William Klein
NY, EEUU. 1928
Fotografía de Guy Le Querrec. |
"Lo que sabemos de antemano de un país
puede que no afecte lo que vemos que es;
puede que no afecte lo que vemos que es;
pero afectará vitalmente lo que apreciamos de él,
porque afectará vitalmente lo que esperábamos que fuera."
"¿Qué es Estados Unidos?"
Nunca he conseguido perder mi antigua convicción de que viajar estrecha la mente: Un hombre debe hacer como mínimo un doble esfuerzo de humildad moral y energía imaginativa para impedir que le estreche su mente. En efecto, hay algo conmovedor e incluso trágico en torno al pensamiento del irreflexivo turista, quien podría haberse quedado en casa amando lapones, abrazando chinos, estrechando patagones contra su corazón, en Hamsptead o Surbiton, de no ser por su impulso ciego y suicida para ir y ver el aspecto que ellos tienen. Esto no se dice porque sí; todavía menos alude a la clase más ridícula de sinsentido, que es el cinismo. El vínculo humano que él siente en casa no es una ilusión. Por el contrario, es más bien una realidad interior. El hombre está dentro de todos los hombres. Es un sentido genuino, cualquier hombre puede estar dentro de cualquiera de los hombres. Pero viajar es partir del interior y acercarse peligrosamente al exterior. Mientras él pensaba sobre los hombres en abstracto, al modo de figuras desnudas que bregan en algún friso clásico, sencillamente como aquellos que trabajan, aman sus chicos y mueren, se encontraba pensando la verdad fundamental acerca de ellos. Por ir a examinar sus maneras y costumbres carentes de familiaridad, los está invitando a disfrazarse con máscaras y costumbres fantásticas. Muchos internacionalistas modernos hablan como si los hombres de diferentes nacionalidades sólo tuviesen que presentarse, reunirse y entenderse unos con otros. En realidad, este es el momento de supremo peligro: el momento cuando ellos se encuentran. Podríamos estremecernos, lo mismo que ante el viejo eufemismo según el cual un encuentro significa un duelo.
...andando por Estados Unidos hay algunas cosas que un sujeto debería ver hasta con sus ojos cerrados. Una es que un país que llegó a existir exclusivamente por medio de su repudio y aborrecimiento de la Corona Británica, es probable que no sea una copia respetuosa de la Constitución británica. Otra es que el sello principal de la Declaración de la Independencia es algo que está no sólo ausente de la Constitución británica, sino que nuestros constitucionalistas invariablemente han agradecido a Dios, con la jactancia y el alarde más joviales, haber dejado fuera de la Constitución británica. Tal es lo que se declara abstracción o lógica académica. Es lo que tales personas llaman teoría; y lo que aquellos que pueden ponerlo en práctica llaman pensamiento. Y la teoría o pensamiento es lo verdaderamente último a lo que la gente inglesa está acostumbrada, ya sea por su estructura social, ya por su enseñanza tradicional. Tal es la teoría de la igualdad. Es la concepción clásica pura de que ningún hombre debe aspirar a ser más que un ciudadano, y que ningún hombre debería tolerar ser algo menos. De ningún modo esto resulta especialmente inteligible para un inglés, quien, en el mejor de los casos, tiende a las virtudes del gentleman y, en el peor, a los vicios del snob. El idealismo de Inglaterra, o, si preferís, el idilio de Inglaterra, no ha sido primariamente el idilio del ciudadano. Pero el idealismo de Estados Unidos, podemos decir con seguridad, todavía gira enteramente alrededor del ciudadano y su idilio. Las realidades son asuntos bastante diferentes, y consideraremos en su lugar la cuestión de si el ideal será apto para conformar las realidades o sencillamente será deformado por ellas. El ideal se ve asediado por las desigualdades del tipo más elevado e insensato en el campo de la industria y economía. Puede que sea devorado por el capitalismo moderno, quizá la peor desigualdad que haya existido jamás entre los hombres. Con todo, la ciudadanía es todavía el ideal norteamericano; existe un ejército de realidades opuestas a este ideal; pero no hay ningún ideal opuesto a ese ideal. La plutocracia norteamericana nunca se ha pillado a sí misma respetada como la aristocracia inglesa. La ciudadanía es el ideal norteamericano; y nunca ha sido el ideal inglés. Pero es sin duda un ideal que puede provocar cierta generosidad y respeto imaginativos en el inglés, si él se dignara a ser también un hombre. En esta visión de moldear a muchas personas con la imagen visible del ciudadano, puede que él vea una aventura espiritual que puede admirar desde fuera, por lo menos tanto como admira la valentía de los musulmanes y mucho más de lo que admira la virtud medieval. No hace falta que se imponga a sí mismo el desarrollo de la igualdad, pero no hace falta que se imponga a sí mismo malentenderla. Puede que al menos entienda lo que Jefferson y Lincoln quisieron decir, y posiblemente pueda encontrar alguna ayuda en esta tarea leyendo lo que ellos dijeron. Puede caer en la cuenta de que la igualdad no es un tosco cuento de hadas según el cual todos los hombres son igualmente altos o igualmente astutos; cuento que no sólo no podemos creer nosotros sino que no podemos creer en alguien que lo crea. Es un absoluto moral según el cual todos los hombres tienen un valor invariable e indestructible, y una dignidad tan tangible como la muerte. Puede que el inglés sea por lo menos un filósofo y entienda que la igualdad es una idea; y que no sea meramente uno de esos escépticos bobos que, habiendo escalado a puestos altos mediante trucos bajos, beben champagne malo en salones de oropel de un hotel, y se narran mutuamente más de veinte veces, con incansable iteración, que la igualdad es una ilusión.
Fotografías de William Klein.
Título, cita y texto extraídos de "Mi visión de Estados Unidos" de G.C. Chesterton.
Estupendo retrato de una sociedad que no ha perdido su vigencia, siguen igual, desgraciadamente.
ResponderEliminarAbrazos.
cambiar? ellos?... cambiaremos nosotros.
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