domingo, 25 de agosto de 2024

lunes, 5 de agosto de 2024

"el arte de comerse una tortilla"

OPINION.es




el arte de comerse una tortilla





“Que sais-je?”

M. Montaigne





         Andrea Carilla es una fotógrafa, videógrafa y creativa catalana, una selección de su proyecto “Recógete el pelo” puede visualizarse en la sección Portafolio de la revista EXIT donde se glosa que tal es “una mirada crítica hacia la construcción erotizada, romantizada, exorcizada y patriarcal del cabello, la feminidad y los cánones de belleza normativos”. Jules Spinatsch, un artista suizo, también cuenta con la observancia de la citada publicación en otro número y en otrora sección, Opera prima, en ella muestra un trabajo que define de la siguiente manera: “En el breve lapso de segundos que duraba la parada en un semáforo en rojo, fotografiaba a los conductores contiguos al mío. No esperé a que ocurriera nada en particular. Más bien, me centraba en las miradas y expresiones de los conductores, a menudo ausentes, concentrados en algo fuera del encuadre”. Ambos son sólo una muestra de lo habitual, no la excepción, si no lo banal que resulta deambular por entre los creadores contemporáneos, sus exégetas, sus elitistas reductos y sus insulsa-ses propuestas, que no obras. 

          Siglos de historia no han dilucidado aún de qué hablamos cuando hablamos de Arte, pero lo extraordinario de los últimos cercanos tiempos es que resulta más fácil su clasificación por lo que no es que por lo que se postura e imposta a lo que resulte ser. Lástima de tantos intereses creados a su alrededor, su consecuente tergiversación, manipulación y consecuente degradación. Ahora no extraña pues contemplar en ese pseudo-panfleto informativo que es la red de noticias vertidas desde medios supuestamente contrastados, como el noticiero NoComment, el evento de una exposición creada en pos de ese estatuto con los ladrillos lúdico infantiles LEGO, y promocionarla sin pudor desde una comparativa obscena: “Cuando Miguel Ángel comenzó a destrozar el mármol para crear su David, nunca podría haber imaginado que medio siglo después, otro artista estaría siguiendo sus pasos: sólo (sic) esta vez, en Lego”. En una cosa tiene razón, no creo que Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni imaginase tal despropósito, dejémosle descansar allá en su ingenuidad.





          Un genio con aspecto de chatarrero” fue la descripción que hizo de Antonín Dvorák un crítico contemporáneo suyo, puesto que compuso su 4ª Sinfonía (u 8ª, según) en Sol-M, tonalidad despreciada y depreciada por la culta élite musical de entonces por el motivo discriminatorio de alegre y populista. No es ni la primera ni la última vez que un autor se enfrenta a los dogmas y el academicismo, puesto que la cultura supone un reflejo de los estatutos de la sociedad a quien se esfuerza por representar resulta pues convencional que sus próceres procedan del arrogante y formativo harén de los diplomados y birreteados por la estructura erigida en su más excelso honor. Más allá del anecdotario que se repite al citar a V. Van Gogh y la total irrelevancia para con sus contemporáneos, conocidos son también los iniciales suspicacias al particular estilo paisajista de J.M.W. Turner desde el propio seno de la Royal Academy of Art de Londres -ejemplos anecdóticos puesto que cada artista es un revolucionario-, o la más encarnizada oposición que se enarboló a la Vanguardias (Avant-Garde) en el París del inicio del siglo XX por el que toda la cultura -la pintura, la literatura, el pensamiento, la escena…- se puso en entredicho formal y conceptualmente. Férrea batalla que aún colea y cuestiona el estatus adquirido desde aquel entonces, regusto amargo de un “todo vale” incierto, inestable e incestuoso, y eterna lid que enfrenta en desigual campo de batalla a creadores, críticos, mecenas y público en un interminable debate técnico, estético y filosófico. 

          Pero… un poema… un cuadro… el arte…. y ¿quién demonios sabe lo que son?. Por eso mismo SON, un POEMA, un CUADRO, ARTE. Quien tenga la respuesta es un farsante, quien niegue que su esencia es el camino, miente, quien no sepa apreciar que se hacen grandes, inmensos e incuestionables cuando no necesiten interpretación, resulta un fraude, quien carezca de la lucidez, sensibilidad y humildad para no reconocer que un simple gesto, voz, hecho, es capaz de alterar lo inalterable, es inmerecido del aire que le ha sido dado para respirar. Jorge Méndez Blake lo supo ver, y además metaforizar, en la minimalista escenografía “El impacto de un libro" ( o “El castillo”, inicialmente). Se trata de una puesta en escena directa, sobria, y con aires de contemporaneidad -ladrillos también, estándares, de uso común, y un solo libro además-, lo que inicialmente pudiera restarle relevancia u oportunidad embebida en el banalismo de las propuestas fáciles y vacuas, pero es a través de este mismo formalismo que su mensaje se revela contundente, simple y total, eficaz. La causalidad casual también es Arte.







          Pero no equivoquemos la dirección, hoy día los artistas salen de las academias como los obreros de las fábricas, saben colocar un ladrillo sobre otro, amalgaman con el mortero de las palabras el muro de la razón, construyen una propuesta como un ingeniero daría forma a un puente, aunque al otro lado no les espere más que el vacío. Resulta relativamente fácil imaginar edificios singulares por su expresión estética, tal vez resulte harto más complejo equilibrar las fuerzas a base de matemáticas, pero todo se aprende si se cuenta con una formación cualificada, pero ello es todo técnica, estructura de los materiales o de la masa gris del hombre moderno, más impresionado por el progreso y el crematístico logro megalítico que por aquella otrora parte humanista, inasible e inexplicable que es lo que nos hace particulares, como especie, como seres, como esencia. Y ello no contiene álgebra alguna reducible a libros de ciencia. Se asemeja más bien a esas insignificantes hojas de “El Castillo” -de F.Kafka- capaz de distorsionar a ese orden en el prosaico muro de la razón -en él el orden si invierte el proceso: el Arte ha de despertar los sentimiento y la racionalidad, pero no proceder desde ellos, sino desde otro más allá-.

          Lo que realmente desazona es haber dedicado toda la vida al disfrute epicúreo de un medio y arribado al ocaso del sendero encontrar que la tergiversación del mismo se hizo norma. Procediendo desde un forma aristocrática de uso y entendimiento del mismo, la colectiva culturización, su democratización, no ha aportado nada más que degradación, y confusión -¿interesada tal vez?-. La vida en sí misma es una obra de arte, o éste es para nos su sucedáneo aproximado, pero una piedra en sí misma no despierta esa sensación hasta que le damos forma y surge un David, excelso, inconmensurable, y cultural. Así la Fotografía es Arte -como huella de la vida, como fósil, como su resto o evidencia- pero pretender que de unas tomas de mi vecino de semáforo o el documento del pelo de mis vecinas salga una siquiera una propuesta artística es vanidad edípica, y no más. Cualquiera enarbola su bandera, cualquiera hoy día disfruta de un estatus alrededor de su órbita, todo el mundo a través de la propia apropiación de esta banal cultura pop se autoproclamada su propio deseo, su pública ansia, su mentira holística. Así como Facebook te hace sentir que tienes amigos, o Twitter que eres erudito en toda materia, Instagram pervierte al lego hasta creer en la propia artisticidad de unomismo. Infinitos de artistas visuales, creadores, a.multidisciplinar, a.plástico, visual-artist, o/y además a.ingeniero electrónico, musicales o “sostenibles”. Claro que el libertinaje de la red no exige ni título ni condición, está al amparo de la gratuidad particular, pero lo cuestionable es el reconocimiento de aquellas instituciones de prestigio que ayer pulían, daban lustre y esplendor al inásil mundo del Arte.


          La culpa que conlleva haber construido nuestra cultura bajo la visión etnocentrista del homo blanco-europeo y a través del expolio del colonialismo nos atenaza y persigue bajo formas éticas, humanistas y estáticas. Así la élite cultural del sistema, la que mueve los hilos, resbala permanentemente más en sus debilidades que en sus razones, se dejan llevar más por sus sentimientos, equivocadamente aquí puesto que son gestores y no meros receptores, que en un justo y reflexivo cuestionamiento. Que la todopoderosa Tape Modern reserve la Turbina Hall, magna joya de la corona, al artista-escultor ghanés El-Anatsui no sería noticia per-se puesto que lleva a cabo una obra acorde con los valores contemporáneos de la monumentalidad, la periferia y por supuesto el tan cacareado reciclaje, y en sí misma además de portadora de una cierta estética globalizada. Lo que resulta chirriante es la apología que la acompaña y justifica. La instalación “Luna Roja” está elaborada a partir de desechos, tapas y restos de botellas, plástico y metal, en una amalgama que va desde lo mínimo repudiable a un atractivo formal de un escultórico grandioso. Pero la prosopopeya que lo justifica está más encaminada al autobombo justificativo frente al poder económico-político que sustenta a esta institución que al verdadero valor de la obra, sea la crítica quien lo difunde o sease el propio artista que lo elabore. Ésta-e elabora un discurso sentimental al exponer que “cada material tiene sus propiedades, físicas e incluso espirituales” pero derrapa cuando cree que además “explora fuerzas elementales entrelazadas con historias humanas de poder, opresión, dispersión y supervivencia”. En ningún rincón de su instalación se esconde, ni se descubre, ni desvela ninguna “historia de encuentros y migraciones de bienes y personas durante la trata trasatlántica de esclavos”. Y si si tuviese que recalcar el justo valor de la presente resaltaría su aportación conceptual a la deriva escultórica en una “forma no fija” de la misma, su movilidad y volubilidad frente a la ancestral rigidez que ha venido vaciándose y pervirtiéndose desde aquella Vanguardias parisinas.

          Una vez más mirando el dedo cuando lo que se muestra es la luna.





         La Cultura es un acuerdo colectivo, y ciertamente el disenso que vivimos actualmente y que algunos llaman ya poshumanidad se ve reflejando en este canal artístico pervertido, y sin embargo en contra de distintas épocas el rechazo que suscita no es puntual frente a sus vanguardia ni paradójico frente a ciertos singularismos, es más popular, colectivo e incluso burlesco, procede además de aquel mismo público que acude a su llamada como otro tal parque Disney. Los número que hablan de su salud -asistencia de público o caudal de ventas- no es más que una distorsión de la burbuja mercantilista de la sociedad burguesa que todo lo rentabiliza, por un lado el circuito turístico que ha llevado como borregos a las masas a los museos, y por otras aquel excedente de capital del neoliberalismo que ha convertido al arte en especulación. Lo que sin embargo resulta paradójico es que ese reflejo soez, banal e intrascendente a pesar de sus mermadas cualidades sí supongan finalmente una fiel representación de su ínsula, dicha idiosincrasia es la plasmación acertada de su tiempo, igual que lo fueron la representación mitológica para los griegos, el humanismo en la sociedad romana o la religión en la oscura Europa medieval. Y la triple negación que vertimos sobre él no cumple más que la inútil función de cerrar los ojos a la presente realidad que lo produce, la diaria insatisfacción y loca huida hacia adelante que nos provoca un aumento del mismo desasosiego del que intentamos evitar, provocada por una sociedad donde no faltan los medios pero que carece de interés. 

          Nunca en la historia con más medios se realizó tan poco. Es característica contemporánea la confusión, de todo y de todos, pero especialmente de medios, el diseño se torna arte, la creatividad publicitaria se vende como arte, la cocina gourmet se exporta como arte, la moda se pasea por los museos como arte, y estos venden piezas de chocolate entre arte, y puzzles, y bolígrafos, y fulares, y t-shirts, y gorras de basket-ball…o ¡sardinas en aceite!!!. Pero lo que se ha hecho pasar por una democratización del medio resulta realmente su profunda banalización, una mercantilización de la forma externa de la cultura a la par que el rechazo más profundo de sus baluartes más sólidos. Pareciera que entre mayor número de todo, de obra, de acceso, de audiencia, menor el nivel, de todo. Por ello quizá me imaginé un texto, éste, sobre arte ilustrado por imágenes de la red -la cultura que se nos viene encima-, no del Arte -que es otra cosa-.

         En todas las historias de la humanidad la espiritualidad ha tenido una perenne presencia, con sus consecuentes corporaciones, sus iglesias. El credo, de todo y cualquier tipo, ha sido consustancial al ser humano, para acomodar y dar esperanza, o para evitar las preguntas amparados en la disciplina de la fe. Pero sus instituciones regidas y conformadas por una congregación no-divina no está exenta de pecado-s, es más, en su nombre se ha escrito la mayor parte de fuego y sangre de la historia. Aún así mentarla inadecuadamente es herejía penada con el más alto ostracismo, resultando el santa sanctórum de su sagradas creencias vitales hasta un ateo es capaz de comprender el grado de ofensa. Sin embargo aquel otro refugio al que se acoge aquel mismo incrédulo-ateo en su inútil afán de igual sosiego, ese lugar de posibilidad y esperanza que resulta el Arte para esotro tipo de creyente, esa teología de ansiar por comprender lo incomprensible, ese engaño que no engaña, es sin embargo vilipendiado, usado y maltratado sin miramiento por cualquiera que tenga zapatos, y lo degradan y lo banalizan y lo comercializan con el mismo impudor que aquellos judíos  exponían sus mercancías y fueran expulsados del templo por ignorantes. Lo más sensato será obviar este desafuero de la insensatez, puesto que ya ni es posible un debate ajustado a una crítica racional, pero la ausencia de traje en el Arte nos sitúa en este incómodo presente donde la estupidez viral, la denigración intelectual y la vulgaridad comunicacional de sus adláteres exigen que se alce alguna voz de denuncia de vez en cuando, puesto que sus acólitos necesitamos reservarnos nuestro derecho de fe, y/o sentirme ofendido frente a la prostitución perversa y continuada alivia levemente y me permite seguir pensando en un mañana.

           



          Porque, luego, más allá de imposiciones, la Cultura es además un hecho singular, toda esa amalgama de actos y hechos, de historia y memoria, de obras y pensamientos, no es más que lo que cada particular decida de ella. Me he pasado toda la vida tras ella, y ella sagaz ha corrido huidiza e inasible siempre delante mía, seductora e incómoda a la par, pero también enriquecedora y acomodaticia. Ha sido y es un largo e infinito proceso, un camino, el sendero elegido por este ingenuo y anónimo Prometeo, elaborado desde la tradición meditativa literaria y apoyado desde vértigo del imago de la sociología imperante -soy un diletantista-nihilista que adquirió la mayor parte de su corta cultura leyendo, tal vez a contracorriente, pero con sumo esfuerzo y dedicación, mientras afuera la vida transcurría [en cierta ocasión charlando alrededor de un rutinario café me recriminaron no conocer la popular saga fílmica The Terminator del archi-mega-reconocido A.Schwarzenegger, y frente al insistente requerimiento mi pequeña defensa consistió en que el uso de mi tiempo lo había perdido leyendo, a Dickens, Dostoievski, Camus, Galdós Goytisolo Shakespeare etc etc etc…], y finalmente rupturado por este alud digital que tanta vanidad conlleva -y que en el fondo resulta ser solo una piedra más, un eslabón otro del microscópico micromundo del “homo-ignorantus”-. Así confundir el debate con la capacidad de acudir a Google para ofrecer el dato concreto y correcto, es confundir la complejidad con insuficiencia, la prosa con la poesía, los datos con el poso, que son al fin nuestra propia cultura. Así la perversión no ha venido dada realmente por su accesibilidad, bien en sí mismo positivo, ni siquiera por su banalización, hecho posiblemente temporal, sino por la tesitura incómoda del quemado de naves frente a una selva de titulares escuetos, carencia de debates de calado, proscenios distorsionados y/o excesos de los vacuos vellocinios. Quizá, tal vez, el bosque más que nunca nos está impidiendo ver al árbol, ese tormenta-oleaje de móviles disparando en los museos sobre lo que simplemente debiéramos contemplar-disfrutar nos está vedando la esencia, nos hallamos cerca, rozamos con la yema de nuestros dedos digitales la realidad, aunque veamos tan solo su apariencia, porque como nos recuerda O.Wilde “la terrible razón es que acaso no haya realidad en las cosas, excepto su apariencia”.




Fotografía: Giannis Angelakis.




          De hecho me decanto más por leer que por escribir, allá las ideas se acomoda mientras que acá se desajustan, y por ello es por lo que prefiero que el epílogo de todo este mal hilvanado excurso corra a cargo de alguien realmente erudito -César Antonio Molina- en una referencia al genio más ingente de la palabra, M. de Cervantes Saavedra: […] “¿Volver a la realidad desde la imaginación, volver al infierno de la vida desde el paraíso de los encantamientos? La vida es la tempestad de nuestros sueños, y el no soñar es desesperanza. El tesoro que encuentra Don Quijote dentro de la cueva de Montesinos es el propio útero del sueño. Lucrecio dice que la esperanza es una locura. Ni los dioses, ni la muerte, ni la locura mantienen sus promesas. Nada hay que esperar en absoluto. Pero, también, nada que temer. En efecto, una cosa supone la otra: el que espera teme ser decepcionado; el que teme espera ser tranquilizado, Don Quijote bajó al fondo del abismo para perderse en el laberinto de su imaginación. Las alas de los pájaros a los que espantó eran las alas de su pensamientos. Don Quijote no baja al fondo del abismo para hallar la verdad, sino con intención de renovar el deseo de lo inalcanzable: cuanto más imposible le parece el objeto de sus inquietudes (Dulcinea), más también le parece superior a todo lo demás. ¿Qué es la verdad? Si existe y podemos conocerla carece de valor, y resulta tan indiferente como todo el resto. Don Quijote no busca la verdad; solo busca el ensueño que a la razón engaña. Y este es el deseo, y éste el laberinto de vivir. <<Vueltas y más vueltas; el deseo consiste en el esfuerzo de vivir>>, nos dice Spinoza. Si la vida y la existencia fueran un estado satisfactorio, todos nos sumiríamos a regañadientes en la inconsciencia del sueño y lo abandonaríamos con agrado. Pero, como comenta Schopenhauer, es justo al revés: todos nos vamos gustosos a dormir y nos desagrada despertarnos”.

          Aunque tanta simulación para llegar a la nada-sin razón [a tanta nada] desasosiegue [y acomode tanto a la par].




Texto de enriqueponce, en 2024.

Fotografías e imágenes de los autores reseñados.