sábado, 1 de agosto de 2015

"Flora Borsi"






BLOg DE NOTAS




Flora Borsi
Budapest, Hungría.





Fotografía de F.B.



















"Crónica de la América profunda"











          Para el trabajador blanco americano la vida consiste en currar. Cuando digo trabajadores blancos no me refiero sólo a los del Sur sino a todos, desde los húngaros y los polacos que bajan a las minas de carbón en los motes Apalaches hasta los escandinavos que trabajan de leñadores en los bosques del noroeste. En el Sur y en el Medio Oeste hay incluso obreros judíos que conducen viejos mastodontes con motor de ocho válvulas y arman alboroto allá a donde van y les encanta la música country. Para toda esta gente el trabajo es una obsesión, y durante generaciones no han hecho más que currar en todas partes: la industria textil, las explotaciones agrícolas del Oeste y del Medio Oeste, la minería de Virginia occidental, Colorado y Montana, la agricultura de subsistencia del Sur. Para los antepasados de los actuales trabajadores blancos, la falta de trabajo suponía que sus familias se morían de hambre, literalmente, de modo que llevan la ética del trabajo grabada a fuego en el código genético. Para la mentalidad de un trabajador blanco lo peor que se puede ser en esta vida es un perezoso; les parece más grave que ser un idiota, un borracho, un miserable, peor que ser un embustero, un reo o un zumbado. Y si lugar a dudas lo peor que un trabajador blanco puede decir de alguien es: <<Ése no quiere trabajar>>, lo que por lo general va seguido de: <<Yo tampoco, ¿no te jode?, pero no me queda más remedio>>. Siguiendo esta lógica, los liberales educados que tienen tiempo para leer, y que de hecho leen tanto que incluso se hacen socios de los clubes de lectores, pasan a ser para ellos unos tipos sospechosos.
          Sólo hay una cosa que permite evadirse de esta actividad incesante: la conexión directa entre los deportes televisados y el cerebro. Y, para que esa conexión funcione bien, se requieren grandes dosis de cerveza, algo a lo que personalmente no hago ascos, con la salvedad de que tanta ocupación y tanta cerveza nos embrutece y nos mantienen ciegos ante la inmensidad del mundo.
          Para la mayoría de los trabajadores que viven aquí, el mundo exterior, es decir, todo lo que se encuentra más allá del Royal Lunch, de Rubbermaid o de Winchester, Virginia, es una fantasía, algo que carece de existencia real. Claro que hay quien decide viajar a Orlando, o a Branson, Misuri, o a la Pensilvania holandesa, pero si te pasas los días aletargado por un trabajo repetitivo y por las noches te espera la tarea de cambiar los neumáticos del coche, reparar la instalación eléctrica de tu casa, llevarle a tu anciana madre una carga de leña, o recuperarte de dicho trabajo tumbándote en el sofá contemplando el recibo de los últimos gastos realizados con tu tarjeta de crédito, ¿de dónde vas a sacar el tiempo y los medios necesarios para pensar en las consecuencias del calentamiento global? Eres como un muerto viviente, así que un par de noches a la semana te dejas caer por el Royal Lunch y riegas con cerveza tu masa gris inerte. Recuerdo que hace algún tiempo vi a una multitud reunida en un bar que miraba atentamente y en absoluto silencio un canal de televisión donde salían unos afganos jugando al polo con una cabra decapitada. Si aquellos no eran muertos vivientes, a saber qué eran.











          En cualquier caso, sólo unos pocos años después de recibir la ovación por ser la empresa americana más admirada, la mayor empresa de productos plásticos de Norteamérica se convirtió en una empresa al borde de la quiebra, debilitada por los muchachos de Bentoville, Arkansas. Wal-Mart es con diferencia la cadena que más productos Rubbermaid vende en Estados Unidos, un volumen muy superior al de cualquier otra cadena de almacenes. Dada esa superioridad, en 2001 la dirección de Wal-Mart cargó contra Rubbermaid exigiendo una absurda rebaja en los precios pese al incremento de un ochenta por ciento que el fabricante había tenido en el coste de la materia prima, y desoyendo las súplicas del presidente de Rubbermaid, Joseph Galli. Éste se puso de rodillas. Wal-mart se mantuvo firme.
          Más tarde, cuando Rubbermaid se negó a aprobar esos precios completamente inviables, Wal-Mart les dio caña. retiró todos los productos Rubbermaid de sus estanterías y los reemplazó con imitaciones manufacturadas por Sterilite, una pequeña empresa de Massachusetts. Sterilite remontó el vuelo. Rubbermaid se fue a pique. Cuando vio caer sus ventas en un treinta por ciento, Rubbermaid cedió.
          En aquellos días oscuros, Newell, que tiene una fama temible cuando se trata de doblegar a latigazos a otras compañías, empuñó el timón de Rubbermaid y se puso a bailar al son que tocaban los alegres chicos de Bentoville, Arkansas. Cerrad todas las fábricas de Estados Unidos. ¡Lo que usted diga, jefe! Desde enero de 2001, Rubbermaid ha cerrado sesenta y nueve instalaciones y despedido a once mil empleados, todo para satisfacer la exigencias de Wal-Mart. Al comenzar el cierre de las fábricas, C. Mark Healson, director de investigación de capital en Associated Trust & Co., declaró que Rubbermaid debía <<trasladar el cincuenta por ciento de su producción de países a bajo coste>>, forzando así una clausura que según los cálculos sumaría ciento treinta y una instalaciones y el despido de veinte mil trabajadores. Cinco años más tarde, gracias a los recortes y a la incorporación de la línea de productos de cuidado capilar Goody, Rubbermaid anunció que los ingresos netos del tercer trimestre ascendían a 108,5 millones de dólares, superando felizmente las previsiones de Wall Street. Al mismo tiempo, en octubre de 2006, Newell Rubbermaid llevó a cabo en directo a través de internet la subasta de su planta de modelado en Arizona, unas instalaciones que ocupaban diez hectáreas. Postores de todos los rincones del mundo pujaron a través de la red.











          El brutal modo en que los trabajadores más laboriosos de América fueron históricamente forzados a interiorizar los valores de los gángsters capitalistas es algo que a la izquierda se le escapa, y salvo contadas excepciones la izquierda tampoco entiende nada acerca de cómo este sistema político y económico ha machacado a golpe de martillo hasta la humanidad misma de los trabajadores corrientes.
          Gran parte de la lucha por recuperar el espíritu de América consiste en sanar las almas de estos americanos y hacer que despierten de esa superabundancia de artículos de consumo y espectáculos que los idiotiza. Consiste en asegurarse de que ellos -como nosotros- rechacen la tortura como una actividad propia de << héroes>> y que dejen de pensar que los bebés deformados por el uranio empobrecido son solamente <<el precio de la libertad>>. Atrapados en el gran holograma autárquico de la América imperial, alimentados a la fuerza con productos y orgullo como si fuesen novillos cebados, los trabajadores norteamericanos disfrutan con el Campeonato Mundial de Lucha Libre y las banderas confederadas, los televisores de pantalla plana y la idea de un imperio Americano. (<<Imperio Americano! ¿Me encanta cómo suena>>, piensan sin tener la más remota idea de cuál puede ser su significado histórico.) Esa gente que hace por nosotros el trabajo sucio, la misma gente a la que enviamos a combatir en nuestras guerras lejanas, no son altruistas y probablemente nunca lo fueron. Se la trae floja la pobreza en el mundo, el futuro del planeta Tierra o la extinción de los animales o cualquier otra cosa. De verdad que les importa una mierda. Al <<pueblo>> le gusta la gasolina barata. Al <<pueblo>> le gusta ir de rebajas después de Navidad o del día de Acción de Gracias. Y si viene el fascismo también estarán contentos con eso, siempre y cuando el precio de la gasolina no sea demasiado alto y Comcast tenga el canal de la liga de fútbol americano las veinticuatro horas del día.
          Ése es el holograma americano. El espejismo dentro del cual vivimos, la ilusión que nos mantiene unidos y que hace que nos parezcamos como clones, aunque se insista en que cada uno de nosotros es único. Y seguirá vigente hasta que toda la mierda nos caiga encima y nos llegue hasta el cuello. La gente trabajadora no niega la realidad: ellos la crean desde lo más profundo de su ignorancia, mientras la presunta izquierda reflexiona y se pregunta por qué no puede obtener ninguna influencia política sobre esas almas. Para esta gente la realidad es el fútbol americano, las carreras NASCAR y una república sin matrimonios homosexuales y con armas de fuego que no tengan el seguro puesto. Ésa es la realidad por la que votan: una república armada y con principios éticos. Y ésa es la realidad que tenemos, mientras nos quedamos de brazos cruzados y vemos cómo a nuestros ciudadanos les extirpan la humanidad a golpes, dejando que los exploten y los cultiven como si fuera una cosecha humana con fines de lucro.





www. floraborsi. com





Fotografías de Flora Borsi.
Título y texto, extraído de "Crónicas de la América profunda", de Joe Bageant.




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