Aleksandr Mijáilovich Ródchenko
San Petersburgo, Rusia. 1891-1956
Fotografía bajada de la red. |
El arte también es ese movimiento que exalta y niega
al mismo tiempo. "Ningún artista tolera lo real", dice Nietzsche. Es cierto; pero ningún artista puede prescindir de lo
real. La creación es exigencia de unidad y rechazo del mundo. Pero rechaza al mundo a causa de lo que le falta y en
nombre de lo que es a veces. La rebelión se deja observar
aquí fuera de la historia, en estado puro, en su complicación primitiva. Por lo tanto, el arte nos deberá ofrecer una
última perspectiva con respecto al contenido de la rebelión.
Se observará, no obstante, la hostilidad al arte que han
mostrado todos los reformadores revolucionarios. Platón se
muestra todavía moderado. No trata sino de la función
mentirosa del lenguaje y no destierra de su república sino
a los poetas. En cuanto a lo demás, pone a la belleza por
encima del mundo. Pero el movimiento revolucionario de
los tiempos modernos coincide con un proceso del arte que
no ha terminado todavía. La reforma elige la moral y destierra a la belleza. Rousseau denuncia en el arte una corrupción agregada por la sociedad a la naturaleza. Saint.Just
echa pestes contra los espectáculos y en el hermoso programa que prepara para la "Fiesta de la Razón" quiere
que la Razón sea personificada por una persona "virtuosa
más bien que bella". La Revolución Francesa no crea artista alguno, sino sólo un gran periodista, Desmoulins, y
un escritor clandestino, Sade. Al único poeta de su época
lo guillotina. El único gran prosista se destierra en Londres y aboga en favor del cristianismo y la legitimidad. Un poco
más tarde los saintsimonianos exigirán un arte "socialmente útil". "El arte para el progreso" es un lugar común que
circula durante todo el siglo y que Hugo repite sin conseguir hacerlo convincente. Solamente Vallés aporta a la maldición del arte un tono de imprecación que lo autentica.
Este tono es también el de los nihilistas rusos. Pisarev proclama la decadencia de los valores estéticos en beneficio de los valores pragmáticos. "Preferirla ser un zapatero ruso que un Rafael ruso". Un par de botas es para él más
útil que Shakespeare. El nihilista Nekrasov, poeta grande y doloroso, afirma, sin embargo, que prefiere un trozo de
queso a todo Pushkin. Es conocida finalmente la excomunión del arte pronunciada por Tolstoi. La Rusia revolucionaria termina dando la espalda a los mármoles de Venus y Apolo, todavía dorados por el sol de Italia, que Pedro el Grande habla hecho llevar a su jardín de verano de San
Petersburgo. A veces la miseria se aparta de las dolorosas imágenes de la dicha.
La ideología alemana no es menos severa en sus acusaciones. Según los intérpretes revolucionarios de la Fenomenología, no habrá arte en la sociedad reconciliada. La
belleza será vivida, no imaginada. Lo real, enteramente racional, apaciguará por sí solo todas las sedes. La crítica
de la conciencia formal y de los valores de evasión se extiende naturalmente al arte. El arte es determinado por su época, y expresa, como dirá Marx, los valores privilegiados
de la clase dominante. No hay, por lo tanto, más que un
solo arte revolucionario, que es, justamente el arte puesto
al servicio de la revolución. Por lo demás el crear la belleza fuera de la historia del arte contraría el único esfuerzo
racional: la transformación de la historia misma en belleza
absoluta. El zapatero ruso, desde el momento en que tiene
conciencia de su papel revolucionario, es el verdadero creador de la belleza definitiva. Rafael no creó sino una belleza
pasajera que no podrá comprender el hombre nuevo.
Marx se pregunta, es cierto, cómo la belleza griega puede
ser todavía bella para nosotros. Responde que esta belleza
expresa la infancia ingenua de un mundo, y que nosotros
tenemos, en medio de nuestras luchas de adultos la nostalgia de esa infancia. ¿Pero cómo pueden ser todavía bellas para nosotros las obras maestras del Renacimiento italiano, Rembrandt y el arte chino? ¡Qué importa! El proceso deÍ arte se ha iniciado definitivamente y continúa al presente
con la complicidad embarazosa de artistas e intelectuales dedicados a calumniar a su arte y su inteligencia. Se advertirá, en efecto, que en esta lucha entre Shakespeare y el zapatero no es el zapatero quien maldice a Shakespeare o
a la belleza, sino, por el contrario, quien sigue leyendo a
Shakespeare y no prefiere hacer las botas, que nunca podrá
hacer, por lo demás. Los artistas de nuestra época se parecen
a los caballeros arrepentidos de Rusia del siglo XlX; su mala
conciencia constituye su excusa. Pero lo último que un
artista puede sentir ante su arte es el arrepentimiento. Es sobrepasar la humildad sencilla y necesaria pretender que
se deje también la belleza para el final de los tiempos y,
entre tanto, se prive a todo el mundo, inclusive al zapatero,
de ese pan suplementario de que uno mismo se ha aprovechado.
Texto, extraído de"El hombre rebelde", de Albert Camus.
Fotografías de Aleksandr Ródchenko.
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