Larry Clark
Tulsa, Oklahoma, EEUU. 1943
Fotografía bajada de la red. |
Estábamos todos bebiendo pero de alguna extraña manera, como casi siempre. Era ingenioso cuando los demás eran entusiastas y entusiasta cuando ya todo el mundo empezaba a ser reflexivo y reflexivo cuando todos querían divertirse y estúpidamente divertido cuando ya andaban cansados. Alguien gritaba: ¡SOMOS PRÍNCIPES! y yo repetía: ¡PRÍNCIPES, SÍ PRÍNCIPES!, y entonces otro decía: ¡SOMOS ÁNGELES!, y yo decía: ¡ÁNGELES, SÍ ÁNGELES! y corríamos de un lado a otro a por más cerveza y alguien ponía coca en una mesa de cristal y luego uno simpático, pequeño y feo pero al mismo tiempo especial y hasta guapo a su manera, como una de esas ranas que uno sabe que acabará convirtiéndose en un príncipe, me dio medio ácido y me pasó una botella de vino. Después llegó un rato malo, sin mucha gracia, la conversación se hacía pesada, como puré de verduras o algo así, hasta que apreció una preciosa chica rubia y alguien dijo cómo se llamaba, pero no me enteré, y se sentó en el suelo y el príncipe rana le pasó una guitarra y ella se puso a cantar con una voz que parecía estar agarrada a una cornisa con una sola mano y cantó algo sobre un corazón que pasaba la noche fuera de casa y que volvía siempre por la mañana destrozado en mil pedazos. Cuando terminó su canción todo el mundo aplaudió, y la chica rubia no dijo nada.
Tenía una sonrisa pequeña y eso fue todo lo que nos dio, aparte de la canción. Luego se metió en una de las habitaciones con uno de los tíos que había por allí. Uno de esos que definitivamente no se lo merecen.
Cuando me empezó a subir el ácido pensé: bueno, se acabó, no puedo seguir con esto; el trabajo y la apisonadora RESPONSABILIDAD-CULPA-DIOS TE QUIERE-TU FAMILIA TE QUIERE-TÚ NO TE QUIERES PERO ESO SE PUEDE ESPERAR. Pensé simplemente: adiós, se acabó. Seguí bebiendo cerveza y vino tan deprisa como pude y luego me levanté para cantar algo pero no me acordaba de ninguna canción, así que traté de recordar la canción de la chica rubia y se me ocurrió que si la cantaba la chica saldría del cuarto y me diría algo. El caso es que no me acordaba de la letra y terminé por cantar un trozo de una canción de legionarios. Soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de acero, soy el novio de la muerte. Un niño de unos quince años que había ido allí a comprar caballo me tiró una lata de cerveza a la cabeza. Caí al suelo pero todavía estaba entero. Cogí la lata, la abrí y me senté a beber en silencio. No dije nada más en toda la noche. Antes de que todo empezara a moverse decidí que lo único que necesitaba era una habitación pequeña donde poder buscar mis propias señales. Sabía que no debería haber abandonado la primera habitación. Hacía casi diez años que lo había hecho. Vi claramente que todo funcionaba mal desde entonces. Empecé a imaginar cómo sería mi nueva habitación y decidí que no saldría de ella hasta estar verdaderamente capacitado para engrosar la fila de los ángeles.
Estar bien es una especie de carga, estar bien significa estar dispuesto y ese estado te lleva inevitablemente a algún tipo de enfrentamiento. Es como extender dos brazos fuertes y sanos cuando a tu alrededor se están construyendo pirámides; es raro que no te caiga alguna piedra. Estar mal, en cambio, es estar tranquilo, tan tranquilo como una fortaleza quemada en mitad de una guerra. Alejado de todos los retos, de todas las obligaciones. Estar absolutamente borracho es estar absolutamente incapacitado para la acción y por lo tanto tan alejado como se puede estar de la responsabilidad o lo que es casi lo mismo, de la culpa. Momentos sagrados de paz absoluta, de esfuerzo cero. La mejor sensación viene cuando se detiene el esfuerzo. Si pudiéramos aislar esa sensación podríamos prescindir del esfuerzo. Sería algo así como una meta sin carrera. Estar bien significa estar preparado para lo peor, estar mal es permanecer quieto y tranquilo. Estar bien es Julio y estar mal es Septiembre.
¿Y ahora cómo te encuentras?
Bien, quiero decir, mal.
Fotografías de Larry Clark.
Texto, extraído de "Héroes", de Ray Loriga.
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