jueves, 25 de agosto de 2022

"dictatorial"

EL CAJÓN deSATRE
OPINIONes






“dictatorial”

algunas cuestiones latentes sobre viejas fotografías



(Salustio en Igurtha cap.34 dice: «Haec inter bonos amicitia, inter malos factio est») 

[Entre los malvados, cuando se reúnen, existe un complot, no una compañía: no conversan, sino recelan unos de otros, no son amigos, sino cómplices.]



TIME

“Man of 1938”





“La cosa fue que una vez me pregunté: si en mi lugar, por ejemplo, se hubiera encontrado Napoleón y para comenzar su carrera no hubiese tenido ni Tolón, ni Egipto, ni el paso a través del Mont-Blanc; 

si en vez de esas cosas monumentales y hermosas no hubiese tenido más que una viejuca ridícula, viuda de algún funcionario del registro, a la que hacía falta matar para sacarle el dinero del arca (para hacer carrera, ¿comprendes?), ¿se habría decidido a ello de no haber otra salida? ¿Habría tenido escrúpulos por considerar el acto poco monumental... y condenable? 

Bueno, pues te digo que sobre ese <<problema>> estuve meditando durante muchísimo tiempo, de modo que me sentí profundamente avergonzado cuando, al fin, adiviné, de sopetón, que no sólo no habría tenido escrúpulos, sino que ni siquiera se le habría ocurrido que el acto no era monumental... y ni siquiera habría llegado a comprender que pudiera haber motivos para tener escrúpulos. 

Y si ante él no hubiera habido más que ese camino, habría estrangulado a su víctima sin darle tiempo de decir <<¡ay!>>, sin vacilar un segundo... 

Bueno, yo también puse fin a mis vacilaciones... y maté..., siguiendo el ejemplo de tal autoridad…”


"Crimen y castigo”, de Fiódor Dostoyevski.



Una frase atribuida a Stalin, dice: “Una muerte es una tragedia, un millón de muertos es estadística”.








          Nunca tiempo pasado fue mejor, y la Historia está llena de ejemplos. Tampoco es cierto que ésta sea una línea continua en eterna progresión, más bien se parece a la misma evolución biológica del ser humano, es el resultado de múltiples confluencias desde continuas divergencias. Recién estrenada centuria no podemos conocer los recovecos que nos depara, aún la astrología mediática que nos inunda en sus inicios, pero sin duda lo que lo que es indiscutible es que el siglo recién acabado pone el listón muy alto a la Historia porque nos lega una herencia nefanda manchada en oprobio. Sí en aquel pasado entonces sin embargo y de antemano en 1938 la revista TIME pronosticaba a la figura más destacada de aquel año, reservándole la distinción de su portada aún antes de relevarse en todo su esplendor. Aldolf Hitler fue un vástago malcriado, frustrado artista, e insignificante cabo, con unos ideales que tenían poco que ver con el ideal y mucho de problemáticos. Entre otras, sus sentencias iban recargadas de este tono: “Las grandes masas son ciegas y estúpidas y no saben lo que hacen. Para ellas el entendimiento sólo brinda una base insegura. Lo que es estable es la emoción: el odio”. Siempre me pregunté qué hace que alguien desee preservar su legado para la posteridad en forma de humillación colectiva, por qué alguien desea ser recordado como una figura que situándose por encima de las más conspicuas reglas éticas o sociales se convierte en paradigma de la inhumanidad, qué tipo de cruzada mental distorsionada lleva en su testa para en connivencia con la tiranía ejercer un poder que no representa ningún sentido, qué tipo de satisfacción reciben dichos personajes cada noche al acostarse después de un día tiránico de batalla sin cuartel contra la sinrazón.

          ¡Qué giros más desafortunados tiene la historia a veces!, el apellido original de Adolf Hitler procedente de su padre natural era Schicklgruber, y tal vez si no lo hubiese trocado no hubiese tenido cabida el famoso saludo “Heil Hitler” ya que la cacofonía del “Heil Schickgruber” resulta más difícil de encajar. Sin embargo un ya premonitorio titular de un periódico católico en su nombramiento como canciller rezaba: “UN SALTO AL VACÍO”. Años después, a este mismo siniestro sujeto -que llegó a proyectar su propio “eterno monumento personal”- su megalomanía le hará exclamar exultante, frente a sus secretarias Christa Schroeder y Gerda Daranowski, en la noche del 14 de Marzo de 1939, al forzar la capitulación de Emil Hácha presidente checo en ese momento: “Seré recordado como el alemán más grande de la historia”. Ignoro el número de libros que debo de haber leído en mi vida, por placer o deber, pero entre éstos últimos no se cuenta su “Mein Kampf” (“Mi lucha”), aunque tampoco podría responder del por qué he resistido las eventuales tentaciones, pero recientemente gracias a Arthur Schopenhauer creo haber encontrado la respuesta: El arte de no leer es muy importante. Éste consiste en no interesarse en todo cuanto llama la atención del gran público en un momento dado. Cuando todo el mundo habla de cierta obra, recordad que todo aquel que escribe para los imbéciles no dejará nunca de tener lectores. Para leer buenos libros, la condición previa es no perder el tiempo en leer cosas malas, pues la vida es corta”.

          Que el ascenso al poder del partido fascista en la Alemania post-Weimar fuera a través de las urnas es sólo una visión muy parcialista de ésta conquista, pues oculta verdades flagrantes de acosos, violencias, e ilegalidades que por el camino se dejó pasar por parte de los débiles dirigentes de la época o el sufrido anónimo pueblo al que siempre le toca más el papel contemplativo que el activo. Cierto que se venía de una derrota en una guerra neo-tecnológica de largo desgaste, cierto que la crisis galopante era económica, política y social, y también cierto que eran tiempos de ideologías utópicas, pero encontrar justificaciones para diluir o atenuar las responsabilidades no nos soslaya de los males. Más allá de ciertas complicidades y entusiasmo, la sociedad alemana de entonces debió de sufrir de una alucinación hipnagógica colectiva, un trance similar al que se produce en ese estado de vigilia antes del sueño en que no se está de ninguno de los lados pero la voluntad vaga indefensa en la alucinación. Valga de pobre justificante pero aún a día de hoy, casi un siglo después, no hemos sabido resolver que mientras una sociedad democrática tiene cabida para la intransigencia, en una intransigente por contra no tiene cabida la democracia, y ésta lamentable diferencia es la que hace a Karl Popper resolver su paradoja de la tolerancia que viene a expresarse como: Si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes. Aunque parezca paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia.

          En el cuento “El país de los ciegos” de Herbert George Wells, el protagonista Nuñez tras un accidente se pierde en territorio de los Andes ecuatoriales, para posteriormente encontrar acogida en un aislado valle que tiene la peculiaridad de que ninguno de sus habitantes posee la facultad de la vista. En un principio se sintió afortunado dentro de su desgracia pues pensó que “en el país de los ciegos el tuerto es el rey”, pero sus problemas también comenzaron pronto al intentar conjugar para ellos el verbo ver, o explicarles el mundo material o físico que existe más allá del alcance de una mano -el cielo, por ejemplo, era algo inexplicable para un ciego-. Así con su postrera iniciativa de golpe de estado acabó por estigmatizarse entre aquella singular comuna, y aunque el perdón de aquellas gentes y la tentación con forma de mujer (Medina-saroté) le incitó a asentarse con el alto coste del sacrificio de sus ojos, acabó por huir, convencido de que en el país de los ciegos el tuerto “no” es el rey. Quizá si los alemanes del aquel entonces no hubiesen permitido el Putsch de Múnich de 1923, o simplemente hubiesen leído el relato de Wells no hubiesen entronizado a un intolerante.





Paul Joseph Goebbels

Fotografía de Alfred Eisenstsedt.



          No es patológico el reconocer la fascinación que existe tras el mal, lo perverso es no saber posicionarse del lado correcto frente a aquellas ideas que convertidas en actos se tornan injustificables por aberrantes. Pero lo que no comprendo de ninguna de las maneras es que haya gente que aspire a ser igual, acólitos segundones de adulación, desgraciados aspirantes a verdugos. La cobarde complicidad que reciben de estos personajes, sean auténticas, fingidas u oportunistas, es el único sustento y motivo de su existir. El resultado es esa fatal mezcla de codicia, violencia e ignorancia que suele acabar mal. Hacer de todo ello un método deslavazado y ponerlo en práctica de manera casual fue la labor de aquel artista frustrado, quien creó una ingeniería racial basada en su propio antisemitismo antropológico y esquizofrenia social, y contagió al resto de la mayoría de los alemanes de la época de su propia paranoia. Para ser justos él solo no hubiera podido hacer nada, contó con la disposición ya latente en aquella sociedad, y con una “desorganizada” eficacia nazi-aria que puso en funcionamiento todos sus recursos, entre otros una propaganda absorbente en manos de Paul Joseph Goebbels, su mayor fanático admirador. No se puede hacer una lectura de la historia desligada de su temporalidad, a nuevos tiempos corresponden nuevas formas, pero igualmente una visión al pasado debe estar sujeta a una acomodada apreciación. El gran avance de la estrategia de la propaganda nazi estribó en utilizar de manera efectiva los medios a su alcance entonces, mientras ahora estamos habituados a la infinita inmediatez de la información en aquellos tiempos era posible solo el control diferido de las emisiones emitidas a las masas. Los medios escritos -el VÖLKISCHER BEOBACHTER era el portavoz oficial diario- , la radio, el teatro y el incipiente cinematógrafo o los actos y manifestaciones eran las plataformas posibles al alcance de quien deseara difundir e influir en la opinión pública -postales, cromos, carteles, revistas, incluso fotos en cigarrillos o exposiciones temáticas antisemitas como “El eterno judío” celebrada en Munich, con casi medio millón de visitantes, fueron otros de los métodos de la arrolladora propaganda nazi -. Y el NSDAP consciente de ello contó desde un principio con uno de los más efectivos expertos en manipulación, que además era un adulador incondicional de su líder hasta el exceso de la deificación, y la trasladaría a través de sus métodos al resto del pueblo a su debido momento -como anécdota ilustrativa: en el cuadragésimo cumpleaños del Fürher, el 20 Abril 1930, Ferdinand Porsche le regala una réplica del “Volkswagen escarabajo”, ninguno de los 336.000 alemanes que lo encargaron y pagaron parcial o total lo recibió, sólo se fabricaron durante la guerra con fines exclusivamente militares-. No en vano como bien dijo tempranamente Esquilo: “La verdad es la primera víctima de la guerra”. Pero también cierto que ésta hubo de verse acompañada por otra gran certeza: el arma más efectiva es el miedo, y éste bien supieron los fascista utilizarlo en su provecho conjuntamente a aquella descarnada manipulación de los hechos, provocándolos a conveniencia para denunciarlos a posteriori, tergiversando los acontecimientos o simulando exigencias que se volvían desmedidas a medida que eran aceptadas o negociadas. Retorcer la realidad supone inevitablemente que dos peleen si uno se lo propone.

          Pero así como un gesto puede significar toda una declaración de intenciones, un gesto atrapado por una instantánea puede resultar una revelación para la eternidad. Que el ministro de propaganda del régimen más cínico, totalitario y demoníaco de la historia se viese desnudado por su propia metodología resulta cuanto menos paradójico. Según el anecdotario Goebbels desvela su verdadero fáustico yo cuando se entera que el fotógrafo Alfred Eisenstsedt que le está retratando es un judío. Según recuerda éste después sostuvieron un duelo de miradas hasta que el ministro desistió y continuó su conversación interrumpida con sus acompañantes. Pero el cancerbero de Satán en la Tierra había quedado retratado para la posteridad, aquel gesto del rostro desvela la puerta de su alma.





Fotografía: August Landmesser en mitin.



          Los científicos acaban de crear un fármaco que anula la memoria. Aún se investiga sólo en ratones pero paradójicamente mientras en los machos la borra parcialmente en las hembras la potencia -dejo a cualquier profano en la materia como yo que saque interesada consecuencia-. Lo más parecido a la inmortalidad es el recuerdo, aunque también éste mismo ha de perecer al fin, con uno mismo, o con sus obras, o la de su época y civilización, por eso es un gran consuelo en vida el saber que a partir de cierto momento viajamos acompañados de ellos, son necesarios y grata compañía. Pero hay personas a quienes las circunstancias no le han permitido acumular un cronológico y lógico bagaje de ellos, Irene Eckler era una de ellas, contaba con más de cincuenta años y un pasado silenciado por los horrores de la IIGM cuando comenzó a investigar su pasado. Partiendo de su adopción temprana pudo recurrir al expediente de la misma que se conservaba en el Amtsgericht (Tribunal de Primera Instancia) de Hamburgo, y así recupera para su memoria a una hermana, una madre que no llegó a conocer y a un padre a quien sólo había visto fugazmente una sola vez. Ingrid, su hermana mayor, había vivido con su abuela materna, habían sido separadas al fallecimiento de su madre Irma Eckler por asesinato en un campo de concentración -donde habría dado a luz a Irene-, quien había sido internada por las leyes raciales alemanas de la época nazi acusada de “judía”. De su padre supo que fue dado por desaparecido en el frente del este, al que fue enviado después de salir de otro campo de concentración donde también le habían internado, acusado de “deshonrar a la raza” e “infamia racial” por su matrimonio con Irma. Pero además pudo conocer que se llamaba August Landmesser, que a los 21 años y con las esperanza de obtener trabajo en la convulsa sociedad germana de 1931 se había afiliado a Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, pero que lo abandonó al estar en vigor las Leyes de Nuremberg que le impedían su relación con Irma de origen judío, y con la que ya había tenido su primera hija en 1935. Cuando decidieron huir a Dinamarca dos años después, con Irene en el vientre materno, fue cuando les detuvieron y separaron definitivamente el destino familiar. Pero Irene también pudo descubrir, gracias a una fotografía de 1936, en un trabajador de los astilleros Blohm und Voss, en un acto oficial, a su padre siendo el único que niega el saludo nazi y permaneciendo retadoramente con los brazos cruzados. En aquellos años, en aquel ambiente, en medio de aquella gente tan histriónica, esquizofrénica y peligrosa, un solo gesto era sentencia de un solo posible destino. No tan solo Irene merece conocer quiénes fueron sus padres, recuperar sus memorias, y poder recordarles y conservarlas el resto de su vida, sino que además deben de ser ejemplo para el resto de la humanidad, su mensaje de amor, coraje y valentía y esperanza en el peor entorno que ninguna mente pueda imaginar y que a ellos les tocó recorrer. No, no deben existir fármacos que borren la memoria, ni siquiera con la excusa de paliativo frente a las desgracias, hecatombes, o malos sucesos, todo debe ser recordado, por ellos, por nosotros, para siempre, ojalá que para nunca.

          Se ha de recordar toda aquella época, a toda aquella gente obnubilada, manipulada y sometida, pero además debemos recordar aquellos otros gestos que por un acaso casi lograron torcer el transcurso de la Historia, desde distintas motivaciones, la personal o la ideológica, o llanamente la altruista humanitaria. Una República de Weimar vacilante entre las ideologías fascistas y comunistas nacientes sólo podían compararse a un polvorín al límite, y las polémicas declaraciones públicas de aquel siniestro personaje dentro de aquel ambiente motivaron desde un principio el enfrentamiento de posturas ya enconadas de por si. Johann Georg Elser fue un trabajador alemán que hastiado o premonitorio planeó el asesinato de Hitler y demás dirigentes nazis asistentes al acto-mitin a celebrar en el Bürgerbräukeller el 8 de Noviembre del aun temprano 1939, la impaciencia del propio Fürher que le impelió a abandonar el acto antes de tiempo evitó su muerte, aunque sí llegaron a fallecer a causa de la explosión ocho personas mientras otras sesenta y dos resultaron heridas -Elser permaneció prisionero hasta su muerte un mes antes de la rendición de la Alemania nazi en el campo de concentración de Dachau-. Pero no sólo la resistencia interior era de individuos aislados o ideológicamente opuestos, los estudiantes de la Universidad de Munich Hans Scholl, Sophie Scholl, Alexander Schmorell, Willi Graf, Christoph Probst y el profesor Kurt Huber organizaron y promovieron el grupo cristiano “La Rosa Blanca” que abogaba por una resistencia pacífica contra el régimen nacionalsocialista. Todos ellos serían detenidos, espuriamente juzgados y ejecutados. Otro miembro del grupo que logró sobrevivir, George J. Wittenstein, es elocuente al describir la vida diaria en aquella Alemania de 1942: El gobierno, o mejor dicho, el partido, controlaba todo: los medios de comunicación, las armas, la policía, las fuerzas armadas, el sistema judicial, las comunicaciones, los viajes, todos los niveles de educación desde el jardín de infancia hasta las universidades, todas las instituciones culturales y religiosas. El adoctrinamiento político comenzaba a una edad muy temprana, y continuaba por medio de las Juventudes Hitlerianas con el objetivo final de un control mental completo. Se exhortó a los niños en la escuela a denunciar incluso a sus propios padres por comentarios despectivos sobre Hitler o la ideología nazi”. En la actualidad en la Universidad de Munich hay una plaza que lleva el nombre de “Geschwister-Scholl-Platz” en honor de los hermanos Hans y Sophie Scholl. Y aún en aquel convulso ambiente de opresión, guerra y carencias hubo además motivos personales que llevaron a luchar contra aquella distopía. El detonante para que Otto y Elise Hampel mutasen de ciudadanos grises y anónimos a combatimos opositores fue la muerte de su hijo en el frente francés, dedicándose con encono y constancia a escribir y distribuir desde septiembre de 1940 a octubre de 1942 postales -más de 200 de ellas capturó la Gestapo- con textos incitando a la subversión que luego eran distribuidas por múltiples repisas de ventanas y escaleras en un amago de prensa libre que pasara de mano en mano para su divulgación. Tras su casual captura fueron acusados de socavar la moral militar, alta traición y decapitados. Nunca hubo cabida para ninguna oposición en aquella sociedad. Pero los opositores a aquel régimen no se encontraban sólo en la población civil, también dentro de la propia Wehrmacht contaba con sus grupúsculos debatiéndose entre la obediencia ciega y lealtad, la sumisión suicida o la rebelión, y el más conocido de ellos fue la operación Valkiria encabezada en su ejecución por el coronel Claus Philipp Maria Justiniano Schenk Graf von Stauffenberg. En un ya tardío 20 de julio de 1944 se confabuló para tras atentar contra Hitler en la “Guarida del Lobo” -Cuartel General del Frente Oriental Alemán durante la GII- expulsar al partido nazi del poder, intento fallido que le llevó inmediatamente frente al pelotón de fusilamiento, -tarde y mal, triste alegoría de la actitud de la Wehrmacht durante todo aquel conflicto-.

          No, que no inventen fármacos que borren ninguna memoria.





Fotografía: Heinrich Hoffmann.



          Y a pesar de la efectividad de la arrolladora propaganda del régimen nazista -o por ello mismo- también fue productora de fakes de altura, interesada manipulación desde la férrea censura. En su círculo íntimo Hitler siempre contó entre sus fieles con la complicidad del fotógrafo Heinrich Hoffmann, a quien la idolatría le llevó a falsificar el pasado del joven diletante. En un mitin en apoyo de la guerra contra Rusia en la Odeonsplatz de Munich el 2 de Agosto de 1914 tomó una imagen donde supuestamente se le ve a aquél extasiado entre la multitud, dejando entrever que ya anticipadamente era un patriota del pueblo, y que una vez “re-descubierta” fue difundida profusamente a posteriori por la propaganda fascista a partir de 1932. Lo cierto es que hay variados argumentos que se oponen a la veracidad de dicha fotografía, como que el autor jamás ofreció el negativo original para su cotejo, o el más peregrino pero no por ello más evidente del bigote de cepillo que luce el susodicho: éste se empezó a usar durante la IGM para facilitar la colocación de la máscara antigás, nunca en fecha tan temprana, previa al conflicto. 

          Pero además el régimen contó con otra afamada propagandista de renombre, Leni Riefenstahl fue ferviente colaboradora y difusora de las ideas social-darwinistas y aria-segregacionistas del nacionalsocialismo, su epopéyico documental de los JJOO de 1933 celebrados en Munich es sin embargo tibio frente al más profuso compendio de exacerbación de manifestaciones idólatras al Führer en “Triumph des Willens” (“El triunfo de la voluntad”). Y aún así éste se queda corto frente a la elocuente y evidente racista visión compendiada en el documental “Der Ewige Jude” (“El eterno judío”) de Fritz Hippler -otro más de aquella selecta caterva de hipocondriacos- quien desde las premisas interesadas extrae sus sesgadas conclusiones a través de ejemplos falsamente conspicuos. Mientras, sin embargo, otros fotógrafos menos complacientes o seguidistas con el orden fascistas se veían abocados al oprobio, como el ya citado Alfred Eisenstsedt exilado a EEUU por ser judío, o August Sander que hubo de posponer indefinidamente su revelador proyecto antropológico de retratos de alemanes a causa de la censura, no necesariamente esterotipadamente arios, y acabar fijando su lente en la inofensiva botánica. Y no es que Leni, Heinrich o Fritz no tengan cabida en la historia de la fotografía, es que por cómplices su lugar está junto a los que escribieron ésta con oprobio, sangre y horror.





 “Escalera del Infierno o de la Muerte” de Mauthaussen.



          Antecedentes habíalos en gran número, pero fue a partir de 1939 el inicio de la “Acción Eutanásica”, dirigida a enfermos mentales e incurables. Prontamente se habían alentado ideas y actos en aras de la ingeniería racial, ya antes de la subida al poder del gobierno nacionalsocialista a través de proclamas, mitines y acciones encaminados a la purificación racial, y una vez en él a través de leyes o iniciativas alegales de sus cómplices en pos de la concreción del ideario del Führer antes que él mismo las pensase siquiera. Paradójicamente se llegó a la “Solución Final” como eufemismo para el genocidio, pero era un término ambiguo que inicialmente sirvió para definir el reasentamiento de todos aquellos excluidos de su concepto de pureza aria. No carecía de crueldad cada uno de toda las propuestas de expulsarlos al Gobierno Central, a la zona autónoma del este de la Polonia recién conquistada, o aquellas intenciones unilaterales y espurias de Magadascar, Palestina, o más allá de unos Urales aún no anexionados. Pero finalmente la ambigüedad del término sirvió para su aplicación en la industralización del frío exterminio organizado con eficacia teutónica. Fue el pastor luterano Martin Niemöller quien puso letra a aquel miedo insolidario que se instaló insensiblemente en una sociedad desquiciada por la propaganda y el terror: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, ya que no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, ya que no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, ya que no era sindicalista. Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, ya que no era judío. Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”.

          Más allá del porqué los antiguos griegos justificaran entre el infinito muestrario de sus dioses al castigo de Sísifo -aunque una de sus leyendas refiera al constante peregrinaje en pos de una salida del infierno, u otra la perpetua dependencia del inacabable trabajo del hombre en la tierra-, lo cierto es que su eterno penar consistía en empujar cuesta arriba por una ladera empinada una enorme piedra y que al alcanzar la cima volvía a caer rodando hasta el inicio de un infinito peregrinar, y así parece una burla cruel, que no paradoja, a imitación de tal leyenda, que los nazis obligaran a todo aquel desafortunado que caía en sus redes y enviado a Mauthausen a subir constantemente los 186 escalones de la demoníaca “Escalera del Infierno o de la Muerte” cargando con piedras de alrededor de 20 kilos, una decena de veces al día, desnutridos y acosado y golpeados por los cómplices capataces, y que aún así cuando llegaban al último peldaño había quien era capaz de pronunciar la frase “Una victoria más” como único consuelo para subsistir. Desde la lejanía tan sólo cabe la incomprensión -además del respeto y la admiración hacia tales héroes en la lucha por la supervivencia- porque a todo aquel que superaba un día de éstos abajo les podía esperar, más allá de las infectas barracas, una celda de castigo de tan sólo 7 metros cuadrados donde podías morir de inanición en una docena de días, o la hipotermia a causa de una ducha fría de horas, o una veintena de azotes que debían contar y en alemán y recomenzar en caso de equívoco, o caer en manos de sádicos experimentos médicos o bajo las balas de tiroteos indiscriminados y masivos, o ahorcamientos, asfixia por gas o desangrado para enviarla al frente del este. O no llegar nunca a bajar porque eran empujados desde la parte alta de la cantera desde la grotesca e injustamente llamada “Pared del paracaidista”. Los nazis no dejaban de ser gente muy culta, aunque sumamente retorcidos, crueles e inhumanos.

          Y uno de ellos, otro, por ser el mayor responsable del campo de concentración de Mauthausen-Gusen, su comandante (Lagerkommandant) entre 1939 y 1945, hasta el momento de su liberación por las tropas estadounidenses, fue Franz Ziereis, apodado el Pavo por los republicanos españoles allí recluidos. Y como tal fue cazado durante su huida vestido de tirolés y, aunque inicialmente sólo quedó herido de gravedad, tras su fallecimiento al día siguiente fue colgado de la verja por los antiguos prisioneros del campo de Gusen I. Tal vez casualmente quedara a la vista del siniestro emplazamiento del lema “Arbeit macht frei” sito sobre los accesos a los numerosos campos de concentración y exterminio que poblaban el territorio nazi, repletos de víctimas de diverso origen y condición significados por aquellos teutones como candidatos al exterminio. La frase en sí es extremadamente ambigua pues si bien puede sugerir “El trabajo te libera” como una traducción literal, de manera colateral puede entenderse además como una auto-liberación de los propios arios gracias a la desaparición de los opositores al régimen: judíos, masones, comunistas, gitanos, homosexuales, y/o enemigos todos. Todo un símbolo de elitismo cultural y de desapegado cinismo a la par. Ya se sabe que la primera víctima del terror es la gramática.

          Que con el tiempo haya surgido un grupo de falsos historiadores que nieguen la existencia de los campos de exterminio nazis no dice nada bueno de nuestra sociedad. La corriente negacionista elige contra una realidad y verdad incómoda una postura de falsos expertos o científicos. Usan de teorías de conspiración, estudios falaces, o incompletos, para dar credibilidad y apariencia de argumentos científico o éticos a sus causas. En la película “Negación” de Mick Jackson se enfrentan judicialmente una historiadora del Holocausto y un retorcido escritor que cuestiona tenazmente todo documento, testimonio o evidencia de aquél, lo que conlleva parejo la absolución del régimen nazi. En este mundo nadie se ve libre de equivocarse, incluso de errar en una apreciación temporal ya que la evolución lo hace inevitable, y aún en pleno siglo XXI haylos quienes niegan que el hombre procede del simio, o afirman que la Tierra es plana, que no se alucinó jamás sobre nuestro satélite, o que Elvis Presley sigue vivo, y tal vez sea posible utilizar con ellos la condescendencia por razones de empatía convivencial, pero que por espurios e hipócritas intereses ideológicos -e inhumanitarios- haya quien se posicione en la falsificación de una verdad tan evidente, tan patente, usando del disfraz de historiador es imperdonable, e injustificable. Ante la complicidad de todos estos energúmenos psicópatas la sociedad post-holocausto debe responder con el arma de la intolerancia, mal que nos pese, para que nadie en el futuro tenga que volver a subir ninguna otra escalera hacia el Infierno.





Fotografía de David E. Scherman.

Lee Miller en la bañera de Hitler.



          No hay que ser muy perspicaz ni un experto para deducir que todo fascista es un equizoide redomado. Hitler no se destacó nunca por su pulcritud ni elegancia, todo lo contrario, siempre fue un caótico deslustrado que guardó tan celosamente su intimidad que ni siquiera su ayuda de cámara le ayudaba en su aseo matutino. Sin embargo hubo uno ocasión en que se bañó repetidas veces, parece ser que hasta seis, para limpiar el supuesto  oprobio que le infligió un subordinado. El mariscal de campo Werner Eduard Fritz von Blomberg ejercía para la cancillería el puesto de comandante supremo de la Wehrmacht, viudo y solitario se enamoró perdidamente de una chica treinta y cinco años más joven y de una clase social inferior, y para vencer sus reticencias el mismo Hitler se ofreció para ejercer de testigo de boda, conjuntamente a Hermann Wilhelm Göring. Posteriormente se desvelaría que Fäulein Margarethe Gruhn, la sencilla chica del pueblo, a la edad de dieciocho años se había dejado tomar unas fotografías eróticas por un fotógrafo judío de origen checo, lo que provocó que fuera fichada como prostituta por la policía. Así se corrió el rumor entre el gremio de las meretrices de Berlín que una de las suyas había ascendido tanto en la escala social que se habían casado con el ministro de la Guerra. Cuando esto llegó a oídos del mismo Fuhrer desencadenó su celoso puritanismo así como el prejuicio racial y la malas lenguas dicen que fue cuando utilizó la susodicha bañera para borrar la mancha de haber besado la mano de Frau Blomberg.

          Lee Miller desde muy niña bien sabía estar tras de la cámara como delante, su padre fue su primer mentor, más adelante posó profesionalmente como cotizada modelo para entre otros Edward Steichen, y acabó su carrera de delante las cámaras defenestrada por un atrevido anuncio de higiene femenina demasiado público para la puritana sociedad estadounidense de la época, entonces se trasladó a París donde inicialmente ejerció de ayudante y musa de Man Ray. Finalmente ejerció de fotoperiodista en la IIGM, y aunque su corresponsalía para VOGUE le llevó por múltiples campos del horror es más reconocida por una instantánea que le tomó su socio del campo de batalla David E. Scherman, corresponsal de LIFE, que por sus propias imágenes. Cuando el 30 de Julio de 1945  ambos entraron en Munich, Lee escenografió en el apartamento de Hitler un baño a la par que sus botas llenaban de barro la alfombra del dictador, quien por un retrato desde la repisa se hace presente, luego confesaría que además llegó a dormir en la cama que compartía aquél con la mera decorativa Eva Braun. Tal vez la mejor esencia de esa fotografía -más allá del límite del reportaje- fuera su magnífica cualidad para trasponer en espectáculo aquel acontecimiento. Curiosamente ocurrió el mismo día en que el ejército rojo tomaba Berlín y se suicidaban los denostados anteriores inquilinos. 

          Debieron resultar una pareja sumamente peculiar, una relación enfermiza, la fuerte personalidad de él contrastaba, a causa de un super-ego desmesurado, ira descontrolada y suprema vanidad, con su partenaire quien pecaba por contra de pusilánime, infantil y dependiente. Y sin embargo si Hitler tuvo una amor platónico no fue Eva sino su sobrina Angela Maria Raubal -Geli- quien en extrañas circunstancias había muerto en 1931 con tan sólo 23 años en aquel mismo piso de la postrera instantánea donde Lee posó tiempo después en la bañera. El disparo en el pulmón de Geli procedente de la pistola de su tío desencadenó toda una suerte de polémicas en torno a su supuesto suicidio, así como sobre las relaciones que mantenían ambos, si las de él condicionada por una perversa sexualidad y celos desaforados, y por parte de ella a causa de una supuesta ambiciosa que aprovechaba la ya consolidada posición de su tío. Lo cierto es que éste hubo de superar una depresión que le tuvo un tiempo apartado públicamente, y le llevó a conservar por siempre la habitación que Geli ocupaba en el Berghof tal como ella la dejó. Y aunque los nazis eran gentes muy cultas que también comían, bebían y amaban, también es cierto que resulta difícil imaginarse a un Hitler enamorado.





Angela Maria Geli Raubal





GIF: Hitler en París.



          La premonitoria frase de la poeta austriaca Ingeborg Bachmann: “Nuestra divinidad, / la historia, nos ha preparado una tumba / de la que no se resucita”, parece estar predestinada para esa caterva de asesinos institucionales que fueron los nazis. Pasaron por Europa pisando con sus altas botas con arrogancia y vanidad, dando por hecho que el triunfo de la voluntad férrea de la violencia sería perpetua, y sembrando símbolos como si fueran posible como estigmas eternos. En tan sólo cuatro semanas desde el inicio de la guerra el ejército alemán pisó las calles de un París capitulado. Hitler, más allá de resarcirse de lo que él consideraba ofensa histórica, efectuó una breve visita de tres horas el 28 de Junio donde dejó para la propaganda su imagen conjunta a los arquitectos Hermann Giesler y Berthold Konrad Hermann Albert Speer , y su escultor favorito Arno Breker frente a la torre Eiffel. Una obsesión particular de Hitler había sido la conquista de París, y aún a pesar de que su prepotencia lo indispusiera con ningún paso atrás, en su postrera desesperación de los días en que el conflicto comenzó a revertir en su contra, el Führer impartió preventivamente al comandante Dietrich von Choltiz la orden funesta que rezaba: “París no debe caer en manos del enemigo, a no ser como un montón de ruinas”. Lo que había sido un triunfo de propaganda en su avance, en la hora de la derrota se volvió rencor.

          “La Nueve” era el acrónimo de la unidad blindada de la 9ª compañía de la 2ª DB Leclerc, entre otros formada por 146 españoles veteranos y ex-combatientes de la Guerra Civil Española y ahora adscritos al ejército libre francés. Eran republicanos que con cierta nostalgia habían bautizado a sus vehículos con nombres de referencia de toponimia bélica hispana: Guadalajara, Brunete, Teruel, Guernica, o del acervo socio-cultural como Don Quijote, aunque también el capitán al mando contagiado por el carácter meridional incluyera en su jeep la procaz inscripción “Muerte a los gilipollas”. Fueron estos hombres los primeros que el 24 de agosto de 1944 entraron en vanguardia en el París ocupado por el ejército alemán. Y fuero tres españoles de “La Nueve”, Antonio Gutiérrez, Antonio Navarro y Francisco Sánchez, los que al día siguiente asaltaron el cuartel general alemán y desarmaron y apresaron al general Choltiz y su estado mayor. Con un escueto “soy español, y estos también” el primero de ellos se presentó, y en cualquier otra latitud hubiese surgido de esta anécdota un libro, una película o un monumento, pero en esta patria mía somos así de parcos, y desagradecidos, y nos conformamos con mirar a otro lado, u olvidar intencionadamente las fosas de los compañeros de estos héroes fusilados sin juicio durante aquella nuestra incivil contienda, los perdedores de las mil batallas por la paz, la igualdad o la justicia. Al día siguiente, 26 de agosto, las tropas aliadas entraron y desfilaron triunfantes por las calles de París, “La nueve” escoltó a Charles de Gaulle por los Campos Elíseos, y ahí acabaron sus quince minutos de gloria.





Fotografía de Ramón Masats.



          La verdadera cara de las dictaduras no tienen rostro, aunque es verdad que el líder descolla por su excesivo protagonismo y megalomanía, lo cierto es que detrás de él se esconde una caterva de seguidores sin escrúpulos, oportunistas sádicos, y psicópatas narcisistas. Eso es lo que desvela la maravillosa imagen de Ramón Masats sobre Francisco Franco Bahamonde -“…un hombre de corta estatura, gordo, moreno, con una voz cantarina que recodaba a la de un almuédano” (Ian Kershaw)- donde se lee más en aquello que no hay que en lo que realmente se ve. Y aunque creamos que todo aquello quedó atrás los benjamines asoman ahora orgullosos porque nunca dejaron de estar aquí -el resurgimiento de estos lodos viene de aquellas tormentas-, bien acomodados en sus urbanizaciones acotadas, bien relacionados en sus clubes elitistas y bien educados en sus escuelas privadas. El neo-liberalismo actual -los chicos de Chicago- surge del vacío tras el dictador sin rostro y desvela su programa sin complejos en el papel que sujeta la marioneta sin escrúpulos, tal el antiguo ideal, aunque ahora revestida de Armani.

          La historia de la humanidad nunca ha dejado de ser una lucha entre el rico contra el pobre, y viceversa, uno reclamando oportunidades y el otro negándolas a través de la opresión, es la continua reiteración de la lid de la anterior generación, así aquello de no olvidar la historia para evitar que se repita no deja de ser simplemente una buena intención, aunque las más de las veces resulte con la complicidad de la misma sociedad que no pone de su parte olvidando con suma facilidad. Franco resulta para España la historia silenciada, no hace ni un siglo de su golpe de estado a la II República -mal llamado “alzamiento”- y a las nuevas generaciones les es indiferente aquel cruento hueco de cuarenta años que se abrió durante su férrea dictadura instaurada a sangre y fuego. Donde más se pudo apreciar ese borrado de historia fue durante la exhumación del cuerpo del dictador para desalojarlo del oprobioso y megalómano monumento fascista del Valle de los Caídos -construido bajo su égida con las manos de los represaliados rojos- y su traslado al más discreto y elitista cementerio de Mingorrubio. El falso y desmesurado revuelo político que despertó tal acto -mucho ruido a causa de pocas nueces- en el fondo no resultó más que otra de las manipulaciones mediáticas a la que esta sociedad se ha acostumbrado a sobrellevar, resignada en un silencio histórico aprendido a fuerza de una represión cincelada durante aquellos años, frente a esa minoría de ideología incólume que es quien realmente desde la sombre ejerce el poder tras ese proscenio de falsa democracia. Exhumación ejecutada por la puerta de servicio bajo una minoría exaltada pero retransmitida en directo en todos sus inmerecidos protocolos, y que contrasta con la otra imagen de Noviembre de 1975 de aquel postrero entierro multitudinario y doloso que una sociedad en blanco & negro y extenuada hubo de sufrir, símbolo final de un régimen que había alargado sus estertores a través de las últimas sentencia de muerte en Septiembre en aquél mismo año. A pesar que siempre se dijo de él que era “un dictador mediocre, meapilas, chusquero e inculto” (Cristina Fallarás) sin embargo gobernó España con mano férrea durante cuarenta años, y su larga sombra con sus secuelas perduran aún más allá de los cincuenta posteriores a aquella defunción, por eso la sociedad española de después -y sobre todo sus representantes de la reconvertida izquierda burguesa- continúa actuando acomplejada por la vigilancia de la heredada minoría ideológicamente afín a aquél, a la par que poderosa económicamente e incólume a los tiempos.

          Porque un fascista, a pesar de todo, es un tipo normal, come, bebe, siente, folla, jode, y hasta está realmente convencido de su verdad: una, grande y libre. Pero además entre sus características siempre descollará su recelo por la cultura -de ahí su eterna y celosa costumbre de la quema de libros-, mientras por contra la sempiterna izquierda social-democrática siempre se ve por ella un tanto cegada, lo que les lleva a creer en otra realidad paralela, resultando de ella su idealismo patológico dentro del capitalismo victorioso. Los estantes de las bibliotecas están repletos de buenas intenciones, historias patrias de redención o heroísmo humanitario, solidaridades laicas o distopías proféticas, mientras es nula en redenciones ideológicas fascistas más allá de las vidas de sus santos varones. Así mientras a los unos nos queda el consuelo de refocilarnos entre relatos nostálgicos de nuestra pasada e incruenta Guerra Civil Española, los otros continúan practicando impertérritos su postulados, porque es tal la seguridad en su acervo que jamás ningún facha se dejará convencer de nada que no sea narcisista o autocrático, ni tan siquiera por uno mismo de ellos. Aunque más y mejor lo expresa Hannah Arendt cuando dice: “El propósito de la educación totalitaria nunca ha sido inculcar convicciones sino destruir la capacidad para formar alguna”. Tal vez los españolitos hemos subestimamos a ese gordo inculto meapilas, pero nos sirva de consuelo que cuando Hitler abandonó la reunión de Hendaya el 23 de Octubre de 1940 se le oyó mascullar: “No hay nada que hacer con este tipo”.





Fotografía de Yoav Lemmer.




          Pequeños actos desencadenan tormentas. Es conocido el proverbio chino del aleteo de una mariposa sintiéndose en el otro lado del mundo, o que la gran primera catástrofe bélica de principios del siglo XX comenzó con el el atentado de Sarajevo el 28 de Junio de 1914 donde el bosnio Gavrilo Princip disparó contra el heredero de la corona del Imperio Astrohúngaro el archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa la duquesa Sofía Chotek, desencadenando el tsunami europeo que hubo de durar algo más de cuatro años. Igualmente cuando el joven judío polaco Herschel Feibel Grynszpan entra en la embajada alemana en París el 7 de Noviembre de 1938 y solicita audiencia y es recibido por el 3ª secretario Ernst von Rath, no supone que su acto va a provocar los acontecimientos de desmesura nazi que a posteriori se llamarían “Reichkristalllnacht”. Después de llamarle “sale boche” -sucio alemán- y de gritarle que actuaba en nombre de 12.000 judíos perseguidos Herschel le dispara cinco veces, tras lo cual ni intentó huir ni opuso resistencia a su arresto, von Rath moriría dos días después. Los detenciones indiscriminadas, expropiaciones y pogromos que venían sufriendo los judíos alemanes desde la subida al poder del NSADP -y posteriormente en los territorios anexos- era una cuestión no sólo interna de aquel país sino internacional, e hipócritamente ignorada por los débiles gobiernos occidentales o soslayada por sus propios problemas internos frente al amenazante Tercer Reich o su desconfianza ante el asentamiento del bolchevismo en el este. Por eso y sin vergüenza el régimen nazi utilizó de excusa el incidente, obviando impúdicamente la desigualdad de ofensa, para desatar sobre todo judío sito en su territorio la furia de su fuerza bruta a través de sus organizaciones paramilitares, afiliados, seguidores o simplemente exaltados por la euforia de la propaganda. El 9 de Noviembre en la “Noche de los Cristales Rotos” se demolieron en todo el país unas mil sinagogas, varios centenares sufrieron además su quema, se saquearon infinidad de viviendas y casi un millar de tiendas propiedad de judíos, fueron incontables las palizas que recibieron éstos y los asesinatos se contabilizaron en unos cien mientras los suicidios abundaron entre la desesperación, y un número alrededor de 30.000 se cuentan entre los detenidos que terminaron apresados en los campos de Dachau, Buchenwald o Sachsenhausen. Los daños económicos se contabilizaron en cientos de millones de marcos, las calles se vieron atestadas de mercancía robada y la aceras se llenaron de cristales rotos. Todo tan sólo dos días después del triste y desafortunado acto de un desesperado. Ya al día siguiente de este desaforamiento la cúpula del partido se puso de acuerdo en un decreto para que la factura de la destrucción causada por ellos mismos de las propiedades judías la pagara los afectados, en suma acuerdan que “las víctimas tenían la culpa de su propia persecución”. Posteriormente Hermann Wilhelm Göring, en aquel momento ministro al frente del Plan Cuatrienal que movilizaba todos los sectores económicos para la preparación de la guerra, concretaría la “multa por expiación” en mil millones de marcos, mientras que las compañías de seguros deberían indemnizar al propio Reich y no a los propietarios, además de la aranización de los negocios judíos que en la práctica les excluía de la economía alemana a partir del primero de Enero de 1939. Y finalmente, lo que supuso un presagio funesto, se transfirió la política anti-judía a las SS creando la Oficina Central para la Emigración Judía a cargo del Jefe de Policía de Seguridad Reinhard Tristan Eugen Heydrich: es el inicio hacia los campos de exterminio, las cámaras de gas. En suma, siendo la “Noche de los Cristales Rotos” otros de los despropósitos de aquel grupo de criminales, que utilizaran la desesperación de un joven de dieciséis años después de que él y su familia fueran, como miles de otros judíos, despojado de todos sus bienes, su ciudadanía e incluso de su dignidad, es el paroxismo del cinismo del Partido Socialnacionalista Obrero Alemán, y todos sus miembros encabezados por el psicópata, cabo y Führer Adolf Hitler.


          Pero aún más peligroso que la historia se repita por ignorancia o manipulación es que lo haga con convicción. Y por eso no resulta justa la imagen de Yoav Lemmer en la que se ve a Angela Merkel, Canciller de Alemania, burlada por el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu, si bien sus nacionalidades les culpabilizaría a priori de una ideología predeterminada en este caso resulta equívoca. Mientras ella se ha destacado por su compromiso con el veto a la exhibición y promulgación de símbolos nazis a la par que ha tomado públicamente posición por la concordia, el acuerdo y la convivencia pacífica, él sin embargo ha estado siempre al frente desde su gobierno de los pogromos y asedios continuados al pueblo palestino. Resultando extremadamente difícil la limitación de derechos en una democracia, y más aún cuando son de libertad de expresión, desde Alemania después de la tragedia de la IIGM se ha seguido una política de limitación a la difusión de la ideología nazi, a través de actos o símbolos, que no tiene parangón con la actitud del nuevo estado de Israel que vienen violando sistemáticamente desde 1947 los acuerdos de la partición de Palestina que decretó el consenso de las Naciones Unidas entonces, donde debían de convivir dos Estados, uno judío y otro árabe. Tal como se lamenta Amos Oz: “Europa abusó de los árabes al humillarlos con el colonialismo, y la misma Europa persiguió y aniquiló a los judíos, pero los árabes nos ven como una nueva rama arrogante de colonialismo europeo y explotación, y nosotros no vemos a los árabes como hermanos en la adversidad sino como antisemitas, nazis disfrazados”. En este caso no se trata de una represalia frente a un acto de locura transitoria de un idealista, es la programada y genocida acción de un grupo de poder -con armas, excavadoras y borrado de catastros- sobre los otros diferentes. Igual que ayer. Por eso exculparse en su propia historia para ello es mostrar cinismo también, otro, el propio. En la narración bíblica del Éxodo Dios escoge a Moisés para librar a los israelitas de la esclavitud de Egipto, quien durante la huida separa las aguas del Mar Rojo, o de los juncos, cerrándolo luego sobre sus perseguidores para ahogarlos, en suma cruzan como víctimas pero su asiento en la tierra prometida de Canaán los condena históricamente como represores. “Algunos dioses tribales son creadores universales; el dios hebreo fue el primer autócrata universal. Una pequeña tribu varias veces conquistada por sus vecinos más poderosos respondió conquistando conceptualmente el mundo” (Yuri Slezkine).




Herschel Feibel Grynszpan

tras su detención por la policía francesa.



         

          No caigo en apología del spoiler si narro aquí el final de algunos de estos cobardes, porque sí, eso es lo que fueron aquellos que capaces de dar ordenes expresas sobre el final, la exterminación, el asesinato de miles de miles de personas, por contra demostraron ser unos redomados cobardes al eludir enfrentarse cara a cara a la sentencia sobre sus hechos, a su propia responsabilidad, y más que jurídica como seres humanos. El omnipotente Reichsführer de las SS Heinrich Luipold Himmler tras la caída de la Alemania nazi se rasuró la cabeza, se afeitó el característico bigote de cepillo y con un parche en el ojo y documentación falsa huyó hacia Baviera, sin embargo en un control rutinario de carreteras fue capturado y, aunque un principio no se percataron de su verdadero personalidad, tras algunas vicisitudes despertó sospechas y sus guardianes se apercibieron de la importancia de su preso, y durante una preventiva revisión médica en pos de evitar se autolesionase mordió una cápsula de cianuro que llevaba en la boca e instantáneamente falleció. Aunque se le intentó reanimar fue inútil, y tras fotografiar su cuerpo y realizar una máscara mortuoria de su rostro fue enterrado en una ubicación no desvelada -indigno parco final a tal monstruo-. Otro megalómano cobarde resultó ser aquel que en los últimos días osciló entre ser el sucesor del Führer y su incruenta expulsión del NSDAP, Hermann Wilhelm Göring debe a la 36º División de Infantería estadounidense su vida pues estaba sentenciado por sus propios cómplices. Sin embargo fue uno de los dirigentes de mayor rango enjuiciado en los tribunales militares de Núremberg, acusado de cuatro cargos: conspiración, librar una guerra de agresión, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad de los que se declaró “en el sentido de la acusación, no culpable”. Sin embargo tras su sentencia y condena a morir ahorcado -se le negó su apelación a morir fusilado como soldado- la noche previa a su ejecución se agenció una ampolla de cianuro y se suicidó. Su cuerpo fue trasladado e incinerado en Munich y sus cenizas esparcida en el río Isar donde se diluyeron para siempre -otro inmerecido aséptico destino para magno psicópata-. Más histriónica fue la puesta en escena de Paul Joseph Goebbels donde arrastró consigo a toda su familia, su mujer Magda e hijos Helga, Hilde, Helmut, Holde, Hedda y Heide -todos empezados por H para conmemorar el apellido del idolatrado Führer-. Después de que el dentista de las SS Helmunt Kunz inyectasen morfina a los seis niños y estando inconscientes, su madre y el médico personal de Hitler Ludwig Stumpfegger administraron una ampolla de cianuro en sus bocas, después marido y mujer abandonaron el búnker y se encaminaron hacia el jardín de la cancillería donde se suicidaron, supuestamente Goebbels disparó primero contra ella y finalmente contra sí mismo -otro fin rápido y cobarde-. No bastan los gestos desesperados finales de solidaridad o suicidio cómplice, son sólo el proscenio elegido cara a la historia y su absolución, una huida y nunca un acatamiento a la responsabilidad que conllevan las decisiones tomadas durante el tiempo que ocuparon tales cargos, y no es la venganza lo que me hace pensar que no merecían la muerte inminente sino una justa e infinita condena que les permitiese reconocer el mal que causaron. Cuánta hipocresía que hay en la apropiación de las palabras Patria, Libertad o Historia por parte de los que ejercen el poder, desde tales puestos de privilegio se esgrimen como armas de doble filo, patrones de medir aplicables al resto pero nunca sobre ellos que sobrevuelan el bien y el mal, y cuando son psicópatas doblemente peligroso como se demostró claramente en el mediático proceso contra Otto Adolf Eichmann en Jerusalén en el entonces ya tardío 1961 -uno de los más eficaces logista de la deportación en masa de judíos y colaborador de Reinhard Tristan Eugen Heydrich en la organización de los guetos y campos de exterminio en la Europa del este invadida por los nazis-. Después de su secuestro por el servicio secreto israelí, el Mossad, en la Argentina donde incognitamente residía bajo el nombre de Ricardo Klement, fue sin embargo la escritora, ensayista política y filósofa Hannah Arendt quien con su cobertura del proceso y sus controvertidas conclusiones quien puso en la picota aquel novedoso, magno y luctuoso Holocausto. Aquel tipo de crimen colectivo no contaba con precedentes, lo que lo convertía en difícilmente comparable con ningún otro acontecimiento anterior, y así “asesinato en masa administrativo se ajusta mejor en su definición que genocidio”, y aquellos sus gestores tan alejados de la realidad eran los mayores criminales de su época, capaces de cometer los mayores maldades sobre la humanidad inimaginables, a la par que revestidos de una irreflexión supina que sin exculparlos los significaba exclusivamente. “Fue como si en aquellos últimos minutos (de Eichmann) resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible BANALIDAD DEL MAL, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”. (…) “El problema con Eichmann fue precisamente que muchos fueron como él, y que la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones legales y de nuestras normas morales a la hora de emitir un juicio, esta normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades juntas”.



          Una de las imágenes de Hitler más recurrentes en los documentales lo muestra a él acariciando a su perro-mascota Blondi, en el Berghof situado en el Obersalzberg de los Alpes bávaros cerca de Berchtesgaden en Baviera, cual aquellas otras de él mismo utilizadas durante la otrora manipulación propagandística del régimen acariciando infantes. Lo más curioso es la actitud corporal de la mascota, rabo y orejas gachos, cabeza baja y mirada huidiza, no la propia de sumisión hacia el líder de la manada sino la temerosa frente a lo imprevisible; mientras la de Hitler, intentando ser atento a través de las caricias, realmente muestran desapego, frialdad y superioridad; ambos comportamientos revelan no la complicidad entre dos seres libres sino la humillación del amo sobre el esclavo. Parece que todas sus relaciones fueron distorsionadas, Geli o Eva, e incluso Blondi: “…en los últimos años había mostrado más afecto por su pastor alemán Blondi que por cualquier otro ser vivo incluida probablemente Eva Braun. Entonces, cuando ya se acercaba el final, hizo que probaran el veneno con Blondi” (Ian Kershaw). Esto ocurrió en su último cuartel general, el Führerbunker ubicado cerca del la Cancillería del Reich en Berlín durante la última semana del último acoso y derribo del Ejército Rojo a la capital, y la inminente derrota y capitulación del Tercer Reich. Allí donde poco antes, el 9 de Febrero de 1945, y mientras el país entero se derrumbaba bajo las bombas y el ejército alemán no cejaba en su desesperada retirada de todos los frentes, el Führer sin embargo se complacía sobre una quimera de la maqueta de la reconstrucción de Linz, su ciudad natal, que había ordenado a su arquitecto de cabecera Hermann Giesler pensando en su retiro. Mientras tanto entre los días 4 al 11 del mismo mes en el Palacio Imperial de Libadia en Yalta, en la República de Crimea, los tres líderes de la alianza representantes de sus respectivos países, Iósif Stalin por la Unión soviética, Winston Churchill por el Reino Unido y Franklin D. Roosevelt por los Estados Unidos, decidían sobre la realidad del mapa de una posguerra inminente, y desafortunadamente fría. Aunque a pesar de dicha frivolidad de Hitler también es cierto que el encierro y la abrumadora responsabilidad que pesaban sobre sus hombros le provocaban continuos arranques de ira e histeria, parte causadas por sus paranoias constantes y otro tanto provenientes de las funestas noticias del exterior, tensión contagiada a su entorno del búnker provocando escenas tragicómicas cuando no dramáticas obviamente. Durante una primera gruesa evacuación de parte del personal y documentos atrás quedaron algunas figuras leales, como la joven e impresionable secretaria personal Gertraud “Traudl” Junge quien junto a otros, Eva Braun, el jefe del NSDAP (Cancillería del Partido Nazi) Martin Bormann y el médico personal de Hitler Theodor Gilbert Morell, celebraron una fiesta extraoficial en el viejo salón del apartamento de Hitler en la Cancillería del Reich al son de la canción de moda de aquel entonces “Las rosas rojas te traen felicidad” acompasada del continuo martilleo en el exterior de las explosiones de la artillería roja sobre Berlín. Pero nada tan sofisticado como el brindis con Moët & Chandon y pasteles entre Eva y Albert Speer mientras la una le hacía cómplice de su deseo de compartir el final con su amante y el otro, antes de abandonar el búnker, le hacía partícipe de su despedida definitiva del Fuhrer, con estilo por supuesto. Aunque a pesar de tanta solidaridad o fidelidad espurias no se evitaron además otras escenas truculentas en las últimas horas. Cuando en la huida frente a la desesperación de la inevitabilidad de una catástrofe preanunciada Hans Georg Otto Hermann Fegelein general de División de las Waffen-SS y ayudante personal de Heinrich Luitpold Himmler Reichsführer de la SS, además de cuñado de Eva Braun al estar casado con su hermana Margarete Franziska "Gretl" Braun a instancias del propio Hitler con el fin de dar carácter de excusa a la hipócrita presentación de Eva en sociedad, es hallado en su apartamento vestido de civil, ebrio y a punto de huir a Suecia con su amante, de nada le sirve su putativo parentesco con el Führer que decreta en un segundo rapto de ira su detención y sentencia de muerte a pesar de las súplicas de Eva y el embarazo de Gretl, le dispararían por la espalda antes de asentarse frente al pelotón. Sin embargo tal precedente, a ese mismo hombre que no le costaba mandar a fusilar a uno o miles de personas, cumplió su compromiso de honor con la mujer que nunca le exigió ninguna correspondencia por entender su mayor y exclusivo compromiso y consagración a Alemania, y celebraron sus esponsales en la lúgubre sala de conferencias de aquel búnker acosado intermitentemente por la inminente invasión de los ejércitos sitiadores, frente únicamente al concejal oportuno y los testigos Goebbels y Bormann, después hubo una pequeña celebración con el resto de personal con champán, bocadillos y recuerdos de días felices, tras lo cual Hitler se retiró junto a su más joven secretaria “Trauld” Junge para dictarle su testamento. Al día siguiente, 30 de Abril, después de una luctuosa comida y despedirse de sus colaboradores más cercanos, y tras acompañar a su reciente esposa en la ingesta de una ampolla de cianuro, se desencajó un tiro en la sien con su propia pistola Walther 7,65 mm, Eva dejó tras de sí un ligero olor a almendra amarga. Sus cuerpos fueron calcinados a las puertas de aquel último refugio de lo que quedaba ya entonces de aquella su inmisericorde idea que tuvo para con toda Alemania, los alemanes, toda Europa y los europeos. Cuando llegaron los rusos tan sólo hallaron restos de cuerpos carbonizados y confundidos entre escombros y metralla, pero después de una búsqueda intensa y tras una identificación protésica dieron por certificado a una mandíbula y un puente de él -además de otro perteneciente a ella-, los cuales fueron trasladados a Moscú irónicamente dentro de una caja de puros.

          En el antiguo emplazamiento del Führerbunker -lugar de aquella infinita caterva de tragedias fáusticas de autoinmolación-, y gracias a las leyes alemanas que limitan las representaciones nazis, se asienta actualmente un parking.





Fotograma de la película “Negación”

de Mick Jackson.





Texto de enriqueponce, 2021-2.

Fotografías de los autores reseñados o bajadas de la red.