jueves, 5 de noviembre de 2020

"Mike Brodie"

BLOg DE NOTAS





Mike Brodie
Arizona, EEUU. 1985





















CALLE
WEST MADISON


Chicago (Illinois)

          3  DE DICIEMBRE DE 1938

          La calle West Madison de Chicago no era distinta de la calle Pratt de Baltimore ni de la calle South Main de Los Angeles ni de la calle 3 de San Francisco. Era una calle de activos predicadores, pensiones y hoteles baratos, tiendas de ropa de segunda mano, tascas de infecta comida, casas de empeño, licorerías y casas de putas, un hervidero de lo que cortésmente llamaban <<desengañados>>.
          Lo único que hacía que aquel año en Chicago fuese distinto de cualquier otro es que Smokey Lonesome, que solía viajar solo, había hecho un amigo; casi un niño, en realidad, pero le hacía compañía. Se habían conocido hacía un mes, en Michigan.
          Era un muchacho bien parecido, y con buen color de cara, que llevaba un chaqueta ligera de punto, de color gris azulado, por encima de una deshilachada camisa marrón y unos raídos pantalones marrones también, y que tenía la piel tan fina como el culito de un bebé. Todavía escocido por los problemas que había tenido en Detroit con unos tipos que querían darle por el culo, le había pedido a Smokey si podía viajar con él una temporada.
        Smokey le dijo lo mismo que le dijo a él una vez un antiguo compinche.
         -Vuelve a casa en seguida, muchacho, ahora que todavía puedes. Aléjate de esta vida, porque, en cuanto empiecen a echarte a patadas de los trenes, estarás perdido.
          Pero no sirvió de nada, como tampoco había servido con él. Así que Smokey dejó que lo acompañase.
         Era un muchacho divertido. Casi se rompe los bolsillos de los pantalones fingiendo rebuscar una moneda de diez centavos, que no tenía, para poder entrar a ver <<La danza del abanico>> que hacía Sally Rand en Blancas avecillas a la luz de la luna, como anunciaban en un cartel. No encontró los diez centavos, claro, pero a la taquillera le dio tanta pena que lo dejó entrar gratis.
          Smokey había afanado un cuarto de dólar mientras aguardaba a que el chico saliese del espectáculo, y pensó que estaría bien ir luego a comerse un filete de diez centavos en el Tile Grill. En todo el día sólo habían comido unas salchichas en lata y unas galletas saladas que estaban florecidas. Estaba fumando un Lucky Strike que había encontrado aplastado en un paquete de cigarrillos que habían tirado al suelo, cuando el muchacho salió del teatro entusiasmado.
          -Oh, Smokey, ¡tenías que haberla visto! Es lo más bonito y delicado que he visto nunca. Es como un ángel, un verdadero ángel viviente caído del cielo.
          No paró de hablar de ella durante toda la cena.
          Después de comerse los filetes, vieron que les faltaban treinta centavos para poder dormir en una pensión, así que enfilaron hacia Grant's Park, donde confiaban en poder dormir en una especie de improvisadas chabolas , hechas de cartón embreado y maderas, que a veces se encontraban con un poco de suerte; y aquella noche la tuvieron.
          -Cuéntame cosas de todos los lugares en los que has estado y lo que has hecho, Smokey -dijo el muchacho, como hacía cada noche antes de disponerse a dormir.
         -Ya te lo he contado.
          -Bueno, pero cuéntamelo otra vez.
          Smokey ya le había contado lo de la temporada que pasó en Baltimore, cuando tenía un empleo en la hamburguesería White Tower, que estaba tan limpia que se habría podido comer en el suelo, de relucientes baldosas blancas y negras; y también le había hablado de cuando trabajó en una mina de carbón de las cercanías de Pittsburg.
          -Aquellos tipos habrían sido capaces de comerse una rata, pero yo no. Ni hablar. Las he visto salvar muchas vidas. A mí me la salvaron una vez. Porque las ratas son las primeras en oler el grisú de las minas...
          >>Una vez, estaba yo con un veterano en una profunda galería, picando, cuando, de pronto, irrumpió un verdadero ejército de ratas a cien por hora. Yo me sentí como paralizado, pero aquel negro soltó el pico y me gritó "¡corre!".
          >>Y corrí. Gracias a eso salvé la vida. Todavía hoy, si veo una rata, la dejo que vaya a su cobijo. Ya lo creo; tienen un lugar de honor en mis andanzas.
          -¿Y cuál es el peor trabajo que has hecho nunca, Smokey? -farfulló el muchacho, que estaba ya casi dormido.
          -¿El peor trabajo? Pues, no lo sé... He hecho cosas que un hombre sensato no habría hecho, pero creo que lo peor fue allá por el año 28, cuando entré a trabajar en aquel molino de trementina de una destilería de vinagre, en Alabama. Llevaba dos meses sin comer más que alubias y cerdo; estaba sin blanca, tanto que una moneda de cinco centavos me parecía un tesoro.
          >>De no ser así, nunca habría aceptado aquel empleo. Los únicos blancos que podían conseguir que trabajasen allí eran los vagabundos y los llamaban los negros de la trementina. Era un trabajo matador para un blanco. Yo sólo duré cinco días, y estuve verdaderamente enfermo durante tres semanas por culpa de aquel hedor que te impregnaba la piel, el pelo... Incluso tuve que quemar mi ropa...>>.
          De pronto, Smokey se interrumpió y se incorporó. En cuanto oyó gritos y carreras se dijo que era la Legión. La Legión Americana llevaba dos meses entrando a saco en los campamentos de temporeros sin trabajo, echando a patadas a todo el que pillaban, decididos a acabar con aquella chusma que se le venía encima a la ciudad.
          -¡Vamos! ¡Larguémonos de aquí enseguida! -le gritó Smokey al muchacho.
          Y salieron corriendo, igual que los restantes ciento veintidós chabolistas que había allí aquella noche. No se oía más que el ruido que hacían todos los que huían por los matorrales y el que hacían los hombres de la Legión al destrozar las chabolas con barras de hierro y trozos de tubería, y al desgarrar los cartones embreados.
          Smokey corrió hacia la izquierda y, en cuanto dio con la espesura, echó cuerpo a tierra ocultándose entre el matorral, porque sabía que con sus débiles pulmones, no tenía nada que hacer corriendo. Permaneció allí echado en el suelo hasta que todo pasó. El muchacho sí que podía correr y Smokey pensó que podría localizarlo después.
          Smokey volvió luego al campamento a ver si había quedado algo en pie. Pero de lo que fuera un pequeño poblado de chabolas no quedaban más que unos cuantos montones de cartón embreado y astillas; todo liso como la palma de la mano. Dio la vuelta para volver sobre sus pasos y oyó una voz.
          -¿Smokey?
          El muchacho estaba tendido a menos de diez metros de donde estuvo su chabola.
          -¿Qué te ha pasado? -preguntó Smokey acercándose a él sorprendido.
          -Ya sé que tú siempre me decías que no me desatase los zapatos; pero es que me apretaban. Y tropecé.
          -¿Te has hecho daño?
          -Como que creo que de ésta no salgo.
          Smokey se acuclilló junto a él y vio que tenía todo el lado derecho de la cabeza, destrozado. El muchacho alzó los ojos mirándolo.
          -Sabes, Smokey... Pensé que vagabundear sería divertido... Pero no lo es...
          Y entonces cerró los ojos y murió.
          Al día siguiente, Smokey fue a buscar un par de tipos que conocía y enterraron al muchacho en el cementerio de vagabundos que tenían en las afueras de Chicago, y Elmo Williams leyó un fragmento que eligió de la página 301 del devocionario rojo del Ejército de Salvación que siempre llevaba con él.

          Alegrándose de su muerte
          Que nuestra pérdida es su infinita suerte
          Un alma de su prisión liberada
          Libre del cuerpo al que estaba encadenada.

          Como nadie sabía cómo se llamaba, se limitaron a improvisar una <<lápida>> de madera, con una tabla de un cajón de embalar, sin otra inscripción que EL MUCHACHO.
          Cuando sus compañeros se fueron, Smokey se quedó aún unos minutos para despedirse de él a solas.
          -Bueno, compañero -le dijo-, por lo menos tú conseguiste ver a Sally Rand. Algo es algo...
          Luego se dio la vuelta y enfiló hacia las cocheras, a camuflarse en un vagón de algún tren que fue hacia el sur, hacia Alabama. Quería dejar Chicago, donde las corrientes de aire que azotaban las esquinas eran tan frías que te hacían lagrimear.























Fotografías, de la serie "A Period of Juvenile Prosperity", de Mike Brodie.
Texto, extraído de "Tomates verdes fritos en el Café de Whistle Stop". de Fannie Flagg.




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