sábado, 13 de diciembre de 2014

"Jean Baudrillard"






LA C(r)ÓNICA LUZ





Jean Baudrillard
Reims, Francia. 1929-2007



Fotografía de Sandro Scalia.





"El simulacro no es lo que oculta la verdad,
es la verdad la que oculta que no existe."









"El crimen perfecto"




          Así pues, el mundo es una ilusión radical. Es una hipótesis como otro cualquiera. De todos modos, es insoportable. Y para conjurarla hay que realizar el mundo, darle fuerza de realidad, hacerle existir y significar a cualquier precio, eliminar de él cualquier carácter secreto, arbitrario, accidental, expulsar sus apariencias y extraer su sentido, apartarlo de cualquier predestinación para devolverle a su fin y a su eficacia máxima, arrancarlo de su forma para devolverlo a su fórmula. La simulación es exactamente esta gigantesca empresa de desilusión -literalmente: de ejecución de la ilusión del mundo en favor de un mundo absolutamente real.
          Por consiguiente, lo que se opone a la simulación no es lo real, que no es más que un caso particular, sino una ilusión. Y no hay crisis de la realidad, muy al contrario: de lo real siempre habrá más, ya que está producido y reproducido por la simulación, y no es en sí más que un modelo de simulación. La proliferación de la realidad, como de una especie animal de la que se habrían eliminado los predadores naturales, constituye nuestra auténtica catástrofe. Es el destino fatal de un mundo objetivo.




          Hay que devolverle su fuerza y su sentido radical a la ilusión, tantas veces rebajada al nivel de una quimera que nos aleja de lo verdadero: de aquello con que se disfrazan las cosas para ocultar lo que son. Pero la ilusión del mundo es la manera que tienen las cosas de ofrecerse para lo que son, cuando no son en absoluto. En la apariencia, las cosas son tal como se ofrecen. Aparecen y desaparecen sin dejar traslucir nada. Se despliegan sin preocuparse por su ser, y ni siquiera por su existencia. Hacen señales, pero no se dejan descifrar. En la simulación, por el contrario, en ese gigantesco dispositivo de sentido, de cálculo y de eficiencia que engloba todos nuestros artificios técnicos incluyendo la actual realidad virtual, se ha perdido la ilusión del signo en favor de su operación. La indiferenciación afortunada de lo verdadero y de lo falso, de lo real y lo irreal, cede ante el simulacro, que, en cambio, consagra la indiferenciación desafortunada de lo verdadero y lo falso, de lo real y sus signos, el destino desafortunado, necesariamente desafortunado, del sentido en nuestra cultura.
          Seguimos fabricando sentido, incluso cuando sabemos que no existe. Queda por saber, además, si la ilusión del sentido es una ilusión vital o una ilusión destructora del mundo y del propio sujeto. Sea como sea, frente a la estrategia del sujeto, el mundo desarrolla otra mucho más sutil y paradójica, que consiste en ofrecerse para lo que es, cuando no es. Frente al sujeto, irreductible productor de sentido, está el mundo, inagotable productor de ilusión -incluida sin duda la del sentido, con la complicidad involuntaria del sujeto.
          No hay final para esta carrera desenfrenada sobre la banda de Moebius donde la superficie del sentido pasa perpetuamente a la de la ilusión -salvo si la ilusión del sentido dominara definitivamente, lo que terminaría con el mundo.




          Toda nuestra historia habla de este montaje de la razón, a su vez en trance de desmontarse. Nuestra cultura del sentido se hunde bajo el exceso de sentido, la cultura de la realidad se hunde bajo el exceso de realidad, la cultura de la información se hunde bajo el exceso de información. Amortajamiento del signo y de la realidad en el mismo sudario.
          Intentan persuadirnos de la buena finalidad ineluctable de la técnica, de que hagamos como si el entorno artificial fuera una segunda naturaleza, de que seleccionemos exclusivamente los reflejos automáticos, de acuerdo con las modalidades de una especie de código genético mental. Intentan borrar cualquier reflejo sobrenatural del pensamiento, del pensamiento que reacciona instintivamente a la ilusión del mundo, que vuelve las apariencias contra la realidad, que juega con la ilusión del mundo en contra del propio mundo: la inteligencia maniquea del mal, la inteligencia del mundo como maquinación. Se dice: el estado de naturaleza es impensable, ya que el pensamiento no existe. Pero a eso es precisamente hacia lo que tendemos: un estado de inteligencia operacional pura, y por tanto de desilusión radical del pensamiento.
          Este sueño de extirpar todo sortilegio del pensamiento, de eliminar todo principio del mal, es tan absurdo como el de eliminar toda concupiscencia, incluso en sueños.
          Si la herejía de la apariencias es nuestro crimen original, cualquier veleidad racional de eliminarla es el síntoma de un gran error de la voluntad, de una aberración del deseo.




          De todos modos, la ilusión es indestructible. El mundo tal cual es -que no es en absoluto el mundo <<real>>- se oculta perpetuamente a la investigación del sentido, provocando la actual catástrofe del aparato de producción del mundo <<real>>. Esto es tan cierto que no se combate la ilusión con la verdad -sería la ilusión redoblada-, sino con una ilusión más elevada.
          Sólo puede responderse a la fantasmagoría de los trasmundos, de los cuales el último y más sutil es la síntesis artificial de éste, con la ilusión superior de nuestro mundo.
          Cada revolución provoca una involución general, de acuerdo con una especie de espiral descendente. Sólo se puede contrariar esta espiral negativa con un golpe de fuerza inverso, sobrepujándola: sobre la insignificancia con la nada, sobre lo visible con la apariencia, sobre lo falso con la ilusión, sobre el mal con lo peor.
          Es imposible reducir la ilusión radical del mundo. La ilusión de reducirla es la ilusión secundaria de la denegación y de la transformación del mundo. Pero ¿es posible que este movimiento, al llegar a su extremo, quede atrapado en su propio juego y acabe por aniquilar sus propias huellas, dando lugar a la desviación, a la imperfección, al crimen original? ¿Es posible que exista una astucia del mundo, como existe una astucia de la historia, y la racionalidad, la perfección en su conjunto, no hagan más que cumplir su decreto irracional? En tal caso, las ciencias y las técnicas no serían más que un inmenso rodeo, irónico, en el horizonte de su desaparición.
          Lo que en la verdad sólo es verdad cae bajo el golpe de la ilusión. Lo que en la verdad supera la verdad depende de una ilusión superior. Sólo lo que excede la realidad puede superar la ilusión de la realidad.







Título, cita y artículo "La ilusión radical",
 extraído de "Un crimen perfecto", de Jean Baudrillard.
GIFs bajados de la red.




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