viernes, 25 de junio de 2021

"Eva Díez"

BLOg DE NOTAS




Eva Díez

Vigo. 1982




Fotografía de Miguel Villar.







"Soy esa parte del universo que dejó de creer que lo era".


"Ausencias"




Es domingo. X sube al tren. No me gustan las despedidas. Están borroneadas de drama, de espera. Doy la espalda y salgo de la estación. He estado quince días sin verle. Me he sentido sola, salvo cuando paseaba entre verdes quejigos y grises pinos, salvo cuando me levanto con las risas del pito real y el cálido solaz del pinzón, salvo cuando al patio acude el carbonero y farfulla con desgana, salvo cuando la pelusa del amanecer flamea, salvo cuando escribo, menos cuando lo echo de menos. Creo en Eros, pero no voy a racionalizar su comportamiento. No es un cactus sin espinas, no es serenidad ni lógica. Es apocalíptico y tirano. Escurridizo y anárquico. Es atopía para uno, utopía para el otro. Hoy es bloque, mañana es polvo. Invade y hiere. Embota y sepulta. Es exhuberancia y alteridad. Disolución e impotencia. Una raíz escarlata que busca el agua en dirección al cielo. Es ritual profano. Expresión y misterio. Es ideal brumoso y dolor concreto. Es un artrópodo fosilizado en resina, pero no está solo: hay una presa perfumada entre sus garras. Eros es muerte con olor a vida fresca y recién amputada. Por todo esto, yo lo deseo.














Fotografías, de la serie "Ausencias", de Eva Díez.

Cita y texto, extraído de "Niadela", de Beatriz Montañez.



martes, 15 de junio de 2021

sábado, 5 de junio de 2021

"El abrazo de Luna"

OPINION.es





“El abrazo de Luna”

(“Je est un autre”)





          Tal vez el órgano más importante de un fotógrafo no sea el ojo, ni siquiera el dedo con el que pulsa el disparador, puede que su mayor cualidad proceda del caminar, el pie, las piernas son su órgano más relevante. La fotografía no es un arte creativo, no es una manualidad que surja de la nada, o de un material artesanal -piedra papel ni tijera-, su arcilla procede del entorno físico, exterior, circundante, obligatoriamente ha de partir desde un mudo mundo reflejo. Últimamente, después de la crisis del fotoperiodismo y de la prensa en papel, y a causa de las distintas migraciones mal llamadas “crisis humanitarias”, por parte de los multi-medios se ha intentado anticipadamente estatificar algunas imágenes como iconos del presente siglo recién estrenado, pero eso no se decide en una redacción, es el resultado de una coincidencia colectiva, comunal, de una época, de una maravilla de la causalidad. Pero es curioso que se haya puesto el foco en este ancestral recurso de supervivencia de la humanidad desde que era homínido, la eterna necesidad del emigrar -el Éxodo israelita es ya un capítulo de la Biblia, su primer libro de Historia-.

          A menudo mi madre cuenta la anécdota de cuando ella y sus hermanos eran jóvenes, y viviendo en una pequeña barriada en las afueras de un pueblo, tenían que recorrer unos veinte kilómetros para acudir a la consulta del médico en la ciudad cabecera de comarca, lo que suponía que debían de levantarse de madrugada y caminar toda la mañana de ida y la tarde de vuelta para regresar. Por suerte ahora no camina por obligación sino pasea por prescripción facultativa para conservarse ágil a pesar de los muchos años transcurridos desde aquella exhortante necesidad. Pero aún a día de hoy hay que caminar mucho desde el África subsahariana a Marruecos, son muchos los kilómetros a través de eso que, desde la comodidad de nuestro sofá elitista Roche Bobois o sucedáneo Ikea, llamamos simplemente Sahel. Pero éste es un extenso, variopinto y árido lugar, que todo aquel nativo que desee emigrar a la Europa del bienestar -la misma que la de los excesos- ha de recorrer sin miramientos de sed, latrocinios, agotamientos o detenciones. Pero eso a nosotros no nos interesa, apenas podemos localizar Senegal aunque sí tal vez nos resulten conocidas “París-Tombuctú” como película de L.G.Berlanga, o “París-Dakar” como el fin de aventura del motor en Mali.







Raduan Dris

EFE



          La hipocresía se ha aferrado aún más tenazmente en nuestra vidas con la complicidad de las redes. Que la violencia sea el pan nuestro de cada día difundida por toda la telemedia sin pudor ya era una costumbre instalada en nuestros hogares, pero desde la irrupción de Twiter y el consecuente acceso a la opinión, derribo y acoso por parte de cualquier sujeto sobre cualquier tema o noticia la desmesura la ha vuelto procaz. En una reciente “crisis humanitaria” entre emigrantes-inmigrantes que se lanzaron a nado desde Marruecos a España en la playa El Tarajal en la frontera de Ceuta, el reportero gráfico Raduan Dris de la agencia de información EFE tomó una imagen de Luna Reyes colaboradora de la Cruz Roja abrazando instintivamente a un erróneamente calificado como malinés cuando salía extenuado del agua. Nayim Mbawe va a ser el anónimo emigrante que desde su Senegal natal y llegado a los brazos de Luna a través de millones de pasos sobre el duro suelo del Sahel, cual israelita del éxodo contemporáneo, tendría todas las cartas para convertirse en el icono de la vergüenza del neoliberalismo europeo. Más allá de la marea de desinformación, real o falsa, que se vertió en la red después de que la misma Luna colgase la fotografía, y que la obligó vergonzosa y luctuosamente a cancelar su cuenta en dicha plataforma, avalancha de bulos, críticas y mentiras, lo que realmente desvela este acto es el tipo de sociedad en que vivimos que permite la autocensura por acoso frente a gestos humildemente desinteresados. ¿Qué tipo de lugar es éste -no sólo el virtual sino sobre todo el físico: nuestro hogar- que se escandaliza por un abrazo? ¿Qué sitio estamos construyendo con todos nuestros avances tecnológicos, democráticos e intelectuales, que no tiene acogida para una simple imagen iconográfica del afecto? Si no respetamos al otro, ¿qué nos hace pensar que el otro va a respetarte a ti?

           Todos somos el otro de alguien.

          Desafortunadamente es ésta una comunidad que construimos todos los días indiferentes y cómplices hacia la insolidaridad, hipócritas tras los eslóganes momentáneos y de moda, y colaboradores en la construcción de la envidia y el odio que finalmente reflejamos en nuestras actitudes pequeña o gran burguesas que hemos ido adquiriendo a medida que nuestras vidas se fueron acomodando a todas las mentiras del capitalismo, no sólo a través de la adquisición desaforada y acaparamiento de objetos innecesarios sino además a través del maquillaje del lenguaje donde confundimos al neoliberalismo con la libertad, a la rampante plutocracia con la democracia representativa, o al racismo y la xenofobia con una injusta aporofobia, por otro lado fácilmente reconocible y revertible. El ejercer de ciudadanos no nos absuelve de ser personas, el hacerlo en una sociedad democrática nos responsabiliza no tan sólo de nuestros gestos, también pesan sobre todos nosotros los pensamientos, propios y ajenos, y así la solidaridad no es exigir al gobierno que haga lo que nosotros no hacemos, ni es algo que se ejerce deslocalizadamente en el tercer mundo a través de una donación eventual y redentora, ni algo que se practica desligada de nuestro voto, y al igual que nuestras creencias teológicas han de responder a una ética en los actos y no a esta perpetua hipocresía a la que nos hemos acostumbrado y ahora difundimos impunemente en la red. Con éstas nuestras actitudes gregarias digitales estamos reafirmando que entre más poseemos menos estamos dispuestos a compartir, desafortunadamente en este aforismo también cuenta la cultura. 

          En mi caso me confieso ateo -católico cultural- pero por eso mismo pido humildemente: “¡por Dios!, dejad de mentarlo y empezar a creer en Él”. 





Cita de Arthur Rimbaud.

Fotografía de Raduan Dris.

Texto de enriqueponce.