"El primero de un millón de besos"
Elliott Erwitt. |
Tal vez sea el beso parodia del acto ancestral de tomar alimento del pecho materno, y el infante dedo pulgar su consecuente sustituto residual del pezón, maná de vida que sigilosamente perdemos -no lo sé, dejo su estudio a psicólogos, terapeutas y aburridos introspectos de nuestros hábitos-. Puede que el beso que despertó a Blancanieves, o aquél otro que transformó en príncipe a un sapo ni tan sólo sea un cuento, sino continuidad de un hábito perdido en favor del inevitable crecimiento -cedo tal cuestión a las manos de antropólogos, pedagogos o astrólogos simplemente-.
Lo cierto es que con el tiempo vivimos rodeados de besos. Nuestros hábitos hacen que los demos y recibamos desde pequeños, aunque luego se vayan distanciado con el pasar. Así hay besos para los encuentros y los hay para las despedidas, según los lugares se ofrece uno solamente, dos o hasta tres o cuatro o cinco, o simplemente chocan las mejillas con otras mejillas y besos al viento. También damos besos junto a las "buenas noches", aunque es extraño observar que no incluimos los besos en los "buenos días".
No creo que esté bien hablar de la cultura de beso -la cultura es otra cosa- ni del arte del beso -quién sabe lo que es el arte-, pero si es cierto que cada geografía se distingue en sus maneras de sustituirlos o rememorarlos cuando carece o no practica su hábito: los esquimales frotan su nariz y son como tales, y el burka los oculta tras un velo, e incluso los orientales los escenifican con salutaciones de riñones -debiera acudir a la Wikipedia para ampliar el listado, pero lo cierto es que dudo encontrar nada más allá del beso virtual, así que no perdamos el tiempo-, y todas estas maneras son como el sibaritismo del folklore del beso.
Lo que sí puedo aseverar es que cualquier madre se comería a besos la carne de su carne, y así el beso filial se desparrama por todas las partes del cuerpo: cara, barriga, pies, culito, sexo... y no es pecado esto, es sólo amor sincero. Tan cierto como que todo vástago nace de otro beso. Tal vez de uno casto, de tornillo o con lengua, o simplemente precedido por una decimonónica misiva conteniendo un mechón, una lágrima y su respectivo beso; o surgió de la inspiración de un beso de película -censurado o no-; o del ansia de otra nueva vida que provocó el beso de fin de año al son de uvas, lentejas y artificiales fuegos.
Y como todo cabe bajo el cielo y sobre los senderos del Señor, no debemos desechar a esos otros besos que transitan etéreas regiones: los besos devotos esconden un no se qué de sumisión al misterio y a la vez buscan un retorno imposible a aquella virginidad perdida frente a la pecaminosa costumbre de una vida de placer. Así hay besos depositados sobre libros sagrados, anillos curiales o pilares de piedra milagrosa que, como el beso de Judas, ocultan otras sensaciones más inquietantes -también le ocurre a todos esos vencedores olímpicos cuando dan su ósculo a las medallas de oro, que creyendo adorar al éxito sin embargo son sólo sumisos al vil metal-.
Y aunque tal cantidad de besos debiera hacer de nuestra vidas algo más confortante, y a pesar del fracaso evidente que supone tal derroche de energías e intenciones, no por ello podemos negar que hay un único de ellos necesario e imposible de olvidar. Es el más importante, aquél que llegó pronto, tarde o nunca; ese para el que estamos predestinados, educados subliminalmente o simplemente recibimos descuidados; ese que fue, será o que incluso rememoraremos sin haber pasado por él. Es, el primero de ese millón de besos.
Robert Doisneau, 1912. |
Alfred Eisenstaedt, 1945. |
Auguste Rodin. |
Gustave Klimt. |
Erich Honecker y Leónidas Breznev en el "30 Aniversario de la República Democrática de Alemania". |
Fotografía del "Muro de Berlín" bajada del blog Little Saltamontes. |
Mural sobre edificio con impactos de bala de Tammam Azzam en Sweida, Siria. |
Escultura "Unconditional surrender" de J. Seward Johnson. |
Imagen bajada de la pág. ANUNDIS, publicada por Martina. |
Portada del LP de "Fairground Attraction". |
Texto de enriqueponce.
Título extraído del disco de Fairground Attraction.
Imágenes de Elliott Erwitt, Robert Doisneau y Alfred Eisenstaedt;
y obras de Gustave Klimt y Auguste Rodin.
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