sábado, 18 de abril de 2015

"Podemos..."







OPINION.es








"Podemos"
... o el poder de los logos, los iconos y la fotografía.




          (Si esperas encontrar aquí un artículo/opinión sobre ese nuevo partido político, faro de ilusión en la sociedad hispana, estás en un error. Deja de leer y ve a otras páginas de la red que se dediquen a ello.)
          Trata esta reseña sobre los logos, los iconos y la fotografía, y el poder que ostentan estos símbolos, donde "menos se convierte en más" y a la par escarifican inconscientemente nuestros hábitos, memoria y pensamientos, particular o colectivamente. Deseo incidir más específicamente sobre aquellos relativos a imágenes fotográficas, esas que nos han acompañado en un cierto periodo histórico complejo e interesante, como fue esa transición entre siglos.
          He titulado y quiero comenzar con ese último gran acierto que revoluciona la actualidad de este país porque con su simple nombre/slogan, y sin programa electoral siquiera, está alcanzando cotas de intención de votos inimaginables fuera del bipartidismo y, puesto en boca de todos, no deja indiferentes. Extraordinario es además que, en una época desbordante de imágenes, careciendo de un logo reconocible esté abanderando esperanzas y ansias tal como lo hacen otras "marcas", de múltiples índoles y fines. Y aun siendo tachados de antisistema por todas las fuerzas de propaganda neoliberales o socialdemócratas, su simple nombre les está proporcionando la fuerza necesaria para alcanzar su fin. Aún está por confirmar, pero será una revisión del mito de David tocando en el talón de Aquiles a la "casta" de Goliat con la onda de su misma arma: el logo.
          






          Aunque la iconografía laica del presente no pareciera asemejarse a la mística pretérita, ni ocupe naturalmente los mismos espacios, sí que conserva sus mismos anhelos etéreos. Transmutadas las formas e intenciones no por ello se aleja del ansia por acariciar esas zonas del ser -o de éste en comunidad- que son los deseos, sueños, miedos o ilusiones que toda la humanidad conserva y portará por siempre, no mesurables ni materiales, no aprensibles ni jamás alcanzables más allá de nuestras mentes. Tal vez una de las más efectivas y extendidas globalmente de las campañas del marketing icónico haya sido -y aún lo sea- la que nos ha vendido "la chispa de la vida". Mientras la Roma católica nos fustigaba con suprema y divina efectividad durante milenios con un "valle de lágrimas", hubo de llegar una interesada multinacional para hacernos creer que una bebida de fórmula perversamente secreta nos haría felices. Su poder de penetración en todos los ámbitos ha sido tal que habría que considerar el contemplarlo como el primer virus global, conformado por una testa con forma de logo y extremidades con maneras de slogan.






          También Nike arrastra en su firma con el mensaje escrito, un slogan no menos significativo: "Just do it" -tal parecido de éste y el "Yes, we can" de Obama con el no-logo de Podemos no nos deja duda de dónde vienen estos lodos-, pero tal es la fuerza icónica de su símbolo, lo que antes era el ubicuo y universal significante de conformidad, que caló en nosotros hasta el punto de instantáneamente llevarnos a pensar en la propuesta de su fórmula: "esfuerzo es igual a logro". Lo que anteriormente resultara patria exclusiva de los deportistas profesionales se democratiza, aquellos cinco círculos cerrados de los JJOO se abren, simplificados en un gesto, y calando en todo un pueblo ansioso y deseoso de ser héroe, y emulando el bien vendido apéndice de la salud al alcance de todos, previo "sutil peaje" por supuesto. Pero estas campañas de logo y slogan que hacen ambas marcas comienzan a anacronizarse, la velocidad e inmediatez exigidas por los nuevos tiempos exhortan a otras maneras, y así la imagen adquiere mayor preponderancia por su facilidad de lectura y efectividad.








          Mientras el mitológico y dogmático pasado del catolicismo nos vendía un mundo físico de resignación en pos de otro de fe y eterna ilusión, sus otras versiones -luterana y calvinista- giraron otra vuelta de tuerca sobre la realidad, más caduca ésta pero dispuesta para ser disfrutada. Frente a la resignación en la tierra de los primeros para conquistar la llave del cielo, la nueva propuesta obliga al esfuerzo mercantilista y al acatamiento implícito de la máxima. "la posesión de bienes materiales produce felicidad". Hasta que llegó a éste, nuestro redondo planeta, Apple. Entonces los polos opuestos se encontraron. Recurriendo a la manzana original de un paraíso perdido pero conservando la mordida del deseo, nos ha retornado al mundo etéreo de los anhelos del alma. Sus productos pueden ser físicos, pero tras ellos se oculta la fe de otro más allá: un espacio edénico de posibilidades, paradisiaco en sus conquistas, y materialmente intangibles. Pero más que un retorno a lo espiritual es una novedosa fusión de ambas percepciones donde la osadía de la transgresión produce satisfacción o, la promesa falaz, que el pecado también puede y produce placer.







          Y aunque la apropiación de la iconografía haya sido logro de la publicidad, a través de sus logos, para engordar la cuenta de beneficios de sus clientes, también hay significativos ejemplos menos interesados, y a la par efectivos o transcendentes. Y como todo proceso es el hijo bastardo de su tiempo, la convulsa y belicosa historia de la Europa occidental desarrolló conjuntamente un ansia de pacifismo al caer en el hartazgo de la sinrazón de los liderazgos mesocráticos e ideológicos, y de las guerras frías o calientes a que nos llevaron nuestros dirigentes. Una paloma y en su pico la rama de olivo -referencia bíblica aún presente, por supuesto- supuso el hito de la voz callada de un pueblo castigado por su historia en los múltiples mataderos de las batallas nacionalistas (Picasso además nos legó, cual fresco románico, el logo más complejo, cruel y específico sobre este mismo tema: el Guernica no es tan sólo un mural del terror, además es el graffiti  de un pueblo que denuncia a sus gobiernos. Esta dualidad suya, enigmática y única, transgrede hasta en su difusión: igual la encontramos estampada en camisetas, tazas o adhesivos, como peregrinamos hasta el atrio del museo donde se expone el único logo "artístico").





Fotografía de Alberto Korda.


          Pero desde la irrupción de la fotografía en nuestra sociedad, y debido a su perenne curiosidad por mostrarnos el mundo tal cual es, las imágenes han pervertido al logo en su noción y definición -no lo icónico, que pervive en sus mil maneras posibles-, y hay fotografías que se instalaron en nuestro acervo con la misma potencia de significado que cualquiera de aquellos. Tal vez la más representativa de la época resultara hecha por la casualidad de la cámara de Alberto Korda en un retrato del Ché Guevara, que traspasaría posteriormente su soporte documental para acabar en grafía ubicua, y se transformó en símbolo de lucha, de justicia e igualdad -curiosamente el tiempo siempre "peina canas" y 30 años después encontré en la red esta misma imagen realizada con logos de multinacionales, lo que pervierte y transmuta el significado icónico original en un algo perverso, burlesco, ruin, irónico y triste-.





Fotografía de Robert Capa.


Fotografía de Robert Capa.



          Pero no necesariamente las fotografías salidas del hostil ambiente bélico se vieron obligadas a pasar por el filtro del diseño para establecerse como lenguaje de nuestra memoria icónica. A pesar del posterior cuestionamiento que sufren los reporteros de conflictos por mostrar el infierno en la tierra, hubo un tiempo en que gozaron del prestigio merecido y algunas de sus imágenes se han convertido en mito y voz con significado propios. Que Robet Capa escenificara o no la muerte del miliciano en el cerro Muriano, o que la insuficiencia de luz durante el desembarco del día D sólo le permitiera captar unas poca tomas, ni merma ni enriquece que ambas fotografías se convirtieran posteriormente en iconos analógicos de un pasado en blanco y negro del siglo XX. Puede que su fuerza radique en hacer efectiva la máxima clásica: "Una imagen vale más que mil palabras". Todos los tratados de historia sobre ambas guerras quedan empequeñecidos, que no anulados, y sobre todo sintetizados -tal como un logo- a la vista de esas dos instantáneas tan directas como estremecedoras. Tal vez fueran los dos únicos disparos de todas esas guerras que, sin hacer daño, mataron definitivamente un tiempo.



Fotografía de Nick Ut.


Fotografía de Marc Riboud.



          Esta certificación de una realidad de la historia negra de la humanidad -que antes de la irrupción de la fotografía nos podíamos ver sin participar, y que tras ellas nos negamos a ver o aceptar-, y que ha estigmatizado en múltiples ocasiones a sus mensajeros, también es la causante de la toma de conciencia y movilización social, y su posterior derivación hacia los posicionamientos ideológicos pacifistas. El impacto causado por la fotografía de Nick Ut que reflejaba la huida de la niña Kim Phúc abrasada por el napalm durante la guerra del Vietnam, y que en fondo mostraba toda aquella esquizofrenia del imperialismo en su celo de conquista, incluso usando "armas no convencionales", llevó al cómodo y alejado mundo occidental al cuestionamiento sobre los métodos  y las barbaridades cometidas en el vano nombre de la civilización y el "bien relativo". Las batallas de esta época confusa y psicodélica fueron múltiples, e incluso interiores - manifestaciones estudiantiles con el arma del adoquín en el Mayo francés del 68, pacíficas por la descolonización en la India lideradas por Gandhi, anti-racistas y en pro de los derechos básicos por la convivencia de razas en la propia casa del imperio estadounidense, o fría frente al enemigo oculto tras un telón de acero- y se concretaron en el deseo que reflejó la joven con una flor en la mano frente a los fusiles de la represión durante la marcha hacia el Capitolio, tomada por Marc Riboud en 1967. Ambas fotografías-icono, espontáneas y surgidas desde la denuncia de una época, se diferencian en sus intenciones y significados de las manipulaciones de las ideologías de ese periodo: la instantánea de la toma de Berlín por los rusos sería posteriormente defenestrada desde occidente, mientras que el izado de la bandera americana en la colina de Iwo Jima hubo de volver a escenificarse por falta de "glamour" para reescribir una historia "gloriosa", aunque trucada.





Fotografía de Joe Rosenthal.

Fotografía de Louis R.Lowery.


          Y aunque ahora pareciera haber pasado la gran época del reportaje en primera línea, y a pesar de la multitud de imágenes de guerras -"troyanas, romanas o cartaginesas"- que se nos cuelan contradictoriamente en nuestras vidas insensibilizándonos, hay que reconocer que éstos -y otros iconos fotográficos que he de dejar atrás, como los perversos efectos de la bomba atómica- han obligado a cuestionarnos nuestra postura ética y corresponsable frente a las otras vidas paralelas que conviven con nosotros, con otra raza, color, costumbres o creencias. Tal vez el cambio pareciera aun nimio, sutil y aun más moral que de acto -Europa vive un cuasi-largo periodo de relativa paz si exceptuamos las convulsiones en sus márgenes de conflictivos choque "culturales", mientras los EEUU "limitan" un tanto su expansión belicosa y hace preponderar la colonización industrial y bursátil-, y también porque los iconos de la vida real no se fabrican como aquellos otros mercantiles, ni surgen en nuestros acervos como implosión espontánea tanto como desearíamos. Pero aun así hay uno que creo que quedó algo oculto por la magnitud de las imágenes y el tsunami continuo de acontecimientos que las hacen perecer casi en el mismo momento de su aparición: el oprobio sufrido por el preso anónimo de la cárcel de Abu-Ghraib es superado tan sólo por la estupidez del soldado al haber deseado documentar tal hecho. Además el que un neófito inmoral tomara tal instantánea y pase a la historia junto a los nombres de los grandes periodistas visuales le denigra doblemente, pues contradictoriamente fue capaz de plasmar el martirio de otro Jesucristo velazqueño -musulmán éste para más INRI, sin olvidar que el "original" lo era judío-. Tal casualidad del "rebuzno sobre la flauta produciendo música" nos lleva a reflexionar sobre el potencial del arma usada, esa que ahora llevamos todos en el bolsillo, y que dispara sin pudor ni cesa de decir verdades como puños, solamente.





Fotografía de Robert Doisneau.


Fotografía de Alfred Eisenstaedt.



          Por contra, y como oposición, el icono visual más bello que se nos ha legado ha sido el beso en la plaza del ayuntamiento de París, instante tomado por Robert Doisneau en 1950, y no tanto porque sea el reflejo de una época de liberación, sino por ser la de todas. Imagen pura, sencilla y tierna que sintetiza todos los sentidos de la vida, de la humanidad y con ella la de todos y cada uno de nosotros: el amor en fin. Que incluso los profanos al medio conozcan esta fotografía habla de la inmensa penetración que ha tenido como símbolo -últimamente se utilizó como referente para diseñar el cartel de las "Fiestas del Pilar de Zaragoza" en 2014, creando cierta polémica, no sé bien por qué-. En cambio, el otro "icono" de beso por excelencia, me temo que signifique el embeleso de una victoria, la celebración en exceso, la momentánea y promíscua euforia por el fin de una guerra, más que el sensual acto de amar.
          También que hayamos encontrado otro faro-guia ansiado en la famosa imagen de la cola de una ballena, difundida por Greenpeace en pos de su defensa frente al exterminio, haciendo efectiva además una voz que clamaba por un mundo más sostenible, habla del potencial de las imágenes como iconos. Con ella se dio el inicio de una larga marcha que enarbola la bandera ecologista frente a los despropósitos consumistas, tan exportablemente agresivos como víricos, que están llevando a cabo las sociedades capitalistas. Una toma de conciencia y un posicionamiento que se hizo más esperanzador a través de este símbolo fotográfico, sencillo, natural, emotivo y a la par potente.  






          Mientras tanto Andy Warhol además nos advertía que no existían sólo las estrellas del cielo, que los iconos también podían crearse, ser múltiples, infinitos e incluso prefabricados -al igual que nos susurró nuestro derecho individual de cinco minutos de fama-, y que gracias al marketing el mundo se vende fácilmente. La Factoría de Warhol produjo "estrellas sin luz" para los supermercados del arte, Marylins, Maos o latas de sopas Campbell's, además de sillas eléctricas o autos accidentados para un "Todo a 100" popular, y así produjo en cadena lo áurico hasta el hartazgo, limitado hasta entonces a las selectivas y minoritarias élites. Sus iconos de la vulgaridad convirtieron lo sublime en popular, y lo popular en sublime. Pero aun así el mundo es un lugar extraordinario, capaz de dar "pequeños pasos para un hombre, pero grandes para la humanidad", y por eso podemos compartir la gran historia universal conjuntamente a pequeñas historias remotas e individuales. Pisar la Luna por el hombre fue el gran acontecimiento del siglo XX, pero ver "en vivo" y en directo la agonía que sufrió Omayra Sanchez en 1985 tras las inundaciones sufridas el pueblo de Armero de Colombia tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz, y el infructuoso e inútil esfuerzo que se hizo por salvarla, no es menos emotivo. Tal vez este icono de la impotencia no lo sea hoy en día para nadie más que para mí, pero me complace traer su recuerdo a este lugar donde la imagen nos forma como memoria. 





          Las fotografías suponen un no-lenguaje de lo caduco y ya callado, de lo vivido y ya perecido, y su rescoldo supone la memoria colectiva e individual de todos nosotros. Son una voz callada que niegan el olvido y que despiertan en nosotros una conciencia-reflejo de sí mismas por decir con sencillez lo que callan: así fuimos, así sucedió. Por eso cuando Niépce tomó aquella primera imagen de luces y sombras desde la ventana de Gras en 1826 abrió otra "muda" que decía: PODEMOS. Ahora, casi dos siglos después, nuestro compromiso está en saber qué podemos y/o queremos ver.



Fotografía de Joseph Nicéphore Niépce.




Texto de enriqueponce.
Imágenes y fotografías bajadas de la red.




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