domingo, 25 de noviembre de 2018

"Una lección de historia"






OPINION.es




"Una lección de historia"




Familia Romanov.





          Corrí con la desventura de ver mi primera luz en las postrimerías de un régimen autocrático, pero afortunadamente para ese infante que resultaba en aquel entonces la política me era indiferente, al igual que para aquel gallego dictador que “no se inmiscuía en ella tampoco”. Con el paso de los años de la transición a la democracia fui a caer durante los estudios medios con uno de aquellos profesores que por entonces se clasificaban de progres, o sea chaqueta de pana, parches a las coderas y sin corbata, el cual nos permitía asistirnos en los exámenes de los mismos libros de la materia a calificar, la historia en tal caso. Decía que lo único digno de memorizarse eran algunas fechas: 1789 año de la Revolución Francesa, 1812 cuando se redacta la “Pepa” o Constitución de Cádiz, su posterior trasunto de 1978, y algunas otras que no vienen al caso. Nunca logré superar ese mínimo suficiente por sobre de mi perplejidad de aquel entonces, pero ella no era el producto de mi falta de conocimientos sino a mi incapacidad de entendimiento sobre sus últimas intenciones para con nosotros, sus grises discípulos producto de aquel anacrónico régimen del sur europeo.
          Luego pasaron muchos años, muchos acontecimientos de una actualidad de vértigo, tanto alrededor como dentro de mi, pero aquel prurito injertado siguió ahí. En ese trayecto además había arraigado también ese fascinante pasión que es la Fotografía, captarlas, por ese entonces revelarlas y sobre todo mirarlas y, aun por encima de su clamorosa mudez, de ellas aprender. Fueron años de fascinante formación, buscaba referencias explícitas en los grandes iconos gráficos, respuestas concretas en textos teóricos o metafísicos, peregrinaba tras exposiciones más o menos interesantes, y sobre todo tomaba fotos con el ánimo siempre extenso de dar comprensión al mundo complejo que habíame tocado en suerte. Con todos los defectos y virtudes la universidad de la vida fueron mis ojos, y en ese vagar arribé en los ancestros de ese método que ni alcanzaba un pretencioso estatus de arte, ni deja incólume con su velada influencia a aquella y esta sociedad mediática.
          Al silencio de las imágenes comenzaron a sumarse los argumentos narrativos, a la fascinante implosión de los cuestionamientos visuales se le añadió el mare-magnum  de la palabra: hechos, citas, personajes, acontecimientos, civilizaciones, países, revoluciones, conquistas, injusticias, derechos… etcétera, etc, etc; historia en suma. Lo que la humanidad hasta entonces había recorrido en una dirección, retrocedía yo en otra espejo, pieza a pieza, con ingenuo ánimo de entomólogo. Si hasta entonces me había fascinado una fotografía por su valor intrínseco de magnificencia, lo que me maravilló después fue su connatural relevancia testimonial, aunque este hecho no supuso minusvalorar una cualidad frente a la otra, sino que sirvió para enriquecerla. Y así fue como abrí de nuevo aquella puerta de la Historia.
          Ahora, casi doscientos años después del nacimiento de la primera fotografía, nos parece natural que cualquier acontecimiento global al este u oeste, o personaje popular que represente cualquier pantomima, se inmiscuya irremediablemente a través de ella en nuestra cotidianidad, pero lo que realmente resulta extraordinario es que el medio es fascinante en sí y por si solo. Además poseemos tal fototeca de ese breve periodo de la historia que, cuando buceamos entre sus palabras, olvidamos esa frontera de evidencia que además nos aportó esa extinta luz refleja. Así ahora podemos contar en los anales de esos años con la imagen de aquellos hombres, lugares o acontecimientos que sin aquellas serían cuestionable sus certeras certificaciones. Y ahora gracias a la revolución de la ubérrima red somos además capaces de mirar cara a cara con un sólo clic de ratón a personas significativas o anónimas que hasta ayer habrían perecido irremediablemente.
          Así es como he podido encontrarme -aleatoriamente- con algunos de los rostros velados por las acotadas páginas de algunos libros de historia: la familia Romanov en todo su esplendor monárquico, además de los rincones de su luctuoso final; o trasversalmente a ellos con la imagen del cuerpo de Rasputín sobre el gélido hielo del Nevá, después de recorrer sobre páginas de lecturas sus crónicas extravagantes y vicisitudes de ambición y locura. O darle mayor y cierta realidad a narraciones menospreciadas en comparación frente a la magnitud de los grandes personajes, como los dramas de Otto y Elise Hampel solos frente al nacionalsocialismo alemán, o Julius y Ethel Rosenberg sentenciados a muerte acusados de espionaje por otro tipo de injusticia y de poder. O la incómoda y opuesta posición familiar de las hermanas Constancia y Marichu a causa de la convulsa Guerra Civil que les tocó en mala suerte vivir. Y porque la historia atropella a las personas tal vez lo que pretendía aquel cura del condado belga de Vottem cuando hizo fotografiar a aquellos postreros caídos de la 1ª GM era invertir la unidirección de toda ella, que el futuro encontraste alguna persona que tuviese el prurito suficiente de dedicar unos breve instantes de su vida para recordarlos, quizás comprenderlos, un poco revivirlos. Y tal vez también quizás la intención de aquel profesor progre de los 80 fue enseñarme sobre la tiranía del olvido, que lo de menos son las fechas, los datos o la cronología, que la historia trata sobre los hombres, cada uno de ellos, de nosotros, y que mientras no aprendamos a bien leerla estaremos arrostrado a repetirla, sin fin. Que por desgracia es lo que continuamos haciendo por insolidarios, ignorantes y ambiciosos.
          Aunque siendo honestos, cuando miramos esas fotografías de ayer no son ellas las que nos cuentan sus historias, su límite es muy estrecho y por contra resultan infinitamente cargadas de posibilidad. Somos nosotros los que debemos adjuntarles los nombres a esos rostros, está en nuestro acervo clasificarles nacionalidad, época o estatus, es de nuestra competencia adjudicarles el antes y después de aquel instante. Lo que si poseen ellas por sí solas es la sugestión de otra realidad más allá de la aparente, la verosimilitud de los infinitos espacios que suponemos cada individuo, la certeza del correr de todos los tiempos, y la cautelosa observancia de la certera caducidad de todo. No nos vendría mal recordar que mirarlas y razonarlas nos han vuelto más inteligentes, pero desafortunadamente no más humildes.





El cadáver de Rasputín sobre el río Nevá.

Vottem, Bégica 1914.

Constancia y Marichu de la Mora Maura.

Elise y Otto Hampel.

Ethel y Julius Rosenberg.



Fotografías bajadas de la red.
Texto de enriqueponce dosmil18.




jueves, 15 de noviembre de 2018

lunes, 5 de noviembre de 2018

"Minor White"






LOS CAZADORES deMENTES





Minor Martin White
Mineápolis, EEUU. 1908-1976




Fotografía de David Ulrich.






















          Mientras crea, la mente del fotógrafo está en blanco. Debería añadir que esta condición se da sólo en casos especiales, principalmente cuando se buscan imágenes. Mientras el fotógrafo está en esta condición, hay algo que le impide descaminarse, que le impide caer por las alcantarillas o incrustarse contra los parachoques de camiones detenidos. Para aquellos que comparen este estar en blanco con alguna especie de vacío estático, debo explicar que es un estar en blanco especial. En realidad es un estado mental muy activo, un estado mental muy receptivo, listo para en cualquier momento atrapar una imagen sin tener, sin embargo, ninguna imagen preformada. Deberíamos subrayar que la falta de una pauta preformada o una idea preconcebida acerca de cómo debe representar cualquier cosa es esencial para esta condición de estar en blanco. Tal estado se asemeja al de una película virgen: parece inerte, pero es tan sensitiva que una fracción de segundo genera vida en ella (no sólo vida, sino una vida).
          De algún modo este estar en blanco es un poco como el lienzo en blanco de un pintor, si quisiésemos establecer una analogía e insistir en que el arte debe partir de la nada —si de un papel en blanco puede decirse que es nada—. Los poetas compran una resma de papel y se preguntan qué oscuridad ensombrecerá las hojas o qué revelación iluminará la mente del lector. Pero la blancura del papel tiene muy poco que ver con su acción creativa. O para el escultor que siente de alguna manera la forma que yace en un bloque de piedra; la piedra no está en blanco, sino que es una envoltura que él sólo puede deshacer. En lo referente a su estado mental creativo, el fotógrafo probablemente está más emparentado con el escultor, que trabaja la piedra o la madera, que con el pintor. El fotógrafo siente que el mundo visual o que todo el mundo de los hechos se encuentra como escondido bajo envolturas. A menudo dobla una esquina diciéndose a sí mismo “aquí hay una foto”, y si no la consigue, se considera insensible. Puede buscarla día tras día hasta que la imagen se hace visible. Nada ha cambiado, excepto él mismo; aunque, para ser sinceros, algunas veces debe esperar hasta que la luz cree la magia.
          Este estado mental es difícil de explicar a quien no lo haya experimentado. Sensible podría ser la palabra. Sensibilizado es quizá mejor, ya que no se trata sólo de un estado mental sensible, sino también del esfuerzo que realiza el fotógrafo para alcanzar esta condición. Receptibilidad es un buen término, si con ello queremos decir una apertura de la mente de la que se deduce comprensión y entendimiento de todo lo visible. El fotógrafo se proyecta en todo lo que ve, identificándose con todo para poder conocerlo y sentirlo mejor. Para alcanzar este estado en blanco es necesario un esfuerzo, quizá incluso una disciplina. Fuera de este estado, el fotógrafo ama y odia intensamente, y es consciente de las áreas de su indiferencia. Fotografía lo que ama porque lo ama, lo que odia como protesta; y puede dejar a un lado lo que le es indiferente o fotografiarlo con cualquier técnica y composición que domine.



















Fotografía y texto, extraído de "El ojo y la mente de la cámara", de Minor White.