miércoles, 25 de noviembre de 2020

"Crónicas Marcianas"

CronoCromos






          Anotación número 1.

          SÍNTESIS: Una reseña periodística. El escrito más inteligente. Un poema.

          Dentro de ciento veinte días quedará totalmente terminado nuestro primer avión-cohete Integral. Pronto llegará la magna hora histórica en que el Integral se remontará al espacio sideral. Un milenio atrás, vuestros heroicos antepasados supieron conquistar este planeta para someterlo al dominio del Estado único. Vuestro Integral, vítreo, eléctrico y vomitador de fuego, integrará la infinita ecuación del Universo. Y vuestra misión es la de someter al bendito yugo de la razón todos aquellos seres desconocidos que pueblen los demás planetas y que tal vez se encuentren en el incivil estado de la libertad. Y si estos seres no comprendieran por las buenas que les aportamos una dicha matemáticamente perfecta, deberemos y debemos obligarles a esta vida feliz. Pero antes de empuñar las armas, intentaremos lograrlo con el verbo.
          En nombre del Bienhechor, se pone en conocimiento de todos los números del Estado único:
          Que todo aquel que se sienta capacitado para ello, viene obligado a redactar tratados, poemas, manifiestos y otros escritos que reflejen la hermosura y la magnificencia del Estado único.
          Estas obras serán las primeras misivas que llevará el Integral al Universo.
          ¡Estado único, salve! ¡Salve, Bienhechor!... ¡Salve, números!
          Con las mejillas encendidas escribo estas palabras. Sí, integraremos esta igualdad, esta ecuación magnífica, que abarca todo el cosmos. Enderezaremos esta línea torcida, bárbara, convirtiéndola en tangente, en asíntota. Pues la línea del Estado único es la recta. La recta magnífica, sublime, sabia, la más sabia de todas las líneas.
          Yo, el número D-503, el constructor del Integral, soy tan sólo uno de los muchos matemáticos del Estado único. Mi pluma, habituada a los números, no es capaz de crear una melodía de asonancias y ritmos. Solamente puedo reproducir lo que veo, lo que pienso y, decirlo más exactamente, lo que pensamos NOSOTROS, ésta es la palabra acertada, la palabra adecuada, y por esta razón quiero que mis anotaciones lleven por título NOSOTROS.
          Estas palabras son parte de la magnitud derivada de nuestras vidas, de la existencia matemáticamente perfecta del Estado único. Siendo así, ¿no han de trocarse por sí solas en un poema? Sí han de trocarse en un poema. Lo creo y lo sé.
          Escribo estas líneas y las mejillas me arden. Experimento con toda claridad un sentimiento acaso análogo al que debe de invadir a una mujer cuando se da cuenta, por primera vez, del latido cardíaco de un nuevo y aún pequeñísimo ser en su vientre. Esta obra - que forma parte de mí, y sin embargo yo no soy ella - durante muchos meses habré de nutrirla con la sangre de mis venas, hasta que pueda darla a luz entre dolores y brindarla luego al Estado único.
          Pero estoy dispuesto, como cualquiera de nosotros, o casi cada uno de nosotros.

























Texto, extraído de "Nosotros", de Yevgueni Zamiatin.
Fotografías tomadas por la Cámara HiRISE (High-Resolution Imaging Science Experiment) 
desde el Mars Reconnaissance Orbiter (MRO), 
difundidas desde el canal de "Crónicas Marcianas" en YouTube, y editadas por enriqueponce.





domingo, 15 de noviembre de 2020

"Cristóbal Hara"







BLOg DE NOTAS





Cristóbal Hara
Madrid, 1946



Fotografía bajada de la red.














"Un país imaginario"


"Día de San Antonio"



          En este país... Esta es la frase que todos repetimos a porfía, frase que sirve de clave para toda clase de explicaciones, cualquiera que sea la cosa que a nuestros ojos choque en mal sentido. ¿Qué quiere usted? decimos, ¡en este país! Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarle perfectamente con la frasecilla: ¡Cosas de este país!, que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.
          ¿Nace esta frase de un atraso reconocido en toda la nación? No creo que pueda ser este su origen, porque solo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce: de donde se infiere que si todos los individuos de un pueblo conociesen su atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de raciocinio, que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y que se goza en tener una muletilla siempre a mano con que responderse a sus propios argumentos, haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general? Esto parece más ingenioso que cierto.
          Creo entrever la causa verdadera de esta humillante expresión. Cuando se halla un país en aquel crítico momento en que se acerca una transición, y en que, saliendo de las tinieblas, comienza a brillar a sus ojos un ligero resplandor, no conoce todavía el bien, empero ya conoce el mal, de donde pretende salir para probar cualquier otra cosa que no sea lo que hasta entonces ha tenido. Sucédele lo que a una joven bella que sale de la adolescencia: no conoce el amor todavía ni sus goces; su corazón, sin embargo, o la naturaleza, por mejor decir, le empieza a revelar una necesidad que pronto será urgente para ella, y cuyo germen y cuyos medio de satisfacción tiene en sí misma, si bien los desconoce todavía; la vaga inquietud de su alma, que busca y ansía, sin saber qué, la atormenta y la disgusta de su estado actual y del anterior en que vivía; y vésela despreciar y romper aquellos mismos sencillos juguetes que formaban poco antes el encanto de su ignorante existencia.
          Este es acaso nuestro estado, y este, a nuestro entender, el origen de la fatuidad que en nuestra juventud se observa: el medio saber reina entre nosotros; no conocemos el bien, pero sabemos que existe y que podemos llegar a poseerle, si bien sin imaginar aún el cómo. Afectamos, pues, hacer ascos de lo que tenemos, para dar a entender a los que nos oyen que conocemos cosas mejores, y nos queremos engañar miserablemente unos a otros, estando todos en el mismo caso.
          Este medio saber nos impide gozar de lo bueno que realmente tenemos, y aun nuestra ansia de obtenerlo todo de una vez nos ciega sobre los mismos progresos que vamos insensiblemente haciendo. Estamos en el caso del que, teniendo apetito, desprecia un sabroso almuerzo con la esperanza de un suntuoso convite incierto, que se verificará, o no se verificará, más tarde. (...)
          (...)
          Cuando oímos a un extranjero que tiene la fortuna de pertenecer a un país donde las ventajas de la ilustración se han hecho conocer con mucha anterioridad que en el nuestro, por causas que no es de nuestra inspección examinar, nada extrañamos en su boca, si no es la falta de consideración y aun de gratitud que reclama la hospitalidad de todo hombre honrado que la recibe; pero cuando oímos la expresión despreciativa que hoy merece nuestra sátira en bocas de españoles, y de españoles, sobre todo, que no conocen más país que este mismo suyo, que tan injustamente dilaceran, apenas reconoce nuestra indignación límites en que contenerse.
          (...)
          Borremos, pues, de nuestro lenguaje la humillante expresión que no nombra a este país sino para denigrarle; volvamos los ojos atrás, comparemos y nos creeremos felices. Si alguna vez miramos adelante y nos comparamos con el extranjero, sea para prepararnos un porvenir mejor que el presente, y para rivalizar en nuestros adelantos con los de nuestros vecinos. Solo en este sentido opondremos nosotros en algunos de nuestros artículos el bien de fuera al mal de dentro. Olvidemos, lo repetimos, esa funesta expresión que contribuye a aumentar la injusta desconfianza que de nuestras propias fuerzas tenemos. Hagamos más favor o justicia a nuestro país, y creámosle capaz de esfuerzos y felicidades. Cumpla cada español con sus deberes de buen patricio, y en vez de alimentar nuestra inacción con la expresión de desaliento: ¡Cosas de España!, contribuya cada cual a las mejoras posibles. Entonces este país dejará de ser tan mal tratado de los extranjeros, a cuyo desprecio nada podemos oponer, si de él les damos nosotros mismos el vergonzoso ejemplo.














  






Fotografías y título de Cristóbal Hara.
Texto, extraído de "Artículos de costumbres", de Mariano José de Larra.






jueves, 5 de noviembre de 2020

"Mike Brodie"

BLOg DE NOTAS





Mike Brodie
Arizona, EEUU. 1985





















CALLE
WEST MADISON


Chicago (Illinois)

          3  DE DICIEMBRE DE 1938

          La calle West Madison de Chicago no era distinta de la calle Pratt de Baltimore ni de la calle South Main de Los Angeles ni de la calle 3 de San Francisco. Era una calle de activos predicadores, pensiones y hoteles baratos, tiendas de ropa de segunda mano, tascas de infecta comida, casas de empeño, licorerías y casas de putas, un hervidero de lo que cortésmente llamaban <<desengañados>>.
          Lo único que hacía que aquel año en Chicago fuese distinto de cualquier otro es que Smokey Lonesome, que solía viajar solo, había hecho un amigo; casi un niño, en realidad, pero le hacía compañía. Se habían conocido hacía un mes, en Michigan.
          Era un muchacho bien parecido, y con buen color de cara, que llevaba un chaqueta ligera de punto, de color gris azulado, por encima de una deshilachada camisa marrón y unos raídos pantalones marrones también, y que tenía la piel tan fina como el culito de un bebé. Todavía escocido por los problemas que había tenido en Detroit con unos tipos que querían darle por el culo, le había pedido a Smokey si podía viajar con él una temporada.
        Smokey le dijo lo mismo que le dijo a él una vez un antiguo compinche.
         -Vuelve a casa en seguida, muchacho, ahora que todavía puedes. Aléjate de esta vida, porque, en cuanto empiecen a echarte a patadas de los trenes, estarás perdido.
          Pero no sirvió de nada, como tampoco había servido con él. Así que Smokey dejó que lo acompañase.
         Era un muchacho divertido. Casi se rompe los bolsillos de los pantalones fingiendo rebuscar una moneda de diez centavos, que no tenía, para poder entrar a ver <<La danza del abanico>> que hacía Sally Rand en Blancas avecillas a la luz de la luna, como anunciaban en un cartel. No encontró los diez centavos, claro, pero a la taquillera le dio tanta pena que lo dejó entrar gratis.
          Smokey había afanado un cuarto de dólar mientras aguardaba a que el chico saliese del espectáculo, y pensó que estaría bien ir luego a comerse un filete de diez centavos en el Tile Grill. En todo el día sólo habían comido unas salchichas en lata y unas galletas saladas que estaban florecidas. Estaba fumando un Lucky Strike que había encontrado aplastado en un paquete de cigarrillos que habían tirado al suelo, cuando el muchacho salió del teatro entusiasmado.
          -Oh, Smokey, ¡tenías que haberla visto! Es lo más bonito y delicado que he visto nunca. Es como un ángel, un verdadero ángel viviente caído del cielo.
          No paró de hablar de ella durante toda la cena.
          Después de comerse los filetes, vieron que les faltaban treinta centavos para poder dormir en una pensión, así que enfilaron hacia Grant's Park, donde confiaban en poder dormir en una especie de improvisadas chabolas , hechas de cartón embreado y maderas, que a veces se encontraban con un poco de suerte; y aquella noche la tuvieron.
          -Cuéntame cosas de todos los lugares en los que has estado y lo que has hecho, Smokey -dijo el muchacho, como hacía cada noche antes de disponerse a dormir.
         -Ya te lo he contado.
          -Bueno, pero cuéntamelo otra vez.
          Smokey ya le había contado lo de la temporada que pasó en Baltimore, cuando tenía un empleo en la hamburguesería White Tower, que estaba tan limpia que se habría podido comer en el suelo, de relucientes baldosas blancas y negras; y también le había hablado de cuando trabajó en una mina de carbón de las cercanías de Pittsburg.
          -Aquellos tipos habrían sido capaces de comerse una rata, pero yo no. Ni hablar. Las he visto salvar muchas vidas. A mí me la salvaron una vez. Porque las ratas son las primeras en oler el grisú de las minas...
          >>Una vez, estaba yo con un veterano en una profunda galería, picando, cuando, de pronto, irrumpió un verdadero ejército de ratas a cien por hora. Yo me sentí como paralizado, pero aquel negro soltó el pico y me gritó "¡corre!".
          >>Y corrí. Gracias a eso salvé la vida. Todavía hoy, si veo una rata, la dejo que vaya a su cobijo. Ya lo creo; tienen un lugar de honor en mis andanzas.
          -¿Y cuál es el peor trabajo que has hecho nunca, Smokey? -farfulló el muchacho, que estaba ya casi dormido.
          -¿El peor trabajo? Pues, no lo sé... He hecho cosas que un hombre sensato no habría hecho, pero creo que lo peor fue allá por el año 28, cuando entré a trabajar en aquel molino de trementina de una destilería de vinagre, en Alabama. Llevaba dos meses sin comer más que alubias y cerdo; estaba sin blanca, tanto que una moneda de cinco centavos me parecía un tesoro.
          >>De no ser así, nunca habría aceptado aquel empleo. Los únicos blancos que podían conseguir que trabajasen allí eran los vagabundos y los llamaban los negros de la trementina. Era un trabajo matador para un blanco. Yo sólo duré cinco días, y estuve verdaderamente enfermo durante tres semanas por culpa de aquel hedor que te impregnaba la piel, el pelo... Incluso tuve que quemar mi ropa...>>.
          De pronto, Smokey se interrumpió y se incorporó. En cuanto oyó gritos y carreras se dijo que era la Legión. La Legión Americana llevaba dos meses entrando a saco en los campamentos de temporeros sin trabajo, echando a patadas a todo el que pillaban, decididos a acabar con aquella chusma que se le venía encima a la ciudad.
          -¡Vamos! ¡Larguémonos de aquí enseguida! -le gritó Smokey al muchacho.
          Y salieron corriendo, igual que los restantes ciento veintidós chabolistas que había allí aquella noche. No se oía más que el ruido que hacían todos los que huían por los matorrales y el que hacían los hombres de la Legión al destrozar las chabolas con barras de hierro y trozos de tubería, y al desgarrar los cartones embreados.
          Smokey corrió hacia la izquierda y, en cuanto dio con la espesura, echó cuerpo a tierra ocultándose entre el matorral, porque sabía que con sus débiles pulmones, no tenía nada que hacer corriendo. Permaneció allí echado en el suelo hasta que todo pasó. El muchacho sí que podía correr y Smokey pensó que podría localizarlo después.
          Smokey volvió luego al campamento a ver si había quedado algo en pie. Pero de lo que fuera un pequeño poblado de chabolas no quedaban más que unos cuantos montones de cartón embreado y astillas; todo liso como la palma de la mano. Dio la vuelta para volver sobre sus pasos y oyó una voz.
          -¿Smokey?
          El muchacho estaba tendido a menos de diez metros de donde estuvo su chabola.
          -¿Qué te ha pasado? -preguntó Smokey acercándose a él sorprendido.
          -Ya sé que tú siempre me decías que no me desatase los zapatos; pero es que me apretaban. Y tropecé.
          -¿Te has hecho daño?
          -Como que creo que de ésta no salgo.
          Smokey se acuclilló junto a él y vio que tenía todo el lado derecho de la cabeza, destrozado. El muchacho alzó los ojos mirándolo.
          -Sabes, Smokey... Pensé que vagabundear sería divertido... Pero no lo es...
          Y entonces cerró los ojos y murió.
          Al día siguiente, Smokey fue a buscar un par de tipos que conocía y enterraron al muchacho en el cementerio de vagabundos que tenían en las afueras de Chicago, y Elmo Williams leyó un fragmento que eligió de la página 301 del devocionario rojo del Ejército de Salvación que siempre llevaba con él.

          Alegrándose de su muerte
          Que nuestra pérdida es su infinita suerte
          Un alma de su prisión liberada
          Libre del cuerpo al que estaba encadenada.

          Como nadie sabía cómo se llamaba, se limitaron a improvisar una <<lápida>> de madera, con una tabla de un cajón de embalar, sin otra inscripción que EL MUCHACHO.
          Cuando sus compañeros se fueron, Smokey se quedó aún unos minutos para despedirse de él a solas.
          -Bueno, compañero -le dijo-, por lo menos tú conseguiste ver a Sally Rand. Algo es algo...
          Luego se dio la vuelta y enfiló hacia las cocheras, a camuflarse en un vagón de algún tren que fue hacia el sur, hacia Alabama. Quería dejar Chicago, donde las corrientes de aire que azotaban las esquinas eran tan frías que te hacían lagrimear.























Fotografías, de la serie "A Period of Juvenile Prosperity", de Mike Brodie.
Texto, extraído de "Tomates verdes fritos en el Café de Whistle Stop". de Fannie Flagg.