lunes, 19 de septiembre de 2016

"Hiroshi Watanabe"






BLOc DE NOTAS





HIROSHI WATANABE
Sapporo, Hokkaido, Japón. 1951



Fotografía bajada de la red.






















Este señor insistente, consciente de su poder,
me dice: relájese, mire a través de la ventana,
coja el libro, finja que lo lee, perfecto.

Más tarde, en su laboratorio, después de que la luz
imprima el papel fotográfico
empezaré a asomar tenuamente, lentamente
en la bandeja del ácido revelador.
Este señor me llamará con los sortilegios de su oficio
y yo apareceré
como él espera que aparezcan todos los poetas:
maricas mirando en lontananza
o angelotes ensimismados en las bellas letras.

¿Y si en la soledad del laboratorio, de pronto,
sonara la voz de otro poder, más terrible,
y me ordenara
que no me detenga en mis facciones, que siga
revelándome
sin detenerme
hasta mostrar las simas de mi carne, mis células,
mi entramado más íntimo?

¿Sólo el pálpito inicial de donde vine
quedará temblando sobre el papel negro?
















www.hiroshiwatanabe.com








Fotografías, de la serie "Kabuki players", de Hiroshi Watanabe.
Texto, bajado de la red gracias a Rosa Concepción, de José Watanabe.




martes, 13 de septiembre de 2016

miércoles, 7 de septiembre de 2016

"Christian Boltanski"






ARTEsana




Christian Boltanski
París, Francia. 1944



Fotografía bajada de la red.



















          En el Gobierno constitucional las leyes positivas están concebidas para erigir fronteras y establecer canales de comunicación entre hombres cuya comunidad resulta constantemente amenazada por los nuevos hombres que nacen dentro de ella. Con cada nuevo nacimiento nace un nuevo comienzo, surge a la existencia potencialmente un nuevo mundo. La estabilidad de las leyes corresponde al constante movimiento de todos los asuntos humanos, un movimiento que nunca pude tener final mientras que los hombres nazcan y mueran. Las leyes cercan a cada nuevo comienzo y al mismo tiempo aseguran su libertad de movimientos, la potencialidad de algo enteramente nuevo e imprevisible; las fronteras de las leyes positivas son para la existencia política del hombre lo que la memoria es para su existencia histórica: garantizan la preexistencia  de un mundo común, la realidad de una continuidad que trasciende al espacio de vida individual de cada generación, absorbe todos los nuevos orígenes y se nutre de ellos.
          El terror total es tan fácilmente confundido como síntoma de un Gobierno tiránico porque el Gobierno totalitario, en sus fases iniciales, debe comportarse como una tiranía y arrasar las fronteras alzadas por la ley hecha por el hombre. Pero el terror total no deja tras de sí una arbitraria ilegalidad y no destruye en beneficio de alguna voluntad arbitraria o del poder despótico de un hombre contra todos. Reemplaza a las fronteras y los canales de comunicación entre individuos con un anillo de hierro que los mantiene tan estrechamente unidos como si su pluralidad se hubiese fundido en Un Hombre de dimensiones gigantescas. Abolir las barreras de las leyes entre los hombres -como hace la tiranía- significa arrebatar el libre albedrío y destruir la libertad como una realidad política viva; porque el espacio entre los hombres, tal como se halla delimitado por las leyes, es el espacio vivo de la libertad. El terror total utiliza esta antiguo instrumento de la tiranía, pero destruye también al mismo tiempo ese desierto de ilegalidad e ilimitado del miedo y la sospecha que deja tras de sí la tiranía. Este desierto, en realidad, no es un espacio vivo de libertad, pero todavía proporciona algún espacio para los movimientos inducidos por el miedo y las acciones penetradas de sospechas de sus habitantes.
          Presionando a los hombres unos contra otros, el terror total destruye el espacio entre ellos; en comparación con las condiciones existentes dentro de su anillos de hierro, incluso el desierto de la tiranía parece como una garantía de libertad en cuanto que todavía supone algún tipo de espacio. El Gobierno totalitario no restringe simplemente el libre albedrío y arrebata las libertades; tampoco ha logrado, al menos por lo que sabemos, arrancar de los corazones de los hombres el amor por la libertad. Destruye el único prerrequisito esencial de todas las libertades, que es simplemente la capacidad de movimiento, que no puede existir sin espacio.
          El terror total, la esencia del Gobierno totalitario, no existe ni a favor ni en contra de los hombres. Se supone que proporciona a las fuerzas de la Naturaleza o de la Historia un instrumento incomparable para acelerar su movimiento. Este movimiento, actuando según su propia ley, no puede a la larga ser obstaculizado; eventualmente, su fuerza siempre demostrará ser más poderosa que la más potentes fuerzas engendradas por las acciones y la voluntad de los hombres. Pero puede ser retrasada y es casi inevitablemente retrasada por la libertad del hombre, que ni siquiera pueden negar los gobernantes totalitarios, porque esta libertad -por irrelevante y arbitraria que puedan juzgarla- se identifica con el hecho de que los hombres hayan nacido y que por eso cada uno de ellos es un nuevo comienzo, comienza de nuevo, en un sentido, el mundo. Desde el punto de vista totalitario, el hecho de que los hombres nazcan y mueran sólo puede ser considerado como una molesta interferencia en fuerzas más elevadas. Por eso, el terror, como siervo obediente del movimiento histórico o natural, tiene que eliminar del proceso no sólo la libertad en cualquier sentido específico, sino la misma fuente de libertad que procede del hecho del nacimiento del hombre y reside en su capacidad de lograr un nuevo comienzo. En el anillo férreo del terror, que destruye la pluralidad de los hombres y hace de ellos El Único que actuará infaliblemente como si él mismo fuese parte del curso de la Historia o del de la Naturaleza, se ha hallado un recurso no sólo para liberar las fuerzas históricas o naturales, sino para acelerarlas hasta una velocidad que jamás alcanzarían por sí mismas. Prácticamente hablando, esto significa que el terror ejecuta en el acto las sentencias de muerte que se supone ha pronunciado la Naturaleza sobre razas o individuos que son <<incapaces de vivir>>, o la Historia sobre las <clases moribundas>>, sin aguardar al proceso más lento y menos eficiente de la Naturaleza o de la Historia misma.
















Obra de Christian Boltanski.
Texto, extraído de "Los orígenes del totalitarismo", de Hannah Arendt.







jueves, 1 de septiembre de 2016