sábado, 25 de agosto de 2018

"Jean Dubuffet"






ARTEsana



Jean Dubuffet
Le Havre, Francia. 1901-1985




Fotografía bajada de la red.





















DOCTOR STOCKMANN.
— Lo haré. Precisamente es este el gran descubrimiento que hice ayer. El enemigo más peligroso de la razón y de la libertad de nuestra sociedad es el sufragio universal. El mal está en la maldita mayoría liberal del sufragio, en esa masa amorfa. He dicho.
(Gran alboroto. La multitud patea y silba. Algunos ancianos parecen aprobar de un modo furtivo. La SEÑORA STOCKMANN se levanta con ansiedad. EJLIF y MORTEN se dirigen en actitud amenazadora a los escolares alborotadores. ASLAKSEN agita la campanilla y reclama silencio. HOVSTAD y BILLING gritan a la par, sin que se les pueda entender. Pasado un largo rato de escándalo, se restablece la calma.)
ASLAKSEN.
— La presidencia exige que el orador retire lo que ha dicho, porque, de fijo, ha ido más allá de lo que quería.
DOCTOR STOCKMANN.
— Me niego terminantemente, señor Aslaksen. ¿Acaso no es la mayoría de esta sociedad la que me roba mi derecho y pretende arrebatarme la libertad de decir la verdad?
HOVSTAD.

— La mayoría siempre tiene razón.

BILLING.

— Sí. La mayoría siempre tiene razón..

DOCTOR STOCKMANN.
— No; la mayoría no tiene razón nunca. Esa es la mayor mentira social que se ha dicho. Todo ciudadano libre debe protestar contra ella. ¿Quiénes suponen la mayoría en el sufragio? ¿Los estúpidos o los inteligentes? Espero que ustedes me concederán que los estúpidos están en todas partes, formando una mayoría aplastante. Y creo que eso no es motivo suficiente para que manden los estúpidos sobre los demás. (Escándalo, gritos.) ¡Ahogad mis palabras con vuestro vocerío! No sabéis contestarme de otra manera. Oíd: la mayoría tiene la fuerza, pero no tiene la razón. Tenemos la razón yo y algunas otros. La minoría siempre tiene razón. (Tumulto.)
HOVSTAD,
— ¿Desde cuándo se ha convertido usted en un aristócrata, señor doctor?
DOCTOR STOCKMANN.
— Os juro que no otorgaré ni una palabra de limosna a los desgraciados de pecho comprimido y respiración vacilante, quienes no tienen nada que ver con el movimiento de la vida. Para ellos no son posibles la acción ni el progreso. Me refiero a la aristocracia intelectual que se apodera de todas las verdades nacientes. Los hombres de esa aristocracia están siempre en primera línea, lejos de la mayoría, y luchan por las nuevas verdades, demasiado nuevas para que la mayoría las comprenda y las admita. Pienso dedicar todas mis fuerzas y toda mi inteligencia a luchar contra esa mentira de que la voz del pueblo es la voz de la razón. ¿Qué valor ofrecen las verdades proclamadas por la masa? Son viejas y caducas. Y cuando una verdad es vieja, se puede decir que es una mentira, porque acabará convirtiéndose en mentira. (Se oyen risas, burlas, murmullos y exclamaciones de sorpresa.) No me importa lo más mínimo que me creáis o no. En general, las verdades no tienen una vida tan larga como Matusalén. Cuando una verdad es aceptada por todos, sólo le quedan de vida unos quince o veinte años a lo sumo, y esas verdades, que se han convertido así en viejas y caducas, son las que impone la mayoría de la sociedad como buenas, como sanas. ¿De qué sirve asimilar tamaña podredumbre? Soy médico, y les aseguro que es un alimento desastroso, créanme, tan malo como los arenques salados y el jamón rancio. Esa es la razón por la cual las enfermedades morales acaban con el pueblo. 
ASLAKSEN.
— Estimo que el orador se aleja mucho del tema del programa.
EL ALCALDE.

— Conforme. Lo mismo estimo yo.

DOCTOR STOCKMANN.
— Y yo estimo, Pedro, que eres un loco de atar. Voy justamente al meollo del asunto, puesto que estoy hablando de la repugnante mayoría que envenena las fuentes de nuestra vida intelectual y el terreno sobre el cual nos movemos.
HOVSTAD.
— La mayoría del pueblo tiene buen cuidado de no aceptar una verdad más que cuando es evidente.
DOCTOR STOCKMANN.
— ¡Por Dios, señor Hovstad, no me hable usted ahora de verdades evidentes, reconocidas por todos! Las verdades que acepta la mayoría no son otras que las que defendían los pensadores de vanguardia en tiempos de nuestros tatarabuelos. Ya no las queremos. No nos sirven. La única verdad evidente es que un cuerpo social no puede desarrollarse con regularidad si no se alimenta más que de verdades disecadas.
HOVSTAD.
— Bueno, doctor; concrete usted. ¿De qué verdades disecadas se alimenta nuestro cuerpo social?
(Suenan murmullos aprobatorios.)
DOCTOR STOCKMANN.
— Podría nombrar muchas, si quisiera. Bastará que diga una, de la cual viven el señor Hovstad, La Voz del Pueblo y todos sus lectores.
HOVSTAD.

— Diga. ¿Cuál es?

DOCTOR STOCKMANN.
— La creencia heredada de sus antepasados, y que usted defiende impensadamente sin descanso: me refiero a la creencia según la cual la plebe, la mayoría, constituye la esencia del pueblo; a su juicio, el hombre del pueblo, el que encarna la ignorancia y todas las enfermedades sociales, debe tener el mismo derecho a condenar y a aprobar, a dirigir y a gobernar, que los seres elegidos que forman la aristocracia intelectual.
BILLING.
— ¿Qué está usted diciendo?
HOVSTAD. (Al mismo tiempo, gritando.) — ¿Habéis oído, ciudadanos?
VOCES IRACUNDAS DEL PUEBLO.
— ¡Nosotros somos el pueblo! ¿Es que quieres que gobiernen solamente los nobles?
UN OBRERO.
— ¡Echémosle a la calle! ¡No toleramos que nos trate así!
VOCES.

— ¡A la calle! ¡Afuera! ¡A la calle!

UNO.

— Toca tu bocina, Evensen.

(Se oyen gritos, pitidos, y un escándalo tremendo.)
DOCTOR STOCKMANN. (Cuando se calma el tumulto.)
— ¿Es que no podéis oír por una sola vez en vuestra vida una verdad sin encolerizaros? Realmente, no esperaba convenceros a todos en el primer momento; pero creía que, por lo menos, estaría de acuerdo conmigo el señor Hovstad, que es librepensador...

















Obra de Jean Dubuffet.
Texto, extraído de "Un enemigo del pueblo", de Henrik Ibsen.




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