Para Alegría.
"Nubes blancas desde la ventana del avión"
La manera de encontrar títulos a mis fotografía es tan enigmática para vosotros como para mí. Suele ser circunstancial el motivo, a veces pasa por una sensación temporal, por una abstracción conceptualista o simplemente por un encaje de bolillos entre la palabra y la imagen. Hay ocasiones que antecede a la serie que saldré luego a encontrar o que llevo tiempo buscando, otras me retarda el término de la edición de aquella porque me falta éste, e incluso sucede que surge instantáneamente de entre el vacío de la nada o el lleno de un todo. Posiblemente parezcan estar revestidos de un cierto ocultismo simplemente porque así es, son juegos, retruécanos, temporales o relacionales, circunstanciales o sólidos, son caprichos, a veces de la razón, las más de los acasos. Quizá encontrar sus sentidos sea labor entomológica, donde el bosque oculte el árbol , el contexto sea la causa, y las partes el todo, generalmente es el simple plagio y aplicación de la fórmula: “Menos es más”.
Para una fotografía “conceptual” es más sencillo hallar ese pie sobre el que pivote un sentido, cualquiera, basta tener bien aprendida una semiótica de la imagen, cualquiera, pero para la fotografía “pura” es más arduo por comprometido adjuntar cualquier añadido, ya que inmediatamente condiciona lo más virgen que poseemos como lo es la mirada. Alfred Stieglitz apologizaba al decir: “Mi objetivo es cada vez más que mis fotografías se parezcan a fotografías, que no sean vistas a menos que se tenga ojos para ver y que sin embargo cualquiera que las haya visto una vez no las olvide jamás”. Para él un árbol es un árbol, un rostro es sólo un rostro, y las nubes sólo nubes son, que los señalemos luego como roble o sabina, fulano o mengano, cirro o cúmulo es antropología de la imagen, algo ajeno a ella por tanto. Así justifica entonces sus Equivalentes: “He querido fotografiar las nubes para descubrir lo que me habían enseñado cuarenta años de fotografía. A través de las nubes, poner sobre el papel mi filosofía de la vida -mostrar que mis fotografías no se debían al contenido ni a los temas: a los árboles singulares, a los rostros, a los interiores, ni a datos particulares-, las nubes ahí para todo el mundo -hasta ahora no hay impuesto sobre las nubes- son libres”. Encomio de la libertad, la mirada y el conocimiento mas puro y excelso que nos ofrece el arte mecánico de la fotografía.
Lo más honesto por mi parte sería entonces no buscar retruécanos para las imágenes que voy acumulando en el disco duro de mi trayectoria, pero aunque sólo fuera como catalogación del archivo de mis vagabundeos el caso es que me preocupo de hallarles ese pequeño asidero gramatical que como mínimo me sirvan además para la memoria futura de mis recuerdos. Sí, tal vez las piense demasiado, puede que sea mi mayor error esa estática, perenne y hedonista visualización de imágenes en la que habito continuamente, pero es un desdoblamiento que creo adherido y parte del mecanismo del placer en todo operario implicado a este medio, y ello me lleva irremisible a aquellas palabras que las signifiquen, al erróneo sucedáneo añadido al clamoroso silencio de toda fotografía que inútilmente clama en el desierto de la (in)comunicación. Quizá incurra en tal dependencia porque aún sin cámara, o cuando guardo silencio, al ir o volver, transcurriendo la rutidianidad o explorando sobre lo extraordinario, mi mirada siempre va ofreciendo cálculos retóricos, e ineludibles. Tal vez procedan del hábito de errar entre las páginas de cualquier libro, vagar con él espacial y temporalmente gracias a la magia de la palabra que nos sitúa vorágicamente en diferentes siglos o pasajes, o renacer con cada volumen abierto y creer ser un crédulo omnisciente, y a su término posar sobre lo cotidiano la fresca mirada de un perpetuo nuevo génesis.
Y aunque últimamente no necesito especialmente tomar demasiadas fotografías en un reciente viaje me llevé el equipo fotográfico más por costumbre que con ninguna otra intención, así que durante aquél la cámara apenas vio la luz, pero a la vuelta volando sobre las nubes me asaltó la perentoria necesidad de plasmar aquella escena marina, tal como hice. Pero luego vino el darle ese aglutinante que resulta ser el título y que bien sirve de tarjeta de presentación, lo cual me resultó mucho más arduo y prolongado. Pasaban los días y no encontraba aquel epigrama mientras volvía a buscar acomodo en la rutina, pero ambos me rechazaban, y buscando romper ese vicioso círculo de desasosiego desusadamente traicioné al e-book y volví a leer sobre papel la última novela de Antonio Muñoz Molina que había quedado en espera de mi retorno: ”Tus pasos en la escalera”. Debo reconocer que siento por este autor desmedida admiración, pocos son los que reciben esta consideración por mi parte, muchos sí merecen reconocimiento pero el excelso arrobo está reservada para una selecta minoría, y sin embargo pasé laxamente las páginas sin encontrar sosiego a causa de una vaga y anómala decepción. Pero encontrándome a pocas páginas del final de la novela me fijé en una breve frase sin relevancia, no una cita ni siquiera un aforismo, no, tan solo eran unas simples palabras de lo más prosaicas donde el protagonista imagina a su amada viajando de regreso en pos del reencuentro: “Nubes blancas desde la ventana del avión”, exactamente lo que vi aquel entonces y no sabía ver en ese ahora.
Título de Antonio Muñoz Molina.
Fotografías y texto de enriqueponce.
Alegría Lacoma Lanau D. E. P. |
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