sábado, 25 de diciembre de 2021

"distance of time"

EL CAJÓN deSASTRE
BLOg DE NOTAS
LA C(R)ÓNICA LUZ






"Distance of time"

by Xue Yutao⁣




I stood up and down Kangrinboqe and looked at Gurla Mandhata at an altitude of 7694 meters, 130 kilometers away from me. The light of the stars in the sky was hundreds, millions, billions of years ago.The mountain in front of me is a masterpiece of tens of millions of years of Creator. That ray of red is a distance of 30 seconds for humans.⁣




"Distancia de tiempo"


Me paré arriba y abajo de Kangrinboqe y miré a Gurla Mandhata a una altitud de 7694 metros, a 130 kilómetros de mí. La luz de las estrellas en el cielo fue hace cientos, millones, miles de millones de años. La montaña frente a mí es una obra maestra de decenas de millones de años del Creador. Ese rayo rojo es una distancia de 30 segundos para los humanos.







Fotografía y texto de Xue Yutao.

3er lugar/Bellas Artes/Paisaje IPA 2020 (International Photography Awards)

[Extraído de un comunicado de Facebook]





miércoles, 15 de diciembre de 2021

"yo vi la nada"

OPINION.es




“yo vi la nada”




“Ahora te quito la venda de los ojos, 

tienes que acostumbrarte al resplandor de la luz

y a cada momento de tu vida”.

Walt Whitman

 





Fotografía bajada de la red.



          En un extraño acaso en 1914, provocado tres años antes por el antiguo trabajador del Louvre Vicenzo Peruggia cuando sustrajo del mismo la famosa obra “La Gioconda” de Leonardo da Vinci incitado por el misterioso marqués Eduardo de Valfierno, y tras el cual supuestamente éste había realizado diversas copias que, habiendo de pasar por verdaderas, se venderían a varios coleccionistas norteamericanos al albur de la difusión misma de la noticia del secuestro -de hecho jamás necesitó la obra para su estafa, lo importante no era el original sino la noticia del robo-, se hizo patente por vez primera la mayor relevancia de la impronta de una noticia frente al hecho mismo, el acto frente a la esencia. Y tal trascendencia no recayó únicamente en los estafados compradores, sino que además las visitas al vacío emplazamiento dejado por la obra se multiplicó extrañamente por un público ávido de no se sabe bien qué experiencia mística, morbosa o para admirar unotra obra maestra de la picaresca. De hecho mientras duró este hueco en la pared del museo se batió el récord en el número de visitantes. Todo este extraño acontecer supuso, como afirmó posteriormente R.A. Scoti, que la “Mona Lisa” durante su bizarro periplo “abandonara el Louvre siendo una obra de arte y volviera convertida en un icono”. Así la fotografía que muestra aquel lugar durante la ausencia del cuadro resulta ser por sí misma la foto de un vacío.

          “Toda imagen es el relato de una mirada sobre algo”, lo afirma David Hockney, y es aplicable a cada fotografía aunque aún más relevante en la presente, porque en sí misma el corte que produce la decisión del encuadre selecciona la historia que se desea narrar. En la connotación voyeurista de la cámara nace la intención de cada fotografía, mientras que la atención e intensidad de la mirada suponen el futuro valor de tal decisión, pero es en la tensión entre lo que se corta y lo que se conserva donde recae la esencia de su existencia. Aunque como bien dice Alec Soth: “La fotografía es excelente para sugerir historias, pero suele perder el hilo cuando trata de <<contarlas>>. (Funciona más como una poesía que como una novela)”.





Fotografía bajada de la red.



          John Baldessari sugiere que “las cámaras pueden cegar al usuario en lugar de ayudarle a ver (…porque el acto de mirar a través del visor se convierte en un ejercicio de conformidad)”, y es en este contexto donde se inscribe la mirada del hombre moderno, porque la fotografía como construto artificial traduce el Imago Dei cultural de una sociedad específica, la identificada con el hombre-blanco-occidental nacido al albur de la Revolución Industrial. Desde su nacimiento ha cargado con el “estigma” de la responsabilidad representativa, la fotografía “tiene” que representar algo, y aún más, son una forma de representar pero también de entender; conocimiento y comunicación a la par. Años después Susan Sontag lo verbalizó de la siguiente manera: “Se ha interpretado la acción de fotografiar de dos maneras del todo diferentes: ya como un acto de conocimiento lúcido y preciso, de inteligencia consciente, o bien como una manera de encuentro preintelectual, intuitivo”, mientras Joseph Kosuth también lo dejaba resuelto en su “One and Three Chairs”, como la foto de un concepto, donde desde el triple código de aproximación a la realidad -objetual, visual y verbal- despedazaba las distintas formas del referente -la silla-, la representación -la fotografía- y el lenguaje -la palabra-. Intentamos comprender a través de las imágenes pero la fotografía es una ventana silente con su propia vida, cargada de una memoria eidética que nos ayuda a dar algún sentido, y que aunque incapaces de contar son propias para explicar lo inconmensurable. Pero una cámara limita nuestra visión-percepción del mundo, es sólo y además una-otra manera artificial de ver una-otra representación irreal de la realidad, “Algunos piensan que la fotografía es la realidad; no se percatan de que es sólo otra forma de representación (… La realidad está en nuestra mente)”, y en acuerdo con David Hockney la foto del pensamiento resulta una tautología imposible. Lo que sí resulta cierto es que volcamos en nuestras herramientas de progreso las mismas ansias que en las paredes de aquellas ancestrales cuevas, y así para nosotros hoy “La cámara es un ojo capaz de mirar hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo… Sí, hacia adelante, una cámara ve el sujeto, hacia atrás ve el deseo de captar a ese sujeto, y así muestra al mismo tiempo LAS COSAS y EL DESEO por ellas” (Wim Wenders).




Fotografía bajada de la red.



          En los tiempos pre-históricos soplar pigmento en la pared daba como resultado el contorno, la sombra de una mano, su huella, un negativo. Para Plinio el Viejo -obviando lo obvio- el origen de la pintura comenzó con una sombra, con la silueta de un retrato; posteriormente en 1857 Oscar Gustave Rejlander lleva a cabo “El primer negativo” como una forma de alegoría de aquella leyenda, que viene a ser ni más ni menos que otra re-actualización del mito de la caverna de Platón, el cual actualmente está representado por un ávido público ante todo tipo de pantallas alienadoras -tv, cine, ordenadores, móviles…-. Y si la imagen siempre ha ocupado la laica teocracia de la inquietud creativa, para las religiones -sobre todo las grandes monoteístas: judaísmo, cristianismo, e islam- la verdad procede únicamente de revelación divina, por eso recelan perennemente de la representación.

          Solíamos pensar en la fotografía como un receptáculo de representación archivador de memoria, cargado de la huella indeleble de una luz refleja y querida. Richard Avedon compartió dicha querencia en sus inicios: “…como experimento, fijé un negativo de mi hermana en mi piel y pasé el día en Atlantic Beach. Aquella noche, cuando desprendí el negativo, apareció mi hermana, impresa por el sol, en mi hombro”. La fotografía es lo que queda, la huella pero también la ausencia, por eso la acción que Dennis Oppenheim nos propuso en “Reading Position for Second Degree Burn” en 1970 es sencillamente la foto de una ausencia. Pero hoy las fotografías no se conservan (desertaron de la huella-memoria), son efímeras a golpe de un clic virtual, tienen una vida dependiente de una obsolescencia programada, y el uso-abuso y consumo de imágenes (en la red) resultan para cubrir el anhelo de una (falsa) identidad, son una nueva herramienta de comunicación para una sociedad adicta a vidas que sólo existen como imágenes, y la fotografía actual resulta ser tan sólo una venial quemadura de sol.





He hecho una foto de nada. Es ésta.”

Fotografía de enriqueponce.



          Nada más acertado que las palabras de Elliot Erwitt afirmando que “La fotografía es un arte de observación. Tiene poco que ver con las cosas que vemos, sino cómo las miramos”. Aunque lo cierto es que la fotografía -contradictoriamente- sí siempre tiene que ver con lo real, lo material, el mundo físico es su argamasa, resultando exhortativamente un arte prosaico. Y aún así no entran en contradicción con las arriesgadas propuestas ontológicas de Alfred Stieglitz y sus “Equivalentes” o el estarse en blanco de las alegorías de Minor White, y que al fin e ineludiblemente además se hallan conceptualmente tan cercanas de aquellas diarias instantáneas de la película “Smoke” de Wayne Wang donde todas son lo mismo aunque siempre distintas, nunca la misma. Pero aunque en ellas no cabe la metáfora y -tal en la interpretación actoral- sí sin embargo pueden suspender la ficción cotidiana para desvelar una/otra realidad exclusiva, tal un comediante viviendo en su interpretación. Por eso dejar constancia con ella de los elementos naturales invisible es cuando menos una sinrazón. Y el viento es uno de ellos -un elemento inmaterial y una sinrazón-, y así cuando me propuse dejar su testimonio hube de recurrir más a su lado insinuantemente versal que al propio documental, y “Montescierzos” (*) resultó su conclusión. Aunque su génesis se debió a otra precedente instantánea que me abordó al pairo del aristocrático Palacio de la Magdalena en forma de apremiante sensación de plasmar lo inexistente, y que ya entonces titulé como “He hecho una foto de nada. Es ésta”. Mi intención frente a tal repercutido imposible oxímoron fue instintivamente recurrir a la inásil lírica de la imagen. Sin saberlo me apropié premonitoriamente de las palabras: “El fotógrafo se encarga de ver, la cámara de registrar”, de Henry Carroll.




Texto de enriqueponce, en dosmil21.




NOTA: Mientras elaboraba este texto topé con el desigual ensayo-texto-libro “Los fotógrafos hablan sobre la fotografía. Cómo miran, piensan y disparan los maestros” de Henry Carroll, del cual me serví principalmente en las citas e inestimablemente para dar profundidad al cuerpo del mío caro escrito. Por otro lado el resto tampoco es el resultado de inspiración divina, así que gracias a todos los autores reseñados, y a los que no, por sus acervos.


(*) https://unafabricadenubes.blogspot.com/2013/05/un-bazar-de-obras-montescierzos-el.html



domingo, 5 de diciembre de 2021

"Atget"

LOS CAZADORES de MENTES



Jean Eugène Auguste Atget

Libourne, Francia. 1857-1927



Fotografía de Berenice Abbott.













          Eugène Atget nació el 12 de febrero de 1857, en Libourne, cerca de Burdeos. Durante su vida la fotografía evolucionó desde el daguerrotipo, que sólo permitía una copia, hasta la fotografía, que permite varios originales. El amplio interés en el nuevo medio estimuló su rápido desarrollo. Pero sus atributos estéticos crecieron a menor velocidad e impusieron nuevas disciplinas y percepciones acerca del hombre tras la cámara.

          La tendencia se desarrolló desde las distinta imágenes del daguerrotipo hasta los retratos de Nadar, a través de la visión de Mathew B. Brady, hasta figuras posteriores, como las de Jackson y Lewis Hine en Estados Unidos y, por último, la de Atget en Francia, que dotó a la fotografía de todo su potencial como un arte por derecho propio.

          La primera vez que vi unas fotografías de Eugène Atget fue en 1925 en el estudio parisino de Man Ray. El impacto fue inmediato e inmenso. Si bien los sujetos no eran sensacionales, maravillaban por su mera familiaridad. El mundo real, visto con asombro y sorpresa, quedaba reflejado en cada copia. Cualesquiera que fueran los medios que Atget utilizaba para proyectar la imagen, éstos no se interponían entre el sujeto y el observador.

          Mi entusiasmo al contemplar aquellas fotografías no me dejaba descansar. ¿Quién era aquel hombre? Descubrí que Atget vivía en la misma calle donde yo trabajaba, en el 17 bis de la rue Campagne Première, y que sus fotografías estaban a la venta. Tal vez podría comprarle algunas. Quería ver más y no perdí tiempo en buscarlo.

          Subí los cuatro tramos de escalera que conducían a su casa, situada en la cuarta planta. En la puerta había un modesto letrero hecho a mano: "Documents pours Artistes". Me acompañó hasta un cuarto de unos cinco metros de largo, una habitación corriente en un apartamento pequeño, sencilla y poco decorada.


          Atget, algo encorvado, me impresionó por su aspecto cansado, triste, distante, atractivo. Era parco en palabras, no intentó "venderme" nada. Me enseñó algunos álbumes que había hecho él mismo y seleccioné tantas copias como podía permitirme con mi exiguo sueldo de ayudante de fotógrafo. Por suerte las copias no eran caras. Le pedí que apartara otras tantas hasta que pudiera venir a pagárselas. Cuando volví, habló más y me llevó a su cuarto oscuro, donde estaba revelándose una única placa en una cubeta. El tiempo de revelado era muy largo; no tenía ninguna prisa en quitar la placa, sino que la dejó revelándose después de que la viéramos con la luz roja de seguridad.

          Y volví allí muchas veces y fuimos trabando amistad. Yo le hacía muchas preguntas a las que me respondía hablándome de algunas de sus dificultades, y tuve la impresión de que había tenido muchas. Aquella no era la época en que sus fotografías estaban por todas partes. La gente sospechaba de él e incluso tal vez pensara que era un espía. Debía de parecer una figura misteriosa y sospechosa con su enorme cámara y envuelto en un amplio paño negro. Misteriosos y ominosos eran también algunos de los oscuros y extraños lugares que decidía fotografiar.

          En respuesta a mi pregunta, Atget repuso que nunca aceptaba encargos fotográficos porque "la gente no sabe qué fotografiar". Pocos pueden darse cuenta de lo acertada que es esta afirmación, pero estoy segura de que muchos fotógrafos serios de hoy día gruñen por el peso de esta verdad. ¿Apreciaban los franceses su obra? "No, únicamente los extranjeros jóvenes."

          Vestía una ropas viejas y remendadas, y tenía un porte decididamente fotogénico. Estaba convencida de que necesitaba dinero, así que le enseñé las fotografías que tenía en mi posesión a casi todo el mundo que conocía y animé a todos a que visitaran su estudio con la esperanza de que le compraran copias. Si alguno de ellos no respondía con entusiasmo, me quedaba asombrada, incluso me mostraba desdeñosa.

          Cuando ya me había convertido en fotógrafa de retratos convencí a Atget para que viniera a mi estudio, en 44 rue du Bac, con miras a que posara para retratarlo. Para mi sorpresa apareció con un elegante abrigo. Siempre lo había visto con ropa remendada. Había deseado fotografiarlo también con esa indumentaria, pues era de una exquisita fotogenia, pero el tiempo es un maestro veleidoso e impredecible y no me permitió otro posado.

          Luego, cuando le llevé a su casa sus retratos para enseñárselos, no vi el pequeño letrero de "Documents pour Artistes" en su puerta, subí un tramo de escalera y bajé a la portería para preguntar por el señor Atget. La portera me dijo que había muerto. Me quedé conmocionada. La juventud está poco equipada para aceptar e incluso anticipar la muerte. Y yo acababa de terminar sus retratos.

          Pero ¿qué ha pasado con sus fotografías?, pregunté. Me respondió que don André Calmette tenía sus pertenencias. Ella sabía la calle donde vivía, pero no el número.

          Las fotografías de Atget, las pocas que conocía, representaban para mí la fotografía. La profunda reacción que provocaban en mí me llevó a seguirles la pista con un miedo instintivo a que se perdieran o  destruyeran. De haberme percatado en aquel entonces de que existe -todavía hoy- una indiferencia y una falta de consideración generalizadas con respecto a la mayoría de los fotógrafos, mi alarma se habría multiplicado por diez.

          Aunque nunca se me ocurrió adquirir la colección de Atget, mi preocupación por el destino de su obra me obligó a intentar encontrar a André Calmette yendo a cada vivienda de la rue St. Guillaume, ya que su nombre no aparecía en la guía telefónica. Un amigo me ayudó yendo a las casas de una acera mientras yo exploraba las de la acera de enfrente. Cuando por fin encontré la casa, supe que Calmette vivía entonces en Estrasburgo, de cuyo teatro municipal era el director.

          En otoño de 1928, tras varios meses de correspondencia y, por último, conferencias, le compré a André Calmette, el más antiguo e íntimo amigo de Atget, toda la colección de copias fotográficas de Atget, así como las placas que no había comprado Les Monuments Historiques. Calmette había actuado con Sarah Berhard y era un actor mayor, apuesto y compasivo. Alguien más había ido a ver a Calmette para comprarle la colección, pero él me prefería a mí porque, según decía, "creía que a mí me gustaba más Atget". Para preservar las placas, mi joven asistente holandés, Lood van Bennekom, y yo limpiamos cada una de ellas, las colocamos en sobres de papel cristal, las numeramos y las clasificamos todas. Hasta ese momento no había sido consciente del tamaño de la obra de Atget, pues tardamos meses en efectuar aquella operación.



























Fotografías de Eugène Atget.

Texto, extraído de "Selección de escritos" de Berenice Abbott.