jueves, 15 de diciembre de 2022

"Martha Gellhorn"

EL CAJÓN deSATRE




Martha Gellhorn
San Luis, Misuri, EEUU. 1908-1998



Fotografía bajada de la red.





















"La muerte es el único bienestar que da la guerra".



Cuando era joven creía en la perfectibilidad del hombre y en el progreso, y veía el periodismo como una luz orientadora. Si a la gente se le decía la verdad, si se le mostraba con claridad el deshonor y la injusticia, exigiría de inmediato una acción reparadora, el castigo de los malhechores y la atención a los inocentes. Lo que no sabía era cómo iba a realizar la gente estas reformas. Eso era tarea suya. La función del periodista consistía en suministrar las noticias, en ser los ojos de su conciencia. Creo que debía de imaginarme la opinión pública como una fuerza sólida, semejante a un tornado, siempre dispuesta a soplar del lado de los ángeles.
          Durante los años de mi enérgica esperanza culpaba a los dirigentes cuando la historia iba regularmente mal, cuando la crueldad y la violencia se toleraban o se incitaban, y los inocentes no hacían más que llevarse los golpes. Los dirigentes eran un vago engranaje rector formado por políticos, empresarios, propietarios de periódicos, financieros: hombres invisibles, fríos y ambiciosos. <<La gente> era buena por definición; si no se comportaba bien se debía a la ignorancia o al desamparo.
          Tuvieron que pasar nueve años, una gran depresión, dos guerras que concluyeron en derrotas y una rendición sin guerra para que se quebrase mi fe en el benéfico poder de la prensa. Fui llegando paulatinamente a la conclusión de que la gente está más dispuesta a tragarse una mentira que la verdad, como si la mentira tuviese un sabor casero y apetitoso: como si fuese una costumbre (también había mentirosos en mi oficio, y los dirigentes siempre han hecho un uso relativo y maleable de los hechos. El suministro de mentiras era ilimitado). La buena gente, aquellos que se oponían al mal dondequiera que fuese, nunca pasaron de ser una valerosa minoría. Los millones sujetos a manipulación podía ser incitados o consolados por una mentira cualquiera. La luz orientadora del periodismo tenía la fuerza de una luciérnaga.
          Yo pertenecía a la Federación de Casandras, compuesta por mis colegas corresponsales de guerra, a los que me encontraba en todos los desastres. Durante años habían estado informando del ascenso del fascismo, de sus horrores y de la amenaza segura que representaba. Pero si alguien los escuchó, nadie actuó según sus advertencias. El destino que habían profetizado llegó a su debido tiempo, poco a poco, como siguiendo un plan. Al final nos convertimos en camilleros solitarios que intentaban extraer a los individuos de entre las ruinas. Cuando se podía salvar una vida amenazada por la Gestapo en Praga, o liberar a alguien de las alambradas de espino de Argelès, se obtenía un consuelo, pero no se hacía periodismo. La influencia, la astucia, la intimidación y los dólares permitían salvar ocasionalmente a un ser individual. Pero si tenemos en cuenta la utilidad de nuestros artículos bien podríamos haberlos escrito con tinta invisible, haberlos impreso en las hojas de los árboles y haber dejado que se los llevase el viento.
          Tras la guerra en Finlandia consideré el periodismo como un pasaporte. Hacían falta los documentos adecuados y un empleo para conseguir una butaca en primera fila en los espectáculos de una historia en construcción. Durante la Segunda Guerra Mundial no hice más que alabar a las personas buenas, valientes y generosas que conocí, a sabiendas de que esta era una actividad perfectamente inútil. Cuando se presentó la ocasión, me enfrenté a los demonios cuya misión era negar la dignidad del hombre; otro acto inútil. Sentía un absurdo orgullo profesional cuando llegaba al lugar al que quería llegar y cuando enviaba un artículo a Nueva York a tiempo; pero no podía engañarme pensando que mi trabajo como corresponsal de guerra importaba lo más mínimo. La guerra es una enfermedad maligna, una idiotez, una prisión, y el dolor que provoca está más allá de lo que pueda decirse o imaginarse; pero la guerra era nuestra condición y nuestra historia, era el lugar en el que debíamos vivir. Yo era un tipo especial de beneficiaria de la guerra; físicamente, tenía suerte, y me pagaban por pasar el tiempo con gente magnífica.
          (...)
          El periodismo, en el mejor y más eficaz de los casos, es educación. Aparentemente, las personas no querían aprender por sí mismas ni de los demás. Si la agonía de la Segunda Guerra Mundial no les había enseñado, ¿cómo iban a aprender? Ciertamente, el mundo de la posguerra era una burla de la esperanza y un insulto para todos aquellos que murieron a fin de que nosotros pudiésemos sobrevivir.
          Como la civilización parecía decidida a seguir tanteando el camino hacia el suicidio, la ocupación más sensata para un ciudadano particular durante la espera consistía en cultivar su propio jardín con vistas a que fuese, en la medida de lo posible, limpio, alegre y agradable. Diseñé una vida, que me parecía buena porque era inofensiva, detrás de los elevado muros de un jardín.
          Ahora mis ideas son diferentes. Antes creía que siempre había que esperar resultados. Había un fin accesible, llamado victoria o derrota. Se podía esperar la victoria o desesperar ante la derrota. En esta etapa de mi vida, creo que esto no tiene sentido.
         Hasta la invención de la bomba atómica, la bomba de hidrógeno, la bomba de cobalto o lo que venga después, la historia humana podía imaginarse, razonablemente, como una gigantesca e interminable montaña rusa, que subía y bajaba. Los viajeros incesantes pero temporales de la montaña rusa cambiaban de ropas, llevaban equipajes nuevos, se comunicaban en jergas variadas, pero seguían siendo hombres, mujeres y niños, constantes en su humanidad. La posesión excepcional de cualquier ocupante de la montaña rusa era, a mi entender, su propio comportamiento en el curso de ese viaje misterioso. Cada uno es responsable de su propio comportamiento, pero no hay un comportamiento definitivo, Cualquier comportamiento, todo comportamiento, conforma el destino humano, pero no compromete un decisión final. Tanto la victoria como la derrota son momentos pasajeros. No hay fines; solo hay medios.
          El periodismo es un medio; y hoy creo que el acto de mantener una trayectoria honrada es valioso en sí mismo. Un periodismo serio, cuidadoso y honesto es esencial, no porque sea una luz orientadora, sino porque es una forma de comportamiento honorable que implica al periodista y al lector. Yo ya he dejado de ser periodista; como todos los ciudadanos particulares, no tengo más trayectoria que defender la mía.

















          A pesar de la tonterías oficiales acerca de la bombas limpias y de las armas nucleares tácticas, cualquiera que sepa leer un periódico o escuchar la radio sabe que algunos mortales tiene el poder de destruir la especie humana y el hogar del hombre en la tierra. Ni siquiera necesitamos hacer la guerra; nos basta con preparar, con jugar con nuestras nuevas armas para envenenar el aire, el agua, el suelo de nuestro planeta, dañar la salud de los vivos y debilitar las opciones de los no nacidos. ¿Cómo puede nadie, en ninguna parte, ignorar la locura irreversible que suponen las pruebas nucleares o la extinción asegurada por su uso en una guerra?
          Los líderes mundiales parecen extrañamente empeñados en sus disputas privadas. Van en avión a resolver sus asuntos olímpicos; se reúnen, siempre entre ellos; o deliberan en los distintos palacios de gobierno; y hablan y hablan, incesantemente, buscando publicidad. A juzgar por sus palabras, parecen que creen que la guerra nuclear es algo que pueda ganarse o perderse, y que además es probable; en cualquier momento, sin previo aviso, podemos vernos envueltos en ella. (Tened calma. Destruiremos al enemigo con nuestros misiles defensivos antiofensivos, superespaciales, supersónicos, triple-intercontinentales, guiados por rayos X. No tengáis miedo. Abrasaremos al oponente con nuestras mejores, más reducidas y más mortíferas bombas de fisión, antifisión, escisión y profusión. Mientras tanto, camaradas, pueblo, conciudadanos, leales súbditos, vuestro cometido es la defensa civil; cavad un hoyo a prueba de bombas en vuestro patio trasero y esperad el Apocalipsis.)
          Los líderes mundiales parecen haber perdido el contacto con la vida a ras de suelo, parecen haber olvidado a los seres humanos a los que dirigen. O puede que los dirigidos -tan numerosos y tan mudos- hayan dejado de ser reales, que no sean personas vivas, sino bajas calculadas. Porque nos dirigen, y debemos seguirlos queramos o no; no hay lugar donde ocultarse. Pero no es obligatorio que los sigamos en silencio; aún tenemos el derecho y el deber, como ciudadanos particulares, de defender nuestra propia dignidad. Como uno de los miles de gobernados, no pienso dejarme llevar igual que un cordero por este camino de imbecilidad hacia la nada sin haber levantado mi voz como protesta. Mi NO será tan eficaz como el canto de un grillo. Mi NO es este libro.



Texto, extraído de "Introducción, 1959" (a "El rostro de la guerra"), de Martha Gellhorn.
Cita de Miguel Ángel Asturias.
Fotografías, de la serie "The Ameriguns", de Gabriele Galimberti.




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