. Sobre Espacio Figurado (y II)
Las dos únicas cosas que no caben en una fotografía son el tiempo y el espacio. Y si todos nosotros estamos fuera del tiempo y espacio que creeos que estamos ¿cómo entonces pretender aprehenderlo, cómo tratar de apropiarse de lo que únicamente son formas puras de la intuición sensible, de dos fuentes de conocimiento?.
A pesar de lo inaudito de la empresa no cejamos en el intento, y observamos con desconcierto que la realidad se potencia cuando se hace concreta en la superficie plana de lo representado. En el tránsito que va desde el espacio vivencial tridimensional y de los cinco sentidos, a la apariencia inerte y desveladora, la forma se transmuta en pensamiento. Mientras que el hombre modifica las formas que lo circundad cuando se desplaza, la cámara en cambio cuando fija crea una nueva realidad, un lugar de ninguna parte, uno donde nunca pasa nada. El hacer una fotografía nos traslada de la ubicuidad del espacio a la eternización del tiempo.
El tiempo presente nos obliga a atender en clave de conciencia a los impulsos cotidianos de este mundo cambiante. Pero para cuando se nos escapa, o simplemente cuando se vuelve inhóspito o incomprensible, recurrimos a la alegoría. Así con las fotografías construimos una tautología de un elemento espurio, o sea, repetimos un pensamiento pero de distinta manera. De este modo son una apariencia, una forma de representar las cosas, pero sólo muestran el aspecto exterior de ellas. Realmente con ninguna fotografía regresamos a la experiencia del acto, pues al mirarlas estamos desposeídos de nuestro juicio, alguien ya lo tuvo por nosotros. Ese alguien reflexionó, juzgó y tomó la decisión en nuestro favor hace ya algún tiempo, y únicamente nos permite la aquiescencia intelectual del pretérito eterno, representado y visionado éste en un inquieto e ingrávido presente. Desde el ahora sólo nos queda entonces el aceptar, a la para que se nos niega la acción, pues ya han sido tomadas las medidas y nosotros no estamos implicados en ellas. Sin apercibirnos, su perfecta formulación nos dispensa de recibir la imagen en toda su intensidad, pues su legibilidad acentúa nuestros sentidos y nos equivoca.
Las fotografías documentan, constatan o desvelan, pero también construyen ilusiones, y seducen por ello. Así en vez de limitarse únicamente a registrar la realidad se han transformado en norma para la apariencia de las cosas que nos rodean. Ahora, cualquier cosa seleccionada por una fotografía se convierte en notable. Y eso que lo que hay dentro de ellas -eso que está constituido vagamente por objetos y personas- es sólo parecido. En ellas todo está flotando en la orilla de la percepción, la huella y la imagen, pero jamás aborda ninguna de las tres. De este modo acarician la superficie externa de las apariencias, únicamente rozan la leve piel de las formas, esa que en forma de luz exhalan los objetos para hacer cierta la posibilidad de ser percibidos. Además lo que nos muestra cada imagen siempre remite a una realidad no tan sólo exterior, sino también, y sobre todo, anterior. Una fotografía es una falsa presencia a la vez que signo de ausencia. Esta separación temporal hace de ella una representación retrasada, diferida, donde no es posible la simultaneidad entre el objeto y su imagen. Siempre hay un abismo entre el momento de contemplación y aquél de recogida de la instantánea, por eso la mirada del fotógrafo siempre cae inevitablemente en el pasado.
En cambio el hombre vive en el tiempo, en el momento, en el presente continuo: en la sucesión de la inmortalidad del instante. Habita por definición en la forma más pura, intensa e inmediata del tiempo, en lo instantáneo. Tan sólo posee ese momento que sin embargo declina pretérito perpetuamente, por eso ha de acudir al porvenir en encuentro de otro momento. Pero el futuro no tiene realidad si no es como certeza del presente, y el pasado no posee legitimidad sino como recuerdo del presente. Pero todo tiempo es solamente la partición de un único tiempo. El pasado ya ha pasado, el futuro no es predecible, y únicamente tenemos este momento y ya ha pasado, ahora ocurre otro momento. Y aunque cada acontecimiento ocurre en un momento. tiempos distintos son sólo tajos de un mismo momento. El tiempo es un ahora, un presente sucesivo e indefinido; no es él lo que cambia, sino algo contenido en sí mismo.
El tiempo no existe, no es nada. Pero nos obstinamos en seccionarlo, cercenarlo, tajarlo -en segundos, décimas o milésimas-, y estas particiones tampoco son nada. Y es que el tiempo no es, aunque para manifestarlo busquemos excusas. Por eso en fotografía se resuelve en incidencia de luz que se revela en tonos. La fotografía es la acción de la luz a través del tiempo, en forma de sombras, y sobre unas materiales determinados. Es el tiempo de un ahora momentáneo, la imagen umbrosa de lo empírico, la huella de lo eterno intangible. La fotografía es la constatación de que el tiempo es, aunque no existe.
Por contra las fotografías, siendo lo mismo que aquellos, están ancladas en la alusión de los objetos referidos, lo que las convierten en ilusas figuraciones. Pero tampoco alcanzan jamás el fin para el que nacen, pues nunca son el asunto en sí mismo ya que crean una propia dimensión de un espacio figurado, lo que las convierten en objetos incapaces de abocar en lo imposible. Por eso les está vetado irremediablemente representar aquello que son, y se les niega la capacidad de mostrar con estridencia lo que revelan con humildad: el tiempo y el espacio.
Fotografías y texto de enriqueponce.
Fotografías y tarjeta de la exposición "Espacio Figurado"
presentada en el Centre Cultural Almussafes (Valencia),
entre los días 2 y 28 de Abril de 2001.
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