"Túneles de Vadiello"
Entró. Bajó la escalera.
La escalera era angosta, poco menos que el ancho de unos hombros estrechos. Había que recorrerla girando un poco el torso. Y sobre todo la pared no tocar. Era fría.
Era larga, además.
Aún así bajó. Un escalón, luego otro. Abajo sólo le esperaba un recodo partiendo la luz en dos. Girando a la izquierda nacía un pasillo, también largo él, y oscuro. Al fondo una bombilla escondida en polvo resolvía su alma de filamento en incandescencia, y más allá esperaba el meandro agudo de otro pasadizo a la derecha.
Dudó.
Continuó. Decidió dejar a los pies avanzar. Sin rozar la pared. Paso tras paso la escalera se alejaba atrás, a la par el opaco farol se acercó. Una polilla revoloteaba su sombra inquieta en la difusa penumbra del subterráneo. Él continuó.
En la nueva esquina se detuvo. Observó desde el nuevo ángulo al frente, luego miró lo hollado. Por un momento pensó en retroceder, pero sólo por un instante, sólo lo pensó. Prosiguió.
Ahora ya no le aguardaba ninguna luz. Todo estaba hecho de un mismo color, el negro. Ahora no le era dado el sentido del próximo giro, ni tan siquiera la certeza de un nuevo cruce. La penumbra rebotada de la bombilla se le empapaba a la espalda incitándole hacia lo ignoto de un destino incierto. Le empujaba. Delante el oscuro abismo devoraba la inasible sombra de su caminar.
Cuando lo reflecto resultó insuficiente guía paró. Suspiró. Quiso volver. Pero luego continuó. Confundía la umbría soterrada como niebla baja con el miedo, y a éste con el frío. Pero la una era espesa, el otro cortante y el tercero húmedo. Siguió.
Avanzaba ahora con pasos breves, como con voz queda, con la precaución de un encuentro no deseado. Lo halló. Una pared le cortó el paso. Paró. Enfrente frío, lo palpó, los costados se abrían en dos, derecha o izquierda, debía elegir. Eligió.
Derecha.
Recuerda, se dijo, para luego volver. Derecha.
Avanzó ayudándose del tacto ciego. Arrastraba los pies, palpaba un encauzamiento incierto, supuesta pared. Con precaución, con asco.
Así avanzó hasta llegar a otro hueco. Las opciones se multiplicaron, ahora eran tres, el frente se abrió también esta vez. Todo recto, se dijo, recuerda, para volver. Se dijo mientras llegó a otra bifurcación, como después arribó a la siguiente, y a otra más, derecha, de frente, ahora atrás, por precaución, o derecha, o volver, o un paso, para luego otro más, más, otro, otro o más.
Desconcierto.
Se había perdido. Lo opaco le aferraba tanto la piel que ya no sabía regresar. El infinito de pasillos, cruces y nadas se lo había engullido, y ya no le era dado el atrás. Se hizo consciente, allí, y tuvo miedo de verdad.
De repente.
Se dijo, avanzar para qué, retroceder no sé. Su certeza le traicionó, le angustió, más su incierto que el desoriento allá solo, adentro. Apoyando la espalda resbaló por la incómoda pared hasta llegar al suelo, se notó inlocalizado entre los tentáculos de cualquier singana de cualquier interior.
Y allá donde nadie le mentaba el azar acudió.
Al dejar abandonada la mano a la vera de la desidia notó, palpó, un objeto huérfano sobre el suelo. Ambos, él y ello, extravíos en el negro. Habló el tacto, dijo son mixtos, se pensó él afortunado en el fracaso.
Contó en braille, seis, eran seis las cerillas que habían dentro de la caja. Por momentos esperanzó su suerte, una escapada. Se estremeció. Se estremeció, y en pie pensó ¿ahora qué?.
Su verdad eran seis posibilidades, falacias de esperanza inútil. Hasta entonces había pensado que su pérdida transcurría en un laberinto solaz, pero ahora se dio cuenta que vivía en él, de oscuridad y miedo. Su vida transcurría en esos pasadizos interminables y ebrios de bifurcaciones inútiles.
Comprendió.
La resignación le traería la paz.
Arrojó los mixtos y caminó. Caminó.
Por los túneles de Badiello, 2014.
Fotografías y texto "Mixtos", extraído de "ESTRUPENDO" 199?-20??, de enriqueponce.
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