sábado, 13 de junio de 2015

"Marionetas"






OPINION.es






"Marionetas"



          Por estas tierras acostumbramos ejercer el mal hábito de combinar el excelso con el esperpento, presupongo que la causa sea la ardiente pasión latina que nos recorre las venas. Así, junto a nuestro magno manco padre de las letras, Miguel de Cervantes Saavedra, contamos además con el también amputado, tuerto y africanista el General José Millán-Astray a quién no olvidamos por su histórica sentencia: "¡Muera la inteligencia, viva la muerte!", dictada en el prestigioso marco de la ancestral Universidad de Salamanca frente a Unamuno. Menos mal que quedan tanto éste como fray Luis de León para la leyenda con el remedo: "Como decíamos ayer..." para devolvernos la sensatez, aunque realmente hasta 1975 no volvió a instalarse en este suelo patrio cuando se nos murió la cuarentona dictadura que nos atenazaba. Hasta ese entonces España lo fue en blanco y negro, y no tan sólo porque aun no se hubiese inventado el Kodachrome, sino que el día a día se revestía del monocromo por sí mismo debido a la exclusión hacia la modernidad de la que hacía gala un pueblo sometido a la larga posguerra, plena de odio y represalias sumariales, y que ya por ese entonces no era titular de la prensa internacional.
          Sí en cambio lo fue aquel maldito y mal llamado Alzamiento Nacional y su posterior "Guerra Civil" que protagonizó el Generalísimo Paquito (Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde) contra la inocente, compleja y contradictoria II República que intentaba el imposible oxímoron de acordar lo inacordable entre hispanos. En esa época los ojos de todas las potencias sí que nos miraron con expectación, cariño o miedo, y fuimos las marionetas de sus intereses espúreos o idealistas. En este ruedo ibérico cual piel de toro de nuestra geografía escenificamos la más procaz, cruel y absurda corrida que sangró a un millón de nosotros cuales títeres hilados, interpretando sobre este paupérrimo y decadente albero un paseíllo de muerte y obscenidad donde dirimir ideas o experimentar las entonces emergentes armas de guerra, incluída las entonces novísimas 35 mm. Debido a la perversa costumbre nuestra de practicar la memoria amnésica o interesada hace que toda esta historia tan reciente haya emigrado de las aulas donde formamos a las nuevas generaciones, gracias a los modernos espectros ideológicos o las ineptitudes políticas de quienes nos representan, no en vano el actual Presidente del Gobierno Mariano Rajoy se desmarcó durante una campaña electoral con una de sus citas lapidaria: "España es una gran nación, y los españoles muy españoles y mucho españoles", subrepticiamente reveladora de quien incapaz de construir correctamente una frase cuanto menos lo hará sobre un país. Tal vez esta suya ineptitud oratoria hay sido la causa de sus comparecencias a través del plasma, aconsejado por algún equipo de imagen, y no, como ingenuamente creen los medios mediáticos, la negativa a responder preguntas en ruedas de prensa, aunque sí hay que reconocerle el mérito de reinventar la programación informativa "privada" de la televisión pública.



Fotografía de R. Sanz Lobato.
Fotografía de Joan Colom.
Fotografía de Ramón Masats.
Fotografía de Gabriel Cualladó.
Fotografía de Virgilio Viéitez.
Fotografía de Francesc Catalá-Roca.
Fotografía de Agustí Centelles.
Fotografía de Manuel Ferrol.


          Esta anemia cultural, endógena pero también importada del neo-liberalismo y el imperio estadounidense, nos vino además de la mano de lo que denominados revolución tecnológica, que al igual que otras anteriores del sistema tiene sus más y sus menos. Así, cuando me propuse elaborar un repaso visual de la historia reciente de la imberbe democracia que intentamos asentar en esta pequeña y atrasada Europa meridional, me he encontrado con cierta decepción. El trasvase del blanco y negro al color no nos ha sentado demasiado bien gráficamente, y cuanto más cerca a la contemporaneidad tengo la sensación que peor, por algunos de los motivos ya antes apuntados, pero sobre todo por ese ansia quijotesca de luchar siempre contra molinos globales y el consiguiente desprecio sobre lo cercano, léase localismo. Deseaba homenajear aquí a los actuales R. Sanz Lobato, Joan Colom, Ramón Masast, Gabriel Cualladó, Virgilio Viéitez, Català-Roca, Agustí Centelles o Manuel Ferrol, quienes en la hostil y gris España de entonces y desde la humildad, el silencio y la modestia comprometieron sus miradas con aquella realidad incómoda, injusta y opresora, y nos legaron, con un requiebro maestro a la fría censura de la época, la narración fotográfica de un pasado que ahora no reconocemos ni como cercano ni como nuestro.



Fotografía de Manuel Pérez Barriopedro.


          Me excitaba pensar dar comienzo este artículo con una de las maravillosas marionetas del azar como lo fue Manuel Pérez Barriopedro, quien le puso ahí con su cámara en la mano, en el Congreso de los Diputados el 23 de Febrero de 1981 mientras se procedía a la investidura del candidato Leopoldo Calvo-Sotelo, en relevo del entonces Presidente del Gobierno Adolfo Suárez, e irrumpió inopinadamente al asalto un cuerpo de la Guardia Civil encabezado por el Tte. Coronel Fernando Tejero, quien aun pistola en mano disparó además el lapidario: "Se sienten, coño", que escribe con gloria uno de los pasajes más tragicómicos de la historia del Imperio Español. Pensaba que si esforzaba un poco la memoria y con ayuda de las hemerotecas hallaría tras ese punto de inflexión, y aquellos pioneros del reportaje gráfico antes citados, los frutos de una escuela moviéndose cómodos a través de las libertades y el progreso. Y no es que no haya habido después grandes fotógrafos ni grandes acontecimientos, sino que la deriva marchó hacia otros postulados más esteticistas o autoriales, pero menos comprometidos con la esencia social autóctona y que tanto nos avergüenza reconocer.


Fotografía de Atin Aya.


          A excepción de Atín Aya y la recopilación del marismeño mundo obrero, creo que la última continuista de dicha manera de ver lo fue la más mediática Cristina García Rodero. Su "España oculta" hace un profundo y revelador recorrido por la indiosincrasia católica que ni la modernidad ha conseguido desprender del cuerpo de este místico pueblo, absorto más en sus credos y miedos que dispuesto para enfrentarse y modelar su realidad, o sea volcado en el incierto más allá y ajeno al físico acá, y conformado en su perpetuo valle de lágrimas de su presente en pos de una supuesta gracia eterna. Indudablemente sus fotografías de la lujuria de los ritos son el relato contemporáneo de la imaginería clásica, y gracias al antropológico formato eternizan el alma del último bastión del catolicismo romano en occidente: la España del "Matamoros" Apóstol Santiago.


Fotografía de Cristina García Rodero.
Fotografía de Cristina García Rodero.


          Aunque ya por ese entonces ésta estaba cambiando, y por contraposición, aunque también eligió el blanco y negro, había además un personaje moviéndose en otra zona oculta, más urbana y emergentemente moderna de esa misma sociedad. Alberto García-Alix ejerció de cronista veraz de un submundo marginal y negado bajo el falso orden del decadente estado dictatorial: suicidas jinetes de caballos psicotrópicos, atrevidas meretrices vendedoras de sueños y caricias, hormonados personajes de sexo indeciso, pieles tatuadas de rebeldía, o extravagantes bufones aspirantes a lucir en el proscenio de la farándula. Todas las fotografías de esa época de Alberto les decían a aquella España perpleja que las miraba que no era una, ni grande, no libre. Fueron una reivindicación de la pluralidad, el desbordamiento de la contención que duraba demasiados años, y el grito de un silencio roto.


Fotografía de Alberto García-Alix.
Fotografía de Alberto García-Alix.



Fotografía de Carlos Pérez-Siquier.
Fotografía de Carlos Pérez-Siquier.


          Pero no nos levantamos un día con el país pintado de colores, éstos fueron instalándose en nuestras vidas poco a poco, con muchas dudas, trabajo e ilusión. De ahí la indefinición que los fotógrafos adoptaron en sus miradas y soportes de distribución de la época. Esa incierta ambigüedad bien se refleja en los trabajos de Carlos Pérez-Siquier, quien inicialmente se parapeta en el tópico y narcisista estilo documentalista cuando recorre el entonces prohibido barrio de La Chanca en Almería, para posteriormente acercarse a la obscenidad del color en el ocio playero de una clase media que por aquel entonces descubría placeres y se enfrentaba a inocentes tabúes con su indolente exposición al nuevo sol. Nuevos tiempos y nuevas maneras que exigían otros cauces, que fueron las revistas y galerías especializadas que surgieron y acogieron, más allá de la prensa, su no obsolescencia asegurada. Vanguardia que aprovechó muy bien la esteticista Ouka Lele pintando el reportaje ideal de la Movida Madrileña que implosionó en la capital del reino pero que se dispersó cual virus en todos sus confines, y que iconizó la transgresión de esa burguesa cultura juvenil, cual Warhol autóctono. Por esas fechas quien "no" se movía no salía en la foto, y eran las transparencias de las acuarelas sobre el arcaico blanco y negro quienes aportaban el hasta entonces carente glamour a la crónica artística de la vieja villa renacida.


Fotografía de Ouka Lele.

Fotografía de Ouka Lele.



Fotografía de Miguel Trillo.

Fotografía de Miguel Trillo.


          Dentro de este misceláneo espejo social, pero de manera harto más ortodoxa en sus maneras documentalistas y bien conocedor de su oficio de reportero gráfico, es Miguel Trillo quien mejor da forma a la hemeroteca de las nacientes tribus urbanas de la primera generación de adolescentes libres en sus maneras y estética. Ya se sabe que es ésta la primera en rupturar, absorver y derivar hacia las nuevas tendencias, y este fotógrafo buscó el estar allí, en aquellos lugares donde se representaba la transformación de la sociedad para, a la manera de A. Sander o V. Viéitez, narrarnos la historia que se nos venía encima de disfraces y postureos precoces, anteriores a los posteriormente impuestos por las convenciones del sistema para los adultos. Con sencillez y sin artificios mostró la profusión estética que legábamos a la imberbe juventud, el vacuo bienestar del consumismo desmotivado hacia ningún otro compromiso más allá de la gregaria inercia del rebaño tribal.
          Mientras tanto la otra cara de esa misma sociedad se reacomodaba en las mismas poltronas, más modernos en su imágenes aunque igualmente recalcitrantes en los postulados, y Alberto Schommer, ingeniero del clasicismo excelso fotográfico, se encargó de revelar los claroscuros de los poderes políticos, financieros, culturales y eclesiásticos a través de sus retratos psicológicos, si eso es posible. Compiló a una élite efímera y a la vez eterna que se abría al espectáculo de la democracia. Frente a su cámara posó lo más granado de la época transicional, no ningún acontecimiento, aunque dichas efigies más allá de la mudez se retrotraen a la ambiciosa tradición de permanencia del poder. Son los rostros de quienes transitan aquellos espacios plenos de luces y sombras que son la divergencia entre lo público y lo privado, los superhombres que levitan etéreos sobre los sermones de lo imposible.


Fotografía de Alberto Schommer.

Fotografía de Alberto Schommer.



         Y después de esto el vacío, así que mi gozo en un pozo, cuando me hallé sin más argumentos visuales para intentar elaborar una compilación más extensa en esta página. Ni la memoria ni los archivos me proporcionaron esos documentos en imágenes que fueran una crónica de cierta magnitud, más allá de las citadas, y que recorrieran el progreso de esta vieja España desde el escarnio del asalto al Congreso hasta el hoy. Cierto que hay millones de fotografías que recorren los acontecimientos ocurridos desde entonces, y haylos con evidente grado de calidad, pero no esos que destacan por encima de otros, ni mucho menos los que dieran continuidad a la madura escuela de documentalistas que referencié línea atrás. La deriva de los fotógrafos ibéricos los llevó hacia otros postulados más esteticistas o conceptuales, véanse los ejemplos de Daniel Canogar, Joan Fontcuberta, Javier Vallhonrat, Enrique Carbó, Humberto Ribas, Rafael Navarro, Pablo Genovés, Miguel Oriola u otros, incluso contamos con un excepcional foto-reportero que es Gervasio Sánchez, o el antropólogo Juan Manuel Castro Prieto quienes se ocupan de otras guerras exteriores. Pero este signatario buscaba los narradores de esa transformación interna que nos llevó desde la apertura de las libertades, pasando por nuestra entrada en la CEE, hasta llegar al actual encubierto golpe de estado financiero que han llevado a cabo el FMI y el BCE explícitamente inserto además en nuestra ya aprobada Carta Magna, y con la complicidad de la cesión de soberanía nacional por parte de un elitista gobierno. Porque acontecimientos no han faltado aquí que documentar desde entonces: aprobación de leyes sobre el divorcio, aborto o matrimonios monogenéricos, abdicación de la monarquía bajo presiones por su oscura gestión, expolio de los bienes del estado en forma de falsas privatizaciones, burbuja económica con la complicidad de la corrupta casta política, claro renacimiento del poder del clero bajo encubiertos conciertos sobre la educación, o hasta el resquebrajamiento y consecuente caída en la pobreza de gran parte de la clase media en favor de una minoritaria élite con la consecuente ruptura del cierto consenso social en el que vivíamos y la apertura de un futuro de nuevo incierto.
          Por eso al fin de esta breve relación me he quedado con el amargo regusto de ser el espectador de un teatro de títeres, donde cada uno se mueve al son de hilos invisibles sin saber bien quién maneja a quién: los financieros a los políticos, éstos tirititean al pueblo y éste bailando al son de la música del azar, quien se encarga de escribir la historia a golpe de suerte. Y por eso títeres los documentalistas aun gocen de libertad, a quienes no les basta simplemente el estar ahí en los momentos decisivos para hacerlos trascendentes. Pero, a pesar de tanto magno acontecimiento para eternizar como hubo, hay sin embargo uno que pudo haber significado el epílogo de ésta nuestra decadente España: la reconquista de la minúscula isla de Perejil, al norte de Marruecos quien la había ocupado con un pequeño batallón de marinos el 11 de julio de 2002, y que fue loada por el entonces Ministro de Defensa Miguel Trillo con la manriqueña frase: "Al alba y con tiempo duro de levante...", bien mereció la suerte de ser nuestro contemporáneo icono fotográfico cuales lo fueran anteriormente en nuestra historia la expulsión de los árabes o el defenestrado Trafalgar. Pero tampoco esta vez hubo camarógrafo alguno allí.



Gif bajado de la red.






Fotografías de los autores.
Texto de enriqueponce.





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