Gao Xingjian
Jiangxi, Ganzhou, China. 1940
Fotografía bajada de la red. |
Ya no vives a la sombra de nadie ni ves en la sombra de cualquier otra persona a un enemigo imaginario. Has salido de esta sombra y ya está. No quieres crearte esperanzas o ilusiones. Al principio llegaste a este mundo sin la menor preocupación, desnudo como un gusano, en un vacío y una tranquilidad perfectos. No tienes que llevarte nada al morir, y, de todos modos, aunque lo quisieras, tampoco podrías, sólo temes a la muerte desconocida.
Recuerdas que tienes miedo a la muerte desde que eras niño. Antes tenías mucho más miedo que ahora. Cuando te ponías enfermo creías tener un mal incurable, cualquier dolencia te dejaba muy preocupado, en un estado de pánico total. En la actualidad ya has vivido muchos sufrimientos producidos por la enfermedad y has caído en profundas depresiones; hay que tener suerte para seguir en este mundo. La vida de por sí es un milagro, es algo que no se puede explicar con palabras, y vivir es la manifestación de este milagro. ¿No es suficiente que un cuerpo provisto de conciencia pueda sentir los sufrimientos y los placeres de la vida? ¿Qué más se puede pedir?
Has tenido miedo a la muerte cuando disminuían tus fuerzas. Tuviste la sensación de que se te acababa el aire, miedo a no recuperar el aliento, como si cayeras a un abismo; una sensación que aparecía a menudo en tus sueños de niño y que te despertaba empapado de sudor. Sin embargo, no sufrías ningún mal. Tu madre te llevó varias veces al hospital para que te hiciera reconocimientos médicos y no tenías nada. Hoy ya no te apetece hacerte esos chequeos, y aunque el médico te lo recomendara, dejarías pasar el tiempo.
Ahora tienes claro que llega el momento en que la vida se acaba y que en ese momento el miedo desaparece con ella. Ese miedo es finalmente la manifestación de la vida. Cuando la conciencia y el conocimiento desaparecen, todo se acaba en un instante, sin tiempo a hacerse a la idea, y sin que tenga algún sentido. La búsqueda del sentido de la vida ha sido tu sufrimiento, con tu compañero de infancia ya hablabas de eso. Sin embargo, por aquel entonces no habías vivido casi nada, mientras que ahora ya has probado todos los sabores -agrio, dulce, amargo, picante- de la vida. Es inútil, no sirve de nada buscar ese sentido, resulta ridículo; mejor aprovechar la vida, y, al mismo tiempo, observarla.
Te parece verlo, a él, en una especie de vacío, una pequeña luz llega de no se sabe dónde, está de pie sobre una tierra ni fija ni determinada, parece el tronco de un árbol sin sombra, el horizonte ha desaparecido, o está como un pájaro en medio de la nieve, mirando de izquierda a derecha, a veces fija su mirada, como si reflexionara. ¿Sobre qué? No está muy claro, pero es una actitud, una actitud aun así bastante bella; existir es adoptar una actitud, la más agradable posible. Con los brazos abiertos, arrodillado y volviéndose, vuelve a su conciencia, o, mejor dicho, su actitud es justamente su conciencia, es el tú en medio de su conciencia y que le provoca un placer especial.
No hay tragedia, ni comedia, ni farsa; todo eso son juicios estéticos sobre la vida, distintos puntos de vista según las personas, los momentos y los lugares, llega a ser puro lirismo: de un sentimiento en un momento determinado se pasa a otro; la tristeza y el sentido del ridículo a veces hasta podemos intercambiarlos. No hace falta burlarse, ya ha habido demasiadas burlas y autocríticas. Basta con perseverar tranquilamente en este modo de vida, aprovechar las maravillas del instante, sentirse bien, y cuando nos examinemos, hacerlos solos, sin pensar el la mirada de los demás.
No sabes lo que todavía serías capaz de hacer, ni lo que te queda aún; inútil pensarlo, haz lo que te apetezca. Si sale bien, mejor, si no, qué se le va a hacer. Hacer una cosa u otra no importa demasiado; si tienes hambre o sed, come o bebe. Por supuesto, cada uno tiene su punto de vista, su forma de ver las cosas, sus gustos y hasta sus cabreos; todavía tienes fuerza para cabrearte, y naturalmente siempre tendrás tus indignaciones justas. Sin embargo no es la misma excitación, aunque todavía tengas sentimientos y deseos; si existen, déjalos existir, pero el rencor ha desaparecido, ya que no sirve para nada e incluso te puede perjudicar.
Sólo das importancia a la vida. Gracias a ella tienes sentimientos inacabados y todavía te quedan ganas de descubrir cosas y sorprenderte. Sólo la vida merece que nos entusiasmemos, ¿no es así?
Obra y texto, extraído de "El libro de un hombre solo", de Gao Xingjian.
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