lunes, 25 de julio de 2022

"Como los niños en el cementerio"


EL CAJÓN deSASTRE




COMO LOS NIÑOS EN EL CEMENTERIO





          Hablando de miedo, me he acordado de Emily Dickinson, un personaje mítico de la literatura universa, otra artista ermitaña, como Hawthorne durante esos doce años de íntimo encierro, o como Proust, navegando a través de su obra en noches febriles de escritura. Pero la leyenda y el enigma que rodean a Dickinson son aún más profundos, más complejos. Recordemos que la delicada Emily (1830-1886) solo publicó diez poemas en su vida, casi todos contra su voluntad. Pero una semana después de morir (ni quiera estamos seguros de qué: probablemente de un fallo renal), su hermana Lavinia encontró, en un caja cerrada con llave, setecientos poemas cuidadosamente copiados; algo más tarde halló otros mil veintiocho. Solo veinticuatro poemas tenían título y ninguno estaba fechado. Y con ese caudal de palabras secretas se convirtió, post morten, en una de las más grandes poetas de Esta- …(sic)*


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verificada de ella, un daguerrotipo que le hicieron a los dieciséis años, aunque su aspecto es tan severo y triste que, en realidad, parece una viuda.







          Mira bien esos ojos: te caes dentro. Cuánto han debido ver y de aprender. Cuánto han sufrido. Todos los indicios apuntan a que Emily (y quizá también Lavinia) sufrió incesto de niña y de adulta por parte de su padre, Edward, y de su hermano, Austin. Escribió sobre ello y hay publicada una preciosa antología (Ese Día sobrecogedor. Poemas del incesto) de la que he extraído estos versos:



     Me has dejado -Progenitor- dos Legados -

     Un Legado de Amor

     Que bastaría a un Padre Celestial

     Si tuviera Él la oferta -

     Me has dejado Confines de Dolor -

     Espaciosos como el Mar -

     Entre la Eternidad y el Tiempo -

     Tu Conciencia -y yo-


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          Y este otro, bastante tremendo:



     En Invierno en mi Cuarto

     Me encontré con un Gusano

     Rosa lacio y caliente […]


     Yo me encogí -<<¡Qué guapa estás!>>

     Garra de propiciación -

     <<¿Temerosa siseó él

     De mí?>>

     <<Cordialidad Ninguna>> -

     Él me penetró -

     Después a un Ritmo Artero

     Secretó dentro su Forma

     Al anegarse los Motivos

     Lo arrojé […]



          O este tercero demoledor:



     Una esposa -al romper el Día - yo seré […]

     A Medianoche - yo soy todavía una Doncella […]

     Medianoche -Buenas Noches -los oigo

          Exclamar-

     Los Ángeles trajinan en el Vestíbulo -

     Suavemente - mi Futuro sube la Escalera -

     Yo titubeo en mi Oración de Infancia -

     Tan pronto - dejar de ser - una Niña -

     Eternidad - ya voy - Señor -

     Amo - yo he visto la Cara - antes -


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          Ese Amo final no se refiere al amor, sino que es un sinónimo de dueño, porque en el inglés original la palabra es Master, que colocada aquí resulta escalofriante. Son unos versos poliédricos y enigmáticos cuyo significado real ha sido rastreado por las antólogas y traductoras, Ana Mañeru Méndez y María-Milagros Rivera Garretas.

          El escabroso y subterráneo tema de los abusos incestuosos aparece una y otra vez como un río Aqueronte que va asomando su líquida cabeza, en las biografías de algunas mujeres escritoras con graves problemas psíquicos. Como ya he dicho, Virginia Woolf también fue violada desde los siete años por sus dos hermanastros veinteañeros (ella misma lo contó repetidas veces), y de Alice James, la hermana <<inválida >> de Henry James, como a ella le gustaba presentarse, se ha sugerido que quizá mantuviera una relación con el hermano mayor, el famoso filósofo y psicólogo William James. Alice posee una biografía en cierto sentido semejante a la de Emily Dickinson; también vive una vida enfermiza y encerrada, también fue publicada de manera póstuma y ambas amaron a mujeres. La diferencia es que El diario de Alice James, que es su único legado, es un texto curioso y a ratos divertido, pero muy empequeñecido por la pequeña vida que Alice llevaba. Si duda tenía talento para la escritura, y quizá en un mundo normal hubiera podido desarrollarse como narradora, pero en cualquier caso su obra es muy infe-


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rior a la explosión de furia, seda y fuego de los poemas de Emily.

          Acabo de escribir <<en un mundo normal>> y creo que entiendes bien a lo que me refiero: al sexismo, a esa discriminación feroz que ha mantenido durante tanto tiempo a las mujeres (y sigue pasando aún, mira Afganistán) en una situación de total desigualdad e indefensión. En un mundo normal, las artistas hubieran podido crecer y madurar de una manera natural, y no convertirse en esa especie de aborto de persona que fue, por ejemplo, Alice James. Siempre me viene a la memoria Clara Schumann (1819-1896), compositora y pianista. De hecho, algunas de las piezas estrenadas por el magnífico músico Robert Schumann, marido de Clara,(un hombre que, como hemos contado, tuvo tremendos problemas mentales y falleció en un psiquiátrico), son en realidad de ella. Clara, que poseía un talento musical colosal, estaba atrapada en su papel secundario de esposa y madre. Tuvo ocho hijos y se le murieron varios; entre eso y la terrible enfermedad de Robert, su vida debió de ser bastante desgraciada. Pero lo peor es que el machismo le impidió el consuelo de la creación; Clara compuso poco, y explica la razón de ello en su diario: <<Alguna vez creí que tenía talento creativo, pero he renunciado a esa idea; una mujer no debe desear componer. Ninguna ha sido capaz de hacerlo, así que ¿por qué podría esperarlo yo?>>. Qué terrible, desolada frase de derro-


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ta; y, por añadidura, ¡qué errónea! A lo largo de la historia ha habido innumerables mujeres compositoras de enorme valía, como la alemana Hildegarda de Bingen en el siglo XII, precursora de la ópera con el ordo, un tipo de oratorio que ella creó. O, ya que hablamos de ópera, como Francesca Caccini en el siglo XVII, que fue, junto con Monteverdi, responsable de la difusión y el triunfo de este género musical en el mundo. De hecho, en la misma época en la que Clara escribía su diario había otras muchas compositoras importantes en Europa: la también alemana Fanny Mendelssohn, o las francesas Augusta Holmès y Cécile Chaminade, la española Isabella Colbran y, en especial, la polaca Maria Szymanowska, famosísima en vida y antecesora de Chopin, aunque a todas las olvidaron después injustamente, como siempre sucedió con la memoria de las mujeres. Por eso la desdichada Clara pensaba que no hubo ninguna.

          También me parece ejemplar la historia de la escritora Charlotte Perkins Gilman (1860-1935), que sufrió una depresión posparto y tuvo la desgracia de ser tratada por el doctor Weir Mitchell, un ferviente partidario de la llamada <<cura de descanso>>. Y es que, por entonces, a las mujeres que presentaban algún trastorno de ánimo, lo habitual era prohibirles leer, pensar y, por supuesto, escribir. Se les recetaba volver a las rutinas domésticas, que supuestamente les devolverían su femenina placidez. ¿Recuerdas las frases que he citado de los


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escritores diciendo que, sin escribir, se volverían locos? Pues ahora piensa en esas infelices autoras a las que, cada vez que <<enloquecían>>, les quitaban las plumas. Perkins Gilman escribió un relato maravilloso, El papel de pared amarillo, un cuento gótico y feroz sobre lo que sucede cuando le haces eso a una persona, en el que un médico llamado John, bienintencionado, pero sexista y estúpido, receta a su mujer, que está atravesando una etapa algo <<histérica>>, la famosa cura de descanso. Para ello, John alquila una quinta de verano y se instala, junto con su esposa, en una habitación del piso superior que tiene barrotes en las ventanas (se supone que había sido un cuarto para niños) y las paredes recubiertas de un papel amarillo. John sigue marchándose cada día al trabajo, pero ella, a quien han prohibido escribir y leer, no tiene nada que hacer y comienza a hundirse en una sobrecogedora crisis psicótica, hasta terminar creyendo que hay una mujer atrapada bajo el papel amarillo, un bulto que se arrastra por las paredes y al que la esposa intenta liberar, con frenética desesperación, desgarrando con las uñas el empapelado. Gilman mandó este potente relato a su médico, y algún tiempo después el doctor Mitchell le escribió diciendo que la lectura del cuento le había convencido de que tenía que cambiar el tratamiento. <<Si fue así, quizá mi vida no haya sido en vano>>, anotó Gilman en su diario.

          Emily Dickinson se pasó los últimos quince o


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veinte años, de los cincuenta y cinco de su existencia, sin salir de la casa familiar en Massachusetts y viviendo cada vez más recluida. Permanecía atrincherada en una habitación en la planta de arriba y hablaba con los invitados a través de la puerta o por una rendija. Resaltan los biógrafos que no abandonó su habitación ni para asistir al funeral de su padre, que se celebró en el salón de la casa; aunque, sabiendo lo que creemos saber, la verdad es que no me parece nada raro que hiciera eso. Vivía para escribir: por un lado, innumerables cartas a los amigos; y por el otro, sus preciados poemas, que retocaba una y otra vez durante meses, en pizcas de papel o en el reverso de sobres usados, hasta que copiaba la versión definitiva con tinta en un buen pliego. A medida que iba luchando con la enfermedad, con la creciente pérdida de visión y con el desequilibrio mental, su letra iba cambiando: clara y recta al principio, crispada y torcida al final. Las letras caen y se aplastan, puede que igual que las esperanzas. <<Sentí mi Mente Partirse en dos / Como si mi Cerebro se hubiera dividido / Intenté unirlo - Costura a costura / Pero No pude lograrlo.>> He aquí la descripción de una crisis de disociación. Redactaba los textos con un espolvoreo de mayúsculas y una puntuación muy peculiar; sus versos son tan extraños como poderosos. Descubrió la poesía, en la niñez, leyendo a Elizabeth Barret Browning, la autora británica victoriana, cuya obra, al contrario


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de lo que le sucedió a Clara Schumann, enseñó a Emily que se podía ser mujer y escribir de forma maravillosa. Dice Dickinson de ese encuentro salvador:


               Yo creo que fui Encantada

               Cuando por primera vez

               Niña sombría

               Leí a aquella Dama Extranjera

               Lo Oscuro - sentí hermoso […]

               Fue una Divina Insania

               Si el Peligro de estar cuerda

               Volviera yo a experimentar

               Es Antídoto el volverse-

               Hacia Tomos de Sólida Brujería


          Me conmueven estos versos emocionados y esa sólida brujería de la literatura capaz de convertir la oscuridad en belleza.

          Claro que Emily también era sensible a otros tipos de belleza. Si duda estuvo enamorada de su cuñada, Susan Huntington Dickinson, profesora de matemáticas, que estaba casada con su hermano Austin y que vivía en una finca justo al lado del hogar familiar. De joven, antes de enclaustrarse por completo, se veían mucho. Emily le escribió cartas como estas: <<Susie, ¿vendrás de verdad a casa el próximo sábado y serás mía otra vez y me besarás como solías hacerlo?>> y <<¿Quién te ama más, quién te ama siempre, quién piensa en ti


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mientras los otros duermen?>>. O <Te echo tanto de menos y tengo tantas ansias de ti que siento que no puedo esperar, siento que debo tenerte ahora: la expectativa de volver a ver tu cara una vez más me sofoca y me hace sentir febril, y mi corazón late a toda prisa>>. Hay toda una nueva corriente de nuevas biógrafas que sostienen que Dickinson y su cuñada mantuvieron una relación de amor durante cuarenta años, pero en la enigmática vida de la poeta nada parece estar claro. Es indudable que la pasión existió (Emily llamaba a Susan <<Avalancha de Sol>>), pero ¿duró tanto? A los treinta años la poeta escribió tres tórridas cartas de amor, las llamadas <<cartas al maestro>>, que quizá fueran destinadas a un hombre. En una de ellas dice: <<¿Y si la campanilla aflojara su cinto / para la Abeja amante / la abeja la adoraría / tanto como antes?>>. Esto a mí me evoca más bien a un varón. Tal vez fuera bisexual; Simon Worral dice en el libro La poeta y el asesino que es posible que Dickinson estuviera enamorada de Samuel Bowles, un compañero de estudios de su hermano Austin a quien ella conocía desde la adolescencia. Se escribieron durante dos décadas y él iba a visitarla una vez al año. En 1877, Emily, que para entonces tenía cuarenta y seis años, se negó a salir de su cuarto. Samuel le gritó desde la sala: <<¡Baja, maldita granuja! ¡He venido a verte, déjate de tonterías!>>. Para pasmo de todos, Emily bajó, y, según Lavinia, se comportó de una manera magnifica. Unos días más tarde


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le mandó a Bowles una carta y este poema: <<No tengo Vida sino esta / Para traerla aquí - / Ni una Muerte -salvo / La disipada desde allí- / Ni atadura a las Tierras por venir / Ni Acción nueva- / Excepto a través de esta extensión - / El Reino tuyo>>. Y debajo escribió: <<Resulta extraño que lo más intangible sea lo más permanente>>, tras lo cual firmó: <<Tu granuja>>. Suena amoroso. Raro y desolado, pero amoroso.

          El misterio que rodea a Dickinson es tan impenetrable, en fin, que hay teorías de todo tipo. Incluso la de que uno de los viajes que hizo en los años sesenta a Boston fue para abortar. ¿De un amante? ¿Del incesto? Tan solo son especulaciones. De lo que sí estamos seguros es de su sufrimiento, del tormento que le causaban lo que ella llamaba sus demonios mentales:



     Sentí un Funeral en mi cerebro

     Los deudos iban y venían

     Arrastrándose- arrastrándose - hasta que

          pareció

     Que el Sentido se quebraba totalmente


     […]


     Hasta que pensé que mi Mente se volvía Muda



          Pero no enmudeció. Permaneció luchando hasta el final, palabra tras palabra febrilmente ano-


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tadas en un retazo de sobre, disparos de luz contra las tinieblas. Lo dijo ella misma de la manera más hermosa posible (de la manera Dickinson) en una carta a un amigo:



          Tuve un terror - desde Septiembre - que no

     podía contar a nadie - por eso canto, como hace

     el niño cerca del cementerio - porque tengo

     miedo.










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“El peligro de estar cuerda”

ROSA MONTERO


* NOTA: Existe un error tipográfico al inicio del texto al comienzo de la página 173 donde faltan algunas frases, lo conservo tal cual al tratarse de la “Primera edición de abril de 2022” y como simple transcriptor de los textos donde siempre he respetado fielmente el estilo, la sintaxis y los signos de sus autores. Por otro lado me parece una casualidad genial cuando la incongruencia creada por azar casa con la forma espolvoreada de los versos de Emily. ep




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