miércoles, 25 de septiembre de 2024

"Ante tanto tonto"

 OPINION.es





“Ante tanto tonto”

(La red de arte)




          De vuelta con el concepto Arte. Aunque intrínsecamente sea inásil, lo cierto es que el absurdo de las prácticas presentes hacen cierta su actual degradación. Y el reflejo de éste en las popu-democráticas redes no es más que la cierta apreciación que se tiene de él no sólo entre su endogámica grey -encelada y vanidosa feligresía que la produce- sino como cultura popular en toda la sociedad. Los post vertidos en ellas con afán burlescos involuntariamente han venido a sustituir a aquellos sesudos estudios elitistas, desde el escueto eslogan estético “menos es más” han reducido los saberes que ocupaban grandes espacios en la mente y bibliotecas al escueto tempus infinitum de las ventanas de los twiter o facebook, a una cultura popular de baja cota que exige lo sublime sin el esfuerzo del aprendizaje o/y el infinito sin ningún gasto de tiempo que reste al goce de esotros miles de placeres-castigo que exige el estado neo-liberal. En la prehistoria del ayer el itinerario resultaba harto lógico, iba desde la artesanía del aprendiz hasta la humildad de la creación humana, y así marchaba a cortos pasos sobre un cúmulo de saberes institucionalizados, a los que se les añadían los postreros avances técnicos y estéticos que las distintas civilizaciones, o estados intelectuales sumaban minuciosamente. Sin embargo ahora, cuando los medio parecen inabarcables, inacabables, o sencillamente inconcebibles, las ideas se hunden irremediablemente en torno al cero. Reflejo fiel de una sociedad que gira en alrededor de su propio ego, y que corre en pos del único fin del consumismo, y que es únicamente capaz de reproducir en torno del arte la fagocitante superabundancia de residuos tóxicos tanto materiales como mentales. Hemos llegado al estado de reciclados de inmensas nimiedades, como la propuesta en 2013 de la artista-actriz-modelo británica “Tilda Swinton quien se encerró en una urna de cristal a dormir para ser una obra de arte del MoMA (Museo de Arte Moderno en Nueva York). La obra se llamaba 'The Maybe', pues no se sabía cuando estaría expuesta o no; la actriz solo llegaba al museo a "dormir" sin previo aviso y adoptar [sic] la postura que quisiera mientras lo hacia. Su objetivo era sorprender a todo el que pasara por el museo. Por todo un año, Tilda iba al museo y entraba a su vitrina de cristal a dormir cuando y cuánto le apetecía, cambiando de lugar, incluso durmiendo en cualquier otro espacio del Museo”. Tal vez -como su título sugiere- es la triste alegoría del estado durmiente del arte contemporáneo.





“The maybe”, Tilda Switon.

MOMA, NY. 2013





          La burla cruel contemporánea no radica en su especulación -siempre el arte resultó exclusivo, elitista-, ni en su mercantilización -siempre ha habido una caterva de productores gremiales-, sino en su desfachatez expositiva. A día de hoy cualquier mentecato puede obtener el lugar y la difusión necesarios para mostrar su vanidad y pocas luces. Ya las corporaciones que gobiernan nuestros deseos a través de la infinita red de internautas se encargan de ello. “El escultor estadounidense Charles Ray fue parte de una ola de artistas durante la década de 1970 que abordaron la escultura como una actividad más que como un objeto. En la icónica obra fotográfica de dos partes ‘Plank Piece’ el artista documenta el uso de su propio cuerpo como componente escultórico. Las fotografías estática contradicen la naturaleza performativa de la actividad que nos presentamos [sic]. Contavivido [sic] a través de un complejo equilibrio entre peso y gravedad, el artista suspendió su cuerpo usando sólo una tabla de madera, creando una imagen mínima y gráfica que es a la vez humorística e inquietante”. Aunque inicialmente fue la Galería Nacional de Arte Británico, popularmente conocida como Tate, quien avaló dicha propuesta, a día de hoy una búsqueda rápida en Google la avalan desde sus portales tanto el MNCARS de Madrid, el Moma  y The Metropolitan de Nueva York, o la prestigiosa casa de subastas Christie’s. Ante tanta confirmación institucional lo cierto es que uno se achanta, y tal vez le ocurriese lo mismo a Gian Lorenzo Bernini o a Michelangelo di Ludovico Buonarroti, porque una vez abierto el melón del sinjuicio a ver qué y quién lo cierra. Entre el hacer apología de que todo tiempo pasado fue mejor y el todo vale hay un término medio, y justo. Por simple contraste, cuando tropecé en la red con “Pieza de tablón I-II”, mi memoria recuperó a unotros artistas que más allá de trabajar el material escultórico tradicional se comprometieron y arriesgaron sus acervos ontológicos, y sí, además tenían algo que decir. Arrimando el ascua a mi sardina -lo fotográfico- traeré a colación los trabajos de Bernd y Hilla Becher, y Christian Boltanski, quienes desde la disparidad de géneros y sin demagogias propusieron visiones donde forma y forma se aúnan desde la tradición y la vanguardia, desde la estética y lo conceptual, desde lo particular a lo general. La apropiación de las estructuras industriales cuasi distópicas de los Becher, a través del la bidimensionalidad de lo fotográfico, o la acumulación-resurrección de los retratos de los desaparecidos en los pogromos judíos del siglo XX de Boltanski, son restituciones escultóricas de discursos sociales y particulares, comprometidos a la par que estéticos, formales e informales, lúcidos y a la vez sensibles. Lo único que no poseen es el desequilibrio de un hombre colgado de un tablón de una pared.







“Plank Piece”, Charles Ray.

Tate, 1973.





          Para los diletantes el Arte se enriquece con los recovecos de los paisajes de su introspección, la mera contemplación resulta muda entonces, se necesita la paciencia de una Penélope tejedora. Que todos los gobiernos del mundo, de cualquier color tendencia o intención, luchen denodadamente por el control de la instrucción denota que en aquel periodo se esconde el germen del qué seremos, pero también resulta cierto que la disidencia no está escrita en ningún manual, nace de los genes o más allá. El estado de lo “normal” es la aspiración de todo Estado, sin embargo es el compromiso personal el que aspira al progreso, cualquiera, en cualquiera de sus formas, también y más aún en el Arte. El mecenazgo ha sido allí siempre su forma más castradora -“quien paga manda”-, y lo que admiramos hoy del ayer son las formas financiadas por los imperios, las teologías, monarquías o inercias belicistas, tal como hoy adoramos la burguesía encubierta del mercantilismo. Así los compiladores E.H. Gombrich, Sigfried Giedieon, John Berger o Humberto Eco son algunos de los laicos encargados de trasmitir lo ontológico de una cultura social que se construye a pequeños granos de aciertos y grandes sacrificios personales. Para que Francisco José de Goya y Lucientes pudiera plasmar sus Pinturas negras hizo falta que anónimos seres grafitearan sobre la piedra de Altamira o Lascaux, que Mesopotamia o/y Egipto aprendieran a mover ingentes cantidades de la misma y darle forma, que Grecia la embelleciese, que Roma la expandiese, y que el Renacimiento pusiese nombre a los artesanos. Pero además tuvo que acontecer la Revolución Francesa, la abdicación de Carlos IV y Godoy, el levantamiento del 2 de mayo, los desastres de otra guerra y una enfermedad auditiva que lo aisló definitivamente en la Quinta del Sordo. Nada es simple, todo es consecuencia. Sin embargo la impresión presente es que como nos postramos ante el dios de lo efímero todo vale. Vivimos en el perenne hedonismo del ahora, y por él se justifica todo, la ignorancia y el goce perpetuo, la soberbia y la egocentralidad. La cultura de hoy se enseña y aprende en la maraña de los mensajes simplistas, de veintitantos caracteres, una ansiosa red simplista, castradora y distorsionada de una infinita oferta de entretenimiento, donde se mezcla lo alto con lo bajo, lo fútil con lo necesario, la verdad, con los fakes. Es una competencia feroz de parques temáticos -capitalistas, culturales, sociales u otros- y el ahogamiento a la par de la zapa del esfuerzo a costa de la inmediatez del espectáculo. Y a pesar de que estamos inundados de medios para exhibir, publicar, u ofrecer músicos sin fin no hay nuevas luces para viejos argumentos. Otros ejemplos luctuoso del retorno de la escultura a su forma material, después del nefasto viaje por la senda conceptual del happening, los tenemos en el burlesco hiperrealismo de dos obras que fueron avaladas por sendos estamentos de “prestigio”, Wilfredo Prieto con su “vaso medio lleno” -medio vacío- de 20 mil euros, expuesto en la feria ARCO, Madrid en 2015, y/o Maurizio Cattelan quien mostró, en Art Basel, Miami, y vendió su “Comediante” -plátano con cinta americana- por 120 mil dólares. Pero no nos engañemos, el mercado de arte contemporáneo -como en política- asume que hablar mal de uno mismo cotiza al alza. Sin más.






Wilfredo Prieto, 2015.




Maurizio Cattrelan, 2019.





          Sin embargo minimizadas por el maremágnum de exceso hay propuestas-obras que merecen ser rescatadas-resaltadas. “Can´t help Myself” es un robot Kuka de acero inoxidable y caucho, instalado dentro de una sala acristalada de policarbonato, y dotado de sensores de reconocimiento visual Cognex, que en un infinito sinfín trata de recoger sus propias excrecencias de celulosa en agua coloreada en rojo. Sus creadores Sun Yuan y Peng Yu nos ofrecen un retruécano más del mito de Sísifo -el absurdo de la vida, en su afán existencialista totalizador-, en esta ocasión a caballo entre el frio maquinismo y la sutil poseía tradicional. La vuelta de tuerca se encuentra en la evolución del proceso, Kuka inicialmente está programada para tener capacidad suficiente de recoger el líquido derramado que la hará subsistir perennemente, pero a lo que nos proponen sus autores es al postrero estado cuando lo recogido sea menor que lo vertido, causando un déficit de reserva y consecuentemente asistimos a aquel estado de conocimiento previo a la necesidad, a la carencia, al sufrimiento, a la extinción. Es la metáfora exacta -trágica- del destino, de la evolución de la humanidad, metafísica y maquinal, una profecía macabra, una intuición seria -finalmente en 2019 se agotó su capacidad y el brazo robot se “agotó y murió”-. Propuesta de arte industrial, o nueva escultura reveladora de la incapacidad de gestión de nuestros credos. Aunque como dijo Friedrich Nietzsche “Precisamente el arte intenta siempre que no perezcamos a causa de la verdad”.





“Can´t help Myself” 

Sun Yuan y Peng Yu.




          Yo no sé lo qué es el Arte, ni qué será, no sé ni siquiera por qué estamos aquí. Ni cuándo, ni cómo, ni dónde, de todo o de nada. Pero si intuyo que el tiempo finito es frágil como el silencio, y que dormir expuesto durante un año, colgarse en equilibrio de una pared o mostrar un vaso de agua dubitativo o una banana banalizada en una pared no son lo mismo que una capillasixtina, un dosdemayo o dos majadesnudas, una divinacomedia o donquixote a través de los tiempos, o/y un encuentro fortuito entre una mesayunparaguaspordiseccionar, o el simple suspiro de un bebé al acontecer. La vida es y será, somos ahora luego qué?, me conformo con no perecer con la verdad.





texto de enriqueponce,

junio julio o abril de 20veintecuatro.





domingo, 15 de septiembre de 2024

"Yale Joel"

BLOg DE NOTAS



Yale Joel
EEUU, 1919-2006
Fotografía bajada de la red.











          En noviembre de 1946, el fotógrafo de la revista LIFE, Yale Joel, instaló un espejo bidireccional en el vestíbulo del Lowes Criterion Theatre en Times Square, donde se  proyectaba la película Dark Mirror. Sin que el público lo supiera, Yale Joel estaba escondido al otro lado con su cámara. Lo que capturó fue un desfile de humanidad acicalándose, acicalándose y hurgando en sus reflejos. Diecinueve de esas fotografías se publicaron en LIFE el 16 de diciembre de 1946.




















<<Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.>>

Jorge Luís Borges





Fotografías de Yale Joel.

jueves, 5 de septiembre de 2024

"las mejores cosas de la vida no son cosas"

EL CAJÓN de SASTRE




Fotografía bajada de la red.



          En una cultura crecientemente psicologizada, en la que los individuos se autodiagnostican cada vez más porque necesitan poner nombre —y rostro— a los malestares psíquicos propios de nuestra contemporaneidad, se han recuperado algunos vocablos que hacen alusión a una sensación muy característica de nuestro tiempo presente. Uno de tales malestares alude a una desconexión o alejamiento afectivo respecto a la realidad que provoca tedio, aburrimiento continuado, desazón, desafección e incluso, en términos clínicos, anhedonia, es decir, falta de deseo por llevar a cabo cualquier tipo de actividad. Se trata de un cortocircuito emocional que causa una grieta entre el mundo y nuestra capacidad de acción, y que desemboca en una desagradable incapacidad para experimentar placer.

          Podría parecer paradójico que, precisamente, en una sociedad en la que se nos insta sin descanso a perseguir el deleite y la felicidad lleguemos a padecer su total ausencia. Sin embargo, esta persistente llamada encierra una cara siniestra y transfiguradora. Vivimos en un entorno saturado de estímulos que nos incitan a una productividad constante e insidiosa: vacaciones y viajes low cost disfrazados de desconexión, películas, pódcasts, series, actividades extraescolares, aplicaciones de citas… Todo se ha convertido en objeto de consumo, pero, como contrapartida, nosotros estamos siendo a la postre consumidos por ese afán de permanecer siempre activos. El homo consumens acaba consumido por el consumo.

          Existe un término de origen francés, ennui, que emplearon con gran fruición y polisemia numerosos pensadores y literatos, sobre todo, a partir del siglo XIX —en pleno Romanticismo—, que encuentra correspondencia en otro sugerente concepto italiano, muy querido por Giacomo Leopardi, la noia. Ambas palabras se relacionan, a su vez, con el spleen que Charles Baudelaire hizo célebre. Esta tríada apunta, en general, a un sentimiento de indolencia o desidia o, con más precisión, de apatía, incapacidad para sentir, insuficiencia para ser afectado por algo. También se vincula con la abulia, es decir, con la falta de voluntad o de deseo. En definitiva, el ennui se asocia con una pesantez vital que impide, primero, proyectar nuestro deseo hacia alguna meta y, después, que incapacita para gozar de la vida en cualquier sentido.

          Como apuntó el aún poco estudiado filósofo Carlo Michelstaedter (1887-1910), la «infinita variedad de las cosas» a la que hoy nos exponemos (redes sociales, publicidad, promesas de plenitud que nunca llegan, interminable oferta de acción) nos hace experimentar una desapacible e irritante gravedad que se ancla en nuestro pecho: hay mucho que poder hacer, pero, justamente por ello, quedamos agotados ante la necesidad de tener que decantarnos hacia alguna dirección. Porque sabemos que, al elegir, dejamos a un lado un enorme espectro de oportunidades (que auguran éxito, progreso, celebridad, placeres). Dicho claro: la dictadura de lo mucho enfanga nuestro ánimo mediante el fracaso y la desilusión. El inconmensurable abanico de posibilidades que está en nuestra mano nos sumerge en un extenuante laberinto anímico: no paramos de hacer, mas ese hacer acaba por resultar vacuo, estéril, insustancial.

           Escribió María Zambrano en Hacia un saber sobre el alma, en un profético fragmento, que hemos atiborrado nuestra vida de «maravillas mecánicas, de cachivaches de todas clases», mientras «el alma y el corazón quedan vacíos y las horas, al ser liberadas del trabajo opresor, transcurren más oprimidas todavía», pues no hay más temible totalitarismo que el de «la terrible opresión de la vaciedad». Nos hemos llenado de cosas que nos han vaciado por dentro. Como también apuntó Michelstaedter, «nunca una vida está satisfecha de vivir en el presente, ya que es vida en tanto que continúa, y continúa en el futuro lo que le falta por vivir». Pero ¿qué ocurre cuando ese futuro queda ocluido, cuando parece que ninguna promesa venidera podría colmar nuestro ánimo o nuestras expectativas?

          El ennui, ese tedio o desgaste vital desencadenado por la tiranía de lo mucho —del que se ha hecho eco la reciente película Del revés 2—, se ha transformado en una sutil, lucrativa e instigadora estrategia mercadotécnica: la única salida a nuestra apatía es desear más y más. Los emporios económicos pretenden que nuestra voluntad nunca se detenga, que vaguemos, errantes y sedados, en busca de un nuevo producto o de una nueva experiencia con la que creamos poder alcanzar la plena satisfacción… que nunca llega.

          Mark Fisher denominó «anhedonia depresiva» a este inagotable e inducido afán: nuestro deseo (de objetos, de experiencias) se ha mercantilizado y, como consecuencia, nos sentimos abatidos porque nada de cuanto hagamos puede llegar a colmarnos. Ha llegado el tiempo de recobrar, primero, nuestra potencia atencional (¿a qué o a quién decidimos prestar nuestra atención?) para, después, hacernos cargo de la auténtica quiebra de la actualidad: la crisis de nuestro deseo, con el que no solo se comercia, sino con el que se nos manipula emocionalmente.

Fotografía de Noah Brelage.


Texto, "Ennui, el tedio de lo mucho", de Carlos Javier González Serrano.