sábado, 25 de junio de 2022

"de acampada en Kitty Hawk"

EL CAJÓN deSASTRE







"De acampada en Kitty Hawk"


El diecisiete de diciembre de 1903, el obispo Wright, de los Hermanos Unidos, en un tiempo director del Religious Telescope, recibió en su casa de madera de Hawthor Street, en Dayton (Ohio), un telegrama de sus hijos Wilbur y Orville, a quienes se les había metido en la cabeza pasar las vacaciones en un pequeño campamento levantado sobre las dunas de la costa de Carolina del Norte, en el que le relataban ciertas experiencias en relación con un planeador que ellos mismos habían armado en casa para entretenerse. El telegrama decía así:

ÉXITO CUATRO VUELOS JUEVES MAÑANA CONTRA VIENTO DE VEINTIÚNA MILLAS DESPEGUE SUELO SÓLO CON MOTOR VELOCIDAD MEDIA EN VUELO TREINTA Y UNA MILLAS VUELO MAYOR DURACIÓN CINCUENTA Y SIETE SEGUNDOS INFORMA PRENSA VOLVEREMOS NAVIDAD



El 17 de octubre de 1903,
 el menor de los hermanos, Orville, subió al Wright Flyer y realizó el primer vuelo.
Duró 12 segundos y recorrió 36 metros.



En las cifras había ciertos errores, pues el operador de telégrafos leyó mal el texto garabateado a lápiz y apresuradamente por Orville, pero el hecho incuestionable era que un par de jóvenes mecánicos de bicicletas de Dayton, Ohio, habían diseñado, construido y hecho volar el primer aeroplano de la historia.
Después de hacer funcionar el motor unos minutos a fin de calentarlo, solté el alambre que sujetaba el aparato a la pista y éste inició la marcha contra el viento. Wilbur corría al lado del aparato sosteniendo una de las alas para que mantuviera la estabilidad sobre la pista. Contrariamente al día catorce, en que el despegue se hizo en tiempo calmo, el aparato debió afrontar un viento de veintisiete millas y su marcha fue muy lenta... Wilbur pudo acompañarlo hasta el despegue, que tuvo lugar después de una carrera de cuarenta pies sobre la pista. Uno de los hombres del servicio de salvamento sacó una fotografía, siguiendo nuestras instrucciones, en el momento en que el aparato se había levantado unos dos pies y se hallaba ya al final de la pista... El curso de vuelo fue ascendente y descendente, e irregular en extremo, en parte debido a la inestabilidad del aire y en parte a la falta de experiencia en el manejo del aparato. Un súbito y rápido movimiento del aparato a unos ciento veinte pies del punto de despegue acabó con el vuelo... Este vuelo duró tan sólo doce segundos, pero era la primera vez en la historia del mundo en que un aparato con un hombre a bordo se alzaba del suelo por sí mismo en vuelo real, avanzaba en el aire sin reducir la velocidad y, finalmente, tomaba tierra en un punto situado al mismo nivel que el punto de partida.
Poco después, en el mismo día, el aparato fue atrapado en una ráfaga de viento, que lo hizo volcar y estrellarse, matando casi al hombre del servicio de guardacostas que trataba de sujetarlo.
Fue una pésima suerte, pero los hermanos Wright estaban demasiado contentos para preocuparse: habían probado que aquel maldito ingenio volaba.
Constatados definitivamente tales puntos, recogimos nuestras cosas y nos volvimos a casa, con la convicción de que la era de las máquinas voladoras había comenzado por fin.



Orville Wright
Dayton, Ohio 19 agosto 1871-1948



Wilbur Wright
Millville, Indiana 16 de abril 1867-1912


Llegaron para Navidad a Dayton, en Ohio, donde habían nacido en la década de los setenta en el seno de una familia establecida al oeste de los Alleghenies desde 1814. En Dayton (Ohio) habían ido a la escuela primaria y luego a la secundaria y se habían unido a la iglesia de su padre y habían jugado al béisbol y a hockey y practicado con tesón en las paralelas y el trapecio gimnástico y vendido periódicos y construido una prensa de imprimir con desechos del vertedero y lanzado cometas al viento y jugado con artilugios mecánicos y recorrido el lugar haciendo pequeños trabajos para ganarse honradamente unos centavos.
La gente de Dayton sostenía que fue el hecho de que el obispo llevara un día a casa un helicóptero, un juguete mecánico de cincuenta centavos supuestamente capaz de mantenerse en el aire merced a dos paletas accionadas por gomas elásticas, lo que despertó en los chicos la obsesiva idea de volar, de forma que, en lugar de casarse como sus compañeros, se quedaban en casa todo el día ensimismados en sus cosas y ganándose la vida con trabajos de imprenta y reparación de bicicletas, y quedándose hasta altas horas de la noche leyendo libros de aerodinámica.
Eran, con todo, piadosos feligreses; su negocio de reparación de bicicletas marchaba viento en popa; la gente podía confiar en su palabra. Y gozaban de una merecida popularidad en Dayton.
Las máquinas voladoras, en aquellos días, eran el hazmerreír de los ramplones filósofos de cantina. Las tentativas infructuosas de Langley y Chanute habían sido jaleadas con un «ya os lo dije» burlón de costa a costa. El gran problema de los Wright estribaba, pues, en el hallazgo de un lugar lo suficientemente aislado para poder llevar adelante sus experimentos sin suscitar la risa burlona de los lugareños. En aquel tiempo, además, no disponían de dinero; eran mecánicos empíricos; cuando necesitaban algo, lo construían ellos mismos.
Y al fin dieron con Kitty Hawk, con las grandes dunas y bancos arenosos que se extienden al sur en dirección a Hatteras, sobre la orilla de Albemarle Sound, un vasto trecho de playas, desierto a excepción del puesto de guardacostas, de algunas cabañas de pescadores, de los enjambres de mosquitos y de las niguas y garrapatas de las hierbas salvajes que crecían tras las dunas, y de las gaviotas, arriba, y de las golondrinas de mar con su veloz vuelo en picado, y de los pigargos y las grullas que aleteaban al anochecer en las marismas, y de las ocasionales águilas cuyo alto vuelo seguían con la mirada los hermanos Wright, como siglos antes hiciera Leonardo, aguzando los ojos para aprehender las leyes del vuelo.
A seis kilómetros de blanda playa de las escasas cabañas de pescadores, los Wright levantaron un campamento y un cobertizo para sus planeadores. Era mucha distancia para recorrer cargando las provisiones, las herramientas y todo lo que pudieran necesitar; el estío era ardiente; los mosquitos, agobiantes; pero allí estaban solos, y no imaginaban lugar más mullido sobre el que caer que la blanda arena.
Y allí, con un planeador de dos planos y una cola sobre el que se echaban boca abajo y al que controlaban, a fin de evitar el ladeamiento de los planos, mediante movimientos oscilantes de caderas; despegando una y otra vez durante todo el día desde una gran duna llamada Kill Devil Hill, aprendieron a volar.
Una vez que lograron planear unos segundos y de cuando en cuando elevarse ligeramente merced a una corriente de aire, decidieron que había llegado el momento de poner un motor a su biplano.
De vuelta en su taller de Dayton, construyeron un túnel aerodinámico –su primera gran contribución a la ciencia de la aviación– y experimentaron en él sus prototipos.
No lograron interesar a ningún fabricante de motores de gasolina, y tuvieron que construirse su propio motor.
Funcionaba.



Orville y Wilbur Wright.



Desde aquellas Navidades de 1903, los Wright no volvieron a trabajar por mera afición o entretenimiento. Dejaron el negocio de bicicletas, consiguieron el permiso de uso de una pradera donde pastaban las vacas, propiedad del banquero local, para sus prácticas de vuelo y emplearon el tiempo que les dejaba libre su máquina en tareas de promoción, batallando en torno a patentes, infracciones legales y espionaje industrial, esforzándose por interesar a los funcionarios del gobierno y por penetrar el sentido de las observaciones suaves, intrincadas y descorazonadoras de los abogados.
Y al cabo de dos años disponían de un aeroplano capaz de cubrir cuarenta kilómetros sin interrupción en torno a la pradera de las vacas.
Los pasajeros del transporte interurbano solían asomar la cabeza por las ventanillas al pasar por el límite de la pradera de pruebas, sobresaltados ante el estrepitoso pof-pof del viejo motor de los Wright y la contemplación de un blanco biplano parecido a un par de tablas de planchar superpuestas, que resoplaba en el aire a unos buenos veinte metros de altitud. Las vacas, sin embargo, se habituaron pronto al espectáculo.
Cuando los vuelos ganaron en duración, los Wright encontraron patrocinadores financieros, se vieron envueltos en pleitos legales, pasaban las noches en vela oyendo el zumbido de hipotéticos millones... Peor, sin duda, que el zumbido de los mosquitos en Kitty Hawk.
En 1907 fueron a París, accedieron a vestirse de etiqueta y a usar sombrero de copa, aprendieron a dar propina a los camareros, conversaron con expertos del gobierno, se acostumbraron a los galones dorados y a los aplazamientos y a las perillas y a las profusas palmadas de los políticos. Y, por divertirse, jugaron al diábolo en los jardines de las Tullerías.
Realizaron vuelos ampliamente divulgados por la prensa en Fort Myers, donde tuvieron su primer accidente grave –murió uno de sus colaboradores–, en San Petersburgo, París y Berlín. En Pau fue tal el furor que despertaron que el hotelero no quiso cobrarles la estancia.
El rey Alfonso de España les estrechó la mano y se hizo fotografiar sentado en el
aparato:



El Rey Alfonso XIII con el aviador Wilbur Wright
en el aeroplano mientras le explica el funcionamiento de la «maquina de volar», 
el 22 de mayo de 1906


El rey Eduardo de Inglaterra presenció un vuelo y el príncipe heredero insistió en volar al lado de ellos. La lluvia de medallas había comenzado.
Fueron felicitados por el zar y por el rey de Italia y por los amantes de los deportistas y por los trepadores sociales y por los títulos de la nobleza vaticana, y condecorados por una sociedad para la paz universal.
La aeronáutica se convirtió en el deporte de moda.
Los Wright, sin embargo, no parecían excesivamente impresionados por las decoraciones ostentosas ni los galones ni las doradas medallas ni los desfiles de caballos lujosamente ataviados; seguían siendo unos mecánicos que insistían en hacer ellos mismos el trabajo, y que llegaban incluso a llenar ellos mismos el tanque de la gasolina.
En 1911 volvieron a las dunas de Kitty Hawk con un nuevo planeador.
Orville se mantuvo en el aire nueve minutos y medio, hazaña que durante mucho tiempo constituiría todo un récord en vuelo sin motor.
El mismo año, Wilbur murió en Dayton de fiebre tifoidea.
Así, en la rápida sucesión de nuevos nombres: Farman, Blériot, Curtiss, Ferber, Esnault-Peltrie, Delagrange; en el mortífero zumbido de las bombas y el martilleo gimiente de la metralla y el brusco tableteo de las ametralladoras una vez que dejamos de oír los motores sobre nuestras cabezas, y nos pegamos contra el barro y nos empequeñecimos agachándonos en las esquinas de muros derruidos, los Wright fueron desplazados de los titulares de los periódicos, pero ni los titulares de los periódicos ni el acre tizne del papel impreso ni la asfixia de las cortinas de humo o de gas ni la cháchara de los agentes en la bolsa ni el ladrido de los millones ilusorios ni la oratoria de los oficiales de Estado Mayor al depositar coronas de flores al pie de nuevos monumentos podrán enturbiar la memoria de un frío día de diciembre en que dos trémulos mecánicos de bicicletas de Dayton (Ohio) vieron por vez primera cómo su artilugio casero, fabricado con maderos de nogal unidos con pegamento Arnstein para bicicletas y tensados con muselina cosida con la máquina de coser de su hermana en el patio de su casa de Hawthorn Street, en Dayton (Ohio), se remontaba en el aire, por encima de las dunas y de la ancha playa de Kitty Hawk.





Texto, extraído de "El gran dinero", de John Dos Passos.
Fotografías bajadas de la red.


miércoles, 15 de junio de 2022

domingo, 5 de junio de 2022

"Para la gloria del viento y el agua"

LA C(r)ÓNICA LUZ
LOS CAZADORES deMENTES








Robert Frank
"Para la gloria del viento y el agua", 1976.







          "Hay demasiadas imágenes, demasiadas cámaras ahora. Todos estamos siendo observados. Cada vez se vuelve más estúpido. Como si cada acción tuviera significado. Nada es tan especial. Solo es vida. Si todos los momentos son grabados, nada es hermoso y tal vez la fotografía ya no sea un arte. Tal vez nunca lo fue".




Fotografía y texto, extraídos de Facebook, de Robert Frank.