Egon Leo Adolf Schiele
Tull an der Donau, Austria. 1890-1918
Fotografía: Anton Josef Trcka, 1914. |
Créeme, deja de lado la justicia de Dios, sus castigos o sus recompensas futuras. Todas esas
tonterías sólo sirven para que muramos de hambre. ¡Oh, Thérèse!, la dureza de los ricos legitima el mal
comportamiento de los pobres: que sus bolsas se abran a nuestras necesidades, que la humanidad reine en
su corazón, y las virtudes podrán establecerse en el nuestro; pero en tanto que nuestro infortunio, nuestra
paciencia para soportarlo, nuestra buena fe, nuestra servidumbre, sólo sirvan para aumentar nuestros
grilletes, nuestros crímenes son obra suya, y seríamos muy tontos en negárnoslos cuando pueden aliviar el
yugo con que su crueldad nos sobrecarga. La naturaleza nos ha hecho nacer a todos iguales, Thérèse; si la
suerte se complace en estorbar este primer plan de las leyes generales, a nosotros nos corresponde
corregir sus caprichos y reparar, mediante nuestra habilidad, las usurpaciones del más fuerte. Me gusta oír
a la gente rica, a la gente con título, a los magistrados, a los curas, ¡me gusta verles predicarnos la virtud!
Es muy difícil asegurarse contra el robo cuando se tiene tres veces más de lo que hace falta para vivir;
muy incómodo no concebir jamás el asesinato, cuando se está rodeado de aduladores o de esclavos para
quienes nuestras voluntades son leyes; muy penoso, a decir verdad, ser moderado y sobrio, cuando a cada
hora se está rodeado de los manjares más suculentos; les cuesta mucho ser sinceros, ¡cuando no tienen
ningún interés en mentir!... Pero nosotros, Thérèse, nosotros a quienes esta Providencia bárbara, con la
que cometes la locura de convertirla en tu ídolo, ha condenado a arrastrarnos por la humillación como la
serpiente por la hierba; nosotros, a los que se nos mira sólo con menosprecio, porque somos pobres; a los
que se tiraniza, porque somos débiles; nosotros, cuyos labios sólo prueban la hiel, y cuyos pasos sólo
encuentran abrojos, ¡quieres que nos privemos del crimen cuando sólo su mano nos abre la puerta de la
vida, nos mantiene en ella, nos conserva en ella, y nos impide perderla! ¡Quieres que perpetuamente
sometidos y degradados, mientras la clase que nos domina tiene para sí todos los favores de la Fortuna,
nos reservemos sólo la pena, el abatimiento y el dolor, la necesidad y las lágrimas, la deshonra y el
cadalso! No, Thérèse, no: o esta Providencia que tú reverencias sólo merece nuestro desprecio, o no son
éstas en absoluto sus voluntades. Conócela mejor, hija mía, y convéncete de que si nos pone en
situaciones en las que el mal nos resulta necesario, y nos deja al mismo tiempo la posibilidad de ejercerlo,
es porque ese mal sirve tanto a sus leyes como el bien, y gana tanto con uno como con el otro. Si nos ha
creado a todos en el estado de la igualdad, quien la altera no es más culpable que quien procura
restablecerla. Ambos actúan de acuerdo con los impulsos recibidos, ambos deben seguirlos y disfrutar.
Obra de Egon Schiele.
Texto, extraídos de "Justine, o los infortunios de la virtud", de Marqués de Sade.
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