impone es un acto mismo de activismo comprometido. A pesar del imperio del individualismo, o a causa de él, el ciudadano se halla limitado casi exclusivamente a un sordo e inútil voto cuatrienal frente al potencial de influencia de los lobbies que ejercen el imperio de unos intereses particulares. En el interesado juego social los políticos prometen con desparpajo en sus discursos y acuden al patio con programas de partido imaginarios y luego incumplen su contrato impunemente y sin embargo continúan imperturbables el juego de engaños, mentiras y aceptación sin repercusión alguna en su prestigio, mientras la sociedad sumisa acata los desmanes y consecuencias periódicas impotentes -imagínense un trabajador en su labor se abstuviese de su deber y las represalias de su patrón-. Pero además de no cumplir su programa -lo que debiera ser su única obligación, sin más- se dedican a desmantelar aquellos movimientos ciudadanos que demandan desde sus calles sus propias necesidades, que nos son tan sólo económicas, sino además enfocadas a una vida más humana, porque manejan con soltura la balanza del desgaste que sufre cualquier activismo que se oponga al Estado. Y cuentan con la complicidad de aquellas “(…) almas ingenuas que esperan que todo se arreglará de buen grado y que un día de revolución pacífica bastará para que los defensores del privilegio cedan sin violencia a los deseos de los desheredados” (pensamiento del anarquista francés Élisée Reclus).


          Haya sido planificado desde las las alturas, por desidia o cansancio del siempre transitorio populus lo cierto es que el activismo ha sido presa de la moda renegando del compromiso verdadero, la solidaridad exige conciencia y renuncia, no es utilizar el ocio o la compra solidaria como excusa para el inactivismo, ello es limosna y desentendimiento y reivindicar prestaciones supone reivindicar además a la solidaridad en las aportaciones a los impuestos comunes que lo hagan posible, lo contrario es sólo buena voluntad- Qué lejos quedamos de aquella consigna de impuestos retributivos, ahora el eslogan es no pagar pero como ello resulta una falacia lo cierto es que la cuota indirecta actual hace que recaiga por igual a cada ciudadano independientemente de su renta, mientras las clases elitistas y las empresas cada vez se ven más libres de cualquier carga y responsabilidad. En un post reciente de una red social informaba de cincuenta mil ciclista que se manifestaban en las calles de  una ciudad alemana para “ilustrarnos a todos cómo el tráfico puede ser tanto más eficiente y mucho más divertido”. Permítanme que mi argumentario lo proponga otro post hallado en el mismo medio en misma época: “¿Se acuerdan cuando se pensaba (antes de la existencia del Internet) que la causa de la estupidez colectiva era la falta de acceso a la información? Bueno, pues... No era eso” . Las muestras de manifestaciones en pro de los derechos -del planeta, laborales, gremiales o humanitarios- son una muestra de impotencia de compromisos reales si no van confirmadas por actos de desactivismo del consumismo y en general cambios en nuestra forma de vida, serán tan sólo un reflejo de la presión social de los medios que hacen que la gente presenten un activismo laico y olviden la política. La política es la consecuencia final de la naturaleza del problema, pero éste deviene de la práctica de las ideas que implementan en una sociedad una cultura dada, es imposible luchar contra los molinos si nos obstinamos en comer harina. Años ha peregrinaba regularmente a Madrid, me gustaba hacer el recorrido en tren, dejarme llevar, ver los lánguidos campos de Castilla desdibujarse en la ventanilla corriendo a la par de mis pensares de profano vate. Cuando comenzaban los polígonos industriales y el barrio de Barajas reconocía que apenas quedaba para mi llegada a destino, sin embargo pasados algunos años al traspasar Guadalajara, a casi setenta kilómetros de aquella, comenzó a percibirse a la nueva macro-ciudad en que se convirtió la metrópoli castiza, apenas había huecos en los arcenes que no ocuparan las urbanizaciones, centros comerciales, autopistas o industrias que hacían al nuevo recorrido frío y hostil. Fue para entonces cuando comenzaron los medios de comunicación a advertirnos que Madrid era una villa “contaminada permanentemente”. Es inevitable pensar en la paradoja que Soren Kierkegaard narró -ya antes del mundo mediático de las redes sociales- en cierta ocasión frente a la estupidez colectiva: “En un teatro se declaró un incendio en los bastidores. Salió el payaso a dar la noticia al público. Pero éste, creyendo que se trataba de un chiste, aplaudió. Repitió el payaso la noticia y el público aplaudió más aún. Así pienso que perecerá el mundo, bajo el júbilo general de cabezas alegres que creerán que se trata de un chiste."


Captura de pantalla de la página Urban Cycling Institute en Facebook.



          …y yo soy el anormal, por no desear una casa y luego un coche, y una moto, y al año siguiente un apartamento en la playa, y cambiar el auto cada dos, y vacaciones aquí y allá en avión, barco, playa y montaña, y vestidos a la moda, cada uno, dos o tres meses, y zapatos de marca y comidas en restaurantes cada finde y fiestas de guardar, aunque eso sí, como vegano, usuario de bolsas de papel -reciclado por supuesto- e indignarme por las islas de plástico y hacer deporte de masas en los parques nacionales protegidos y vivir en ciudades “sostenibles” electrificadas y “gentificadas” por muchos millones de seres, y dejarme acariciar de “ecológicos” aires acondicionados en verano y calefacciones en invierno, y reciclar en los puntos limpios mis móviles anuales ya caducos junto mi voto cuatrienal junto a mi desidia política diaria junto a mi activismo de finde sobre una bicicleta en pos del lema de Giusepppe Tomasi di Lampedusa en “El gatopardo”: “Todo debe cambiar para que nada cambie”. …y yo soy el anormal.

          Dijo ciertamente Oscar Wilde: “Vivimos en una época en la que ciertas cosas innecesarias son nuestras únicas necesidades”. Y a pesar del tiempo que ha pasado desde entonces sus palabras son cada día más relevantes gracias al apoteósico triunfo del capitalismo. El estado de Yap es una administración de unos 130 atolones en la Micronesia del Océano Pacífico, y aunque abarca poco más de 100 km2 en los que viven sólo unas 6.000 personas, tal vez por ello y a pesar de sus múltiples colonizaciones su forma de vida continúa íntimamente entrelazada a sus ancestrales costumbres tribales, y ellas se asientan aún en su conexión con la naturaleza, según ellos: “La diferencia entre la medicina occidental y la nuestra es que damos por hecho que nosotros queremos ayudar”. Separados en las distancia y el tiempo un jefe Yanomani desde la Amazonía declaró también para un documental del avanzado occidente: “La gente de la ciudades están formados para hacer dinero a costa de las personas”. Los ciudadanos del primer mundo desarrollado somos ávidos consumidores que reivindicamos -¡exigimos!- a nuestros gobiernos que nos subvencione -paradójicamente- nuestras riquezas, y ellos lo saben y por ello no caben las políticas sociales donde éste se encarga de igualar el nivel de la ciudadanía o dar soporte a los miembros débiles, en la sociedad rica no tiene cabida la necesidad perentoria de comida, techo o/y lumbre. Vivimos arrollados por el ansia consumista -ciegos, egoístas- donde no tiene lugar la solidaridad y el que no puede mantener el paso queda indefectiblemente atrás. La actualidad es el paraíso de las compras, ayer tenías que peregrinar hasta los templos de venta, pero hoy en tu bolsillo se esconde un universo de potenciales consumos, el paraíso consumista, viene a ti gracias a la mano invisible de Amazon -Oremus pues-. Pier Paolo Pasolini ejerció en su momento de crítico con este tsunami que entonces llegaba: “El ansia de consumo es ansia de obediencia a una orden tácita. En Italia, todo el mundo siente el ansia, degradante, de ser igual a los demás en lo que se refiere al consumo, a ser feliz, a ser libre, porque esta es la orden que uno recibe de manera inconsciente y a la cual <<debe>> obedecer, so pena de sentirse diferente. Nunca la diferencia ha sido una culpa tan espantosa como en este periodo de tolerancia. No es que hayamos conquistado la igualdad, es que se nos ha regalado una <<falsa>> igualdad”, pero consumiendo NO salvaremos el planeta. De hecho es necesario algo más que la simple exigencia reivindicativa frente a un gremio gubernamental que quedó anacrónico cuando externalizó el alcance de su poder y asumió ser representación de aquellas corporaciones económicas que le dictan sus políticas. Aunque lo cierto es que Zygmunt Bauman apunta directamente a los responsables cuando dice: “Para cambiar nuestra vida deberíamos cambiar nuestra manera de vivir, y esto es algo que normalmente pedimos a los demás, pero desde luego no a nosotros mismos”.





“Meme” (anónimo).



        ¿Y qué hacer?, solo puedo sentir desapego, desapego de gentes que se unen para rezar, batallar, combatir, celar… Disfrazados con casullas, uniformes o maquillados para la compra-venta de todo: de cosas, bienes, mercancías, el aire… Competencia y desmesura desde el aprendizaje, adoración a ídolos lustrados de oro, el Vellocinio, ave, Allá, sol luna o átomo. ¿Qué queréis?, apenas siento pertenecer a esta especie, especie de mercaderes, cómplices de la ignominia, reunidos por claustros batallones, feligreses de ideologías perversa, miles, pueriles, fantasiosas, egóticas.

         Nuestros abuelos desarrollaron su infancia en medio de una de las múltiples guerras de aquellos entonces, sus hijos que eran nuestros padres tuvieron que conformarse con un chocolate que llevaba tierra y luego al crecer un café de achicoria, a mi generación nos tocó compartir una bicicleta entre los hermanos de familias numerosas, y mientras hoy a los modelos familiares monoparentales digitales les dejamos en herencia tal hastío de consumismo con la forma de una dictadura de la felicidad que ni un tardío psicoanálisis les dará cura. El mayor lujo que nos puede proporcionar la riqueza es una vida normal, lo que mejor puede comprar el oro es un libro, la única posesión valiosa consiste en aprehender tiempo libre, aunque creo que esta es una opinión que pasará mayoritariamente desapercibida. Estamos tan imbuidos del hábito al consumismo que ni siquiera percibimos que es una interminable insatisfacción pasajera, pero la ceguera de los que buscan el lujo consiste en su despreocupación de la felicidad y su ansioso peregrinaje en pos del prestigio, y sin embargo se vuelve cada vez más inminente la reivindicación de que no tenemos que servir para nada, a nadie, imprescindible el perseguir cada vez con más ansia lo inútil: el amor, la creación, el arte, la alegría, en suma todo lo fundamental, como bien refleja este breve diálogo entre el periodista Jesús Quintero y el escritor Antonio Gala: 

-JQ: ¿Qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?" 

-AG: “… salir de esta especie de laberinto en que nos han metido, una vida que no es la nuestra y que no es la mandada. Que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesita esclavos, y así hasta el final. Salirse de esa cadena terrible, desencadenarse… Salir de esa extraña y monótona esclavitud de cada día. Darle a cada día su propio afán, pero también su propia sonrisa, su propio gozo, su propio color, su propio aroma. Eso es la inteligencia. Porque una inteligencia que no nos ayude a vivir, no la quiero. No me sirve para nada. No creo que le sirva para nada a nadie"

          Claro que las buenas intenciones se quedan en eso: buenas intenciones. Utilizamos los activismos como excusas para la exculpación, inactividad y evitar la confrontación. Soy vegano, soy de izquierdas, ecologista, nacionalista…feminista…, son falsos compromisos que no nos limpia del pecado de vivir en el sistema pero a la vez nos conforta para poder extraer de él sus beneficios sin considerar sus efectos dañino, por otro lado vivir es eso, lo contrario es sobrevivir. Un breve ejemplo: hay veces que para espantar el silencio tenemos puesta la radio de fondo, para que haga ruido, con su música intrascendente o la cháchara de entrevistas sin más, pero en ellas se esconde a veces destellos de lo absurdo. Un activista de la vida salvaje al cual su compromiso le llevó a África a intentar salvar a simios desplazados de su entorno y tras recuperarlos física, educacional y emocionalmente devolverlos a la naturaleza acababa su excurso con las siguientes palabras: “…por la naturaleza, por la paz, por las mujeres, por los chimpancés…” (!!!). No, no “queremos salvar el planeta”, en el fondo tan sólo somos adictos a la preocupación.





Los Ángeles.



Dubai.





North Brooklin, Maine

30 de marzo de 1973


          Apreciado señor Nadeau:

          Mientras exista un hombre íntegro, mientras exista una mujer compasiva, cabrá la posibilidad de que el contagio se extienda y el panorama no sea desolador. La esperanza es lo único que nos queda cuando corren malos tiempos. El domingo por la mañana me levantaré y daré cuerda al reloj; ésa será mi contribución al orden y la perseverancia.

          Los marineros tienen una expresión para el tiempo: dicen que el tiempo en un gran farolero. Supongo que eso mismo se puede decir de nuestra sociedad humana: es posible que todo parezca oscuro, pero entonces se abre un claro entre las nubes y todo cambia, a veces de una manera bastante repentina. Es obvio que la especie humana ha convertido en una ruina la vida en este planeta. Sin embargo, como pueblo cabe que llevemos mucho tiempo abrigando semillas de bondad que esperan germinar en condiciones adecuadas. La curiosidad del hombre, su constancia, si inventiva, su ingenuidad la han metido en un buen lío. Sólo podemos confiar en que esos mismos rasgos le permitan salir a rastras de él.

          Agárrese a su sombrero, agárrese a la esperanza. Y dele cuerda al reloj, porque mañana será otro día.

 

Atentamente,

E.B. White





Texto de enriqueponce 2023-4.

Fotografías e imágenes, y citas, de los reseñados al pie o bajados de la red.


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