martes, 19 de abril de 2016

"Roland Fischer"






BLOg DE NOTAS





Roland Fischer
Saabrücken, Alemania. 1958



Fotografía bajada de la red.





















"Amor líquido"







          Ivan Klima dice: casi nada se parece tanto a la muerte como el amor realizado. Cada aparición de cualquiera de los dos es única pero definitiva, irrepetible, inapelable e impostergable. Cada aparición debe sostenerse "por sí sola", y lo hace. Toda vez que aparecen nacen por primera vez, o renacen, saliendo de la nada, de la oscuridad del no-ser, sin pasado ni futuro. Cada una, cada vez, empieza desde el principio, dejando al desnudo lo superfluo de las tramas del pasado y la vanidad de cualquier trama del porvenir.
          Sólo se puede entrar en el amor y en la muerte una única vez: menos aún que en el río de Heráclito, son sus propios pies y cabeza, desdeñosos y negligentes con respecto a todo lo demás.
          (...) El parentesco, la afinidad, los vínculos casuales son característicos del ser y/o de la unión de los humanos. El amor y la muerte no tienen historia propia: Son acontecimientos del tiempo humano, cada uno de ellos independiente, no conectado (y menos aún casualmente conectado) a otros acontecimientos "similares", salvo en las composiciones humanas retrospectivas, ansiosas por localizar -por inventar- esas conexiones y comprender lo incomprensible.
          Y por eso es imposible aprender a amar, tal como no se puede aprender a morir. Y nadie puede aprender el elusivo -el inexistente aunque intensamente deseado- arte de no caer en sus garras, de mantenerse fuera de su alcance. Cuando llegue el momento, el amor y la muerte caerá sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un indicio de cuando llegará ese momento. Sea cuando fuere, nos tomarán desprevenidos. En medio de nuestras preocupaciones cotidianas, el amor y la muerte surgirán ad nihilo, de la nada. Por supuesto, tendemos a recapitular para ser más sabios después del hecho: tratamos de rastrear los antecedentes, de aplicar el infalible principio de que un post hoc es seguramente el propter hoc, de concebir un linaje "que dé sentido" al acontecimiento, y con frecuencia nuestros esfuerzos se ven coronados por el éxito. Necesitamos ese éxito por el consuelo espiritual que proporciona: resucita, aun de manera indirecta, nuestra fe en la regularidad del mundo y la previsibilidad de los acontecimientos, que resulta indispensable para nuestra salud y cordura. También conjura la ilusión de que hemos adquirido un nuevo saber, de que hemos aprendido y, sobre todo, de que se trata de algo que podemos aprender, tal como es posible aprender la leyes de la inducción de J. S. Mill o a conducir autos o a comer con palitos en lugar de tenedor, o a causar una impresión favorable en los entrevistadores.
          En el caso de la muerte, se admite que el aprendizaje se limita a la experiencia de otras personas y es, por lo tanto, una ilusión in extremis. La experiencia de otras personas no puede aprenderse verdaderamente como experiencia; es el producto final del aprendizaje del objeto, no es posible separar el Erlebnis original de la contribución creativa de las capacidades imaginativas del sujeto. La experiencia ajena sólo puede conocerse como una historia procesada, interpretada según lo que los otros vivieron. Tal vez algunos gatos verdaderos tienen, como Tom de Tom y Jerry, nueve vidas o más, y tal vez algunos conversos pueden llegar a creer en la reencarnación, pero el hecho es que la muerte, como el nacimiento, sólo se produce una vez; no hay manera de aprender a "hacerlo bien la próxima vez", ya que se trata de un acontecimiento que nunca volveremos a experimentar.















Fotografías de Roland Fischer ("Los Ángeles Portraits" y "Chinese pool Portraits").
Título y texto, extraído de "Amor líquido", de Zygmunt Bauman.




No hay comentarios:

Publicar un comentario