sábado, 1 de marzo de 2014

"La trampa afgana"






BLOg DE NOTAS





Muhammed Muheisen
Jerusalén, 1981



Foto de Nathalie Bardou.



    












"La trampa afgana"







 El hombre que dirigió la CIA de 1981 a 1987, William J. Casey, un multimillonario septuagenario, católico de misa diaria, pensaba que la Iglesia católica y el islam eran aliados naturales contra el comunismo ateo, lo que explica que no solo diese apoyo a las organizaciones islamistas radicales, sino que hiciese imprimir miles de ejemplares del Corán en lengua uzbeca para distribuirlos en Afganistán. Y estaba además entusiasmado por la oportunidad de alentar una guerra en la que los rusos iban a aparecer como <<los malos>>: "Esta es la belleza de la operación de Afganistán, diría. De ordinario parece como que son los americanos los malos que atacan a los nativos. Afganistán es precisamente lo contrario." Casey favoreció en Afganistán la práctica del terrorismo más brutal, fomentando el uso por los mujahidines de los coches bomba, dirigidos en buena medida contra los profesores de la universidad y contra los medios de comunicación de la izquierda laica, con los que destrozaron Kabul.











     Gracias a estos recursos se pudo potenciar la guerrilla con voluntarios musulmanes venidos de otros países, que eran reclutados sobre todo en un norte de África en crisis por miembros del movimiento religioso Tabligh y entrenados por funcionarios de ISI, con asesores de la CIA, en campamentos organizados primero en los Estados Unidos (en Virginia) y después en el propio Afganistán. Se calcula que unos 35.000 musulmanes venidos de otros países fueron entrenados en estos campamentos entre 1982 y 1992. Así se creó la infraestructura que años más tarde serviría para alimentar el terrorismo en el mundo entero.















     Una vez dueños de Kabul, los talibanes... expulsaban de la universidad a ocho mil muchachas y dejaban sin trabajo a millares de maestras, en el inicio de una política de fundamentalismo sustentada en un régimen de terror. La más estrictas normas de vida se imponían al conjunto de la población en un intento de "vivir como vivía el Profeta hace 1.400 años": se prohibía la música, el baile, el tabaco, cantar, ver la televisión, incluso el dentífrico estaba prohibido, puesto que debía reemplazarse por la raíces que usaba Mahoma; se prohibían los cortes de pelo al estilo occidental, las mujeres debían vestir una burka completa...










Fotografías de Muhammed Muheisen (Associated Press).
Título y texto, extraído de "Por el bien del imperio", de Josep Fontana.




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