domingo, 13 de septiembre de 2015

"Evas sin paraíso"






EL CAJÓN deSASTRE









"Evas sin paraíso"


Fotografía de Bahareh Bisheh.


          La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se le escapaba un Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, y lo repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul. Llevaba el cabello largo, anudado en una trenza que le recorría la espalda, y estaba embarazada de ocho meses.
          Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja, con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y frío, y le dolían las rodillas, pero no podía parar de reír.
          Reía.
     Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo.
       El miedo de Elvira. El miedo de Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares.
          Era día de visita.
          La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir.



Neus Catalá, 1945.
Fotografía anónima.

Neus Catalá, 2013.
Fotografía de Ricard Cugat.



María Ginestá, 1936.
Fotografía de Hans Gutmann (Juan Guzmán).

María Ginestá, 2008.
Fotografía de Boris Zabiensky.




Kim Phúc, 1972.
Fotografía de Nick Ut.

Kim Phúc, 2005.
Fotografía de Joe McNally.



Sharbat Gula, 1984.
Fotografía Steve McCurry.

Sharbat Gula, 2002.
Fotografía Steve McCurry.



          PD: El envés de las fotografías solía ser un papel en blanco -como hoy lo es el circuito viajero de un espacio virtual y sideral- y en él se inscribían latentes las pequeñas historias acaecidas frente al objetivo que después quedaron ancladas en ese particular lugar para siempre, e imposibles de volver a habitar más allá de nuestra nostálgica mirada. 
          Las cuatro pequeñas historias de estas mujeres bien merecen ese recorrido a través de la cara oculta de toda imagen, pero permítaseme obviarlas aquí en este medio tan inmediato y deje abierta la puerta a la iniciativa individual de cada visitante a esta página, y que por contra sean la emotiva voz dormida y el tierno abrazo de tiza de una madre quienes las acompañen en su perenne estatismo porque siempre creí en la muda virtud de la fotografía de despertar en nosotros el deseo más que la satisfacción.
          Así pues, hoy que el blanco de cualquier historia se rellena con un sencillo clic, dejaré que sus imágenes no sean aquí rehenes de sus palabras y sí dueñas de sus silencios.





Fotografías de los autores citados.
Texto, extraído de "La voz dormida", de Dulce Chacón.
PD de enriqueponce.




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