martes, 15 de febrero de 2022

"Los blancos y las fotos"

 OPINION.es




“Los blancos y las fotos”





Siempre somos voluntad de vivir”

(Philipp Mainländer)





          “Los blancos siempre están haciendo fotos”. De quien pronuncia esta sentencia no sabría decir si tiene cuarenta, ochenta o más años, es una mujer de la tribu Korowai quien ha vivido siempre aislada en medio de la selva, protegiéndose de noche en una casa a diez metros del suelo sobre la copa de los árboles, en Papúa Occidental (o Nueva Guinea Occidental). Hace tal observación mientras contemplaba en un portátil las imágenes grabadas por los reporteros del programa “Callejeros Viajeros” que llevando al extremo su seña de identidad habían dejado atrás los asfaltos de las urbes más visitadas y se habían adentrado en su paroxismo e inconsciencia en una incomprensible excursión a los territorios vírgenes de uno de los últimos rincones del Pacífico aún incomunicados de esta aldea global que conforma este novísimo planeta digital. Fieles representantes de la burbuja turística que veníamos padeciendo, hasta que la inesperada pandemia de principio de siglo cortó abruptamente, estos intrépidos periodistas se adentraron de forma absurda afuera de su área de confort e, igual que los colonizadores y misioneros de pasados tiempos, inoculan con su inocente altruismo el fin de una diversidad de la que sin embargo enarbolan orgullosos su representación. Exportando sin fin su presencia e influencia no sólo han logrado acabar con el resto de idiosincracias sino también alterar profundamente todos los ecosistemas de un planeta finito, la osadía confundida con la ignorancia está consiguiendo que muera de éxito toda diversidad. Mostrar todo a costa de todo es un lema que desvirtúa la profesión del periodismo, saber cual es tu plataforma, cuál tu público, debiera ser de primero de carrera, y respetar los otros espacios que en este caso resulta ser la Etnografía debiera ser la segunda lección. Pero lo que resulta paradójico en esta anécdota es que una sencilla mujer de una remota tribu perdida de en medio de la selva sin apenas saber de la vida más que lo necesario para subsistir en su pequeño ecosistema, y que circunstancialmente ha visto al hombre blanco sólo en un par de ocasiones, que ésa cándida anciana de mirada estupefacta ante la visión de su imagen refleja se asombre aún más por esa rara costumbre de fotografiar siempre y todo, evidentemente algo inútil para aquel su entorno, mientras que resulte tan imprescindible al nuestro tan hedónico. Qué lejos queda ahora todo de aquel decimonónico miedo tribal al robo de alma de cada instantánea que les tomaban los expedicionarios de entonces, me pregunto lo que pensaría esta señora si supiese los miles de millones de fotografías que subimos a la red en este lado del mundo, o el afán de colgar infinitos selfies en plataformas efímeras que nadie ve y a nadie importan. Me abrojo ante su cándida sabiduría y hago mía su impostada ignorancia porque a mi también me asombra para qué estamos los blancos siempre haciendo fotos. 









          La vida es puro azar, y sus designios son inescrutables, así la humanidad le debe al planeta Júpiter doble gratitud: hace casi cien millones de años se desprendió desde su cinturón de asteroides un cuerpo que tras impactar en la superficie terrestre dio paso a treinta mil millones de toneladas de sulfuro, aniquilando todo en mil kilómetros a la redonda, y dejando tras de sí un invierno nuclear que provocó además la desaparición del setenta y cinco por ciento de la flora y fauna en el resto del planeta, así como la inevitable extinción de los dinosaurios. Su consecuencia fue la postrera evolución de los mamíferos -el ser humano entre ellos- y aves en el ecosistema la Tierra. Por otro lado y así mismo, ese planeta que dio origen a tal magna catástrofe, es el mismo que en julio de 1994 atrajo al cometa Shoemaker-Levy 9 provocando la colisión de sus veinte y un fragmentos en su hemisferio sur, algunos de hasta dos kilómetros de diámetro, a la temeraria velocidad de sesenta kilómetros por segundo, y evitando con ello que se repitiese sobre el nuestro el consecuente fin de nuestra especie. Lo significativo del hecho fue que gracia a la presencia de la sonda de exploración espacial Galileo -y desde observatorios terrestres y orbitales, como el Hubble- fuimos testigos de la primera colisión directa observada en objetos en el sistema solar. Un hecho mínimo, habitual e intrascendente en el Universo aunque excepcionalmente afortunado para nosotros. Como siempre la realidad supera a toda ficción. Y mientras tenemos nuestras plazas, museos y hemerotecas llenas de historias del despropósito destructor del hombre en su afán por auto-liquidarse, sin embargo Júpiter no cuenta con ningún pedestal donde homenajeemos su gloria, aun la certera sentencia de William Butler Yeats: “Ante nosotros yace, interminable, lo eterno”. Y aunque contáramos con la azarosa suerte de que entre las miles de miles de imágenes de la instalación que Erik Kessels propuso sobre las fotografías compartidas en Flickr en un solo día hubiese alguna de tal histórico acontecimiento, se perdería en tal maremagno de mediocridad de selfies, hedonismo insustancial y banalidades, que pasaría desapercibida. La razón de aquella mujer de los bosques perdidos de Papúa Occidental -inculta pre-tecnológica y desconectada- sobre el desafuero de los blancos que siempre está tomando fotos innecesarias es profético a la par que preocupante, quizá debiera dar entrada en nuestro pensar que nuestra vidas son el puro azar y para subsistir tan sólo contamos con la voluntad, aunque desde la icónica imagen de la colisión del Shoemaker-Levy 9 sobre Júpiter debiéramos reconocer que lo hacemos con una inmerecida segunda oportunidad.






Texto de enriqueponce, dosmil21.

Imagen de la sonda Galileo.



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