miércoles, 15 de julio de 2020

"5 imágenes sin par"






OPINION.es











“5 imágenes sin par”





          Que los árboles no dejen ver el bosque es lo mas habitual, así la actualidad no permite apreciar lo histórico y el maremagnum de la imágenes que producimos globalmente hoy en día nos veta la iconología que como legado ha de perdurar. Por otro lado es paradójico que tal cúmulo de producción gráfica sea tan parca en excelencia, tal vez sea porque pareciendo tan sencillo el arte fotográfico en el fondo sea uno de los más difíciles de desarrollo, tal vez porque los tiempos cambiaron y la realidad otra, difícil de ver. Hoy la mayoría de las personas llevan consigo una cámara instantánea en el móvil, y a pesar de que las nuevas generaciones poseen un control sobre la técnica sin precedente en sus antecesores eso no conlleva una correspondencia en el desciframiento etimológico de sus usuarios, la transición de un medio eminentemente profesional a uno de soberbios amateurs ha supuesto un progreso cuantitativo pero no necesariamente cualitativo, éste depende más de unos medios humanistas que técnicos simplemente. Éstos son algunos de los motivos para que resulte tan extraño encontrar iconos en unos medios cada vez más inmensos y dispersos que, sin embargo las dificultades de producción y difusión, durante la era analógica sí dieron. Aquella fue la época de los grandes conflictos, y los especialistas gráficos dieron testimonio excelso de tales miserias bélicas, fue la gran época de la fotografía “real”, se descubría el fluido mundo o al menos éste mirado a través de una lente de una cámara compacta, y en él habitaban además nuestras guerras, mientras el siglo XXI es la época del colapso, y con él surgen el desconcierto, la crisis, la decadencia del sistema y la desorientación social e intelectual, y así nos hemos quedado sin imágenes que nos representen frente a la devoradora y omnívora cultura líquida neoliberal. Así mientras en la vieja Europa durante toda su historia la plebe ha acudido al foro, a las plazas, a los bares, donde compartía las ideas, en la neo-América, léase USA, toda la aspiración es pasarse por el auto-McDonals a devorarlas. Es cambio de época y los poderes supranacionales, que no gobiernos democráticos, imponen sus modos y maneras, su ley, mientras la opinión y el voto ciudadano solamente cumplen la función de crear la ilusión de una democracia ya inerte, así You-Tube o Facebook censuran pezones en la red mientras sirven de portavoces a grupos ultra fascistas y sus ciber-programas responden a las denuncias por incitación al odio con un escueto mensaje de comprensión a tu ofendida personalidad. Quizá en las próxima elecciones se nos proponga votar a logaritmos más eficaces que los actuales representantes comprobadamente tan ineptos. Nunca antes hubo en la humanidad una generación tan formada y tan incapaz, tal vez sea éste uno de los motivos por lo que hasta ayer conceptuaba a los adultos como niños jugando a ser adultos con caros juguetes, pero ahora les vea como niños vestidos o disfrazados de adultos enredados en juegos de niños. 





Therese Frare



          Y aunque los últimos cercanos tiempos estén suponiendo un revés en los países occidentales a los anales democratizados y sociales sin embargo también hemos de reconocer que venimos de atravesar una excepcionalidad histórica. El “estado del bienestar” no era tan sólo una conquista económica, conllevaba consigo multitud de asimilaciones convivencionales para los diversos sectores sociales. Uno de ellos fue la visivilización y acceso a derechos en el colectivo gay. Cada conquista comienza con un paso y aunque todos los del camino son igualmente necesarios hay siempre un punto de inflexión que focaliza el conjunto de la lucha y consigue la trascendencia diluida en la totalidad. Y eso fue la aparición de la fotografía de Therese Frare en la campaña publicitaria de BENETTON de principios de los años noventa del pasado siglo, donde se muestra la agonía de David Kirby arropado por su familia, afectado por la plaga del SIDA que por aquel entonces atemorizaba a toda la sociedad a la par que estigmatizaba y discriminaba aún más a dicho colectivo. Fueron los propios familiares quienes pidieron a Therese, quien llevaba tiempo realizando el reportaje de su proyecto escolar, que estuviese presente en aquellos últimos momentos, al igual que permitieron la difusión publicitaria a través de aquella multinacional textil con nobilísima intención de dar presencia al alto coste de la invisibilidad de aquella cruel enfermedad. Servida la controversia a la hipócrita sociedad las posturas encontradas chocaron entre polémicas éticas, científicas, religiosas o mediáticas, pero demostró vívidamente que cerrar los ojos a los problemas siempre trae consecuencias negativas y que afortunadamente para las minorías ninguneadas estaremos siempre condenados a ponernos de acuerdo para convivir. Lo que desequilibró la balanza esta vez en favor de la razón fue la fortísima connotación teológica de aquella fotografía, en un acaso afortunado y excepcional, gracias al extremo parecido de David agónico con la imagen que guardamos del Cristo judío de media humanidad, junto a su Sagrada Familia contemporánea, construida a través de la tiranía iconológica del arte occidental católico. Nunca sabemos dónde la historia va a desvelar uno de esos extraños giros que todo lo trastocan con su conmoción, y aunque la joven estudiante de periodismo Theresa llevaba tiempo acompañando a aquellos seres en tan luctuoso trance, y en un principio quiso permanecer discreta en aquél último momento, para la familia Kirby por encima del dolor primó el afán de conservar el recuerdo y le permitió presenciar el último aliento de David, y atónita además servir a la “mano de dios” para como operadora plasmar para la eternidad la extinción de una vida por una causa, tal como la de aquel otro redentor. Para un fotógrafo hay poca elección, ha de estar ahí, y luego decidir entre felicidad u horror, por eso la fotografía es la más triste de todas las artes al elegir sus iconos entre las penurias del ser humano y no sus felicidades. Pocos momentos realmente únicos podemos vivir, mucho menos compartir.




Rocco Morabito


          Extrañeza, es la primera lectura que arroja la fotografía de Rocco Morabito. Que la fotografía documenta no es cuestionable, pero que sea evidente no es ídem, a pesar de su realista capacidad es incapaz de certificar per se. De hecho su uso perverso es también su reverso, la mentira. Y el dicho que “una imagen vale más que mil palabras” lo corrobora, puesto que lo único que nos provoca cualquiera de ellas son las múltiples lectura posibles y, al igual que toda realidad, interpretables, pues las fotografías no revelan la verdad como tampoco dicen mentiras, por contra sugieren, a veces aciertan y otras difieren. Y sin embargo lo que es incapaz de decir esta imagen de Rocco es lo que la hace extraordinaria, mientras que gracias a su pie de foto “El beso de la vida”, que le adjuntó el editor del Jacksonville Journal”, es significativamente esclarecedora de su correcta textualidad. En fotografía se agrava aquella arrogancia que nos da el saber leer y creer que es lo mismo que comprender, y así el uso y abuso que de la imagen ha hecho biblia esta sociedad no se ha visto correspondido con su justa apreciación, y seguimos siendo unos analfabetos visuales. El exceso, la sobresaturación, la rapidez y la futilidad de éstas son algunos de los motivos que revierten sobre nuestro supuesto acertado reconocimiento de una imagen, pero no debemos olvidar además los estereotipos culturales adquiridos. La publicidad iconológica Marlboro Man de la famosa marca de cigarrillos escondía subrepticiamente un estilo más apropiado a la libre elección sexual del hombre de aquella época que al público supuestamente monógamo a quien iba dirigido inicialmente, de hecho las insinuaciones gays nada sutiles del vestuario del grupo musical Village People recogían ésta y otras indumentarias para incluirlas en sus reivindicaciones. Por eso la rápida lectura de esta fotografía de Rocco de dos obreros besándose y contextualizada en aquella época refiere más a un proceso de lucha social que al de una crónica de suceso. Sin embargo lo cierto es que R.G. Champion, aprendiz de instalador de líneas eléctrica, había entrado en contacto accidentalmente con 4160 voltios lo que le había producido un fallo cardíaco y su desvanecimiento, y gracias a la rápida intervención de su compañero J.D. Thompson mientras colgaba aún del poste sujeto por su arnés de seguridad salvó la vida. Lo que realmente vemos por encima de la ambigüedad de la imagen y libre de connotaciones es la maniobra de reanimación de un trabajador en favor de su compañero en condiciones extremas, lo que quedó plasmado es el hecho excepcional, instintivo y no menos altruista de la solidaridad humana, tan raro de ver y del que tan falto está la humanidad.




Robert Wiles


          Contamos en los anales de la historia de la fotografía, durante su época Victoriana, con la categoría de fotografía post-morten, fúnebre, el oficio de retratista de difuntos. Lo que en vida no se llegó a concretar por falta de oportunidad o medios, resultaba un recurso postrero de homenaje para con el fallecido. Era trasvasar la preservación del recuerdo a aquel novedoso medio fotoquímico recién nacido, lo que de alguna manera popularizaba la elitista ancestral momificación, costumbre tan enraizada a través de sociedades y tiempos que hasta las laicas ideologías usaron de ellas en líderes modernos como Lenin o Mao. Esta tendencia por lo grotesco pervive contemporáneamente en el turismo bizarro hacia los escenarios luctuosos como Chernobyl, o tras personajes controvertidos como el narco colombiano Pablo Escobar. Ambos procedimientos, la fotografía y la momificación, persiguen el mismo fin, la perpetuación de alguna otra manera de la vida, un ansia de eternidad, y sin embargo su uso combinado, aquel ancestral oficio de fotógrafo fúnebre, cayó en desuso frente a la entusiasta jovialidad de la instantánea fluidez de la vida misma. El tardío testigo de aquella fascinación y atracción por lo grotesco es eventualmente recogido por algún artista contemporáneo, como es el caso de Andrés Serrano cuando introdujo su cámara en la morgue para explorar algunos de los diversos modos ahora ocultos de morir, con su fría y recompuesta actual forma de representación de un pálido todo color. O aquella otra manera de verlo desde la plataforma sonora que tuvo Javier Krahe, quien prefería para su propio deceso la hoguera frente al garrote vil, el fusil o la crucifixión, y donde la ironía no ocultaba el absurdo. Pareciera que todas las épocas pretéritas fueran épocas menos asépticas que la presente. Lo cierto es que hasta ayer la humanidad convivía con ideologías enfrentadas, con conflictos bélicos en la propia puerta de casa, o con el frío apocalípsis nuclear preanunciado desde el púlpito mediático, y la sociedad consideraba connatural el mantra “vive deprisa, muere joven, deja un bello cadáver”. Así la mitología desalojaba de sus cielos a las náyades clásicas para dejar lugar a los nuevos héroes del Parnaso: una bala acababa con la vida del Che en la selva revolucionaria boliviana, Janis Joplin, Jimmy Hendrix y Jim Morrison morían cabalgando un caballo psicodélico, James Dean conduciendo hacia el éxito, y Marylin y Elvis Presley ahogados en barbitúricos de aquél, y todos migraron desde aquella efímera juventud al mito eterno en un tris. Eran tiempos en que las estrellas se apagaban pronto, eran tiempos distópicos en presente, Huxley y Orwell fueron los cronistas de esotra manera de ver las cosas que pasaban en un mundo de tiempos difíciles, donde cada uno tan sólo era libre para elegir su propia manera de naufragar.
          Lo más terrible de la fotografía de Robert Wiles es la belleza estremecedora que desprende. La joven, Evelyn McHale de 23 años que había saltado desde el mirador del piso 86 del Empire State apenas horas después de haberse prometido con su novio, yace arropada en el frío colchón de metal del techo de un automóvil donde conserva en su rostro maquillado un gesto de comedimiento y sus manos aún enguantadas serenas acariciando el collar, y tan sólo nos perturba mínimamente el desarreglo de las medias o que en su elegancia carezca de calzado, lo que nos provoca la impúdica ansia de alisarle la falda. No es la imagen tenebrosa que prefiguramos en tales luctuosos trances, ni su estado ni su estilo. Convivimos con la consensuada mentira del secreto para un éxito asegurado a través de cánones de belleza, riqueza o/y juventud, y por contra no nos está permitido la debilidad pues la felicidad resulta obligación mientras la acedia, la tristeza del alma, es pecado capital. No tan sólo esta foto es excepcional porque el tema sea un tema tabú, o que no lo fuera en aquella época de excesos psicodélicos, ni tan siquiera porque la revista LIFE la utilizase en portada, es sobre todo excelsa porque nos revela sosiego, el que la arropa a ella tras su muerte, en contra del prejuicio mayoritario que nos lleva a ocultar la parca tras la cortina de la invisibilidad, o de su timorata censura oral. 




Rubén Digilio


          Los que hemos vivido este último cambio de milenio hemos asistido al triunfo del capitalismo, éste ha arrasado con todo: con el comunismo, con dictaduras de todo pelaje, con repúblicas bananera, y hasta con la débil e incierta democracia. Su omnímodo poder ha fagocitado todo distinto ideal que se le interpusiera en el camino, aunque en pos de modernidad luzca ahora un terno autodenominado neoliberalismo. Para ello ha utilizado todas la armas a su alcance, las físicas, las frías, o más sutiles como pudiera ser el soborno a una plebe siempre mas dispuesta al lucro personal que a la solidaridad comunal. De hecho la historia siempre ha sido una constante lid entre los ricos contra los pobres donde el triunfo se decanta constantemente a cartas marcadas, por eso los poderes de facto pronto aprendieron que se gobernaba mejor desde la sombra y organizaron que unos mercenarios mediocres hicieran de actores dirigentes para una sociedad mediocre, y eso es la democracia al fin, el triunfo de todas las capas de mediocridad. Y aunque el discurso diga lo contrario, tampoco debemos olvidar que las conquistas sociales son un debe que tenemos con las iniciativas de las clases y colectivos desfavorecidos frente a la aristocracia, el clero o una burguesía cada vez más atrincherada en un liberalismo económico, así cuando hoy la plebe “despertamos” al actual desafuero consumista y demandamos más compromiso ecológico nos asombra comprobar con cuánto descaro nos colectivizan los costes o perjuicios causados mientras los beneficios siguen siendo privatizados constantemente. La razón de la política no es la política de la razón. No es nuevo la insolencia que utilizan los poderosos frente a sus incapacidades para descargar responsabilidades en el pueblo, lo que resulta novedoso es que la clase política haya aprendido que el coste de la mentira mediática es nulo, y hasta llega a hacer de ella un estilo peculiar y particular.
          El fotógrafo es un ser que ve lo que otros no ven, y aunque su materia sea la luz, no por ello los prosistas del medio, que son los documentalistas, estigmatizan la magia que producen las sombras del mundo visto a través de un objetivo. Rubén Digilio fotografió para el diario argentino “Clarín” al candidato Maurici Macri en la campaña electoral de 2015 y, a la vez para todos nosotros, una nueva visión neoliberal del cuento de Pinocho, donde éste como ganancia a sus mentiras se convierte en un héroe popular admirado y símbolo de devoción. Tristemente aún más revelador es que posteriormente Macri fuera presidente de la nación como mal menor o ineludiblemente. Cuando no nos basta la evidencia únicamente nos caben su consecuencias. Inmersos ahora en la lucha por la salvación del planeta lo cierto es que a éste la da igual, nosotros sólo somos actores secundarios, figurantes simplemente en la historia universal, gladiadores de un lugar de ambiciones y egotismos, en un sitio de un paso, el acaso casual, el rincón sin importancia de un infinito indiferente, la mentira de un poder omnisciente.




David Slater


          Por una minúscula azarosa combinación química-biológica (causal-casual) el ser humano ha llegado hasta su actual estado, dejando por el camino un balance de las excelsas maravillas de hecho y pensamiento, a la par que se ha esforzado pertinazmente en demostrar su infinita estupidez por destruirlo todo. Lástima que la mayoría de sus conquistas hayan sido la obra de tiranos sin escrúpulos y a costa de la sangre ajena, pero por alguna extraña combinación existe un consenso generalizado en su adulación y simulación. Estamos hechos de nobles intenciones, aunque en algún postrero lugar nos pervierten los hábitos. Aun así hemos de reconocer la singularidad y excepcionalidad de la raza humana, sobre todo frente al resto de los otros seres, sin menoscabo de la extraordinariedad de todos y cada uno de ellos. Cada día un poco más los científicos logran armar el puzzle de aquel mapa cronológico del genoma evolutivo que nos transformó de micos en racionales, lo que empezó con la oposición del pulgar, la transmutación de la laringe y el crecimiento cerebral, y acabará supuestamente en una especie de micosis de atrofia robótica. Sin entrar en estas inciertas especulaciones futuras, tal vez el hombre ha sentido siempre un prurito halo de soledad y cuando mira a su alrededor no ha podido abstraerse de considerar a los simios como hermanos, más que ancestros, lo que erróneamente les hace adjudicarles propiedades meritorias de películas de Hollywood, pero no tanto reales. El alma humana esconde recovecos de desamparo que siendo equívocos protectores nos confunden. La moda proteccionista animal que recorre hoy el mundo urbanita y eminentemente artificial se olvida que lo natural es realmente salvaje, que los perros que nos acompaña como guardas desde épocas primitivas y hoy cumplen como mascotas no encubren tras de sí sentimientos sino sentidos, pura fisiología, ya que la abstracción es una capacidad consustancial del homínido por invención del cerebro evolucionado, y ajeno por tanto al resto de animales. Cuando David Slater tomaba imágenes en la selva de la isla de Sulawesi, en Indonesia, lo hacía siguiendo unos hábitos adquiridos por el aprendizaje propios a la técnica fotográfica, con conciencia y alevosía, mientras que el macaco Naruto al repetir los gestos que anteriormente había observado lo que hizo tan sólo fue seguir su instinto de conservación mímica, una repetición del gesto del asir evolucionado que durante toda su existencia le ha procurado sustento y en este caso perplejidad únicamente. Cierto que tomó una instantánea de sí mismo, pero involuntariamente, sin intención, ni conciencia en el acto, similar a como aquellos hombres de tribus prehistóricas que jamás antes habían visto una fotografía eran después incapaces de reconocerse en ellas o creían que su alma había sido robada. La posterior polémica destapada por el grupo de defensa de los animales PETA en torno a su derecho al copyright es un esperpento racional, aunque irracional, es como decir que las cataratas Victoria las descubrieron unos elefantes, aunque de hecho antes de que llegara Livingstone ya estaban allí, de lo que se trata sencillamente es de la consensuación social de la congruencia de lo incongruente. La maravilla que hizo Naruto inconscientemente, y que después han repetido infinitamente numerosos micos cada vez que un turista les pone al alcance de sus manos una cámara, fue mostrar al mundo por vez primera nuestro ambicioso hedonismo y vanidad en esta frívola moda global que nos recorre de selfies, además de insinuarnos ese cambio de perspectiva que nos haría vernos a nosotros mismos como él, como animales jugando a Narcisos sin remedio.



          Lo que poseen estas cinco imágenes de común es que todas ellas rasgan la piel de la hipocresía que nos envuelve como sociedad y como individuos, dan luz a realidades veladas por convencionalismos pacatos y conservadores, y lo hacen de manera descarnada y aunque sutil, evidente, por encima de ideologías, por mor del simple ataque al sentimiento y con él al sentido común. Nos enfrentan a la vida y a la muerte, a la esperanza y a la par a la desesperanza, nos ponen cara a cara con esas cosas que forman parten del acontecer pero habitualmente negadas por incómodas: la mentira, la vanidad, el amor, la vida, y la muerte. Porque tratándose del vivir se abarca mucho más que el solo acomodo, además existe aquello tabú y el cerrar fuertemente los párpados del egoísmo no nos libera de ello, porque siempre en nuestra parcialista percepción de la realidad podremos acomodarnos una moral, pero nunca construir “la” moral.



Texto de enriqueponce 2019-20




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