martes, 25 de mayo de 2021

"Mayo mayea"

UN bAZAR DE OBRAS



"Mayo mayea"



Un carnívoro cuchillo

de ala dulce y homicida

sostiene un vuelo y un brillo

alrededor de mi vida.


Rayo de metal crispado

fulgentemente caído,

picotea mi costado

y hace en él un triste nido.


Mi sien, florido balcón

de mis edades tempranas,

negra está, y mi corazón,

y mi corazón con canas.


Tal es la mala virtud

del rayo que me rodea,

que voy a mi juventud

como la luna a mi aldea.


Recojo con las pestañas

sal del alma y sal del ojo

y flores de telarañas

de mis tristezas recojo.


¿A dónde iré que no vaya

mi perdición a buscar?

Tu destino es de la playa

y mi vocación del mar.


Descansar de esta labor

de huracán, amor o infierno

no es posible, y el dolor

me hará a mi pesar eterno.


Pero al fin podré vencerte,

ave y rayo secular,

corazón, que de la muerte

nadie ha de hacerme dudar.


Sigue, pues, sigue cuchillo,

volando, hiriendo. Algún día

se pondrá el tiempo amarillo

sobre mi fotografía.















Fotografías

enriqueponce

dosmil21






Texto, extraído de "El rayo que no cesa", de Miguel Hernández.



sábado, 15 de mayo de 2021

"George Georgiou"

BLOg DE NOTAS



George Georgiou

Londres, Reino Unido. 1961



Fotografía bajada de la red.











"Toda la gloria cabe en un grano de maíz." (José Martí)







          A muchos, la sociedad tal como era les parecía lo más natural del mundo, igual que la familia donde nace o el pueblo donde vive. Todo eso era muy familiar, vieja costumbre. Si toda la vida se escucha: <<Éste es  dueño de un caballo, éste es dueño de un bohío, y éste es el dueño de una inmensidad de tierra y todo lo que hay sobre ella>>, nunca nada parecía extraño. El concepto de propiedad era universal, aplicable a todas las cosas, hasta a los lujos. Éste es hijo de fulano de tal, y ésta es la mujer del otro; bueno, todo es propiedad de alguien. Pero este concepto de propiedad se aplica a todo, al caballo, al camión, a la finca, a la fábrica, a la escuela, excepto a bienes que fueran públicos.

          El ciudadano nace en una sociedad capitalista e inmerso en el concepto de la propiedad; para él todo es propiedad, y tan sagrado es el par de zapatos propio, el hijo y la mujer, como la fábrica aquella donde hay un señor que es el dueño, y uno que administra y le hace el favor de darle un empleíto y le pasa la mano por arriba a gente que es ignorante, que no sabe leer ni escribir; porque los capitalistas usan mucho la psicología, lo que los socialistas muchas veces no usan. El administrador socialista cree que ése es el deber de un trabajador, y el capitalista sabe que ése es uno que le produce plusvalía.

          Aunque él no sabe, conscientemente, lo que es la plusvalía, para él todo es muy natural, él organizó, buscó un dinerito, puso un negocio, se hizo rico, incluso sumamente rico. Entonces, bueno, la gente vivía en tales condiciones de humildad y de inferioridad que miraba incluso a un político de aquellos, sabiendo que era el tipo más rico y más corrupto, hasta con admiración...





          Se habla de <<libertad de expresión>>, pero en realidad lo que se define fundamentalmente es el derecho de propiedad privada de los medios de divulgación masiva.



          (...) ¿dónde está el espíritu crítico en la prensa de tantos países que se pretenden más democráticos que nosotros? ¿Dónde está el espíritu crítico de esos periodistas y de esos canales de televisión, en Estados unidos, que han apoyado, como verdaderos voceros de propaganda, la guerra del presidente Bush contra Irak?

          La verdad, la ética, que deberían ser el primero derecho o atributo del ser humano, ocupan cada vez menos espacio. Los cables de prensa, los medios, la radio, la televisión, los teléfonos celulares y las páginas de Internet descargan un torrente de noticias de todas partes a cada minuto. No es nada fácil para un ciudadano seguir el curso de los acontecimientos. Apenas si la inteligencia humana puede orientarse en ese vendaval de noticias.

          Eso órganos de información que se pretenden libres y críticos pero que dependen de la publicidad y que nunca critican a sus anunciantes, yo digo: ¿Por qué se gastan tantos miles de millones de dólares en publicidad? ¿Cuánto se podría hacer con mil millones de dólares de los que se despilfarra en publicidad? (...)

          Nosotros no andamos con hipocresías de ninguna clase, hablando de la <<libertad de prensa>> europea. Nosotros soñamos con otra libertad de prensa, en un país culto, en un país que posea una cultura general integral y pueda comunicarse con el mundo. Porque quienes temen el pensamiento libre no educan a los pueblos, no le aportan, no tratan de que adquieran el máximo de cultura, conocimientos históricos y políticos más variados, y aprecien las cosas por su valor en sí, y porque lo saquen de sus propias cabezas. Ahora, deben tener los elementos de juicio para poder sacar las cosas de su cabeza.

           Cuando surgieron, los medios masivos se apoderaron de las mentes y gobernaban no solo a base de mentiras, sino de reflejos condicionados. No es lo mismo una mentira que un reflejo condicionado. La mentira afecta al conocimiento; el reflejo condicionado afecta a la capacidad de pensar. Y no es lo mismo estar desinformado que haber perdido la capacidad de pensar, porque ya te crearon reflejos: <<Esto es malo, esto es malo; el socialismo es malo, el socialismo es malo>>. Y todos los ignorantes, todos los analfabetos, todos los pobres, todos los explotados diciendo: <<El socialismo es malo>>. <<El comunismo es malo>>.

          No enseñan a leer y escribir a las masas, gastan un millón de millones en publicidad cada año para tomarle el pelo a la inmensa mayoría de la humanidad -que, además, paga las mentiras que se dicen-, convirtiendo al ser humano en persona que, al parecer, no tuviera ni siquiera capacidad de pensar, porque las hacen consumir jabón, que es el mismo jabón, con diez marcas diferentes, y tienen que engañarla, porque ese millón de millones, no lo pagan las empresas, lo pagan aquellos que adquieren los productos en virtud de la publicidad. Gastan en crear reflejos condicionados, porque aquel compró Palmolive, el otro Colgate, el otro jabón Candado, sencillamente porque se lo dijeron cien veces, se lo asociaron a una imagen bonita y le fueron sembrando, tallando el cerebro. Ellos que hablan tanto de <<lavado de cerebro>>, lo tallan, le dan una forma, le quitan al ser humano la capacidad de pensar.

          ¿Van a hablar de <<libertad de expresión>> en países que tienen un 20 por ciento, un 30 por ciento de analfabetos, un 80 por ciento entre analfabetos plenos y analfabetos funcionales? ¿Con qué criterio, con qué elementos incluso, opinan, y dónde opinan? Si mucha gente culta e inteligente cuando quieren publicar un artículo no hay manera  de que se lo publiquen, y lo ignoran, y lo aplastan, y lo desacreditan. Se han convertido esos grandes medios en instrumentos de manipulación.

          Nosotros los poseemos, y partimos de la absoluta convicción de que usamos tales medios para educar, para desarrollar los conocimientos de las personas. Esos instrumentos desempeñan un papel en la Revolución, han creado conciencia, conceptos, valores, y no los hemos empleado forzosamente bien. Sabemos sin embargo, lo que puede, y conocemos lo que ha logrado la Revolución, entre otras cosas, porque dispone de los medios.

          Ahora, no vamos a creer la historia de que esos medios en Occidente están destinados a crear valores de solidaridad, sentimientos de hermandad, fraternidad, espíritu de justicia. Exponen los valores de un sistema que por naturaleza es egoísta; es, por naturaleza, individualista. Mientras más preparación tiene alguna persona puede comprender que los problemas de este mundo, cada vez más complicados, no se resuelven si no se educa a la gente.



georgegorgiou.net


Fotografías de George Georgiou.

Cita de José Martí.

Texto, extraído de "Fidel Castro, biografía a dos voces", de Ignacio Ramonet.




miércoles, 5 de mayo de 2021

"Martin Weber"

BLOg DE NOTAS




Martin Weber

Santiago de Chile, Chile. 1968



Fotografía bajada de la red.









"Mapa de sueños latinoamericanos"







Pensar, capitán Montes, que hubieras podido seguir durmiendo tu siesta. En realidad, estás cansado. Hay que reconocer que la faena de anoche fue dura, con esos doce presos que llegaron juntos, ya bastante maltrechos, y ustedes tuvieron que arruinarlos un poquito más. Eso siempre te deja un malestar, sobre todo cuando uno no consigue que suelten nada, ni siquiera el número de zapatos o el talle de la camisa. Las pocas veces en que alguien habla, pensando [pobre ingenuo] que eso quizá signifique el final del infierno, entonces el trabajo sucio te deja por lo menos una satisfacción mínima. Después de todo, te enseñaron que el fin justifica los medios, pero vos ya no te acordás mucho de cuál es el fin. Tu especialidad siempre fueron los medios, y éstos deben ser contundentes, implacables, eficaces. Te metieron en el marote que esos muchachitos tan frescos, tan sanos, tan decididos [vos agregarías: y tan fanáticos], eran tus enemigos, pero a esta altura ya ni siquiera estás demasiado seguro de quiénes son tus amigos. Por lo menos sabés a ciencia cierta que el coronel Ochoa no es tu amigo. El coronel, que jamás se mancha el meñique con ningún trabajo que apeste, te consideran un débil, y te lo ha dicho delante del teniente Vélez y del mayor Falero. Vos no siempre alcanzás a comprender cómo Falero y Vélez pueden efectuar tan calmosamente un interrogatorio tras otro, sin perder nada de su compostura, sin que se les afloje un botón ni se les desacomode el peinado, negro y engominado en Falero, ondeado y pelirrojo en Vélez. La siesta te deja siempre de mal humor. Pero hoy estás especialmente malhumorado. Quizá porque Amanda te sugirió anoche, tímidamente, después de haber hecho el amor con una tensión inevitable y frustránea, si no sería mejor que, y vos estallaste, casi rugiste de indignación y despecho, acaso porque también pensabas lo mismo, pero a quién se le ocurría ahora pedir el retiro, algo que siempre despierta fastidiosas sospechas y aprensiones. Y además, en <<época de guerra interna>>, el pretexto tendría que ser tremendo, nunca menos que cáncer, desprendimiento de retina o cirrosis. Pero lo lamentable es que Amanda lo haya pensado, simplemente pensado. <<Pienso en Jorgito y me da pánico.>> ¿Y qué se cree? ¿Que vos vislumbrás un porvenir espléndido? Y eso que ella no sabe los pormenores de cada jornada. No sabe cómo te sentiste cuando a la muchacha que cayó en La Teja hubo que irle sacando los dientes, uno por uno, con paciencia y con celo. O cuando tuviste conciencia de que, al cabo de una sola sesión de trabajo, aquel obrerito mofletudo había quedado listo para que le amputaran el testículo. Ella no sabe nada. Incluso a veces te comenta si será cierto lo que dicen las malas y peores lenguas: que en el cuartel tal y en el regimiento cual, arrancan confesiones mediante espantosos procedimientos. Y es increíble que te diga: <<Ojalá nunca te ordenen hacer algo así. Porque, claro, tendrías que negarte, y vaya a saber qué sucedería>>. Y vos tranquilizándola como de costumbre, sin poderle confesar que cuando te lo ordenaron la primera vez ni siquiera esbozaste una tímida negativa, porque no le podías dar al coronel Ochoa ese pretexto en bandeja. Fue en esa amarga jornada cuando te jugaste tu carrera y decidiste no perder, y aunque de noche estuviste vomitando durante horas, y Amanda, al despertarse con el fragor de tus arcadas, te preguntó qué te pasaba y vos inventaste lo del lechón que te había caído mal, la cosa no terminó ahí y durante muchas noches soñaste con aquel muchacho que, cada vez que recomenzaba el castigo, abría la boca sin emitir sonido alguno y apretaba los ojos y ponía el pescuezo duro como una viga. Ahora pensás, claro, a qué darle más vueltas. Una vez que te decidiste, chau. De todas maneras, vos creés que tenés motivos morales para hacer lo que hacés. Pero el problema es que ya casi no te acordás del motivo moral, sino pura y exclusivamente de una boca que sangra o un cuerpo que se dobla. De modo que aparentemente es bastante lógico que conectes el tocadiscos y coloques en el plato una cualquiera de las sinfonías de Mozart. Hasta hace poco la música te limpiaba, te equilibraba, te depuraba, te ajustaba. Ahora mismo, en esta ascensión espiritual, en este brío juguetón, te alejas de las imágenes sombrías, del patio del cuartel, de los gritos desgarradores, de tu propia vergüenza. Los violines trabajan como galeotes, las violas acompañan como hembras fidelísimas, el corno interroga sin demasiada convicción. Pero no importa. Vos también a veces interrogás sin demasiada convicción, y si aplicás la picana es precisamente por eso, porque no tenés confianza en tus argumentos, porque sabés que nadie va a convertirse de pronto en traidor nada más que porque vos evoques la patria o lo putees. Mozart te gusta desde que ibas con Amanda a los conciertos del Sodre, cuando todavía no había Jorgito ni subversión, y la faena más irregular de los cuarteles era tomar mate, y por cierto qué bien lo cebaba el soldado Martínez. Mozart te gusta, no desde siempre sino desde que Amanda te enseñó a gustarlo. Y fíjate qué curioso, ahora Amanda no tiene ganas de escuchar música, ninguna música, ni Mozart, ni un carajo, sencillamente porque tiene miedo y teme atentados y vela por Jorgito, y claro a Mozart no se le puede escuchar con miedo sino con el espíritu libre y la conciencia tranquila. O sea que mejor apagá el tocadiscos. Así está bien. De todas maneras, los violines ¿viste? quedan sonando como un prodigio que lentamente se deteriora, tal como a veces quedan sonando en el cuartel los alaridos del dolor cuando ya nadie los profiere. Estás solo en la casa. Linda casa. Amanda fue a ver a su madre, vieja podrida y meterete, apuntás. Y Jorgito no volvió aún del Neptuno. Hijito lindo, apuntás. Estás solo, y por el ventanal del living entra la soleada imagen del jardín. Ochoa estará ahora con Vélez y Falero. El coronel les da confianza nada más que para conseguir aliados contra vos. Porque te odia, claro. Nadie lo pone en duda. Puede ser que vos odies a los presos, nada más que porque ellos son el pretexto del odio de Ochoa. Rebuscado ¿no? Hacés méritos y sin embargo comprendés que es inútil. Por fuerte o desalmado que seas, o parezcas, demasiado sabés que Ochoa nunca te perdonará. Porque fuiste vos el que una noche, entre interrogatorio e interrogatorio, le preguntó si era cierto que su hija <<había pasado a la clandestinidad>>.  Se lo preguntaste con cautela, y también con un amago de solidaridad, ya que, pese a tus encontronazos con el tipo, después de todo tenés bien arraigado el <<espíritu de cuerpo>>. Nunca vas a olvidarte de la mirada resentida que te dedicó, porque claro, era cierto, aquella esplendorosa piba, Aurora Ochoa, alias Zulema, había pasado a la clandestinidad y era requerida en los comunicados de las ocho, y el coronel había encontrado una frase exorcista a la que se aferraba con unción: <<No me mencionen a esa degenerada; ya no es mi hija>>. Sin embargo, a vos no te la dijo, y eso fue acaso lo más grave. Simplemente te taladró con la mirada, y ordenó: <<Capitán Montes, retírese>>. Y vos, después del saludo ritual, te retiraste. No se lo habías preguntado con mala leche, sobre todo porque te hacías cargo de lo que representaba para Ochoa el hecho [escalofriante para cualquier oficial] de que la subversión se hubiera colado en su propio hogar. Pero te borraste, y a partir de esa reculada comprendiste que mientras Ochoa estuviera al frente de la unidad, estabas liquidado. Ahora te servís whisky, por más que no te gusta empezar tan temprano. Pero no te tortures torturador; no es posible que de una sola vez te quedes sin Mozart y sin whisky. Por lo menos el whisky tiene menos exigencias que Mozart. Al menos, para disfrutar cada trago, no es imprescindible que tengas la conciencia tranquila. Más aún, mala conciencia con dos cubitos de hielo, es una bella combinazione, como bien dice el capitán Cardarelli, de tu derecha, cuando se concede una tregua a medianoche, después de administrar una compleja sesión de picana en paladar, submarino seco y trompadas en los riñones. ¿Alguna vez pensaste qué habría sido de vos si te hubieras negado? Claro que lo pensaste. Y tenés datos muy cercanos y esclarecedores: la brutal sanción al teniente Ramos y la humillante degradación del capitán Silva, de tu izquierda. Ellos no se animaron de hacerse cargo del trabajo mugriento, no se autorizaron a sí mismos aunque con esa decisión mandaran su carrera a la mierda. O quizá fueron simplemente decentes, andá a saber. Decentes e indisciplinados. Una pregunta por el millón: ¿Hasta dónde te llevará tu sentido de disciplina, capitán Montes? ¿te llevará a cometer más crímenes en nombre de otros? ¿A rehuir tu imagen de los espejos? ¿Hasta dónde te llevará tu sentido de disciplina, capitancito Montes? ¿A ir cancelando tu capacidad de amor? ¿A convertir tus odios en rutina? ¿O a permitir que tu rutina agreda, hiera, perfore, fractura, viole, ampute, asfixie, inmole? ¿A lograr que cada inmolación te deje más reseco, más frío, más podrido, más inerte? ¿Hasta dónde te llevará tu sentido de disciplina, capitán, capitancito? ¿Pensaste alguna vez que el sancionado Ramos y el degradado Silva acaso puedan escuchar a Mozart, o a Troilo [o a quien se les dé en los forros], aunque sea en la memoria? Ahora que por fin ha vuelto Jorgito y se acerca a besarte, no estaría mal que pensaras en él. ¿Crees que con el tiempo tu hijo te perdonará lo que ahora ignora? A lo mejor lo querés. A tu manera, claro. Pero tu manera también ha cambiado. Antes eras franco con él. La rígida disciplina no sólo te había inculcado el rigor, sino algo que vos llamabas, sin precisión alguna, la verdad. Antes, en el cuartel empuñabas tus armas, sólo para ejercicios, simulacros. Y en tu casa empuñabas la verdad, también para ejercicios, simulacros. Cuando sorprendías a Jorgito en una insignificante mentira, descargabas en él tu cólera sagrada. Tu santísima trinidad estaba integrada por Dios, el Comandante en Jefe, y la Verdad. Muchas veces le pegaste a Jorgito porque se le había quedado a Amanda un mísero vuelto, o porque decía saber la tabla del siete y no era cierto. Hace tanto; y en realidad tan poco, de esos arranques. La subversión era todavía atendida en la órbita meramente policial, y ustedes seguían tomando mate en los cuarteles. Pero esas veces en que el botija recibió sin una lágrima las primeras trompadas de su vida, fueron, ¿te acordás?, inevitablemente seguidas por las primeras y fustráneas noches en que no fuiste capaz de seguir escuchando a Mozart. En una ocasión hasta perdiste la calma, y, ante el estupor de Amanda, hiciste añicos el concierto para flauta y orquesta, y como consecuencia de la rabieta hubo que reparar el Garrard. Pero hace mucho que te borraste de la verdad. La santísima trinidad se redujo a la dualidad todavía infalible: Dios y el Comandante en Jefe. Y no es demasiado aventurado pronosticar desde ya la unidad final: el Comandante en Jefe a secas. Ahora no le exigís perentoriamente a Jorgito que te cuente la verdad estricta, inmaculada, despojada de adornos y disimulos, quizá porque jamás te atreverías a decirle la verdad, la escandalosamente sucia verdad de tu trabajo. Pensar, capitán Montes, capitancito, que podías haber seguido durmiendo la siesta, y en ese caso aún no habrías enfrentado [quizás tendrías que enfrentarla mañana, aunque nunca se sabe cómo funcionan en los chicos las claves del olvido] la pregunta que en este instante te formula tu hijo, sentado frente a vos en la silla negra: <<Pa, ¿es cierto que vos torturás?>>. Y tampoco te habrías visto obligado, como ahora, después de tragar fuerte, a responder con otra pregunta: <<¿Y de dónde sacaste eso?>>, aun sabiendo de antemano que la respuesta de Jorgito va a ser: <<Me lo dijeron en la escuela>>. Y claro, decís, masticando cada sílaba: <<No es cierto. No es cierto como te lo dijeron. Pero; hijito, tenés que comprender que estamos luchando con gente muy pero muy peligrosa que quiere matar a tu papá, a tu mamá, y a muchas otras personas que vos querés. Y a veces no hay más remedio que asustarlos un poco, para que confiesen las barbaridades que preparan>>. Pero él insiste: <<Está bien, pero vos... ¿torturás?>>. Y de pronto te sentís cercado, bloqueado, acalambrado. Sólo atinás a seguir preguntando: <<¿pero a qué llamás tortura?>>. Jorgito está bien informado para sus ocho años: <<¿Cómo a qué? Al submarino, pa. Y a la picana, y al teléfono>>. Por primera vez esas palabras te taladran, te joden. Sentís que te ponés rojo, y no tenés modo de evitarlo. Rojo de rabia, rojo de vergüenza. Intentás recomponer de apuro cierta imagen de serenidad, pero sólo te sale un balbuceo: <<¿Se puede saber cuál de tus compañeritos te mete esas porquerías en la cabeza?>>. Pero ya lo ves, Jorgito está implacable: <<¿Para qué querés saberlo? ¿Para hacer que lo torturen?>> Eso es demasiado para vos. De pronto advertís -no sabes exactamente si horrorizado o estupefacto- que te has vaciado de amor. Depositás sobre la alfombrita marrón el vaso con el resto de whisky, y empezás a caminar, a pasos lentos y marcados. Jorgito sigue en la silla negra, con sus verdes ojos cada vez más inocentes y despiadados. Das un largo rodeo para situarte detrás del respaldo, acariciás con ambas manos aquel pescuezo desvalido, exculpado, con pelusa y lunares, y empezás a decirle: <<No hay que hacer caso, hijito, la gente a veces es muy mala, muy mala. ¿Entiende, hijito?>>. Y no bien el pibe dice con cierto esfuerzo: <<Pero pa>>, vos seguís acariciando esa nuca, oprimiendo suavemente esa garganta, y luego, renunciando [ahora sí] para siempre a Mozart, apretás, apretás inexorablemente, mientras en la casa linda y desolada sólo se escucha tu voz sin temblores: <<¿Entendiste, hijito de puta?>>.



















webermartin.com




Fotografías de la serie "Mapa de los sueños latinoamericanos" de Martin Weber.

Texto "Escuchar a Mozart", extraído de Cuentos Completos, de Mario Benedetti.